FORTALEZA A TRAVÉS DE LA DEBILIDAD





SERIE DE SERMONES “PARADOJAS CRISTIANAS”

TEXTO BÍBLICO: 2 CORINTIOS 12:7-10

INTRODUCCIÓN

    Sentirse débil no es la mejor de las sensaciones. Ver como tus fuerzas te abandonan o como tu cuerpo va perdiendo su vigor no es que sea de lo más deseable. La enfermedad, el cansancio o el sufrimiento suelen provocar en nosotros no pocos pensamientos negativos. Lo que de verdad quisiéramos es poder levantarnos del lecho del dolor para seguir con nuestras vidas. Nunca podríamos decir que echamos de menos aquellos instantes en los que estuvimos postrados por un malestar. A menos que uno sea un poco masoquista, lo cierto es que todos los seres humanos sensatos y de buen juicio huyen de la debilidad. Además por todas partes recibimos la idea de que la fuerza, las energías y el vigor son la evidencia de una vida feliz y saludable. No vemos en los anuncios a personas achacosas, a jóvenes maltrechos o a niños con sarampión. Todos los actores y modelos que nos ofertan productos a diestro y siniestro son el paradigma de la salud, de la fortaleza y del optimismo de la vida.

    ¿Quién quiere ver mermadas sus aptitudes físicas o mentales? ¿Quién podría decir que es deseable tener que depender de otros porque nuestros remos están anquilosados? Nadie. El ser humano ha tratado por todos los medios y a lo largo de la historia calmar, aliviar y paliar los efectos de la enfermedad en el cuerpo y en la mente. De hecho, sigue intentando añadir años a la vida, investigando cómo arrebatar a la muerte y al deterioro la salud que se va perdiendo día tras día. Todos estamos sujetos a sufrir, a padecer el progresivo efecto de la corrupción de la carne, a escuchar como crujen los goznes y bisagras de nuestras articulaciones. Algunos con sus excesos lo único que logran es apresurar las marcas de la decadencia de la carne. Nadie se halla exento de esta realidad. Somos seres mortales y finitos que deben afrontar y asumir que nuestra existencia corporal solo es cenizas al viento. Sin embargo, a pesar de nuestra ajada carcasa carnal, podemos recibir una fortaleza que se encuentra más allá del bienestar corporal y mental. Estas renovadas fuerzas no proceden de nosotros, sino que son nuevas fuerzas que Dios nos ofrece para sobrellevar las inclemencias de la edad avanzada y para seguir caminando con pasos firmes en el terreno espiritual. Tal vez no nos acompañen nuestros brazos o piernas, pero siempre tendremos acceso a las abundantes e inacabables fuerzas de Dios.

    El apóstol Pablo no era una excepción a la regla de la enfermedad y el sufrimiento. Pero en vez de lamentarse de su suerte y en lugar de auto-compadecerse, entiende que aquello por lo que suspira el mundo, la salud física completa, es vanidad y futilidad si el alma se muestra débil, frágil y moribunda al no dejar que Dios se haga cargo de ella. Pablo nos da una lección después de tantos siglos acerca de lo que verdaderamente importa en la vida: un corazón fuerte que cuenta con Dios para su sostén y guía.

A. SOMOS FUERTES CUANDO LA DEBILIDAD NOS HACE HUMILDES

“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera.” (v. 7)

     Cuando leo este versículo lo primero que viene a mi mente son aquellos falsos maestros que predican el falso evangelio de la prosperidad. Estos pregonan a los cuatro vientos que el cristiano genuino no puede ni debe estar enfermo ni débil. Y ahora, miro a Pablo, y me pregunto si Pablo era un mal cristiano por reconocer que un aguijón en la carne lo estaba fastidiando continuamente. Considerar el sufrimiento como algo plenamente negativo, como una situación que lo único que hace es empeorar las cosas y avinagrar el carácter, o como un castigo de Dios por no vivir según sus mandamientos, es fruto de la ignorancia de los propósitos de Dios. Sabemos que los malestares físicos no son buen plato para nadie, pero asegurar que el sufrimiento no tiene en determinadas circunstancias un papel beneficioso para nuestra alma, es querer hundir más en la miseria a los que sufren cualquier enfermedad.

    Pablo reconoce en su malestar físico, el cual compara con un aguijón acerado y punzante que día y noche se ceba en su cuerpo, un plan divino. Y a pesar de que le duele una barbaridad, de que siente sus bofetadas sin cesar y de que es tan doloroso que lo atribuye al mismísimo Satanás, confiesa abiertamente que tal aguijón es un siervo enviado por Dios para cumplir un bendito propósito. ¿Cuál era ese propósito que hacía aullar de dolor al apóstol de los gentiles? Él mismo nos lo cuenta. Tras haber recibido revelaciones celestiales increíbles e inefables de parte de Dios, en su corazón había anidado la tentación de convertir esta experiencia maravillosa en una medalla espiritual que colocarse en el pecho. Sabía que existía el peligro de entregarse al orgullo espiritual. Tenía conciencia de que podía acabar abusando de algo único y precioso para alcanzar mayor reputación y fama entre los creyentes. Por eso esta afección prácticamente insoportable obedecía a cumplir el rol de humillador de soberbios. Este aguijón le recordaría siempre que de nada habría de presumir o vanagloriarse, sino que el don de Dios en forma de grandes revelaciones debía ser administrado bajo la sensatez y prudencia de la humildad de espíritu.
 
B. SOMOS FUERTES CUANDO LA DEBILIDAD NOS ACERCA A DIOS

“Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí.” (v. 8)

     Como reseñé antes, a nadie le encandila tener que mostrar debilidad o aflicción. Pablo no era diferente. En su ministerio itinerante de evangelización y enseñanza la salud y la buena forma física eran muy importantes. Tener fuerzas para encarar nuevos horizontes, para transitar por los pedregosos caminos del mundo conocido, para construir tiendas con las que ganarse la vida, para estar en todas partes compartiendo el evangelio, requería de una salud de hierro. No sabemos con certeza en qué consistía el aguijón en la carne de Pablo. Lo más probable es que se tratase de problemas con la vista, ya que en alguna de sus cartas habla de escribir con grandes letras, evidencia de la pérdida de visión de cerca. Fuera de este detalle, lo que sí sabemos es que era tal el perjuicio que le causaba que acudió a Dios en oración para rogarle que fuese sanado de aquella dolencia. Y no lo hizo una vez, ni dos, sino tres veces, insistiendo en que Dios curaría su molestia.

    En muchas ocasiones, otro de los papeles que cumple el sufrimiento o la enfermedad es el de acercarnos más a Dios. Cuando todo nos iba de fábula y nuestros cuerpos funcionaban a las mil maravillas, ni por asomo podíamos pensar que en un momento dado de la vida íbamos a tener que comprobar nuestro declive físico. Muchos que se olvidaron de Dios en su salud y bienestar, cuando reciben la mala noticia de una enfermedad o cuando barruntan que algún problema físico está por llegar, empiezan a rogar a Dios que les sane y les cure. Así funciona el ser humano. Tiempos de fortaleza y prosperidad hacen olvidarse de Dios, pero tiempos de debilidad y mengua de energías parecen aproximarnos en oración y súplica al Señor. Y a modo de médico de urgencias, del que esperamos grandes milagros que nos restauren a nuestro estado original, Dios menea su cabeza mientras nos amonesta con la conveniencia de haber sido precavidos y previsores con anterioridad. En la salud es menester dar gracias a Dios por ella, pero en la aflicción también es necesario reconocer que estuvimos demasiado lejos de su presencia vivificadora, mientras rogamos por nuestro restablecimiento.
 
C. SOMOS FUERTES CUANDO LA DEBILIDAD NOS MUESTRA LA GRACIA DE DIOS

“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” (v. 9)

      La respuesta de las oraciones de Pablo fue la de un no rotundo. ¿Qué clase de Dios es este que no quiere que uno de sus siervos más importantes reciba sanidad? ¿Cómo es que Dios no se apiada de Pablo y le libra de su espina mortificante? “Vaya Dios tan insensible e impasible”, dirían algunos. Pues que digan lo que quieran. La ignorancia de este planteamiento se encuentra en que todavía no se han dado cuenta de que Dios no hace las cosas al tuntún ni habla sin conocimiento de causa. Dios no es un ser caprichoso que quisiera fastidiar a Pablo, ni ha permitido que el dolor se instale en su apóstol estimado como consecuencia de algo malo que pudiera haber hecho. Dios ha dejado que ese aguijón se incruste en su carne porque lo ama. Si Dios hubiese curado su problema físico desde el principio, posiblemente, dado el conocimiento absoluto que Dios tiene de cada una de sus criaturas, Pablo hubiese sucumbido a la soberbia espiritual, al ansia de poder y reconocimiento o al engrandecimiento personal. Todo esto hubiera causado estragos desastrosos en la incipiente iglesia de Cristo. Sería un apóstol sano como una manzana, pero entenebrecido espiritualmente por el orgullo y la presunción ante sus hermanos.

     El “no” de Dios no debe considerarse siempre según el prisma de lo negativo. La negación de Dios es perfectamente sostenible sobre la base de su soberanía y de aquello que más y mejor nos conviene. Es por gracia que decide en ocasiones darnos un “no” por respuesta, y así evitarnos males mayores o sufrimientos más destructivos en el cuerpo y el alma. La debilidad es el caldo de cultivo idóneo para que el poder de Dios se manifieste en todo su esplendor y alcance. Sabiéndonos limitados y finitos como seres humanos sujetos a las consecuencias de nuestros pecados, la gracia de Dios se expresa en darnos fuerzas en medio de nuestras flaquezas. Comprobar cómo podemos ser útiles al Señor a pesar de nuestras incapacidades y taras físicas, resume claramente el porqué de algunas deficiencias orgánicas. Nuestras pobres y pocas fuerzas se ven respaldadas por las poderosas manos de nuestro Padre celestial aun en los instantes más dolorosos.

D. SOMOS FUERTES CUANDO LA DEBILIDAD LIBERA EL PODER DE DIOS EN NOSOTROS

“Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (vv. 9-10)

      Acoger de buen grado el sufrimiento o la enfermedad no parece ser una actitud muy lógica en una sociedad en la que se pretende eludir cualquier malestar a través de mil herramientas farmacológicas y médicas. Y es que no podemos incorporar la debilidad corporal como algo positivo para nuestras vidas si no la consideramos desde el ángulo de los propósitos benefactores de Dios. Si vemos la enfermedad como una carga o como un motivo de tristeza, es que no la vemos a través del prisma de Dios. Pablo entiende, no con resignación o con “esto es lo que hay”, que su aguijón en la carne le permite contemplar mejor la manera poderosa en la que Dios obra en su vida. Es capaz de comprender que por sí solo nada conseguirá, puesto que necesita de las fuerzas y el poder de Dios para tirar para adelante. Es por ello que prefiere entregarse en las manos potentes y milagrosas de Dios, ya que haciendo esto puede alcanzar un conocimiento más profundo y amplio de la obra magnífica de santificación que el Espíritu Santo realiza en su vida maltrecha. Cristo es su todo, y su enfermedad solo es un recordatorio de su debilidad, fragilidad y limitación, así como de su dependencia de un poder superior y mayor.

     El amor que Pablo siente por Cristo le confiere un gozo y una alegría inusitada dado el momento de dolor por el que pasa a causa de su aguijón corporal. Esta paradoja espiritual nos permite encontrar la paz y la felicidad aun en medio de la enfermedad. Cristo, el cual tuvo que arrostrar la debilidad de su mortalidad, las afrentas e insultos de aquellos que lo acusaron injustamente en público, las necesidades típicas de un ser humano, la persecución acosadora de quienes querían ponerle la zancadilla dialéctica durante su ministerio terrenal, y la angustia desgarradora de ver cómo los que supuestamente le amaban le abandonaban en su hora más tenebrosa, sabe bien por lo que tenemos que pasar en nuestro peregrinaje a la patria celestial. El apóstol de los gentiles tuvo que sufrir estas cosas y muchas más que se nos relatan en sus cartas y en el libro de Hechos. Pero en vez de lamentarse por su desgracia, sus latigazos y pedradas, su visión menguante o sus estrecheces económicas, fija su mirada en ese Cristo poderoso que se alzó por encima de todas las calamidades para derramar su amor abundante sobre todos.

CONCLUSIÓN

     La conclusión que Pablo entresaca de su atormentada existencia carnal es que su fortaleza se fundamenta en su debilidad. Reconocer lo efímero y frágil de nuestra salud implica confesar el poder que Cristo tiene en nosotros a pesar de la mella en nuestros cuerpos. ¿De qué modo sino podríamos constatar esta paradoja en la que el que es débil sabe que cuenta con todo el poder de Dios a su alcance? Nuestros tabernáculos terrenales van desgastándose día tras día, las enfermedades se presentan voluntarias para acelerar el proceso natural de deterioro físico, y lo que ayer estaba bien engrasado y funcionando, ahora se muestra remiso a colaborar con nuestra mente. Pero no olvidemos, que el espíritu que da vida a nuestro cuerpo, siempre debe estar disponible para honrar a Cristo y para gozarse en la continua y maravillosa manifestación de su gran poder. 

    Tal vez tu dolencia sea para darte cuenta de que vives inmerso en el orgullo y la soberbia. Tal vez sea para que puedas acercarte más a Dios y recobrar la comunión que habías dejado abandonada durante un tiempo. Tal vez sea para que agradezcas a Cristo su gracia y amor eternos. Tal vez el agujón en tu carne es como dijo John Ray, “los intereses que se pagan por los placeres.” O tal vez sea para que Dios te muestre cuán poderoso es en tu vida. Sea cual sea el propósito, acepta de buen grado lo que Dios quiere decirte a través de ella.

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