¡GRACIAS, SEÑOR!
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 100
INTRODUCCIÓN
José
Martí, escritor y político cubano, reseñó en una ocasión que “la gratitud, como ciertas flores, no se da
en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes.” Esta
frase no deja de tener sentido si nos atenemos a las enseñanzas que adquirimos
de la Palabra de Dios en relación al espíritu y la actitud de gratitud que nos
lleva a acercarnos a Dios en oración. La humildad debe ser esa base personal
sincera que promueva en nosotros agradecer a Dios por mil bendiciones de las
que somos objeto. Si, por el contrario, nos alzamos altivos y orgullosos en la
vida, en vez de mostrar gratitud a Dios, atribuiremos nuestra buena suerte y
salud a nuestros esfuerzos y energías. Así es imposible acercarse a Dios en
oración. Recordando la parábola del fariseo y del publicano que Jesús dejó para
la posteridad, entenderemos que asistir a la casa de oración no lleva implícito
el hecho de acercarse a Dios. El fariseo dio unas ficticias gracias a Dios
mientras palmeaba su propia espalda en busca de su autojusticia, mientras que
el publicano se humilló de corazón solicitando el perdón de Dios, lo cual hizo
que desde los cielos se le brindase misericordia y amor.
Ser
agradecidos significa reconocer que alguien nos ha hecho alguna clase de bien o
que nos ha hecho partícipes de alguna bendición o beneficio. Es recordar cómo
alguien nos sacó del atolladero, cómo alguien nos tendió la mano para solventar
algún asunto espinoso o cómo alguien nos dio la posibilidad de vernos aupados a
cotas más altas de bienestar. Como cristianos que somos, y como receptores de
las innumerables bendiciones de Dios a cada paso que damos en la vida, la
gratitud debe formar parte irrenunciable de nuestro nuevo estilo de vida en
Cristo. Aquel que cree firmemente que su existencia al completo se halla en las
manos bondadosas y compasivas de Dios, no tiene por menos que desear agradecer
en oración los privilegios y regalos que el Señor nos entrega jornada a jornada.
El Salmo
100 es precisamente esa clase de salmos que sabe expresar con certera
majestuosidad e intención el papel que la gratitud juega en el amplio espectro
de la adoración y de la oración comunitaria y privada. Es una exhortación, un
llamamiento y un pregón que nos incita a la gratitud. El sentimiento de
gratitud que alberga el alma del creyente debe conducirle a seguir sin dudar
cada una de las instrucciones que propone el compositor del salmo, algo que hoy
nosotros también podemos extrapolar a nuestro tiempo de oración como pueblo
escogido de Dios.
A. LA
GRATITUD NOS MUEVE A CANTAR CON ALEGRÍA
“Cantad
alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.” (v. 1)
La música
de un corazón agradecido no cesa de crear e interpretar nuevas melodías de gozo
y amor. Cuando el corazón se ensancha al contemplar las maravillosas obras que
Dios hace en nuestro favor, un canto magnífico y armonioso se alza en la
presencia de Aquel que tañe las cuerdas de nuestra alma con sus dedos de gracia
y bondad eternas. La gratitud nos mueve a cantarle, a engrandecer su nombre y a
glorificarle, sabiendo que cada nota musical que surge de lo más hondo de
nuestro ser traspasará las alturas hasta llegar al trono de la misericordia
divina. Este cántico hermoso de gratitud no es un solo. Se trata de un coro
unánime pletórico de fuerza y pasión que quiere que todo el mundo se una para
confesar y reconocer que el Señor vela por la seguridad, la paz y el consuelo
de sus criaturas. El himno gozoso que sube hasta los cielos es el reflejo fiel
del impacto y alcance que las benditas obras del Señor han tenido, tienen y
tendrán en el cómputo global de nuestras existencias.
B. LA
GRATITUD NOS MUEVE A SERVIR A DIOS CON ALEGRÍA
“Servid al
Señor con alegría.” (v. 2)
La
gratitud no es simplemente un estado de ánimo, o una serie de palabras o frases
que endulcen el paladar de Dios, o una constatación efímera de cómo el Señor
trabaja en nuestras vidas. El refrán que seguro conocemos, dice lo siguiente: “Obras son amores, y no buenas razones.”
Existen millones de buenas razones que reconocer en oración como muestra de
nuestra gratitud, pero si éstas no se traducen en obras, de nada sirven. Las
palabras se las lleva el viento, pero las obras son las que quedan para
demostrar que la gratitud no es solo poesía del alma, sino que también es
servicio de nuestras manos. El modo más claro y concreto de transformar la
gratitud verbalizada en algo palpable y demostrable es viviendo una vida de
servicio. Y este servicio no debe ser una autoimposición o una gravosa carga
que hemos de desempeñar por obligación, sino que debe ser la expresión sincera
de un corazón repleto de gratitud y gozo. La alegría de servir es el resultado
de una oración de gratitud que se pronuncia en alma y cuerpo.
C. LA
GRATITUD NOS MUEVE A PRESENTARNOS ANTE DIOS
“Venid ante
su presencia con regocijo.” (v. 2)
La
gratitud como mejor se comunica es en persona. Sentirnos agradecidos por lo que
Dios hace en nuestras vidas significa anhelar estar en su presencia, desear
compartir e invertir tiempo junto a Él a lo largo de la jornada. Es preciso
hacerlo en nuestro aposento, en la soledad de la intimidad, y es preciso
hacerlo en el templo, en la fraternidad de una comunidad que se consume en
gratitud y alegría para con Dios. Y es que no podemos acudir a Dios de otro
modo que no sea con regocijo, puesto que, a diferencia de muchos de nuestros
semejantes, Él acoge con agrado y deleite nuestras palabras de gratitud y amor.
Nuestras oraciones, pues, deben recoger ese ansia por vivir cada día en su
presencia, observando y recabando todas las maneras y formas que Dios emplea
para seguir bendiciéndonos y para continuar haciéndonos más sensibles a sus
increíbles milagros cotidianos.
D. LA
GRATITUD NOS MUEVE A RECONOCER LA SOBERANÍA DE DIOS
“Reconoced
que el Señor es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo
somos, y ovejas de su prado.” (v. 3)
La
gratitud que debemos a Dios no debe circunscribirse únicamente a ensalzar sus
grandes y hermosas obras en nuestras vidas. Algunos parecen mostrar su
agradecimiento a Dios del modo en que describe François de La Rochefoucauld: “La gratitud de muchos no es más que la
secreta esperanza de recibir beneficios nuevos y mayores.” Nuestra gratitud
nunca será de esta cuerda. Nuestro agradecimiento también debe saber ver más
allá de las bendiciones que Él nos da. Hemos de confesar y reconocer con
entusiasmo e ilusión que Él es soberano, y que cada uno de sus atributos y
características como persona es de por sí un motivo más que suficiente como
para exaltar su nombre. Su poder, el control que Él tiene sobre todas las áreas
de la vida y la historia, así como su señorío sobre todas las criaturas que
habitan este mundo, son elementos que nunca pueden faltar en nuestra exposición
de gratitud en oración. Reconocer que nada es nuestro y que todo lo debemos a
Dios es un paso importante a la hora de transmitir a nuestro Creador nuestra
gratitud por depender de Él y no de un caótico y azaroso destino.
Agradecemos a Dios que podamos considerarnos pertenencia suya y ovejas
que Él, en su infinita y sabia voluntad, guía y protege de las inclemencias de
un mundo desnortado y peligroso. Como hechura suya que somos, nada nos
pertenece, sino aquello que Él ha decretado que nos sea entregado para administrarlo
y gestionarlo dentro de una mayordomía integral dirigida por lo establecido en
su Palabra. Agradecemos a Dios que seamos una comunidad, un pueblo y una
iglesia que, en unidad y armonía fraternal, adora y se somete a los dictados y
directrices del Espíritu Santo. Agradecemos, en fin, que en vez de vernos
miserablemente descarriados por esos vericuetos infectos y equivocados del
mundo, somos ovejas guardadas y vigiladas por el Príncipe de los pastores, esto
es, Jesucristo.
E. LA
GRATITUD NOS MUEVE A ADORAR SU NOMBRE
“Entrad por
sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle,
bendecid su nombre. Porque el Señor es bueno; para siempre es su misericordia,
y su verdad por todas las generaciones.” (vv. 4-5)
En
último, pero no menos importante lugar, el creyente ve como su boca se llena de
alabanza y adoración mientras agradece a Dios su misericordia y su verdad. En
agradecimiento por su buena voluntad y su veracidad, el cristiano no puede más
que prorrumpir en alabanzas, loores y expresiones de enaltecimiento. Esta
gratitud que se enmarca en el entorno de la comunidad de fe, sugiere poder
compartir con nuestros demás hermanos aquellos motivos de gratitud a Dios que
están marcando nuestras vidas con el inconfundible toque de su poder y
compasión. Entramos así por las puertas de nuestro templo, no pensando en lo
que vamos a pedirle a Dios, o en quejarnos de nuestros problemas, o meditando
en nuestras múltiples ocupaciones y asuntos, sino demostrando con una sonrisa
nuestra alegría al encontrarnos en la puerta con nuestros demás consiervos en
una reunión llena de expectativas de gozo y edificación mutua.
Agradecemos a Dios el que durante la semana haya sido bueno con
nosotros, a pesar incluso de no serle fieles y leales en determinados momentos
de ella. Agradecemos a Dios el que nos provea de todo aquello que necesitamos y
que también haga abundar sus bendiciones sobrepasando todo lo esperable e
imaginable. Agradecemos a Dios que sea misericordioso con nosotros, y comprenda
nuestro dolor y sufrimiento, mientras aporta soluciones balsámicas que sanen
nuestras heridas. Agradecemos a Dios que su verdad presida nuestras vidas, que
sus promesas se cumplan con prontitud y eficacia, y que su Palabra viva nos
conduzca por sendas de justicia y amor por aquellos que conviven con nosotros.
CONCLUSIÓN
Álvaro
Mutis, poeta y novelista colombiano, nos dejó una perla de sabiduría que
haríamos bien en tener cerca de nuestro corazón: “Cuando la gratitud es tan absoluta las palabras sobran.” Dios,
antes de que comencemos a orar y a pronunciar nuestra parte del diálogo con lo
eterno, ya sabe perfectamente qué diremos y de qué color están tintadas
nuestras plegarias. El Señor con tan solo mirar de qué color vivo e irisado de
la gratitud absoluta se ha pintado el corazón, sabrá perdonar nuestra torpe y
sencilla manera de dirigirnos a Él. Con el alma abierta de par en par ante
Dios, deja que sea la gratitud la que siempre comience tu conversación con el
Rey de reyes y Señor de señores.
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