LIBRES DE LA ANSIEDAD





SERIE DE SERMONES “LA LIBERTAD CONCEDIDA POR CRISTO”

TEXTO BÍBLICO: FILIPENSES 4:6-7

INTRODUCCIÓN

     La ansiedad es uno de los males endémicos de los tiempos contemporáneos a tenor de la gran cantidad de casos patológicos que de ella se deriva tanto en el cuerpo como en la mente. La desazón ante un futuro incierto, el aguijonazo de las preocupaciones, el efecto fatídico de los temores del porvenir y la inquietud que deja sin sueño a los ojos cansados, son solo evidencias de la actividad furtiva y taimada de la ansiedad. Según los especialistas las causas de los trastornos de ansiedad aparecen como consecuencia de una posible o probable amenaza a nuestra seguridad o estabilidad personal. En realidad la ansiedad es un mecanismo muy útil para el ser humano cuando es empleado de manera correcta y en los momentos oportunos. De algún modo, la ansiedad nos avisa de un peligro inminente, de tal manera que prepara nuestro organismo para que éste dé una respuesta eficaz a lo que se le viene encima. 

       Este peligro o amenaza puede resumirse como la suma de dos elementos en determinadas circunstancias: situaciones donde tenemos algo que perder, y situaciones en las que algo que podríamos ganar se escapase de nuestras manos. Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo, decía lo siguiente sobre la ansiedad: “Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.” De esta declaración podemos entender que la ansiedad suele presentarse cuando se sufren problemas financieros, presiones laborales o académicas, abuso emocional o físico, enfermedades, divorcios y rupturas sentimentales, embarazo, pérdida de un ser querido o incluso cuando se albergan en el corazón sentimientos de amargura, rencor, odio o necesidad enfermiza de aprobación de los demás. También es curioso reseñar que existen personas que caen en un ataque de ansiedad sin motivo aparente, preocupándose en exceso de cosas que todavía no se han dado. Para esta clase de personas, tal y como dijo Seth Godín, empresario estadounidense de origen judío, “la ansiedad es la experiencia anticipada del fracaso.”

     La ansiedad mal gestionada puede llegar a provocar en nuestro cuerpo una considerable cantidad de malestares. Las pupilas se dilatan provocando fotofobia, la boca se reseca, se reduce la secreción de jugos gástricos, la sudoración aumenta dando lugar a escalofríos, la cabeza comienza a doler a causa de la vasoconstricción de los vasos sanguíneos, el corazón late a mil por hora corriendo hacia la taquicardia, la respiración normal se convierte en hiperventilación y presión en el pecho, el azúcar en sangre se incrementa y los retortijones intestinales no se hacen esperar. Podríamos decir que la ansiedad incorrectamente entendida puede llevarnos a un cuadro bastante lamentable en términos físicos por no hablar de los mentales y psicológicos de obsesión y estrés galopantes. En un mundo en el que la ansiedad ha encontrado su hogar, es más necesario que nunca encontrar una salida liberadora a esta clase de problemas que pueden sumirnos en estados dramáticos de salud y en una duda constante acerca de la obra que Dios realiza en sus hijos. ¿Cómo, pues, podemos vernos liberados de las ansiedades y afanes que nos rodean a diestro y siniestro?

A. LA INNECESARIA ANSIEDAD

“Por nada estéis afanosos…” (v. 6)

     Pablo es el autor de estas instrucciones a los creyentes en Filipos. Estos creyentes estaban padeciendo la persecución y la amenaza más bárbara, no solo de parte de los judíos de la ciudad, sino también de parte de las autoridades romanas que la gobernaban. Las presiones y los combates dialécticos se sucedían en el día a día y muchos se preguntaban cómo podían seguir adelante ante tal cantidad de barreras, obstáculos y fieras amenazas que se les presentaba por delante. Pablo desea animar a sus consiervos con palabras de calma en medio de la tempestad y de tranquilidad en medio del caos que se desataba entre ellos. Pablo apela desde estas palabras de exhortación a que los cristianos filipenses depositasen toda su fe y confianza en Dios. Por supuesto que iban a sufrir penalidades y adversidades por amor del evangelio, pero esto no debía quitarles ni el sueño ni la paz de sus corazones. El apóstol, en su experiencia personal, también plagada de peligros y odios, ha fundamentado su vida sobre el cimiento del soberano y sabio control que Dios tiene sobre todas las cosas. Él mismo vio con sus propios ojos cómo las puertas de la cárcel de Filipos fueron abiertas sobrenaturalmente por el poder de Dios, y a pesar de naufragar en el Mediterráneo, su confianza y dependencia de Dios nunca se vieron defraudadas. 

     Nada es demasiado difícil para Dios. No existe nada en este mundo que pueda detener la mano poderosa del Dios de lo imposible. Nada ni nadie nos pueden arrebatar la seguridad y las promesas que el Señor nos ha hecho en cuanto a nuestras necesidades. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:31-32), decía el apóstol para alentar a los destinatarios de sus cartas. La ansiedad o el afán desmesurado por las cosas de este mundo solo nos traen quebraderos de cabeza, nos desconcentran de aquello que es primordial y prioritario y nos transforma en personas asustadizas y pesimistas que el Señor no puede emplear para que sus planes tomen la forma deseada. Si somos capaces de ver más allá de nuestra problemática puntual para considerar la eternidad de amor, paz y gozo que nos espera en Cristo, la ansiedad huirá despavorida: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” (2 Corintios 4:17). 

      El Señor Jesucristo ya previó nuestras ansiedades y preocupaciones, de tal manera que quiso dejar para la posteridad que somos libres de la ansiedad cuando nos sometemos a la providencia divina: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:25-34).

B. REACCIONANDO ANTE LOS PROBLEMAS CON ACCIÓN DE GRACIAS

“Sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (v. 6)

     El antídoto por excelencia que Pablo nos presenta para mitigar y desterrar la ansiedad de nuestras vidas es acudir a Dios. Los problemas pueden abrumarnos e incluso sobrepasarnos, pero siempre podemos recurrir a Dios para que éste se ocupe de nuestras necesidades y situaciones complicadas. Pedro lo tenía muy claro cuando afirmó lo siguiente: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7). Conocemos esta promesa de Dios y, sin embargo, en muchas ocasiones no parecemos creer al Dios de esta promesa. Nos olvidamos de su cuidado constante y de su interés amoroso para con nosotros, y nos sumimos en los abismos tenebrosos de la ansiedad y el desamparo. Si somos hijos de Dios, rescatados de nuestra vana manera de vivir por Cristo y andamos según el Espíritu Santo, no debería ser así. Muchos creyentes están preocupados, presos de una ansiedad crónica, y temerosos de tantas cosas que lo único que manifiestan con esta clase de actitudes es que no confían en la sabiduría, poder y bondad de Dios. Tienen miedo de que Dios no sea suficientemente poderoso para ayudarnos en las crisis por las que pasamos. 

      Las promesas de Dios son veraces y tienen como objetivo primero bendecir y proteger a sus hijos, y de ahí que las Escrituras se hallen plagadas de ellas en relación con nuestros ataques de ansiedad: “Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.” (2 Corintios 1:20). El Señor no nos deja solos en medio de las luchas, los temores y las dudas, sino que su poder se perfecciona precisamente en esos momentos más críticos y que son susceptibles de traer la ansiedad al corazón: “Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe.” (1 Pedro 1:5). Pablo estaba convencido de que solamente depositando su fe en Cristo, cualquier problema se convertiría en un elemento más de los propósitos de Dios: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 1:6). La oración es el vehículo a través del cual podemos descargar nuestras frustraciones, vacilaciones y temores ante el único que nos comprende y que desea lo mejor para nuestras vidas. Ahí, en la soledad de nuestro aposento, podemos clamar ante Dios, presentando nuestras vicisitudes y preocupaciones y dejando que Él se ocupe de cada una de ellas. Y para dejar bien sentado que confiamos al cien por cien en su buen hacer para con nosotros, es necesario que seamos agradecidos, mostrando esta gratitud como señal clara de que nuestra fe está anclada firmemente en el control soberano de Dios sobre todas nuestras circunstancias vitales.

C. LA PAZ QUE DESTRONA A LA ANSIEDAD

“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (v. 7)

      Cuando la ansiedad ha visto truncado su camino de desdicha, de nervios a flor de piel y de insomnios, por la poderosa obra de Cristo en nuestras vidas, solo la paz de Dios ocupa su lugar en nuestros corazones. Cuando nuestra fe en las promesas de Dios es una realidad, el reposo, la tranquilidad y el sosiego acamparán en torno a nuestra alma para guardar nuestros pensamientos. La paz de Dios se resume en aquella serenidad espiritual que solo Dios puede garantizar. Ni el yoga, ni la meditación trascendental, ni el mindfulness, ni ninguna otra técnica mística podrá lograr lo que solo consigue Cristo en nosotros: la calmada seguridad de que todo está en sus manos de amor y gracia. Nadie mejor que Isaías para recordarnos que la libertad de la ansiedad reside en dejarnos guiar por Dios: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.” (Isaías 26:3). Y esa misma paz que el Señor ha desarrollado en nosotros debe ser la misma paz que debemos desear, que otras personas que no la tienen, puedan tener: “El Señor te bendiga, y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.” (Números 6:24-26).

      La paz de Dios es muy distinta a la que el mundo puede ofrecernos en forma de ausencia de conflictos. La cuestión no reside en que vivamos la vida sin sobresaltos ni situaciones incómodas; reside en saber vivir estas situaciones apelando a la paz interior que solo Cristo sabe brindarnos: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27). Esta paz de Dios que siembra el Espíritu en nosotros sobrepasa y trasciende cualquier capacidad intelectual, análisis y comprensión humana. Es una paz que se halla por encima de cualquier esquema, método o solución puramente humana, puesto que es una operación sobrenatural de un Dios que sobrepasa cualquier escrutinio de los mortales. La verdadera paz que desecha la ansiedad y el afán tiene su centro y origen en Cristo mismo, y por tanto, quienes lo han aceptado por fe como Señor y Salvador de sus vidas, saben que en él se encuentra la auténtica cura para la ansiedad y la preocupación: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33).

CONCLUSIÓN

    ¿Deseas ser liberado de tus ansiedades y preocupaciones? ¿Quieres dejar de sufrir pensando en lo que será de manera anticipada? ¿Es tu anhelo desembarazarte de la opresión en el pecho que te avisa de que la ansiedad sigue siendo tu compañera de viaje en la vida? Solo existe un camino eficaz y definitivo para liberarte del abrazo dañino de la ansiedad: confía en Cristo, aquel que ha vencido el mundo y que intercede ante Dios Padre para proveerte de aquello que puedas necesitar. Henry Ward Beecher, teólogo estadounidense, nos ayuda a alcanzar este propósito cuando dejó escrito: “Cada mañana tiene dos asas. Podemos tomar el día por el asa de la ansiedad, o por el asa de la fe.” Escoge desde hoy el asa de la fe, para que aferrándote a ella en el nombre de Cristo, la ansiedad desaparezca progresivamente de tu vida.
    

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