BENDITOS NIÑOS


 


SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 18-19 “NO TODO ESTÁ PERDIDO”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 19:13-15

INTRODUCCIÓN

      Vengo observando en los últimos tiempos una serie de imágenes de la cultura popular que me tiene preocupado. En muchas de las series de televisión y películas que he visionado últimamente en la que uno de los protagonistas o personajes secundarios es un niño o un adolescente que se pasa durante todo el metraje enmendando la plana a personajes adultos, entre los que se hallan sus propios padres. Se trata de chicos y chicas que no levantan un palmo del suelo y que se convierten, sorprendentemente, en pepitos grillo de sus mayores. Parece que lo saben todo sobre la vida, no dudan en meter el dedo en la llaga de los errores paternos y maternos, y de forma bastante presuntuosa son los que dictan cuál es la mejor manera de hacer las cosas. Como respuesta a la actitud de estos menores de edad, los padres agachan la cabeza, no dejan de pedir perdón por cualquier cosa, y se someten al juicio de sus hijos, dado que, según el director del contenido cultural popular, los niños están mucho mejor preparados en todos los ámbitos de las inteligencias múltiples. No hay quién les tosa, porque con una mirada furibunda reprenden a los adultos e intentan demostrar que ellos sí que tienen las respuestas a todas las preguntas de la existencia.

      Qué queréis que os diga... Polluelos que acaban de salir del cascarón, que no han tenido que experimentar aún las durezas que las responsabilidades y cargas de la vida adulta provocan en el corazón, y con una sabiduría en plena construcción, hablando con muy poco respeto a las personas que los han traído al mundo, es algo lamentable. Si los adolescentes y niños llegan a verse reflejados en las conductas y faltas de consideración de estos relatos culturales populares, no debe extrañarnos que cualquier día de estos, estos nos vengan con leyes a leernos la cartilla para decirnos cómo hemos de enfocar nuestra misma existencia. Por supuesto, no vamos ahora a decir que los adultos no se equivocan, no cometen errores o que no caminen por la senda de la prudencia y la sabiduría. Los padres que de verdad lo son, no son perfectos, pero hacen todo lo posible por serlo. Pero esto no debe resultar en una ausencia de veneración y respeto. Solamente por el hecho de ser padres y haber luchado por buscar el bienestar de sus hijos estos merecen una consideración reverente. Lo que no es concebible es que ahora los adultos tengamos que transigir ante la mirada inexperta y bisoña de unos infantes o adolescentes.

      La bendición de ser padres es amar a sus hijos. No existe mayor satisfacción que poder arrostrar mil adversidades para cuidar de tus descendientes, y lograr que estén seguros y tengan lo necesario para que disfruten su etapa infantil en paz y alegría. Y no hay mayor felicidad que la de ellos. Por mucho que crezcan seguirán siendo nuestra bendición si continúan amándonos a pesar del tiempo y las circunstancias, si obedecen nuestra voz y nuestro consejo, y si transitan por las sendas antiguas de la Palabra de Dios. Ese don vivo que Dios nos ofrece durante un tiempo para que lo administremos según su santa voluntad, es una bendición increíble mientras sigan respetándonos y cuidándonos del mismo modo en el que nosotros lo hicimos. Benditos niños. Benditos adolescentes. Benditos jóvenes. Benditos hijos que no dejan de abrazarnos, de atendernos y de visitarnos. Benditos hijos que siguen nuestras huellas en la fe y nuestra trayectoria vital de honradez y sencillez.

1. ACCESO PROHIBIDO A MENORES DE EDAD

      Jesús también creía firmemente en la bendición que suponen los niños para el futuro de la humanidad. Lo hacía junto a aquellos que los traían ante su presencia para que él los bendijese de forma especial delante del Padre celestial, aunque no todos valoraban a los más pequeños de la sociedad del mismo modo: Por entonces le presentaron unos niños a Jesús para que orara poniendo las manos sobre ellos. Los discípulos reñían a quienes los llevaban.” (v. 13)

      En su viaje hacia Jerusalén, Jesús tuvo que posar en varias ciudades y aldeas para descansar junto a sus discípulos, y no dejaba de haber oportunidades para seguir predicando y sanando las enfermedades de aquellos que escuchaban que el maestro de Nazaret estaba pasando por allí. Entre sanidad y exorcismo, entre enfrentamiento con sus enemigos y lecciones de la sabiduría celestial, Jesús observa que un gran número de niños se acercaban con sus padres y madres al lugar en el que él se hallaba mientras se daba un breve respiro. Es loable por parte de los padres de estos niños que decidiesen llevarlos a Jesús para que los bendijera, sobre todo porque la realidad social de estos pequeños era ciertamente lamentable. A los ojos de los adultos, los niños se hallaban en un escalafón bajísimo de la pirámide social.

       Según lo que el profesor Javier de la Torre señala en su conferencia sobre “Jesús de Nazaret y la familia,” “en aquel tiempo los hijos eran educados de una manera bastante dura. Es verdad que había afecto, pero también una enorme dureza en la educación. También a veces, en situaciones de dificultad, se les podía abandonar o se les podía vender. Los niños no eran, como son hoy, los reyes, el centro, incluso en algunos casos, los tiranos de la casa, sino que se les educaba con rigidez, se les ponía a trabajar pronto y, si eran mujeres, se las casaba pronto. En ese contexto, la relación más importante de la familia era la del padre con el hijo. El padre le imponía el nombre; todo lo que tenía que hacer el hijo era consentido por el padre; le podía vender, le alimentaba, le educaba, le enseñaba la tradición religiosa, incluso le imponía severos castigos, en el fondo para saber cómo hay que dirigir una casa. Y el hijo tenía una serie de obligaciones con el padre: no maltratarle, no maldecirle, no herirle cuando se hiciera mayor, había que cuidarle. Una obligación muy importante era darle sepultura.”

      El hecho de que estos padres acercasen a sus hijos a las manos de Jesús era un modo de preservarlos de cualquier enfermedad o mal que les pudiese afectar durante sus años de desarrollo, una forma de manifestarles su amor y cariño a través de la bendición de un Jesús del que se creía firmemente por parte de muchos que era el Mesías anunciado, el Hijo del Dios viviente. Sin embargo, esta feliz idea paterna choca frontalmente con la concepción que asumían los discípulos acerca de las prioridades de Jesús. Jesús no estaba para perder el tiempo con insignificantes criaturas. No se iba a prestar a dispensar bendiciones poco espectaculares y milagrosas. Jesús debía seguir engrandeciendo su nombre y fama con actuaciones formidables, maravillosas y epatantes. Donde estuviese una enfermedad incurable, o un demonio atormentando a una persona o un individuo recientemente fallecido, que se quitasen las bendiciones a infantes. Los discípulos, de modo pasmoso, se habían convertido en auténticos secretarios de Jesús, filtrando a quienes realmente creían que merecían ser atendidos por su maestro, y desechando a aquellos que no significasen nada en el orden de una buena promoción y publicidad. Por ello, con gesto hosco y ofuscado, los discípulos comienzan a regañar y amonestar a aquellos que osaban traer a sus hijos ante el hombre más ocupado del mundo.

2. NIÑOS DEL REINO

      Esta actitud muy poco afectuosa y generosa de los discípulos no pasa desapercibida para Jesús, y este cree conveniente dejar muy clara su postura acerca de lo que es importante y digno: “Pero Jesús dijo: — Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis, porque el reino de los cielos es para los que son como ellos.” (v. 14)

      Levantándose de donde estaba descansando, contempla el alboroto que están causando sus seguidores más inmediatos, y se aproxima a los padres y a los niños, los cuales estaban bastante defraudados y decepcionados. Aspiraban a que sus retoños fueran bendecidos, y, no obstante, los discípulos de Jesús estaban espantándolos como si fuesen fastidiosas moscas. Jesús pone su mano en el hombro de uno de sus seguidores y con una sola mirada instala el silencio entre padres y discípulos. Con un tono firme, ordena a sus seguidores que dejen a los niños acercarse a él para que puedan recibir su bendición. Bendecir a alguien no cuesta nada y vale muchísimo. Impedir que los niños, ese futuro esperanzador que la humanidad ha de gestionar para bendición de las generaciones pasadas y del porvenir, puedan ser tocados por Jesús, es una gran equivocación. Evitar que lo conozcan, que lo admiren, que lo amen y que lo sigan, es un craso error. Los brazos de Jesús siempre están abiertos para abarcar a todos: varones, mujeres, señores, esclavos, judíos, gentiles, niños, pecadores y marginados de toda clase.

     Si como discípulos modernos de Jesús obstaculizamos el camino del aprendizaje de los niños, y lo hacemos para dedicarnos a otros menesteres y ministerios de la iglesia, que también son importantes, qué duda cabe, estaremos hipotecando nuestro futuro como iglesia. Si como seguidores de Cristo ubicamos la educación y bendición de nuestros hijos en lo más bajo de la pirámide de prioridades de la comunidad de fe, estaremos abocando inevitablemente a la congregación a un declive progresivo y a la pérdida de una generación de creyentes. Nuestros niños son una bendición, y merecen ser bendecidos por todos y cada uno de los hermanos que componen la iglesia de Cristo a todos los niveles. Hemos de dejar que los niños se acerquen a Jesús, aquel que sembrará en sus corazones el deseo de ser, algún día, adultos que recuerden que fueron niños y que tuvieron siempre a alguien que los educó en la figura y obra de Jesucristo. No los reprendamos severamente ni menospreciemos su valor como herramientas de evangelización en las manos del Señor.

     El motivo por el cual los niños no han de ser apartados a un lado a la hora de tener comunión con Jesús es que simbolizan precisamente aquellas vidas que, de forma humilde, respetuosa y dependiente, se entregan en brazos de Dios para engrosar las filas de hijos del Reino. Siendo despectivos con los niños que buscan la bendición de Jesús, se estaba dando a entender que solo los escogidos de los discípulos del maestro de Nazaret merecían ser bendecidos e introducidos en el Reino de los cielos. A menudo nuestra apreciación prejuiciosa de quiénes deben ser parte de la iglesia o del Reino de Dios puede llegar a echar para atrás a personas que, aunque con sus problemas, su carácter o su ignorancia, anhelan servir a Dios. Casi de manera inconsciente, nos dejamos llevar por el aspecto de los que vienen a nuestras congregaciones, y los ahuyentamos subrepticiamente porque no se ajustan a nuestra idea de cómo debe ser un cristiano. Jesús ve más allá y no duda en dar una nueva lección a sus discípulos, todavía muy obtusos en algunas cuestiones. A todos los que vienen a Jesús hay que recibirlos con estima y ternura, con preocupación y verdadero entusiasmo, porque la bendición de Jesús siempre será algo que el que ha sido bendecido por él nunca olvidará mientras viva.

3. BENDICIONES CUSTOMIZADAS

      Los discípulos, desarmados por completo por la escueta explicación de Jesús, se hacen a un lado para que Jesús, con una sonrisa de oreja a oreja, reciba a todos los niños que se presentan ante él: “Y después de poner las manos sobre los niños, se fue de allí.” (v. 15)

      Como si fuese Papá Noel sentado en su butaca días antes de Navidad, Jesús va abrazando a cada niño y niña que acude sin miedo a su regazo. Jesús no despacha este tiempo de bendición con una oración general delante de su Padre para pasar a otra cosa. Jesús desea dedicar el tiempo necesario para depositar sobre la cabeza de cada uno de estos infantes una bendición personal y especial. Esto habla del valor que Jesús da a cada criatura humana, sin importar su edad o condición. De hecho, sabemos que, en palabras del mismo Jesús, “todo aquel que el Padre me confía vendrá a mí, y yo no rechazaré al que venga a mí.” (Juan 6:37) Sabiendo que los niños son herederos del Reino de los cielos, no nos extraña que el Espíritu Santo que inspiró a Mateo quisiera que este dejase constancia de este breve, pero esclarecedor episodio del itinerario de Jesús hacia Jerusalén.

     Toda vez que los niños han sido bendecidos por Jesús, los padres se alejan contentos y satisfechos, mientras los discípulos, de nuevo desconcertados, se dan cuenta de que Jesús no necesita de intermediarios ni filtros de ninguna clase. Jesús habrá de atender a todos y ellos no son nadie como para seleccionar a quienes reciban de Jesús su toque y su bendición. No conocemos el contenido de cada una de las oraciones que Jesús pronunció ante su Padre celestial por cada niño y niña, pero lo que sí sabemos es que no dejó de dedicar tiempo y amor a quienes, por el pecado de la humanidad, habían sido rebajados al escalón más básico de la dignidad social de la época. Jesús reemprende su camino, porque aún hay muchas cosas que hacer, muchas personas que atender y muchos desafíos que superar hasta culminar su misión mesiánica.

CONCLUSIÓN

      Benditos niños y adolescentes. Benditos porque nos recuerdan quiénes fuimos antes de lo que somos hoy. Benditos porque nos enseñan simbólicamente la auténtica naturaleza de aquellos que queremos formar parte del pueblo de Dios. Benditos porque nos ayudan a recalibrar nuestras prioridades en la vida personal y colectiva de la iglesia. Benditos porque son el futuro de nuestra existencia como comunidad de fe. Benditos porque aún tienen mucho que decirnos acerca de la dependencia de Dios, de la humildad que hemos de demostrar en nuestro diario caminar y de la confianza con la que debemos comunicarnos con Dios.

      Benditos porque nos hacen reír y nos hacen sentir orgullosos cuando viven, actúan y hablan de acuerdo a la voluntad de Dios. Benditos porque nos respetan como adultos, porque reconocen la autoridad de sus padres y abuelos, y porque nunca se sacian de aprender de nosotros y de la Palabra de Dios. Benditos sean todos ellos. Y benditos sean aquellos padres que no dudan en presentarlos ante Dios para que reciban de Él su bendición celestial.

 

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