LIBRES DEL MIEDO





SERIE DE SERMONES “LA LIBERTAD CONCEDIDA POR CRISTO”

TEXTO BÍBLICO: 2 TIMOTEO 1:6-8

INTRODUCCIÓN

      El miedo tiene mil caras que nos hacen estremecer y sufrir. Si lo pensamos bien, el miedo forma parte de nuestro día a día, bien de manera consciente o bien inconsciente. Temer por nuestra vida, por nuestra integridad física, por nuestros seres queridos, por perder algo que tenemos en alta estima, por no ganar algo que se halla casi a nuestro alcance, o por qué será de nosotros en el futuro, son solo algunos ejemplos de sensaciones desagradables y poco tranquilizadoras que a menudo nos abruman. ¿Quién no ha tenido miedo alguna vez? ¿Quién no tiene alguna clase de fobia? ¿Quién puede decir que no teme a lo desconocido, a la muerte o al dolor? El ser humano, desde que dejó la puerta abierta al pecado con su insensata y sistemática desobediencia a Dios, también ha permitido que el pánico y el temor se asienten en nuestros corazones. A veces el miedo es útil para evitar catástrofes personales, ya que nos advierte de las consecuencias negativas de determinados actos. Incluso, con su carga de adrenalina, el miedo nos hace sentir vivos, y por lo tanto, susceptibles de reconocer nuestra fragilidad y mortalidad. 

    Horacio, poeta latino, dijo una vez que “quien vive temeroso, nunca será libre”, y tenía toda la razón. Aquel que vive temiendo constantemente y por cualquier cosa se halla enclaustrado en la cárcel del miedo y los grilletes del pánico le impiden moverse con libertad en la vida. El miedo provoca en las personas una sensación de sospecha que trasciende lo recomendable hasta alcanzar cotas realmente obsesivas. En muchas ocasiones el miedo se torna en algo completamente irracional y se recela de todo y todos de manera desmesurada. Esto provoca en ellos una angustia recurrente y constante que limita lo que sería un normal comportamiento social. Una fobia comienza cuando una persona  tiende a organizar su vida procurando evitar el objeto de su miedo, lo cual lleva a despreocuparse de todo en previsión de futuras e inminentes amenazas a su persona. 

     De modo parecido, encontramos a Timoteo, pastor de Éfeso y discípulo de Pablo,  sufriendo un episodio de ansiedad que le impide llevar a buen término la labor ministerial que debía ejercer en su iglesia. Por todos lados, desde que llega a Éfeso para principiar su tarea pastoral, comienzan a lloverle críticas, burlas y menosprecios. Unos se rebelan contra la autoridad pastoral de éste dada su juventud e inexperiencia, otros predican y enseñan falsas doctrinas ante las cuales se ve impotente a la hora de combatirlas, además tiene una salud bastante frágil y su temperamento es más bien tímido y retraído. Ante este conjunto de elementos negativos, su llamamiento se ve profundamente afectado. Anímicamente se encuentra en horas bajas y contempla cómo todo se escapa de su control en la iglesia efesia. El miedo y el temor han sembrado en su espíritu las semillas del fracaso y de la vergüenza en el momento de dar testimonio de Cristo: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.” (v. 8). La cobardía está haciendo mella en su actitud y en su fe. Menos mal que Pablo acude a su rescate, brindándole aliento, consolándole, aconsejándole y recordándole cuál debe ser su cometido a la hora de cumplir con el llamamiento que Dios le ha encomendado.

     Las palabras de Pablo deben sacudir la creciente insensibilidad y dejadez de Timoteo. Timoteo necesita recibir el impacto certero y contundente de los consejos del apóstol para despertar ante la evidencia de que la llama de su don espiritual está menguando a pasos agigantados. Antes de que este fuego del Espíritu Santo se extinga o deje de influir como es debido en su desempeño pastoral, Pablo se cree con el deber de exhortarle a repensar su identidad en Cristo y la naturaleza del don carismático que el Espíritu de Dios le ha concedido: “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.” (v. 6). Estas palabras, dichas con sincero cariño y claridad meridiana, son también palabras que hemos de atesorar para nosotros mismos cuando el miedo o el temor quieran apoderarse de nosotros, bien en nuestra dinámica cotidiana o bien en el desempeño de nuestros dones espirituales en el seno de la comunidad de fe. Cristo nos ha liberado del temor y de cualquier miedo que pudiéramos tener antes de conocerle, y por tanto, en el ánimo dado por Pablo a Timoteo encontramos el verdadero espíritu que debe primar por encima de todo sean cuales sean las circunstancias a las que nos enfrentemos en la vida.

A. EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO DESTRUYE TODO TEMOR

“Pues no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder…” (v. 7)

     El poder que destila el Espíritu Santo en nuestro corazón nos libera de todo temor. No es un poder propio, nuestro, conseguido por méritos o que moldeamos a nuestro antojo. Se trata del poder absoluto de Dios que se manifiesta en cada creyente para conferirle fortaleza de carácter en el desempeño de la autoridad delegada de Dios. Este poder del Espíritu Santo nos da confianza plena en que seremos capacitados de manera perfecta y oportuna para ejercer nuestro don en medio de la iglesia de Cristo. Cuando queramos poner en marcha nuestros dones espirituales en el seno de la comunidad de fe, a buen seguro encontraremos obstáculos, críticas o impedimentos que intenten hacernos dar por vencidos, o incluso nosotros comenzaremos a poner excusas cuando se trate de trabajar para el Señor. Sin embargo, si el poder de Dios recorre nuestro espíritu, cualquier miedo a fracasar, a las barreras o a los prejuicios, desaparecerán como si nunca hubiesen existido. 

    El poder del Espíritu Santo es proverbial en cuanto a sus efectos. Cuando éste se desata en nosotros, la misión integral de Dios para la iglesia cristiana ve cumplida con creces su propósito evangelizador: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8). El poder del Espíritu Santo nos libra del temor para darnos esperanza ante el porvenir: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.” (Romanos 15:13). Cada palabra que surja de nuestros labios en relación a la predicación del evangelio de Cristo marcará una diferencia en aquel que nos escuche, puesto que el poder del Espíritu lo convencerá de pecado y juicio: “Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder.” (1 Corintios 2:4).

B. EL AMOR DEL ESPÍRITU SANTO ECHA FUERA CUALQUIER TEMOR

“Pues no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de amor…” (v. 7)

      El miedo tiene las horas contadas cuando el amor aparece en escena. Cuando amamos a alguien o somos nosotros los que somos amados, y lo hacemos de todo corazón y sin dobleces, ya no sentimos miedo. Sabemos que estamos a buen recaudo y que el amor que prodigamos y que nos prodigan es un millón de veces más poderoso que cualquier atisbo de temor que pueda tratar de nublar nuestras vidas. El apóstol Juan tenía muy claro este asunto cuando escribe lo siguiente: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” (1 Juan 4:18). ¿Qué podemos temer si somos amados por Dios? ¿Quién podrá arrebatarnos el gozo de la salvación sabiéndonos queridos y estimados por Dios? ¿Qué clase de miedo podrá haber en medio de una congregación de santos que se aman mutua e incondicionalmente como Cristo nos amó a nosotros? Si ese amor agape habita en nuestras vidas, éstas vivirán por y para los demás, sirviéndoles cumplida y voluntariamente en todo. 

     El amor cuya fuente es el Espíritu Santo es un fruto sumamente apreciado en la iglesia. Este amor nos permite sobrellevar con gozo y paz cualquier desavenencia, conflicto o disparidad de criterios. Este amor favorecerá nuestra comunicación y comunión con los demás creyentes. Este don inefable y maravilloso construirá un entramado de relaciones fraternales inquebrantable e inasequible al desaliento y los miedos. El amor de Cristo demostrado en la cruz presidirá nuestras palabras, hechos y pensamientos para seguir extendiendo esta red de gracia y misericordia allí donde el Señor nos ha colocado. El miedo al futuro ya no tendrá sentido, ya que la esperanza depositada en la voluntad firme y preciosa de Dios no nos decepcionará ni defraudará nunca: “Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5).

C. EL DOMINIO PROPIO DEL ESPÍRITU SANTO NOS HACE INMUNES AL MIEDO

“Pues no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de dominio propio…” (v. 7)

      Uno de los efectos más terribles que causa el miedo es desplegar el caos y el desconcierto en nuestras vidas. Por un instante tenemos todo controlado y planificado, y en un segundo un solo pensamiento de que lo que hemos logrado se va a malograr, y el castillo de naipes se viene abajo. El temor logra en nosotros que alberguemos dudas sobre todos y todo, coloca en nuestra mirada la sospecha, marca en nuestro rostro las arrugas de la preocupación y da rienda suelta a la imaginación hasta desembocar en ideas irracionales, delirantes y obsesivas que ponen bajo cautiverio nuestro estilo de vida. El temor a fracasar o a sufrir contratiempos antes de que éstos sucedan puede trastornar enormemente nuestra habitual manera de ver el mundo. Tal vez Timoteo estuviese pasando por este trance. Puesta en duda su autoridad y experiencia pastoral, con problemas considerables de salud y con un carácter extremadamente sensible al qué dirán y a las burlas de sus oponentes en la iglesia, el autocontrol habría saltado por los aires. Sería un manojo de nervios abocado a pasar cada día con ansiedad y estrés terribles.

     El Espíritu Santo posee la vacuna que palía y erradica por completo el virus del temor de nuestras vidas. Se llama dominio propio o autocontrol. Esto se traduce en dejar que sea el Espíritu de Vida el que lleve la voz cantante en cada área de nuestras existencias para que podamos cultivar una autodisciplina que agrade a Dios y que sea de ejemplo y modelo para aquellos a los que vamos a servir o ministrar. Supone llevar el poder y el amor del Espíritu Santo a la práctica dentro de los cauces establecidos por la Palabra de Dios y dentro del paradigma de dominio propio que es Jesús. Se trata de manejar con sensatez el miedo y el pánico, de tal manera que sea el Espíritu de Dios el que nos guíe a la victoria sobre nuestros temores y fobias personales. De este modo seremos capaces de olvidarnos de cualquier amenaza para cooperar con la gracia inconmensurable de Dios. Una vida ordenada a través de la obra santificadora del Espíritu de Cristo es una vida en la que el temor ya no tiene cabida.

CONCLUSIÓN

     Timoteo, como buen hijo espiritual de Pablo, seguramente seguiría la prescripción espiritual que el apóstol le daba, ya que ésta no partía de una teoría o de unas simples palabras. Pablo tuvo también que pasar por muchas vicisitudes y tuvo necesariamente que enfrentarse a sus miedos y temores. Sin embargo, él quiere que su experiencia personal lo acompañe en su camino a la restauración y avivamiento del fuego de su don pastoral: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo , porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros.” (vv. 12-14). Que también estas palabras de ánimo y amor fraternal nos sirvan hoy a nosotros para confesar día tras día que Cristo en la libertad que nos ha dado, ha derrotado cualquier temor o miedo que pudiera acosarnos.

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