SANIDAD A TRAVÉS DEL QUEBRANTAMIENTO
SERIE DE
SERMONES “PARADOJAS CRISTIANAS”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 51:10-14
INTRODUCCIÓN
Martín
no estaba pasando por el mejor momento de su vida. De un tiempo a esta parte
una sensación desconocida y muda se apoderaba de su voluntad. Sus fuerzas,
antaño pletóricas, de repente comenzaban a menguar peligrosamente. No sabía muy
bien por qué, tal vez las preocupaciones, quizás el estresante modo de vida que
llevaba. Lo cierto es que un vacío existencial que había tratado de llenar con
toda clase de experiencias estaba arrastrándolo a una desesperación progresiva
y autodestructiva. Después de sentarse y pensar acerca de sus sueños, planes y
objetivos para su vida, había llegado a la triste y patética conclusión de que
había perdido completamente el norte. Su mente se retorcía en busca de
respuestas a preguntas que nadie había logrado contestar. Ni la política, ni la
filosofía, ni el misticismo religioso habían podido dar una solución a su vacua
trayectoria vital. Su existencia se estaba convirtiendo en un auténtico
infierno mientras la depresión se adueñaba de sus emociones, de su cuerpo y de
su alma. Comenzó a aislarse de los demás, desdeñando cualquier ayuda y
entregándose a llorar en los momentos más impensables.
¿Qué
ocurría en las profundidades del alma de Martín? ¿Por qué sus días pasaban sin
pena ni gloria delante de sus apagados ojos? El diagnóstico no por sencillo de
descubrir significa que no deje de ser un mal endémico en la sociedad en la que
vivimos. Los especialistas de la psicología y la psiquiatría coinciden en que
el ser humano, aparte de padecer determinadas dolencias físicas, también está
sujeto a enfermedades mentales y espirituales que repercuten negativamente en
la integridad y esencia de su ser. Por poner un ejemplo muy ilustrativo y
contemporáneo, no dejamos de conocer a personas que como Martín se sumen en
depresiones terribles de las que es prácticamente imposible deshacerse, al
menos por medios humanos. La depresión es en nuestros días la enfermedad del
alma por excelencia. Juan Antonio Vallejo Nájera, escritor y psiquiatra,
afirmaba que “una de las amarguras de la depresión es que borra la idea y los
sentimientos de esperanza”.
David
tampoco estaba pasando por el mejor de sus momentos. Aunque parecía que todo
iba bien y que las cosas marchaban a las mil maravillas, la realidad que se
imponía era trágicamente otra. Este salmo es el producto de una experiencia
tremendamente dantesca por la que el rey anduvo gracias a su imprudencia e
insensatez. Después de haberse acostado con Betsabé, una mujer casada, después
de haber intentado engañar a un buen y fiel soldado como era su esposo Urías, y
después de querer ocultar su pecado y el embarazo de Betsabé con la urdimbre de
un plan traidor contra éste, David creía que podía vivir en paz, casándose con
la viuda y criando a su nuevo hijo. No había nada que sugiriese arrepentimiento,
contrición o culpa en todos los tejemanejes en los que involucró a otros para
tejer su mentira. El tiempo pasa y las cosas parecen aquietarse. La normalidad
comienza a encontrar su lugar en el paso de las jornadas y los meses. Hasta que
un buen día, el profeta Natán hace acto de presencia ante el rey con cara de
pocos amigos y le recrimina todas sus fechorías y crímenes. El rey
apesadumbrado por un recobrado sentimiento de culpa y reconociendo su maldad y
su vileza, vio como la vida de su hijo comenzaba a apagarse. David se sumió
entonces en un estado de luto y postración pidiendo a Dios que se compadeciese
de él y de su retoño. El deceso de su hijo fue lo que le hizo comprender lo
alejado que había estado viviendo de Dios y la locura de sus actos que ahora se
cobraban un precio de muerte. Mientras todo esto sucedía el rey salmista
entendió que necesitaba ser sanado espiritualmente para poder levantarse de
nuevo para seguir adelante con su vida.
En David,
al igual que en Martín y otros millones de personas que se encuentran en
situaciones límite de desesperación, dolor y angustia, que no ven la luz al
final del túnel de sus desgracias o que vivir ha dejado de tener interés para
ellos, una enfermedad mortal se había instalado en el corazón y el alma. La
depresión por la pérdida de un ser querido, por la enfermedad terminal de un
amigo o por haber sido defraudados por aquellos en los que confiábamos, logra
carcomer por dentro todo aquello que es bello, digno de ser disfrutado y
alegre. Al leer estos versículos del Salmo 51 nos podemos dar cuenta del
desastroso panorama en el que se encontraba el alma de David. Su corazón estaba
negro y polvoriento por causa de sus malas decisiones, de su alejamiento de
Dios y de su incapacidad de reconocer sus delitos ante Dios y los hombres. Su
espíritu se hallaba a la deriva, sin un norte hacia el que dirigirse, sin un
rumbo que le llevase a la sanidad espiritual. Sus acciones le hacían indigno de
presentarse ante un Dios santo que aborrece el pecado en todas sus formas. Sus
lágrimas de impotencia y su llanto de remordimiento le recordaban que ya no era
ni podía ser feliz. Había perdido definitivamente esa nobleza que le
caracterizaba al mentir, traicionar, robar, codiciar y asesinar para lograr el
deseo de sus ojos. Esta enfermedad estaba corroyendo poco a poco su alma,
aunque la dureza de su corazón no le dejase ver las cosas tal y como eran de
verdad.
Esta
enfermedad del alma también ha hecho estragos horribles en nuestras vidas en
algún momento de nuestra historia personal. Nos despreciamos tanto a nosotros
mismos por nuestros fracasos y errores que nos olvidamos de que Dios nos sigue
amando a pesar de todo. Estamos tan perdidos que nos olvidamos de la mejor
brújula que tenemos para encontrar la dirección que nos sane interiormente, la
Palabra de Dios. El miedo y el temor se apoderan de nosotros al pensar
equivocadamente que la salvación de Dios depende de nuestros actos y obras.
Lloramos por las esquinas de nuestra existencia asumiendo que no existe
esperanza ni remedio para nosotros y las consecuencias de nuestras acciones.
Una sensación de apatía e indiferencia comienza a cubrir todas nuestras expectativas
de felicidad y prosperidad. Dejamos que el corazón siga petrificándose hasta
mostrar la dureza del diamante, hasta ser impasibles e insensibles ante los
intentos de aquellos que nos quieren librar de esta enfermedad del alma.
Aunque de
manera momentánea y temporal un psicólogo o psicoanalista pueda hacer que
remitan los efectos de nuestra depresión espiritual, lo cierto es que tarde o
temprano ésta vuelve a resurgir para sumergirnos cada vez más en las oscuras y
asfixiantes aguas de la desesperanza. Necesitamos una solución definitiva,
radical, transformadora. Y esta solución solo podemos hallarla en Dios
entablando un diálogo sincero y descarnado en el que nos quebrantemos hasta el
tuétano ante su presencia. Necesitamos hacer caso de las indicaciones y la
posología de este medicamento para el corazón y la mente, del mismo modo que
obedecemos ante los consejos y sugerencias de nuestros médicos físicos. He aquí
el remedio para nuestros quebraderos de cabeza, para nuestras depresiones y
para nuestro vacío interior.
A. LIMPIEZA
DE CORAZÓN
“Crea en
mí, oh Dios, un corazón limpio.” (v. 10)
Para
alcanzar la sanidad espiritual es preciso comenzar nuestro quebrantamiento
personal rogando a Dios que purifique nuestro corazón. Necesitamos que el cirujano
celestial empuñe el bisturí de su perdón para extirpar de nuestro corazón
aquellas grosuras y tumores que impiden que seamos justos y honestos con
nosotros mismos, que obstaculizan la posibilidad de amar al prójimo como a
nosotros mismos y que embotan la capacidad de hacer el bien para la gloria y
honra de Dios. El quiste del pecado que ennegrece nuestra alma debe ser
arrancado y erradicado para que podamos considerar el futuro con una mirada
positiva y feliz. El único que puede sajar nuestras purulentas bubas es Cristo,
ya que con su muerte y resurrección nos permite abrir el pecho para que obre
limpiando y lavando nuestra vana manera de vivir: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno
se ofreció sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas
para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:14).
B.
RENOVACIÓN DE ESPÍRITU
“Y renueva
un espíritu recto dentro de mí.” (v. 10)
Tras la
limpieza y purificación del alma, después de extraer con éxito el pecado que
pringaba todos nuestros actos, pensamientos y palabras, necesitamos un corazón
nuevo, un espíritu renovado y restaurado que ya no viva para el pecado, sino
que funcione siempre en orden a caminar según la voluntad de Dios. Pablo
entendía esta idea así: “Renovaos en el
espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y la santidad de la verdad.” (Efesios 4:23-24). Aquellos latidos
desenfrenados y erráticos que dedicábamos a corromper nuestro cuerpo y mente
con los deseos pecaminosos de la carne, ahora deben ser reemplazados por un
nuevo corazón que bombea vida y deseos por ser cada día más como Cristo. Un
nuevo torrente sanguíneo brota de este renovado corazón para dar una distinta
perspectiva de la existencia. La rectitud reemplaza a la confusión y la
injusticia, de tal manera que ya no nos vemos a nosotros mismos perdidos en la
niebla de nuestras incoherencias e inconstancias. Un renovado espíritu suple a
un espíritu egoísta y torpe, y así el mundo se abre ante nosotros como un campo
de oportunidades, de libertad y de gracia en Cristo Jesús, Señor nuestro.
C.
PRESENCIA DE DIOS Y DE SU ESPÍRITU
“No me
eches de delante de ti, y no quites de mi tu santo Espíritu.” (v. 11)
Limpios y
renovados, es tiempo de vivir y latir apasionadamente por Cristo en nuestra
nueva vida. La lejanía que nos impedía considerar nuestras acciones e
intenciones a la luz de la voluntad sabia de Dios, ahora es cercanía, es
comunión, es amor dado y recibido. Ya no vivimos para nosotros mismos, sino que
sabiéndonos templos del Espíritu Santo ahora transitamos por la vida cogidos de
la mano de Dios. Ya no tememos ser despreciados de Dios, como otras personas
hicieron con nosotros. Ya no tenemos miedo de nada porque el Espíritu Santo
mora dentro de nosotros. Añorando su presencia estabilizadora, cuando nos
quebrantamos espiritualmente, estamos acercando nuestros pasos a Alguien que
nunca se fue. Fuimos nosotros los que lo echamos de delante nuestro, fuimos
nosotros los que entristecimos al Espíritu Santo con nuestro desprecio por su
guía y cuidado. Y sin embargo, cuando le pedimos que no nos rechace, Él siempre
se muestra magnánimo y misericordioso con nosotros. Su presencia es nuestra
mejor medicina para sanar día tras día nuestra enfermedad espiritual: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu
presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.” (Salmos
16:11).
D. ALEGRÍA
Y SUSTENTO ESPIRITUAL
“Vuélveme
el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente.” (v. 12)
Ese gozo
que perdimos cuando nos embolicamos y enredamos en nuestras pasiones
desordenadas y perversas, es posible volver a reencontrarlo en Cristo. Esos
días que pasaban grises y amargos mientras decidíamos qué hacer con nuestras
vidas sin contar con Dios, han dado paso a días azules y soleados de certezas y
satisfacciones plenas. La salvación, el motivo de alegría y gratitud más grande
que tenemos como creyentes en Cristo, recupera así su verdadera dimensión y
alcance en nuestros días. Ya no contemplamos el porvenir bajo nubarrones negros
de desdicha y oscuridad, sino que colocamos nuestra mirada en el autor y
consumador de la fe que es Cristo para ser sustentados por la nobleza que éste
comparte con nosotros. Esa santidad de vida, ese amor inconfundible y esa rectitud
en el trato con los demás respaldan y sostienen nuestra adhesión a Cristo,
nuestro Señor y Salvador.
Los
efectos saludables y curativos que el quebrantamiento sincero ante Dios tiene
se multiplican siendo compartidos con el mundo. Ahora que hemos recibido la
sanidad de nuestra alma por medio del poder, la gracia y el perdón de Dios, no
podemos dejar de contar a todos lo que Él ha hecho en nuestros corazones: “Entonces enseñaré a los transgresores tus
caminos, y los pecadores se convertirán a ti.” (v. 13). Conociendo casos de
personas que como nosotros se encuentran en situaciones parecidas o similares,
nuestra es la responsabilidad y el privilegio de proclamar el poder restaurador
y sanador de la cruz. Nuestra es la oportunidad de enseñar el camino de la
sanidad espiritual a amigos, familiares y conocidos con problemas de
autoestima, de depresión, de vacío existencial o de falta de objetivos en la
vida. Nuestro es el bendito trabajo de traer a los pies de Cristo, nuestro gran
médico del alma, a aquellas personas que todavía viven bajo la tiranía del
pecado y la incredulidad.
Algo
precioso y de incalculable valor para no recaer en nuevos episodios de
enfermedad espiritual o de depresión mental, es rogar todos los días a Dios que
no nos permita caer en tentación del mal, en sucumbir de nuevo a la tentación
de lograr nuestros deseos y sueños a toda costa sin importar el precio. David
sabía lo que se hacía, y no duda ni por un instante en solicitar a Dios fuerzas
para no volver a incurrir en los mismos errores del pasado, para no volver a
verse involucrado en futuros asesinatos como el que urdió en contra de Urías: “Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi
salvación.” (v. 14). El Señor es como esa clase de médicos que velan por un
seguimiento continuo y constante de la salud de sus pacientes. Dios se preocupa
por nuestra salud espiritual y está a nuestro alcance las 24 horas del día,
siempre disponible a una oración de distancia.
CONCLUSIÓN
Sea cual
sea la dolencia que atenaza tu corazón, Dios puede sanarla por completo. No
desesperes ni sufras más intentos personales por solventar tu problema. Cristo
es el médico del alma que transformará tu vida de pies a cabeza a través de su
obra redentora en la cruz. Solo debes dejarte tratar por el que mejor conoce
todo tu ser. Únicamente debes quebrantarte ante el Señor con fe y con
sinceridad, y Él hará su trabajo de remodelación, purificación y curación.
Prueba el poder revitalizador de Dios, y como David, podrás decir en adoración
tras la sanidad: “Cantará mi lengua tu
justicia.” (v. 14)
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