PASCUA


 


SERIE DE ESTUDIOS EN ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO”

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 12:1-28

INTRODUCCIÓN

       Existen acontecimientos históricos en el imaginario de una sociedad o cultura que deben preservarse aun a pesar del paso del tiempo, de las diferentes tendencias que puedan intentar solapar su recordatorio, y de la desmemoria colectiva. Hitos memorables que toda la humanidad, o un pueblo en concreto, nunca arrincona en el desván de la amnesia comunitaria. Si tuviésemos que realizar un recuento de esos acontecimientos fundamentales de los que todo español habría de tener siempre presente en su mente, hallaríamos varios eventos fundamentales como el desembarco de Cneo y Publio Cornelio en Ampurias en el 218 a. C.; la batalla de Covadonga (722), génesis de la Reconquista; la batalla de las Navas de Tolosa (1212), principio de la decadencia musulmana en España; la conquista de Granada por los Reyes Católicos (1492); el descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1492); la gran derrota de la Armada Invencible a manos de los ingleses (1588); la promulgación de la primera Constitución en las Cortes de Cádiz, llamada “la Pepa” en 1812; la pérdida definitiva de las colonias españolas en 1898; el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923; la Guerra Civil Española que duró de 1936 a 1939; el fallecimiento del dictador Francisco Franco en 1975; y la firma de la Constitución Española de 1978. Todos estos acontecimientos merecen ser registrados en el disco duro de nuestro cerebro, para al menos conocer algunos de los puntos de inflexión que marcaron el devenir de nuestra nación.

      Para los judíos actuales también existen hitos históricos que nunca han dejado de formar parte de su acervo esencial. Momentos cruciales en los que han sido dirigidos o castigados por Dios, dejando una huella imborrable en todos los judíos de todas las épocas. La monarquía hebrea, las deportaciones, las destrucciones de los dos templos, los asedios a Jerusalén, la división en dos reinos, la diáspora, el holocausto nazi, el nacimiento de la nación de Israel o la Guerra de los Seis Días, son solo unos cuantos instantes de la cronología judía que se tienen en consideración siempre que se reúne el pueblo escogido por Dios. Pero un evento de la antigüedad sobresale por encima de cualquier otro: la Pesaj, o Pascua judía. En este estudio seremos testigos de excepción de este jalón histórico, evocando su significado y simbolismo, el estricto cumplimiento de los distintos ritos involucrados en esta, y la atmósfera contextual en la que se produce esta festividad solemne y liberadora.

1. LA PRIMERA PASCUA

       La décima plaga se presenta como una espada de Damocles que pende de un hijo sobre la vida de los primogénitos egipcios. El faraón sigue empecinado en hacer valer su orgullo y su cerrazón negociadora. Moisés y Aarón han entendido de parte de Dios que el momento de ponerse en marcha ha llegado. Una calma tensa parece impregnar todo lo que está a punto de suceder en torno a los hogares de Egipto. Y entonces Dios habla a sus siervos para encomendarles la labor de instituir un ceremonial inolvidable que marcaría definitivamente el destino de los explotados hebreos: Estando aún Moisés y Aarón en Egipto, les dijo el Señor: — Este mes será para vosotros el principal, el mes con que comenzaréis el año. Decid a toda la comunidad de Israel: el diez de este mes cada uno se ha de hacer con un cordero, uno por cada casa y familia. Si la familia es muy pequeña para comérselo entero, que se junte con su vecino más próximo teniendo en cuenta el número de comensales y la porción de cordero que cada uno pueda comer. El cordero deberá ser de un año, macho y sin ningún defecto. Podrá ser cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y en la tarde de ese día toda la comunidad de Israel procederá a inmolarlo. Untaréis luego con la sangre del animal las jambas y el dintel de la puerta de las casas en que se haya de comer. En esa noche se comerá la carne asada al fuego, acompañada de hierbas amargas y panes sin levadura. No comeréis nada crudo o cocido. Todo deberá estar asado al fuego: cabeza, patas y vísceras. Nada dejaréis para el día siguiente; si queda algo, lo quemaréis. Lo comeréis así: la túnica atada, las sandalias abrochadas y la vara en la mano; os lo comeréis a toda prisa. Es la Pascua del Señor.” (vv. 1-11)

       Este nuevo rito religioso, cargado de implicaciones y evidencias de la naturaleza de Dios, se ha de convertir en el eje central alrededor del cual todo el resto de festividades futuras irán vertebrándose. La Pascua será el evento determinante del resto de la dinámica anual, puesto que se celebrará en el primer mes del renovado calendario judío, llamado Nisán. El día décimo de este mes, todas las familias hebreas debían conseguir un cordero o un cabrito. Este cordero o cabrito debía cumplir una serie de requisitos que nos permiten conocer mejor a Dios en su carácter. En principio, este cordero o cabrito debía ser preparado para ser comido, bien por un solo hogar, o en el caso de que la familia fuese pequeña, por dos casas aledañas. El cordero había que ser comido por completo, y, por ello, el Señor advierte que hay que prever el número de comensales y la porción que habrá de corresponder a cada uno de ellos. Lo importante es que nada debía sobrar. Esto nos habla, por un lado, de comunidad, y, por otro, de la plenitud salvífica y liberadora de Dios.

     Además, el cordero debía ser macho y sin defecto. Es inevitable que venga a nosotros la imagen del futuro Cristo, joven, varón e impecable. La santidad de Dios no puede dejar de exigir una completa y satisfactoria perfección en el animal sacrificado. Cualquier otra cosa, solo podría significar que el que escoge el cordero no busca la excelencia en su adoración a Dios. El Señor abomina de los sacrificios hechos simplemente por conveniencia o de forma hipócrita. Dios quiere lo mejor, porque Él habrá, en su momento, de dar lo mejor al mundo, lo más puro y excelente, a su propio Hijo unigénito. Este cordero, será apartado durante cuatro días, para que, en la decimocuarta jornada, este sea sacrificado y desangrado. Toda la comunidad hebrea deberá hacerlo a la vez, sin demora. Una vez que toda la sangre del cordero haya sido depositada en algún recipiente, esta se convertirá en una señal de protección en las jambas y el umbral de los hogares israelitas. Tomando un ramillete de hisopo, con tallos leñosos de 40 a 50 cm de altura, derechos y poblados de hojas lanceoladas, este será sumergido en la sangre derramada del cordero para pintar la entrada de las casas hebreas.

      Tras realizar esta imprescindible acción, toda la familia, congregada en torno a la mesa, comerán del cordero asado, mientras lo acompañan con hierbas amargas y pan sin levadura. Las hierbas amargas cumplen su cometido simbólico de señalar todas las vicisitudes y amarguras que los hebreos habían sufrido durante siglos a manos de los egipcios. El pan sin levadura era el recordatorio de que la salida de Egipto iba a ser precipitada e inminente, sin tiempo para dejar que la masa de pan leudara. El cordero debía estar en su punto: ni crudo ni cocido. A la hora de asar el cordero, nada podía quedar fuera del fuego, y nada podía sobrar de este para comer al día siguiente. Cualquier sobra debía ser completamente calcinada en el fuego. No solamente había que prestar atención a cómo cocinar el cordero, sino que la misma indumentaria de los comensales debía ajustarse a los parámetros dispuestos por Dios, los cuales auguraban una pronta y rápida marcha hacia la libertad. De ahí que todos debiesen vestir sus túnicas bien ceñidas y atadas, con su calzado ajustado y sujeto, y la vara con la que apoyarse durante un camino que se antojaba duro y acelerado, bien preparada. Esta sería la última cena de los israelitas en tierra de Gosén. Dios ya había decidido quebrantar la resistencia del faraón, y todos debían estar listos para iniciar una travesía hacia el desierto, rumbo al monte Sinaí. Dios ha instaurado este ceremonial y lo ha hecho para ser glorificado una vez más.

2. UNA PASCUA PERPETUA

      La razón de ser de esta Pascua encuentra su explicación en los siguientes versículos: Esa noche recorreré el país de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto personas como animales. De este modo, yo, el Señor, daré un justo escarmiento a todos los dioses egipcios. La sangre servirá de señal en las casas que habitáis: cuando yo vea la sangre pasaré de largo y no os alcanzará la plaga exterminadora con que castigaré a Egipto. Ese será para vosotros un día memorable; en él celebraréis fiesta en honor del Señor, y esto quedará como institución perpetua para las generaciones futuras.” (vv. 12-14)

      Mientras las familias cenan juntas el cordero y su acompañamiento, el Señor va a asestar uno de los golpes más duros contra Egipto jamás registrados. Dios mismo va a ir casa por casa dentro de los márgenes del territorio egipcio para arrebatar la vida a todos los primogénitos humanos y animales que no estuviesen dentro de la burbuja protectora de la sangre salpicada en los dinteles y jambas de las viviendas israelitas. El propósito de esta visitación divina letal es la de ajustar cuentas con todos aquellos seguidores y servidores de los inexistentes dioses del panteón egipcio. Durante nueve plagas, Dios ha humillado completamente a todas las deidades de la naturaleza, de la salud o de la prosperidad, pero ahora ha llegado el momento en el que demostrará quien es el que da la vida y el que la quita por la pura decisión de su soberana voluntad. Va a probar ante todas las naciones que Él es el único Dios y que es poderoso para liberar a su pueblo de la esclavitud. La sangre en la entrada de los edificios hebreos será una señal para que Dios, cuando pase calle por calle, no quite la vida al primogénito que en estos habitan.

     Dios establece esta Pascua como una festividad en la que Dios ha de ser enaltecido y en la que todo el pueblo de Israel ha de agradecer la manera maravillosa y sobrenatural mediante la cual liberará a toda una nación de las garras de sus explotadores. El gozo y la solemnidad tienen cabida en este acto de reverente culto a Dios. El sentimiento de comunidad y de espiritualidad rezuman por todos los poros de esta Pascua del Señor. Y pase lo que pase en el transcurso de la historia, esta Pascua nunca dejará de celebrarse, tal y como así ha sido hasta el día de hoy, por muchas persecuciones, torturas y tribulaciones por las que haya pasado el pueblo israelita a lo largo de las eras. Esta ceremonia se convertirá en una tradición innegociable que pasará de padres a hijos y a nietos, para que nadie deje de acordarse de la formidable manera en la que Dios sacó a los hebreos de tierra de dolor y hostigamiento. Más tarde este rito tan significativo será regulado con mayor detalle, tal y como veremos más adelante.

3. LOS PANES SIN LEVADURA

      A continuación, el Señor da instrucciones a Moisés y Aarón acerca del pan sin levadura que habrán de comer durante varias jornadas hasta haber logrado una liberación definitiva: “Durante siete días comeréis panes sin levadura; desde el primer día haréis desaparecer la levadura de vuestras casas, porque cualquiera que comiere algo fermentado durante esos días será expulsado de Israel. Tanto el primer día como el séptimo, celebraréis una asamblea sagrada. Durante esos días no estará permitido realizar ningún trabajo, exceptuando únicamente el necesario para preparar la comida. Observaréis la fiesta de los Panes sin levadura, porque en ese día saqué yo a vuestras tribus de Egipto. Celebraréis ese día como institución perpetua para las generaciones venideras. Desde la tarde del día catorce del primer mes hasta la tarde del veintiuno comeréis panes sin levadura. Durante esos siete días no deberá haber levadura en vuestras casas, porque cualquiera que coma algo fermentado, tanto si es extranjero como si es israelita, será expulsado de la comunidad de Israel. No comeréis nada fermentado; donde quiera que habitéis, comeréis panes sin levadura.” (vv. 15-20)

      Mientras dure su primera etapa en su salida de Egipto, durante siete días, los hebreos deberán alimentarse solo con pan sin levadura, el matzá, poniendo mucho énfasis en que la levadura estará prohibida en este lapso de tiempo. Los judíos debían purificarse por completo de levadura, limpiando con meticulosidad cada rincón de sus hogares en busca de alguna partícula de estos hongos microscópicos. Tal debía ser la escrupulosa limpieza que se debía realizar, que Dios advierte que, si alguien come algo fermentado por la levadura a lo largo de esta semana, será automáticamente expulsado de Israel como pueblo. No importa que sea miembro de alguna de las tribus de Israel o que tenga un certificado genealógico que lo vincule a los patriarcas de antaño; si alguien siente la tentación de comer algo leudado, será escindido de la vida social y religiosa del pueblo hebreo. La rotundidad con la que Dios dicta este aviso obedece, una vez más, a la solemnidad y sinceridad del acto.

      En esta semana, solo se podrá hacer las labores propias de la elaboración de comidas, por lo que cualquier otra faena en el campo o dentro de las casas o tiendas queda completamente prohibida. Tanto el primer día como el séptimo de este intervalo temporal serán consagrados a la reunión comunitaria de Israel, con el propósito de recordar los hechos espectaculares y grandiosos de Dios en su rescate de manos de los egipcios. La concentración en Dios y en sus excelsas acciones se demostrará precisamente con estos requisitos que los unían colectivamente al Señor y su misericordia. El Señor vuelve, desde el v. 18 al v. 20, a remachar esta información, con la idea de que estaba hablando en serio, y que sus indicaciones habían de ser llevadas a cabo a carta cabal, sin margen a malas interpretaciones o errores de comprensión. Dios quiere un pueblo obediente y fiel a sus órdenes, capaz de demostrarle un servicio y una gratitud genuinos. También vuelve a enfatizar la institución de esta celebración como algo perpetuo, que no dejará de ser, aun cuando adquirirá su auténtico sentido y significado en la Pascua de Cristo, en la última cena junto a sus discípulos en el aposento alto.

4. MANOS A LA OBRA

       Una vez que Moisés y Aarón han captado la idea literal de lo que Dios quiere que haga su pueblo, no solamente esa noche, sino también en los siglos venideros, estos reúnen a los representantes oficiales de cada tribu para explicarles la situación con pelos y señales: “Moisés convocó a todos los ancianos de Israel y les dijo: — Id a escoger un cordero por familia, e inmoladlo para celebrar la Pascua. Después tomad un manojo de hisopo, empapadlo en la sangre del animal recogida en un recipiente, y untad con ella el dintel y las dos jambas de la puerta. Que nadie salga de su casa hasta la mañana siguiente. Porque el Señor pasará hiriendo de muerte a los egipcios, y cuando vea la sangre en el dintel y en las dos jambas, pasará sin detenerse en aquella puerta y no dejará que el exterminador entre en vuestras casas para matar. Obedeced este mandato del Señor como una ley perpetua para vosotros y para vuestros hijos. Cuando entréis en la tierra que el Señor os va a dar, tal como lo ha prometido, seguiréis manteniendo este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: “¿Qué significa este rito?”, les responderéis: “Es el sacrificio de la Pascua en honor del Señor, que pasó sin detenerse en las casas de los israelitas en Egipto, cuando hirió de muerte a los egipcios y protegió a nuestras familias”. Entonces los israelitas se postraron en actitud de adoración. Luego hicieron lo que el Señor había ordenado a Moisés y Aarón.” (vv. 21-28)

       Alea jacta est. La suerte está echada. Los ancianos han de aleccionar a sus respectivas tribus y familias para que hagan justo lo que Dios acaba de transmitirles a Moisés y Aarón. Volvemos a reconocer las palabras de Dios por medio de sus portavoces, añadiendo algunos detalles más. En primer lugar, nadie debía salir de casa esa noche. Y mucho menos los primogénitos hebreos. Había toque de queda, y si se incumplía, uno podía darse de bruces con el Espíritu mismo de Dios, y no iba a ser buena idea dada su misión esa noche. En segundo lugar, Moisés relaciona esta Pascua con la tierra prometida por Dios. Los hebreos tienen una meta concreta hacia la que dirigirse. No van a huir como pollos sin cabeza. Dios está preparando todas las circunstancias y coyunturas de la realidad para que, si Israel lo obedece, este pueda disfrutar de las promesas seguras del Señor. En tercer lugar, Moisés anima a que los que van a ser testigos de la liberación asombrosa y milagrosa de Dios, sean capaces de responder a sus hijos y nietos en el futuro cuando estos quieran saber de qué va la Pascua. El factor pedagógico nunca puede faltar en este acontecimiento sublime que está a punto de suceder.

       Cuando los ancianos comunican todas estas cosas a sus correspondientes tribus, todos los israelitas, conocedores de que la hora decisiva estaba al caer en breve, unidos como un solo cuerpo comunitario, se postran en señal de sometimiento y adoración a Dios. Tras las primeras dudas en cuanto a la misión y palabra de Moisés y Aarón al comienzo de su trabajo profético, parece que Israel ha asumido que Dios es real y que es mucho más poderoso que las divinidades egipcias, incluyendo al faraón, la encarnación de los dioses ancestrales. Huelen el aroma de la inminente libertad, y se ponen manos a la obra para celebrar la primera Pascua de sus vidas. Solo queda esperar acontecimientos y estar preparados para lo inesperado.

CONCLUSIÓN

      A nadie se le escapa, después de conocer los entresijos de la Pascua hebrea, que la inevitable mención a la persona de Cristo es necesaria. La Pascua, como tipo del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que nos liberta de la esclavitud del pecado y que nos evita la muerte que merecemos a causa de nuestras transgresiones e iniquidades, se perfecciona en el momento en el que participamos de la misma fiesta, pero mucho más ajustada a la realidad espiritual tanto de gentiles como de judíos, la fiesta de la Santa Cena.

       Comiendo el pan y bebiendo la copa de vino, rememoramos el mayor hito que ha acontecido en la historia de la humanidad, anunciamos el sacrificio de Cristo, inocente de cualquier cargo, en favor nuestro, y así implicamos que él vino al mundo para permitirnos salir del dominio del pecado y entrar en una nueva tierra prometida en la Nueva Jerusalén, tierra a la que peregrinamos mientras estamos en esta dimensión terrenal. Pablo enlazó esta realidad espiritual con los panes sin levadura al escribir lo siguiente: “Eliminad todo resto de vieja levadura y sed masa nueva ya que sois panes pascuales, pues Cristo, que es nuestra víctima pascual, ya ha sido sacrificado.” (1 Corintios 5:7)

      La muerte acecha a los primogénitos egipcios. Las campanadas de medianoche suenan figuradamente en nuestra imaginación. La hora más crítica y tenebrosa ha llegado. ¿De qué modo ejecutará el Señor su exterminio? ¿Servirá de algo esta nueva plaga para que el faraón se avenga a contemplar la idea de dejar salir a los israelitas? Las respuestas a estas preguntas y a otras muchas más, en nuestro próximo estudio sobre el libro del Éxodo.

 

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