VICTORIA A TRAVÉS DE LA RENDICIÓN
SERIE DE
SERMONES “PARADOJAS CRISTIANAS”
TEXTO
BÍBLICO: MARCOS 8:35-38
INTRODUCCIÓN
Todos
aquellos que comienzan a comprender las profundidades de las Escrituras pueden
llegar a la conclusión de que los valores que se ensalzan desde las instancias
sociales no se corresponden con los principios que se desprenden de las
enseñanzas de Cristo. Es más, en muchas ocasiones, cuando asimilan las
lecciones de Jesús en los evangelios, se dan cuenta de que la lógica de Dios
está bastante alejada de la humana. Aquellos valores que se consideran en el
día de hoy como deseables, a la luz de la Biblia muchos de ellos son
enfrentados con las realidades espirituales que emanan directamente de Dios.
Por eso, cuando encontramos que la victoria se logra a través de la rendición,
o que uno es fuerte en sus flaquezas, o que la sanidad se adquiere con el quebrantamiento,
o que la humildad es más valiosa que el orgullo, las luces de nuestras mentes
se encienden para querer entender qué misterio se oculta tras estas paradojas.
Una
paradoja es por definición un “dicho o
hecho que parece contrario a la lógica.” En términos literarios ésta se
trata de una “figura de pensamiento que
consiste en emplear expresiones que aparentemente envuelven contradicción.”
Las paradojas cristianas encierran en sí mismas más sabiduría y conocimiento de
lo que realmente es apreciable y valioso, que en dejarse llevar por la
corriente fácil y atractiva de la concepción de la existencia que este sistema
mundial corrompido por el pecado propone. Aun cuando escuchamos a personas que
nos puedan tachar de locos o insensatos por querer vivir una vida entregada a
demostrar que las paradojas cristianas son verdad y libertad para el que cree
en Cristo, el que se considera a sí mismo su discípulo, no debe por menos que
prestar atención a las implicaciones eternas y definitivas que se desprenden
del evangelio. Por eso, posando nuestra mirada en las cosas de arriba que son
imperecederas y mucho más beneficiosas para nuestra alma, nos disponemos a
conducirnos en la vida de acuerdo a lo que Jesús nos enseñó, y que es
tropezadero para los judíos y locura para los incrédulos gentiles.
A. LA
VICTORIA SE ALCANZA RINDIENDO NUESTRA VIDA A CRISTO
“Porque
todo aquel que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida
por causa de mí y del evangelio, la salvará.” (v. 35)
¿En qué
se traduce la victoria según la opinión y perspectiva de este mundo? ¿En qué
formas podemos conocer que una persona es exitosa según los parámetros del
sistema ideológico terrenal? Aristóteles
Onassis aseguró en una ocasión que “para
lograr el éxito, mantenga un aspecto bronceado, viva en un edificio elegante,
aunque sea en el sótano, déjese ver en los restaurantes de moda, aunque sólo se
tome una copa, y si pide prestado, pida mucho.” Según una psicóloga, tener
éxito supondría “disfrutar de una
relativa abundancia y estabilidad económica, alcanzar un puesto profesional de
mayor o menor responsabilidad que aporte seguridad, gozar de una relación de
pareja fructífera, conseguir una casa en propiedad y tener una red social de
amistades más o menos buena.” Ante esta idea de lo que significa ser una
persona victoriosa en la vida, se aportan los medios necesarios para alcanzar
esta meta: “La eficacia de la red de
contactos, la familia de donde se proviene, el azar, los recursos de los que se
disponga, y comportamientos dudosamente éticos.” Es curioso como esta
sicóloga deja claro que ese ideal del talento y del trabajo duro para llegar a
la cúspide del triunfo es algo que solo algunos emplean para medrar.
Dados
estos registros de lo que significa en esta vida ser personas victoriosas, ¿qué
nos enseña la Palabra de Dios de boca de Jesús al respecto? ¿Acaso está mal
disfrutar de un holgado colchón financiero? ¿Es algo incorrecto desear un
trabajo que aporte estabilidad y realización? ¿Hacemos mal en anhelar una casa
propia o un sistema de relaciones humanas con las que socializar? Si leemos y
analizamos lo que Jesús quiere decir en este versículo 35, nos daremos cuenta
de que el problema no reside en buscar la prosperidad material, una
satisfacción laboral y afectiva o una sensación de seguridad y pertenencia. El
problema aparece cuando nuestra prioridad en la vida es todo esto. El problema
es cuando nuestras vidas se gastan y dispersan en lograr nuestros sueños sin
contar con la voluntad de Dios. El problema es cuando Cristo no es el centro de
nuestras prioridades.
Si somos
ricos o tenemos cierta capacidad adquisitiva cómoda, y empleamos todo nuestro
tiempo y esfuerzo en querer más, en atribuirnos esta riqueza a nuestro buen
hacer o en vivir con miedo a que alguien nos arrebate lo ganado, y no tenemos a
Cristo en nuestra vida, seremos los más ricos del cementerio, nada nos podremos
llevar al más allá y nuestro corazón será pesado en la balanza del juicio final
para perecer en el infierno. Si nos concentramos tanto en nuestras ocupaciones
que vivimos para trabajar, y no trabajamos para vivir, dejando de lado nuestra
comunión con Cristo, moriremos fatigados, perderemos momentos de valor con
nuestras familias y amistades, y hallaremos la soledad más atormentadora en la
condenación eterna. Si las personas a las que queremos se convierten en una
especie de ídolos que nos alejan de servir a Cristo como es debido y que
destronan a Dios como Soberano y Señor de nuestro caminar diario, la tristeza
de Lázaro se instalará en el corazón por toda la eternidad.
La
victoria solamente se consigue a través de nuestra rendición a Cristo. No hay
otro camino. No existe otra manera. Por mucho que nos afanemos en ser personas
exitosas en este plano terrenal, lo cierto es que la gloria que realmente nos
hará victoriosos es aquella de la cual nos hará partícipes Cristo. Otro
problema que surge con querer aferrarse a lo material, al estilo de vida
terrenal o a relaciones pasajeras, es que cuando se presenta el momento de dar
testimonio de la fe cristiana, se prefiera conservar lo presente y efímero en
detrimento de Cristo. ¡Cuántas personas no habrán cometido este gran error a lo
largo de la historia! ¡Cuántas vidas, pretendiendo seguir disfrutando de lo
prosaico y material, han abominado de Cristo, insultándolo y negándolo con un
único gesto de avaricia, codicia y egoísmo! Por el contrario, ¡cuántas vidas
han recibido su recompensa eterna perdiendo todo por lo que trabajaron y se
esforzaron por la causa de Cristo! Ateniéndonos al ejemplo de hermanos que nos
precedieron y que no estimaron como algo a lo que aferrarse todas sus riquezas
y pertenencias, ¿podríamos decir que actuaríamos del mismo modo que ellos? Si
se nos amenazara hoy con renegar de Cristo para seguir manteniendo nuestro
estatus, nuestras propiedades y aún nuestras vidas, ¿cuál sería nuestra
reacción y respuesta? Espero, hermanos, que en pro de la salvación de vuestras
vidas sepáis que el coste del discipulado significa rendirse completamente a
Cristo, cueste lo que cueste, sin lamentar por aquello que se perdió como la
mujer de Lot.
B. LA
VICTORIA SE ALCANZA RINDIENDO NUESTRA ALMA A CRISTO
“Porque
¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué
recompensa dará el hombre por su alma?” (vv. 36-37)
Si
nuestro estilo de vida debe estar presidido por nuestro seguimiento y rendición
al señorío de Cristo para tener vida y no muerte, del mismo modo nuestra alma,
lo más profundo de nuestro ser, debe someterse a Él. Nuestros pensamientos,
nuestras ideas, nuestros sueños, nuestras emociones, y nuestro temperamento
deben rendirse a Cristo completamente. Aquel que fía toda su alma en servir a
dos señores, Dios y el mundo, no podrá por menos que inclinarse más ante uno de
ellos que del otro. Ser políticamente correctos evitando los charcos del
enfrentamiento moral y ético de determinadas situaciones significa querer ganar
el mundo a costa de perder su nexo vital con Cristo. Bill Cosby, humorista
estadounidense, dijo que “no sabía cuál
es la clave del éxito, pero la clave del fracaso es intentar agradar a todo el
mundo.” No le faltaba razón. El mundo arrastra a los que quieren ser
discípulos de Cristo de una manera bestial y descomunal. Satanás, príncipe de
este siglo, susurra a los oídos vírgenes del neófito en la fe que puede
compaginar su interés por los deleites carnales con la devoción hacia Dios. Le
convence de que puede nadar entre dos aguas, que dependiendo de la situación
puede posicionarse en un lado u otro, que puede diluir sus convicciones
cristianas en filosofías paganas y que no hay nada de malo en echar una canita
al aire de vez en cuando, puesto que Dios ya la perdonará en su inmensa gracia.
Ganar el
mundo supone perder la comunión con Dios. Es plenamente incompatible querer aunar
servicio a Dios y satisfacer las demandas de este mundo. Lo atractivo que
resultan festividades que tienen sus raíces en la idolatría más flagrante, las
costumbres paganas disfrazadas de folklore y las conferencias humanistas sobre
la autoayuda y reafirmación personal, inducen a muchos creyentes a deslizarse
sin darse cuenta hacia la amnesia espiritual, la insensibilidad y hasta la
renuncia de seguir los pasos de Cristo en la vida. Tal vez puedan gozar por un
instante de estas cosas, pero solo momentáneamente, hasta que tengan que
comparecer ante Dios para ver sus almas sentenciadas a la segunda muerte, el
destino fatal y trágico para los que pretenden vivir mediocre y tibiamente
delante de Dios.
C. LA
VICTORIA SE LOGRA POR MEDIO DE LA RENDICIÓN DE NUESTRAS CONVICCIONES
“Porque el
que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y
pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la
gloria de su Padre con los santos ángeles.” (v. 38)
Vencer
en este mundo suele incorporar la idea de renunciar a cualquier principio
absoluto o fundamental siempre y cuando se logren unos intereses y beneficios
personales sustanciosos. Esta suele ser la cantinela de aquellos políticos que
dan una imagen de dignidad, nobleza e integridad, pero que cuando consiguen ser
elegidos para gobernar, donde dije digo, dije Diego. Todo ese maquillaje de
sentido de servicio al ciudadano, de velar por la justicia y el bienestar de
todos y de administrar correctamente los fondos públicos, se transforma en
muchas ocasiones en todo lo contrario. Sometiéndose a las presiones políticas,
financieras y sociales, son capaces de cambiar su discurso inicial en uno más
acorde con sus egoístas y parciales proyectos. Cambiar de chaqueta se ha convertido
en uno de los movimientos más habituales dentro de las instancias políticas y
gubernamentales. Ya lo decía Napoleón: “Si
quieres tener éxito, promete todo y no cumplas nada.”
Pero todo
aquello que se relaciona con la política solo es un ejemplo más de lo que
sucede en el corazón del ser humano. Se ha perdido ese fervor poderoso e
inmutable que hacía de un cristiano un modelo a imitar. Sabiendo que “todo lo que es nacido de Dios vence al
mundo; y que ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan
5:4), se ha perdido esa firme convicción de fe en Cristo que hace que el
creyente no dé un paso atrás cuando ha de dar cuentas de su adhesión a Cristo.
Sabiendo que el que cree que Jesús es el Hijo de Dios vence al mundo (1 Juan 5:5), se ha perdido la valentía
y el arrojo de aquellos siervos de Dios que no temían las represalias, las
burlas o los insultos de los incrédulos. Se ha perdido, en definitiva, rendirse
a Cristo para triunfar sobre las asechanzas de los enemigos del alma humana. Casi
nadie se avergüenza de avergonzarse de Cristo, de su mensaje de salvación, de
su cruz de juicio y vida. Ya pocos osan contradecir al incrédulo sobre su
adúltera y pecadora forma de vida, no sea que vayamos a recibir de éste amenazas,
críticas o furiosas y violentas respuestas.
Todos
quieren vencer y tener éxito en esta vida. De lo que no se dan cuenta es que la
verdadera victoria solo puede alcanzarse si en este plano terrenal nos
humillamos, nos sometemos y nos rendimos a Cristo. A los ojos del mundo seremos
unos miserables, unos fanáticos, unos enfermos mentales o unos
fundamentalistas. Pero a los ojos de Dios seremos más que vencedores en Cristo,
porque decidimos nadar a contracorriente, elegimos rebelarnos ante el orden
social establecido por Satanás, y optamos por vivir vidas consecuentes con el
evangelio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Si nos dejamos mangonear por
las apetencias terrenales o si nos involucramos en aquellas cosas que nos
apartan de nuestro ministerio de la proclamación del evangelio, debemos saber
que el precio de la traición hacia Cristo es muy alto, tan alto como que él
mismo se avergüence de nosotros cuando regrese de nuevo en gloria y majestad
para juzgar a vivos y a muertos.
CONCLUSIÓN
John Boyle O'Reilly, poeta y novelista
irlandés afirmó que “la llave del éxito
es el conocimiento del valor de las cosas.” Esta llave es una llave que el
cristiano puede adquirir al leer la Palabra de Dios. Tal vez parezca una
paradoja ilógica y lejana, pero ésta se nutre de una realidad espiritual
inevitable e insoslayable: un día habremos de presentarnos ante su trono para
conocer nuestro destino eterno.
Sabiendo que lo más valioso y preciado se encuentra en Cristo y solo en
él, podremos vivir de victoria en victoria hasta el triunfo final en la
presencia de Dios: “Mas gracias sean
dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1
Corintios 15:57). Si somos sabios al valorar por encima de todas las cosas
rendirse a Cristo en vida, alma y fe, nuestra victoria estará al alcance de
nuestras manos. Pero si somos tan insensatos como para apreciar más las cosas
de este mundo que a aquel que nos amó, dio su vida por nosotros, y resucitó
para darnos vida triunfal y eterna, fracasaremos estrepitosamente mientras los
abismos de fuego y azufre nos esperan con su ardiente llama.
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