LA PLAGA DE TINIEBLAS


 


SERIE DE ESTUDIOS EN ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO”

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 10:21-29

INTRODUCCIÓN

      Creo que la gran mayoría de nosotros hemos tenido en algún momento dado miedo a la oscuridad. Sobre todo, cuando éramos niños, solíamos pensar que en las tinieblas de la noche vivían seres fantásticos y terribles que querían devorarnos, asustarnos o raptarnos. En muchos de los casos, cuando sabíamos que llegaba la hora de retirarnos a nuestra habitación para descansar por la noche, nos entraba una especie de ansiedad e inquietud que nos impedía conciliar el sueño desde que nuestros padres apagaban la luz del cuarto. Entonces, comenzábamos a mirar con sospecha el armario, o la puerta de la habitación, o una cortina que se movía por acción del viento, o los bajos de nuestros lechos. Si a esto uníamos la manera en la que nuestros progenitores nos “animaban” a dormir, apelando a la visita del hombre del saco o del típico coco, la cosa se complicaba aún más. Con el tiempo, fuimos creciendo y nuestra mirada hacia la oscuridad fue perdiendo temor, hasta que comprendimos que nuestro miedo a la oscuridad no estaba fundado sobre la base de algo racional o amenazador, y ya no necesitamos preocuparnos de las tinieblas de la noche. En mis tiempos no había enchufes con una lucecita tenue que calmara nuestro temor, y el miedo a la oscuridad perdía su influencia sobre nosotros mucho tiempo antes que en la actualidad.

      Sin embargo, a pesar de que este miedo a la oscuridad es algo pasajero y propio de la infancia, existen personas que tienen una auténtica fobia hacia la noche y los lugares tenebrosos. A este miedo en concreto se le llama nictofobia. Las causas que pueden llevar a a que un adulto sea víctima de este trastorno de ansiedad fóbico, suelen estar aparejadas a experimentar algún evento traumático cuya trascendencia es tan grande que logra marcarlos. Algunos consejos para tratar de remediar este problema son racionalizar el miedo a la noche, ayudando a que la persona afectada se convenza a sí misma de que su miedo es irracional; incrementar su nivel de tolerancia a la oscuridad progresivamente, utilizando sistemas de iluminación graduada, de manera que se pueda reducir la iluminación lo máximo que la persona sea capaz de soportar antes de dormir; imaginar la oscuridad y permanecer en ella, tumbándose en un sofá o en una cama; y usar estímulos positivos en los que concentrarse en lugares oscuros, como hablar con alguna persona cercana, leer, ver televisión o escuchar música. Es posible superar estos episodios fóbicos con tesón y determinación, aunque al principio todo nos pudiera parecer cuesta arriba.

1. OSCURIDAD TOTAL

      Las tinieblas, las grandes concentraciones de brumas o nieblas, o la noche sin luna, son elementos que siempre han sobrecogido al ser humano, dado que en la más completa oscuridad uno se siente inseguro, medroso e indefenso. Así es cómo se van a sentir los egipcios en un nuevo escalón en el juicio de Dios sobre un faraón tremendamente obstinado: “El Señor dijo a Moisés: — Alza tu mano hacia el cielo, para que aparezcan sobre todo Egipto unas tinieblas tan densas que se puedan palpar. Moisés así lo hizo, y se cernió sobre Egipto una espesa tiniebla que duró tres días. Durante ese tiempo nadie pudo moverse, pues no se veían unos a otros; pero sí hubo luz donde vivían los israelitas.” (vv. 21-29)

      Como vemos, ya no ha hecho falta que Moisés vuelva a presentarse delante del faraón para advertirle una vez más sobre la conveniencia de que deje salir al pueblo hebreo para adorar a Dios, so pena de tener que arrostrar una nueva consecuencia fatídica que va a afectar notable y negativamente a todos sus súbditos. Conociendo el percal, y sabiendo de las continuas faltas de seriedad y fidelidad a la palabra dada del monarca egipcio, Dios ordena a Moisés que desate una plaga más sobre el país del Nilo. Moisés ha de invocar con el beneplácito de Dios unas tinieblas tan impenetrables que todos aquellos que las padezcan van a poder sentirlas con el mero tacto. Tal será su espesura que nadie podría ver más allá de sus narices, impidiendo que la dinámica cotidiana, ya mermada por las anteriores plagas, siguiese su curso. Rodeados de una oscuridad inmensa y temible, todos los egipcios quedaron completamente paralizados, a la espera de que el sol volviese a brillar de nuevo. Todas las actividades laborales y económicas, todos los ritos religiosos y toda relación familiar o de amistad se ha visto detenida abruptamente a causa de esta bruma persistente.

      En los momentos en los que preparo este estudio, una serie de televisión retrata cómo sería vivir sin poder ver, en las tinieblas más absolutas. Esta ucronía distópica se llama “See” y en sus dos temporadas constatamos lo difícil que es poder relacionarse, trabajar o luchar sin visión ocular. A causa de un virus devastador, el ser humano mal vive en pequeños poblados, reducidos en número; una vuelta a la edad de piedra en la que la superchería y nuevas mitologías se abren paso. Se han vuelto temerosos, desconfiados y, por supuesto, incultos. La veneración a nuevas deidades se establece como única vía para explicar determinadas cosas como la lluvia, un eclipse, un ruido desconocido. Lógicamente, algunos sentidos como el olfato o el oído se han desarrollado más, y con estos se construye una nueva forma de relacionarse con el resto de las personas y con la naturaleza. Es una interesante muestra de un mundo en el que ninguno de nosotros quisiera vivir, un mundo cruel y pavoroso en el que nunca acabas de saber de dónde vendrá la próxima amenaza.

      No sabemos exactamente qué clase de oscuridad era esta. Algunos eruditos hablan de un gran eclipse solar, otros de una descomunal tormenta de arena, muy típica de aquellos lares, aunque ambas explicaciones no acaban de casar con la idea de que la oscuridad fuese literalmente palpable. Era como si una brea flotase en el ambiente dejando ciego a todo egipcio. No cabe duda de que esta era una demostración sobrenatural del poder de Dios, manipulando la naturaleza y sus leyes a su antojo, creando una burbuja negrísima que solamente afectaba a las zonas habitadas por egipcios. Solo en territorio hebreo había luz y color. De nuevo, el Señor se enfrenta a los dioses de Egipto. Jehová ha dejado para el final su victoria sobre las deidades más adoradas de esta región. Los dioses solares eran los que mayor enaltecimiento recibían de sus adeptos, entre los cuales podemos contar a Horus, dios del amanecer, Aten, dios del mediodía, Atum, dios del ocaso, y el principal de todos, Amón Ra, el dios solar por excelencia y creador de todas las cosas. Incluso es preciso señalar que el propio faraón era el hijo de Ra, encarnación solar, y dispensador de los favores creadores. De un modo directo, el Señor está desafiando el presunto poder de ese dios supremo egipcio, y deja meridianamente claro que el sol, en definitiva, solo es una lumbrera creada por el Señor y que sirve a su voluntad y a sus designios.

2. RENEGOCIANDO

      El faraón ve pasar día tras día, esperando que se disipasen estas tinieblas irreductibles y extrañas. Y así, tras el tercer día, viendo frustrado su poderío sobre la oscuridad, y siendo cuestionado por la potencia absoluta de Dios, parece transigir en su postura obcecada, y manda llamar a Moisés y Aarón para proponerles un nuevo trato: “Una vez más el faraón mandó llamar a Moisés y le dijo: — Id con vuestros hijos a rendir culto al Señor, vuestro Dios, pero dejad aquí vuestras ovejas y vacas. Moisés respondió: — Tienes que dejarnos llevar también las víctimas para los sacrificios y holocaustos en honor del Señor, nuestro Dios; también nuestro ganado ha de venir con nosotros. No dejaremos aquí ni una sola res, porque debemos rendir culto al Señor, nuestro Dios, con las cosas que nos pertenecen; y hasta que no lleguemos allí, no sabremos qué es lo adecuado para rendirle culto.” (vv. 24-26)

      Gritando como un poseso a sus sirvientes, y estos intentando atisbar algo entre tanta tiniebla que les permitiese dar un paso más, el faraón cree que ya ha sido suficiente. Ya no puede soportar por más tiempo esta oscuridad, y sabe que la única solución a este grave problema consiste en volver a llamar a quien ha echado con cajas destempladas la última vez. Con el miedo en el cuerpo ante la duda de si Moisés y Aarón querrán volver a comparecer ante su presencia, el faraón dicta a sus siervos que busquen, a como dé lugar, al portavoz de todos los hebreos. Al fin, no sabemos ni como, Moisés entra en la penumbra del salón real para escuchar qué tiene que decir el desquiciado faraón. El monarca egipcio tiene una nueva propuesta: dejará marchar a los hebreos para adorar a Dios en el desierto, hombres, mujeres, niños y ancianos, pero con una condición, que dejen el ganado a buen recaudo en Gosén. El rey del Nilo ha claudicado algo ante la escalada del juicio divino, pero no es suficiente, al menos no desde el punto de vista de Moisés.

      Moisés, señala respetuosamente, tal y como hizo en otra ocasión, al faraón, que el ganado tiene que venir con ellos, sí o sí, dado que estas reses y ovejas son precisamente un elemento central de la adoración a Dios. Básicamente, el ritual de exaltación de Jehová tiene como parte esencial el sacrificio y holocausto de ovejas y vacas. ¿Cómo van a comparecer delante de la presencia de Dios con las manos vacías? Este aspecto, remacha Moisés, no es negociable. Y no saben tampoco qué cantidad de animales les serán demandados por parte de Dios cuando ya estén en el lugar señalado, por lo que ningún ganado podrá quedarse atrás. Estos animales no son un regalo de los egipcios, sino que han sido logrados con sangre, sudor y lágrimas durante muchos años, y no pueden renunciar a llevarlos al lugar santo en el que el Señor se encontrará de forma especial con el pueblo israelita. Moisés demuestra que tiene la sartén por el mango, y que debe hacer todo lo posible por tensar la cuerda, a fin de lograr la meta de que los hebreos puedan ser liberados al fin de la explotación egipcia.

3. RUPTURA DEFINITIVA DE CONVERSACIONES

       El faraón, al escuchar las firmes y determinadas palabras de Moisés, y su posicionamiento inamovible sobre sus pretensiones, vuelve a entrar en cólera: “El Señor hizo que el faraón se mantuviera intransigente y que no los dejara salir. Dijo además el faraón a Moisés: — ¡Fuera de aquí! Y no vuelvas nunca más a presentarte ante mí, pues el día en que aparezcas nuevamente por aquí, morirás. A lo que Moisés respondió: — Será como dices, no me verás nunca más.” (vv. 27-29)

      Como parte del plan que Dios ha trazado desde la fundación del mundo para ver cumplidos sus designios eternos, el faraón vuelve a endurecer su corazón, y estalla rabioso contra Moisés. Aún no ha llegado el momento en el que todo va a ir dándose de forma vertiginosa. No se aviene a negociar, ni a dialogar. Sabe que hay gato encerrado en la petición de Moisés, y, a pesar de que ha tenido que contemplar el modo en el que el Dios de los hebreos había manifestado su poderío y gloria, sigue en sus trece. No va a dejar salir a los israelitas de Egipto, y esta es su última palabra. De hecho, despide a Moisés de malas formas, expulsándolo como persona non grata de palacio. Lo amenaza mientras la vena de su sien palpita súbitamente, y le advierte de que, si vuelve a poner un solo pie en la corte real, de cierto morirá. Moisés, inmutable y sabedor de que todo tiene que seguir su curso, el curso predeterminado por Dios, no vacila en responderle que así será, que ya nunca más habrá de verle la cara. La suerte está echada y las conversaciones han sido dinamitadas por completo. Solo queda esperar acontecimientos, unos acontecimientos terribles de los que el faraón se arrepentirá durante el resto de su vida.

CONCLUSIÓN

      Las tinieblas que han cubierto la vida cotidiana de Egipto alcanzan su máximo esplendor en las tinieblas espirituales del faraón y sus cortesanos. Han cerrado sus ojos ante las maravillosas y portentosas obras de Dios en medio de ellos, y no ceden un ápice en sus enrocadas posturas. Han escogido ser ciegos y abrazar la oscuridad de sus almas rebeldes, en lugar de claudicar y postrarse ante Dios como muestra de sumisión y humildad. Han elegido teñir de betún sus decisiones para entorpecer y obstaculizar los planes de Dios, y, aun así, el Señor ha surgido victorioso.

      Así es el espíritu de aquellos que, aun cuando pueden ver las magníficas y sobrenaturales acciones de Dios en el mundo, todavía deciden mostrarse orgullosos y soberbios. No hay peor cosa que comprobar la actividad de Dios en este planeta y en la vida de los seres humanos, y persistir en la ceguera espiritual de no reconocer y confesar la primacía y soberanía del Señor: “Porque el que camina en la oscuridad no sabe a dónde se dirige.” (Juan 12:35)

      Se masca la tragedia en tierras egipcias. La culminación de todas las plagas anteriores ha llegado al fin, y no dejará impasibles a quienes tengan que sufrir la peor de todas las calamidades que puede sufrir cualquier padre, madre, hermano o abuelo. ¿Por qué el faraón ha llevado tan lejos su egocentrismo y altanería? ¿Cuál será el golpe de gracia que recibirá todo Egipto a causa de la estulticia y obstinación de un solo hombre? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más, en el próximo estudio sobre el libro de Éxodo.

 

 

 

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