SIN COMPASIÓN


 


SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 18-19 “NO TODO ESTÁ PERDIDO”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 18:23-35

INTRODUCCIÓN

    ¿A quién, en su sano juicio, no le encantaría que el banco te enviase una carta en la que te dice que ya no tienes que pagar el resto de cuotas de la hipoteca de tu casa? ¿A quién no le gustaría que la financiera te mandase una notificación oficial de que ya no tienes que pagar las letras de tu coche que te faltan? ¿A quién no le fascinaría que los acreedores le condonasen la deuda sin más ni más? Todos aquellos que nos hemos visto inmersos en el mundo de las deudas, los préstamos o los créditos siempre hemos fantaseado con esta idea, sobre todo en momentos en los que la crisis nos aprieta las clavijas de forma inmisericorde. ¿Cómo sería vivir sin el peso tremendo de un préstamo hipotecario sobre nuestras espaldas? ¿Cómo de bien respiraríamos a final de mes si desapareciera de un plumazo cualquier vestigio de cuotas y plazos? ¿Qué sensación nos embargaría al saber que podemos disponer de todo nuestro sueldo y capital para atender a lo necesario e imperioso, y que incluso podríamos darnos un capricho que otro de vez en cuando? Sería lo máximo, ¿verdad? Que nos perdonen nuestras deudas se convierte demasiado a menudo en nuestro sueño secreto y recurrente.

      ¿Y qué podríamos decir de aquellas situaciones, menos materialistas, en las que hemos dañado a otras personas y en las que la culpa sigue pesando sobre nuestros corazones? Hemos metido la pata al tratar a otras personas, queridas para nosotros, y un abismo se ha abierto entre nosotros y ellos. Reconocemos que nos equivocamos, pero la parte agredida no acaba de perdonarnos o de aceptar nuestras disculpas. Hasta que no recibimos el perdón de estas personas, un nudo en nuestras gargantas nos impide vivir a pleno rendimiento. Es como si no pudiésemos disfrutar de lo que nos ofrece la vida hasta que la persona a la que agraviamos no nos ofrece la posibilidad de restaurar lo que rompimos con nuestra mala cabeza. Y cuando la otra persona se acerca a nosotros, y con palabras de paz y perdón nos restaura hasta cierto punto en su estima y confianza, toda nuestra alma parece flotar y relajarse al fin tras tanta tensión y ansiedad. Ser perdonados en lo afectivo es una de las sensaciones más increíbles que un mortal pueda saborear. Es como ver la luz al final de un lóbrego túnel, como respirar aire puro después de haber vivido en el ambiente enrarecido de una ciudad cubierta de smog.

1. EL SIERVO MÁS FELIZ DEL MUNDO

      El tema del perdón es un asunto fundamental en el discurso de Jesús. A lo largo de este capítulo 18 de Mateo, hemos podido constatar este extremo. Jesús despliega ante la mente y el corazón de sus oyentes un amplio abanico de características y razones que acompañan al hecho de perdonar al prójimo. Y para ilustrar esta realidad espiritual y afectiva, Jesús narra una breve historia acerca de un señor y de dos deudores. Comienza así: Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderlo, junto con su mujer e hijos y todo lo que tenía, para que se le pagara la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba diciendo: “Señor, ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo.” El señor de aquel siervo, movido a misericordia, lo soltó y le perdonó la deuda.” (vv. 23-27)

       Básicamente, Jesús está comparando el hecho de perdonar de forma genuina con la situación que presenta magistralmente a través de una historia muy propia de las relaciones existentes entre señores y siervos de aquella época. El Reino de los cielos, esto es, vivir de acuerdo a los principios éticos y morales dictados por Dios para el creyente, supone desarrollar una dinámica perdonadora que esté más allá de lo imaginable por los seres humanos, los cuales miden, como Pedro hizo, el número de ocasiones en las que hay que perdonar antes de tirar la toalla y dejar de hacerlo. Un rey decide que es el momento de ajustar cuentas con los siervos que están bajo su soberanía, los cuales trabajan de acuerdo con los recursos que el rey les entrega, y que tienen como objetivo principal incrementar estos recursos para devolver lo prestado por el rey, y poder vivir con las ganancias obtenidas. No todos los siervos se muestran eficientes a la hora de administrar los bienes que se les presta. Como en la parábola del mismo Jesús acerca de los talentos, a los que se les da bien gestionar los talentos entregados se les otorga mucho más, y a los que se muestran temerosos de la ira del señor o que dilapidan negligentemente los fondos entregados, se les quita todo.

      En el caso del siervo que se presenta ante su monarca para rendir cuentas, la deuda alcanza cotas prácticamente absurdas. La deuda que el siervo tiene contraída con el rey es de diez mil talentos. Sabiendo que un talento son seis mil denarios, y que un denario era el pago por una jornada de trabajo normal, al hacer un cálculo aproximado, los diez mil talentos se convierten en sesenta millones de denarios, equivalentes al trabajo de ciento sesenta y cuatro mil cuatrocientos años. Fijaos cuántas vidas tendría que vivir el deudor para poder hacer frente a la deuda con su señor. Por supuesto, estas cifras sirven para darnos cuenta de que la deuda acumulada por el siervo era impagable. Era virtualmente imposible que este hombre pudiese reunir la cantidad adeudada. La única solución, ya no para recuperar lo que se le debía, sino para castigar la inoperancia del siervo, era la de entregar su vida y la de todos los que estaban a su cargo, familia incluida, para ser vendidas en un mercado de esclavos. Todo cuanto pudiera tener en propiedad sería subastado al mejor postor y la memoria de este siervo y de su estirpe se desvanecería con más pena que gloria.

      Sin embargo, el siervo no está dispuesto a renunciar a todo lo que tiene, y hace lo único posible en estos casos: apelar a la compasión y magnanimidad de su rey. Sabe que tiene su vida en sus manos, y, por tanto, se lanza al suelo, delante del trono de su rey, para gemir y suplicar clemencia. Humillarse y llorar a lágrima viva esperando que el corazón del rey se ablandase es su postrera esperanza. Tal es la desesperación de este siervo, que se arriesga a prometer a su señor que, si tiene paciencia con él, acabará por devolverle los diez mil talentos. ¡Qué osadía por su parte! Sabiendo que va a ser misión imposible, aún tiene los redaños de un voto de reposición de lo adeudado. Después de un instante indeterminado de tiempo, el rey, emocionado y estremecido por la manifestación tan patética de este hombre, atiende a su petición y, sorprendentemente, perdona toda esta deuda descomunal. El rostro del siervo resplandece de gozo y alivio, y tras ser conminado a que desarrollara su labor de forma eficaz de ahora en adelante, el monarca lo deja marchar. ¡El siervo no cabe en sí mismo de tanta dicha! Al salir de la corte real, el mundo parece brillar con colores más vivos e intensos, y el horizonte de su futuro se despeja para dejar abiertas de par en par las puertas de una nueva vida.

2. EL SIERVO MÁS INGRATO DEL MUNDO

       Y embebido como estaba en su regocijo y en la celebración de su libertad financiera, el siervo se topa con una cara que le es conocida: “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos que le debía cien denarios; y agarrándolo, lo ahogaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y yo te lo pagaré todo.” Pero él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara la deuda.” (vv. 28-30)

       Es curioso como una persona puede pasar de la gratitud más impresionante a la furia más escandalosa. El siervo recién perdonado llama a voz en cuello a un consiervo que, si lo recordaba bien, también le debía a él un buen parné. Su memoria hace operaciones aritméticas y descubre que Fulano le debe exactamente cien denarios, esto es, cien jornadas de trabajo, unos tres meses. Toda esa alegría que rebosaba en su corazón se transforma de forma radical en una avaricia impresentable y nada piadosa. Con una inquina desmedida, corre tras su consiervo, lo agarra del pescuezo con violencia, y le hace una llave de judo para que no se escape. El otro consiervo, con la cara amoratada y pugnando por respirar, ve como las piernas le fallan ante la presa terrible de su adversario, y cae en tierra. El siervo, levantándose, le ordena que le pague lo que le debe de inmediato. El consiervo, afligido y desconcertado, lo mira y le muestra su bolsa con apenas unos ases, y comienza a implorar a su colega que le dé un periodo de tiempo suficiente para poder lograr esa cantidad de talentos, una cantidad ridícula si la comparamos con los diez mil talentos que le acababa de perdonar el rey al siervo. Desgañitándose y lamentándose, el consiervo trata de apelar al buen corazón de su acreedor. Pero nada surte efecto.

      El siervo, al comprobar que nada habrá de sacar de este compañero de labores, se ensaña con este hasta el punto de entregarlo a las autoridades civiles como reo de impago de deudas contraídas. Arrastrándolo como a un vulgar perro, lo lleva a la cárcel para que allí pene por su delito. Lo curioso es que, dentro de la absurdez del comportamiento del siervo, si el consiervo está encerrado a cal y canto en los calabozos, poco podrá hacer para conseguir encontrar el dinero que debe al siervo. No importa. La mente del siervo está nublada por la avaricia, el rencor y la sensación de poder que da ser acreedor de alguien. Podríamos decir que incluso se refocila en su acción, deleitándose en su estrategia. Ha olvidado en un santiamén el episodio reciente de la condonación de su brutal deuda. Esto nos demuestra que el siervo no fue sincero en su ruego delante del rey, puesto que, si de verdad hubiese aprendido del perdón que le había sido dispensado de forma tan liberal y generosa, también este habría perdonado la ínfima deuda de su consiervo sin pensarlo demasiado.

3. EL SIERVO MÁS DESGRACIADO DEL MUNDO

      Esta actuación lamentable por parte del siervo no pasa desapercibida para otros muchos de sus consiervos, los cuales son testigos de tamaña desfachatez e indignidad: “Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándolo su señor, le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” Entonces su señor, enojado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía.” (vv. 31-34)

       Muy posiblemente algunos de los consiervos del siervo perdonado por el rey habían sido espectadores de primera mano de la acción misericordiosa del monarca. Y ahora contemplan de qué modo tan desconsiderado y desaforado este siervo ha tratado a uno de sus consiervos. Es normal que se entristezcan y apenen. No entienden el comportamiento tan bipolar del que ha hecho gala el siervo. Lo lógico hubiese sido que, siendo que este había sido perdonado de sus abrumadoras deudas, perdonase a su vez al consiervo sin mucho esfuerzo. Al constatar que el consiervo es encarcelado de forma poco honrosa, deciden acudir al rey para referirle todos y cada uno de los detalles de esta desafortunada escena. El rey, pasmado ante tanta ingratitud y menosprecio, manda a su guardia a que busquen al siervo y lo traigan urgentemente ante su presencia. El soberano está que trina, porque, al igual que los consiervos, no concibe que alguien al que se le ha perdonado la vida y las deudas, ahora ataque de manera tan furibunda a uno de sus semejantes. Comprende que el siervo se ha aprovechado de su compasión y que este no ha sido transformado por el gozo del perdón.

      Al fin, el siervo comparece ante el trono de un rey realmente enojado. Sin que el siervo pueda siquiera abrir su boca para justificarse o excusar su abyecta conducta, el rey considera que su siervo es alguien perverso y malvado, dado que los frutos de su auténtico yo han quedado al descubierto por completo. Le había mostrado su gracia formidable tras haber escuchado su clamor y su aflicción, ¿y así le pagaba? ¿Sin compadecerse ni un instante en el estado de postración de su homólogo? ¿No sería racional que la misericordia real se extendiese hacia los deudores del siervo perdonado? Dado que los hechos habían probado la mala baba del siervo, solo quedaba castigar ejemplarmente a este espécimen humano de ingratitud y deshonra. Para ello, el rey lo envía a las mazmorras sucias y tenebrosas, donde los verdugos, responsables de la tortura más fiera y ominosa, cumplirían con su labor de hacer pagar con dolor y sufrimiento una deuda que nunca podría pagar ni en mil vidas. Así el rey hizo justicia con el consiervo que había sido aprisionado por una deuda menor.

4. PERDÓN DE TODO CORAZÓN

       Jesús, observando las ávidas miradas de su audiencia, termina esta parábola sobre el perdón explicando el significado verdadero y práctico de una vida entregada a los valores del Reino de los cielos: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas." (v. 35)

      Comparando a Dios Padre con el rey de la historia, Jesús señala la importancia crucial del perdón genuino hacia el prójimo en conexión con el perdón divino hacia sus criaturas. El Señor está en disposición de perdonar nuestros pecados, los cuales son tantos y de tal calidad que nunca llegaríamos a equilibrar la balanza con nuestras buenas obras. Nunca seremos tan buenos como para compensar todo lo malo que hacemos, todo aquello que resulta de nuestra rebeldía y desobediencia a su voluntad. Por mucho que nos afanemos o esforcemos jamás podremos alcanzar la perfección y la santidad completa. Dios nos perdona delitos y transgresiones que nos hacen merecer el tormento eterno en el infierno. El Señor condona nuestras deudas y nuestro destino de perdición en virtud de la muerte redentora de Cristo, a fin de que, siendo perdonados, sepamos perdonar también a los demás sus pecados contra nosotros. No tiene ni punto de comparación hablar de la deuda contraída con Dios a causa de nuestras impiedades y considerar la deuda que los demás contraen con nosotros.

     Si al recibir el perdón de Dios acudiendo a Cristo no hace que nuestra tendencia a la acusación y la revancha sea modificada y erradicada, entonces no seremos perdonados nunca. Si al ser perdonados por el Señor somos capaces de ser agradecidos y de honrar este perdón que no merecemos, perdonando a nuestros semejantes, estaremos en la senda correcta del modelo del propio Jesús. Un cristiano no puede serlo si al ser perdonado por Dios, este no perdona a su hermano o a cualquiera que le haya hecho daño. Es algo inviable. Sabemos que perdonar es difícil humanamente hablando. Pero si recibimos el perdón diario de parte de Cristo todos los días, y nos sentimos felices al quitarnos el peso de nuestras culpas, no será tan duro y complicado hacer otro tanto con aquellos que nos agraviaron. Pensemos que una de las señales inequívocas del creyente auténtico es el perdón y la misericordia genuinos. Si no los hay, recordemos las palabras de Jesús, y atengámonos a las consecuencias dramáticas que de la falta de perdón se derivarán.

CONCLUSIÓN

       No seas como el siervo sin compasión, y si has sido redimido por Cristo, celébralo perdonando a todos aquellos que en un momento dado te hicieron pasar por tragos amargos. Ya verás como después de hacer esto, vivirás tu vida plenamente bajo la amorosa y tierna mirada de tu Señor y Salvador Jesucristo.

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