SI DIOS ES BUENO, ¿POR QUÉ HAY SUFRIMIENTO?





SERIE DE ESTUDIOS “PREGUNTAS REALES QUE LOS CRISTIANOS SE HACEN”

TEXTO BÍBLICO: JOB 30:26-31; 42:1-6

INTRODUCCIÓN

     El dolor y el sufrimiento en nuestras carnes y espíritus nos unen como humanidad. Todos, en mayor o menor medida, hemos podido saborear el amargo trago de la desgracia, la miseria y el padecimiento. No existe sobre la faz de esta tierra alguien que pueda decir con rotundidad y sinceridad absolutas que la negrura del nubarrón de una circunstancia adversa no se haya cernido sobre su cabeza. La catástrofe nos sepulta en preguntas, dudas y porqués que necesitamos responder en orden a hallar una explicación a nuestros males y aflicciones. Supongo que todos sin excepción hemos lanzado al cielo el grito de una pregunta que se escapa enredada entre las zarzas puntiagudas del sufrimiento. Justo en ese instante, cuando todo nos iba a las mil maravillas, cuando el destino parecía depararnos felicidad y tranquilidad en la vida, el mazazo de una tribulación nos golpea a traición mientras quedamos aturdidos entre la sorpresa y el desconcierto. 

     Es curioso como pocas veces nos preguntamos precisamente en ese momento qué es lo que hemos hecho mal. En demasiadas ocasiones decidimos apelar a ese Dios muletilla al que echar mano cuando nos vienen mal dadas. Tal vez no nos acordemos de Él cuando la vida es de color de rosa, pero cuando la cruel dentellada de la desgracia nos arranca de cuajo la paz, la seguridad y la sonrisa, entonces parece ser Él el culpable de aquello que nos sucede. La cuestión surge desde nuestras maltrechas entrañas: “Dios, si Tú eres tan bondadoso, ¿por qué tengo que pasar por este trago tan amargo?” En la Palabra de Dios encontramos reseñada esa sensación de desamparo en la persona y discurso de Job, el cual es despojado de prácticamente todo lo que tiene del día a la noche. Dada su piedad religiosa y su rectitud en el cumplimiento de las ordenanzas de Dios, no entiende porqué de repente se ve sumido en un caótico conjunto de catastróficas desdichas: “Cuando esperaba yo el bien, entonces vino el mal; y cuando esperaba luz, vino la oscuridad. Mis entrañas se agitan, y no reposan; días de aflicción me han sobrecogido. Ando ennegrecido, y no por el sol; me he levantado en la congregación, y clamado. He venido a ser hermano de chacales, y compañero de avestruces. Mi piel se ha ennegrecido y se me cae, y mis huesos arden de calor. Se ha cambiado mi arpa en luto, y mi flauta en voz de lamentadores.” (Job 30:26-31). “Siendo que soy una buena persona, ¿por qué me pasan cosas malas?”, suele ser el mantra que repetimos todos los seres humanos cuando el tormento de una desgracia nos arranca la piel a tiras y enronquece nuestra voz a causa de nuestros alaridos de agonía.

    “Si Dios existe, ¿por qué deja que los desastres, el crimen, la enfermedad y las guerras sucedan?”, podemos llegar a preguntarnos incluso como creyentes cuando el sufrimiento se instala en nuestras vidas. Es preciso dejar claro en primera instancia que Dios no es el autor de tanto sufrimiento. ¿Cuál era el planteamiento inicial de Dios para con su creación? ¿Acaso Dios no creó el paraíso del Edén para que el ser humano viviese en armonía, paz y ausencia de dolor? ¿Acaso Dios no creó al ser humano con la capacidad y regalo del libre albedrío, el cual ha empleado nefastamente provocando cantidades ingentes de sufrimiento procedente directamente de sus malas elecciones, tanto individuales como colectivas? Dios nunca planificó que viviéramos en un mundo corrupto con un cuerpo corrupto. De hecho, a pesar de nuestra tendencia a destruir y derribar todo lo que es bueno y justo, Dios sigue tras bambalinas actuando silenciosamente deteniendo millones y millones de desastres de los que no nos damos ni cuenta. ¡Cuántas veces no habré dicho que pasan pocas desgracias para las maldades e imprudencias que cometemos! Sí, el sufrimiento existe, pero no como algo que Dios ha creado o que permite caprichosamente, sino que éste es una realidad que Dios emplea para que su plan de salvación sea cumplido y consumado.

1. EL SUFRIMIENTO EXISTE PARA QUE MUCHOS BUSQUEN LA SALVACIÓN

    En el preciso instante en el que una catástrofe tiene lugar, ya dijimos que de manera automática muchos comienzan a escudar sus propios actos tras la culpabilización de Dios. Dios ya sabe de antemano todo lo que va a suceder en la historia de su creación, todos sus desastres, sus guerras, sus sufrimientos y sus delitos. Sabiendo todo esto, Dios emplea el sufrimiento para acercarnos más a Él, dado que no hay mayor catástrofe en el universo que el infierno, y Él no quiere que nadie tenga que experimentar la peor desgracia que se puede vivir en la eternidad: “Porque de tal manera amo Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todos los que en él crean, no se pierdan sino que tengan vida eterna.” (Juan 3:16). Dios no desea que nadie sufra, ni se regodea mientras contempla cómo nuestras malas acciones nos alcanzan con sus consecuencias. Dios ve entristecido cómo la corona de su creación se autodestruye y se auto-aniquila, usando su libre albedrío para tramar maldades y perversiones para con su prójimo.  Sin embargo, Dios permite que los desastres ocurran para que muchos lleguen a despertar del sopor y el letargo en el que el pecado les ha sumido, y puedan asimilar su mortalidad y finitud, de tal modo que reaccionen buscando respuestas espirituales a su sentido existencial.

2. EL SUFRIMIENTO EXISTE PORQUE LAS ADVERTENCIAS SON IGNORADAS

     El otro día, mirando el telediario, una noticia me llamó poderosamente la atención. En una localidad española por la que atravesaba un tren, decenas de personas morían atropelladas por éste en un paso a nivel. En un principio me pregunté si las autoridades no habrían colocado barreras, señalización o cualquier otro instrumento de advertencia a los viandantes. Sorpresivamente, las personas que morían arrolladas por el tren lo hacían porque pasaban atravesaban las vías sin importarles las barreras y semáforos que les avisaban del paso de un convoy ferroviario. La gente se indignaba porque el paso no era subterráneo y porque tenían que esperar mucho tiempo para pasar de un lado de la ciudad a otro. Pero lo cierto es que después de todo, las víctimas de los atropellos habían infringido las leyes y habían hecho caso omiso de las advertencias claramente visibles a ambos lados de la vía. Lo mismo sucede cuando el ser humano abusa de sustancias estupefacientes, cuando se come demasiado o demasiado poco, cuando no se ejercita físicamente, cuando el cuerpo comienza a dar señales claras de dolor e incomodidad. El organismo se queja y empieza a evidenciar que, o se cambia de dirección en términos de salud, dieta y ejercicio, o la fosa se acerca a pasos agigantados.

    Con el alma sucede exactamente lo mismo. La depresión, la amargura, el abatimiento, las fobias, los celos y el orgullo son signos evidentes de que algo no está funcionando correctamente en nuestra vida espiritual, y que, o cambiamos de ruta, o nos vemos abocados la muerte del alma. ¿Cuántas veces ignoramos las advertencias de peligro inminente pensando que somos como el Titanic, transatlánticos indestructibles? Dios nos avisa y alerta continuamente de nuestra vana manera de vivir. Y como un perfecto caballero que es, Él nos permite escoger nuestro curso en la vida. Como Dios omnisciente que es, Él es capaz de ver el tren que llega o los icebergs que aparecen delante de nuestras elecciones, y por ello, a través de su Palabra y de su Espíritu Santo, no deja de mandarnos innumerables señales para que reajustemos nuestro GPS vital: “Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará todas tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme al Señor, y apártate del mal; porque será medicina a tu cuerpo, y refrigerio para tus huesos.” (Proverbios 3:5-8). Si escogemos ignorar las advertencias que Dios pone a nuestra disposición, solo nosotros seremos responsables de todo lo que nos ocurra. Dios ni puede ni debe ser culpado de nuestras tragedias, pero siempre estará ahí, preparado con su bote salvavidas para ser rescatados de nuestra mala cabeza si se lo pedimos sinceramente.

3. EL SUFRIMIENTO EXISTE PORQUE LO FABRICAMOS CON NUESTRAS PROPIAS MANOS Y NUESTRAS PROPIAS MALAS ELECCIONES

     Dios siempre desea protegernos de aquellos que nos quieren herir y dañar, pero ¿qué sucede si las personas que nos hacen daño somos nosotros mismos? Reconozcamos que frecuentemente son nuestras insensatas decisiones las que descomponen nuestras vidas o dañan a aquellos a los que amamos. De algún modo, nosotros somos muchas veces nuestro peor enemigo. Decidimos egoístamente o presas de la envidia y la codicia nos entregamos a conseguir nuestros sueños y anhelos sin importar los medios que tengamos que emplear, y las consecuencias suelen ser de dimensiones trágicas, tanto para nuestro propio ser como para el prójimo. Nuestra mente orquesta nuevas maneras de dar rienda suelta a nuestros deseos pecaminosos y desordenados, y nuestras manos se encargan de dar forma real a las barbaridades que cometemos. A veces el Señor tiene que blandir su vara de avellano para azotar nuestro cuerpo y nuestra alma, de tal suerte que pueda defendernos de nosotros mismos. Cuando Dios nos disciplina siempre se trata de un acto de protección divina que intenta salvarnos de nuestro egocentrismo: “No menosprecies, hijo mío, el castigo del Señor, ni te fatigues de su corrección; porque el Señor al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.” (Proverbios 3:11-12). Es verdad que la corrección de Dios duele, pero más duele saber que nuestros actos despreciables han podido ocasionar daños irreparables en nuestra mente y en la vida de los demás.

    Todo en la vida tiene su precio. Si siembras tormentas, recogerás tempestades. Si realizas malas elecciones en la vida, las consecuencias te alcanzarán tarde o temprano. Aunque creas que puedes hacer lo que te dé la gana para satisfacer tus apetitos equivocados y retorcidos, no podrás evitar que las secuelas de tus actos te persigan durante el resto de tu existencia. Tal vez hoy disfrutes de las mieles de buscar el placer en lugares erróneos, pero mañana las hieles de tu pecado minarán y carcomerán tu cuerpo y tu mente. Si no encontramos tiempo para estudiar la Palabra de Dios, la cual nos alecciona contra las malas decisiones, tendremos que pagar el precio cuando la avalancha de problemas nos quebrante y abrume. Es preferible hacer caso de las recomendaciones que Pablo hace a su pupilo Timoteo: “Procura con diligencia presentarte ante Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.” (2 Timoteo 2:15).

4. EL SUFRIMIENTO EXISTE PARA EL PROPÓSITO DE UN NUEVO CRECIMIENTO

     La figura de la poda es una buena imagen para ilustrar este propósito de crecimiento: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.” (Juan 15:1-2). Del mismo modo que una vid debe ser podada y limpiada para que produzca mayor fruto, nuestras vidas también han de ser “podadas” y purificadas a través del dolor y el sufrimiento para seguir creciendo y madurando espiritualmente. Esta poda que el Señor hace en la vida de sus hijos es un recurso que Él emplea para garantizar nuestra felicidad eterna, aun cuando esto pueda parecernos que atenta contra nuestro bienestar terrenal y temporal. El hecho de que seamos podados y limpiados nos debe recordar que somos seres limitados por el tiempo y el espacio, y que el cielo como lugar de plenitud vital y satisfacción absoluta, no se halla en la tierra. Los sufrimientos y los sacrificios de una persona pueden llevar a la inspiración y salvación de muchos, puesto que muchos de los grandes triunfos y victorias suelen emerger de las tragedias más grandes. El apóstol Pablo era consciente de esto: “Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos.” (2 Corintios 1:6). De hecho, ¿qué sería de nosotros si Dios no hubiese permitido que Cristo hubiese sufrido en nuestro lugar?: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Hebreos 12:2).

     Dios quiere fortalecernos en la fe, y para ese propósito emplea el sufrimiento en las pruebas que nos sobrevienen. De la misma forma que el metal para endurecerse debe templarse en el yunque por el martillo, que para conseguir un diamante el carbono deba sufrir una presión increíble, que la cerámica sea producto de la exposición de arcillas a altísimas temperaturas o que el atleta tenga que encontrar sus límites poniendo a prueba su cuerpo, así el alma es robustecida por la acción del sufrimiento. Algunos pueden llegar a pensar que Dios los está castigando de alguna manera, sin embargo, la prueba suele ser evidencia de que Dios nos está preparando, fortaleciendo y refinando para cumplir sus propósitos sabios y justos. El Señor conoce nuestros límites, y de ahí su declaración en boca de Pablo al respecto: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.” (1 Corintios 10:13).

    En determinadas ocasiones especiales, Dios utiliza el sufrimiento para encomendarnos una misión especial. Es lo que se conoce como “misioneros de la circunstancia”. A veces es preciso que pasemos por el valle del dolor para ser ayuda y consuelo a otros o para poder acercar a Cristo y su evangelio a personas que también pasan por las mismas situaciones dolorosas que nosotros: “Porque de la manera en que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda por el mismo Cristo nuestra consolación… Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación.” (2 Corintios 1:5, 7).

5. EL SUFRIMIENTO EXISTE PARA EVITAR UN MAYOR SUFRIMIENTO MÁS TARDE

      Todos conocemos para qué sirven las vacunas. Y sabemos que para administrarlas, hasta que inventen un sistema indoloro para inocularlas, es preciso causar un determinado dolor cuando nos ponen la inyección. Del mismo modo, a veces una pequeña cantidad de sufrimiento o aflicción es capaz de generar sabiduría y prudencia en la persona que lo padece. Es como esas pequeñas descargas eléctricas de algunos vallados de la ganadería que impiden, después de varias experiencias dolorosas, que las reses vuelvan a acercarse a las vallas con la intención de escapar. No son descargas letales, pero sí que ayudan a evitar males mayores si huyen y son atrapadas por los animales salvajes devorándolas. Podríamos decir que es ese cayado del pastor que a veces debe dar un toque de atención doloroso a sus ovejas para que no se desmanden ni se descarríen. Si estos mecanismos disuasorios no existieran, el desastre estaría servido y la enfermedad y la muerte se cebarían irremisiblemente. El sufrimiento, por tanto, en dosis pequeñas nos ayudan a evitar y eludir las dramáticas consecuencias de acciones peores y mortales.

6. EL SUFRIMIENTO EXISTE PORQUE NOS HEMOS SEPARADO DE DIOS PARA VIVIR EN UN MUNDO CAÍDO

    La ilustración que mejor refleja esta realidad es la de nosotros sentados en la rama de un árbol mientras la cortamos con un serrucho. Tarde o temprano, caeremos al vacío producto de nuestra insensatez. Lo mismo sucede en relación con Dios. El Señor es el tronco que sostiene a la rama, la cual a su vez nos sostiene a nosotros. Si nos empeñamos en separarnos de la voluntad de Dios y de su presencia, nuestra caída será eterna y dramática a más no poder. Cuando cortamos con nuestro sustentador divino, no podremos sorprendernos cuando nuestras vidas toman derroteros trágicos y dantescos. No podemos esperar caminar a nuestras anchas por la vida sin considerar a Dios y tener existencias felices y exentas de sufrimientos y problemas. Trayendo de nuevo la imagen de la vid del evangelio según Juan, nada podemos hacer si no permanecemos unidos al tronco que es Cristo. Eliminar a Dios de la ecuación de nuestras vidas solo nos reportará vacío espiritual, distorsión moral y dolor físico incalculable. Pero si nos volvemos a Dios y entablamos una relación estrecha e íntima con Él, la promesa de abundancia y provisión será una realidad palpable en medio de las desgracias: “Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios.” (2 Corintios 9:10-11).

    En esta separación de Dios, acontecimiento cuyo origen se halla en la caída del Edén, hemos de entender que vivimos en un mundo así mismo caído. Ya no vivimos en el paraíso perdido del Edén. Nuestra vida ahora se desarrolla en el medio hostil de un mundo moribundo y enfermo en cuerpos moribundos y enfermos. Nuestras decisiones suelen estar plagadas de insensatez, estupidez e imprudencia porque nuestras almas han sido y son corrompidas por el pecado. Por mucho que nos afanemos en encontrar “Eldorado” en este mundo, por mucho que nos esforcemos por hallar paz, satisfacción y justicia en esta tierra y por mucho que nos devanemos los sesos en busca de la verdadera felicidad en esta bola de tierra y agua, lo cierto es que perderemos el tiempo, las energías y la cordura. Todo lo que sucede en este mundo caído es producto de nuestras degeneradas visiones de lo correcto y fruto de la ambición y el orgullo humanos, ¿cómo podemos pretender que no se sucedan en el mundo los desastres, las enfermedades y las guerras, si el corazón humano ha sido capaz de contaminar aquello que era bueno en gran manera con sus actos viles y malvados? 

     Sin embargo, no todo está perdido para nosotros. Dios sigue trabajando para que podamos volver al paraíso, al lugar en el que el ser humano caminaba junto a Dios en una relación de amor mutuo y plenitud de vida. Lo hace a través de Cristo esperando la decisión más acertada y más sabia que podamos tomar durante toda nuestra existencia: seguirle para vivir eternamente unidos a él: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21:4).

CONCLUSIÓN

    Retomando a Job y a su desesperación al principio de sus desdichas, tal vez tú te halles en su misma situación. Posiblemente no entiendas el porqué de tu sufrimiento en un primer momento, pero al igual que Job, podrás ver el panorama completo del plan de salvación en el cual Dios te incluye para añadir valor a lo que estás pasando: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás. De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza.” (Job 42:1-6).

Comentarios

Entradas populares