MUERTE DE LOS PRIMOGÉNITOS


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO”

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 12:29-36

INTRODUCCIÓN

       El ser humano, por lo general, hasta que no le ve las orejas al lobo, no parece querer darse cuenta de la miseria y el desastre que le está a punto de sobrevenir. Las personas son capaces de leer las pistas y señales que llevan a una situación problemática de lo más severa, pero, aun así, continúan caminando aceleradamente hacia el abismo de su perdición. No sé, es como si muchos individuos pensaran que en el último momento todo se va a arreglar por sí mismo, que el horizonte de la crisis se desvanecerá para dar lugar a un estado de felicidad por ciencia infusa, que aquello que lo está acogotando desaparecerá como por ensalmo. Siempre me viene a la mente esa manida frase que suele aparecer en todas las películas y series de televisión cuando alguno de los personajes tiene el agua al cuello: “Todo saldrá bien. Te lo prometo.” Y, sin embargo, no todo sale bien pensando de forma positiva, porque se impone la realidad, y esta no conoce de mentalidades positivas. Llevar hasta el límite la esperanza de que las cosas van a mejorar cuando ocurre todo lo contrario, se me antoja una estrategia poco menos que decepcionante y deplorable. Sobre todo, cuando la ruina se cobra su precio a un coste incalculable e irrecuperable.

      Luego, cuando ya se ha abatido por completo, y de forma inmisericorde, la desgracia, entonces es cuando muchos desean cambiar de actitud. Pero ya es demasiado tarde. El mal está hecho, las arenas movedizas te están deglutiendo sin remedio, y lo que se temía que podía ocurrir, ocurre. Ante la pérdida de aquellas cosas o personas que teníamos en la más alta estima, nada puede hacerse por recobrarlas de nuevo. Podemos intentar sustituirlas, pero nunca será lo mismo. La dentellada dolorosa y feroz de la adversidad previamente percibida ha causado un sufrimiento terrible del que muy poca gente es capaz de recuperarse. ¿Por qué entonces esperamos hasta el último momento, procrastinando la solución, al menos parcial, de nuestra anunciada devastación? ¿No sería mejor atender a las evidencias primeras de que si seguimos tentando a la suerte, nos las tendremos que ver con consecuencias funestas y dramáticas? ¿No sería mejor idea dejar a un lado el orgullo personal para humillarse a fin de hallar la resolución más satisfactoria a algo que se puede llegar a convertir en un auténtico infortunio personal?

      El faraón de Egipto era de esta clase de personas: irresponsables, ensoberbecidas e inasequibles a la humildad. Nueve plagas han asolado la tierra de Egipto, con repercusiones a cuál más horrible y demoledora. Ha contemplado desde el primer momento el poder de Dios desplegado de forma inequívoca. Ha padecido en sus propias carnes los estragos que estas plagas han causado. Su país está completamente arruinado y sus súbditos están al límite de su aguante. Los dioses a los que adoraba con tanta devoción no han podido igualar o atajar las sobrenaturales acciones del Dios de los hebreos. Los israelitas han salido indemnes de todo este castigo divino. Sus consejeros hace tiempo que dudaron de que la estrategia faraónica de mantener su postura intransigente fuese la más idónea. Pero el faraón se ha enrocado en su presunción y en su conveniencia económica. Piensa que Moisés ahora está echándose un farol descomunal. Es imposible que la amenaza de la muerte de los primogénitos egipcios sea verdad. No obstante, la cruda realidad hará que tenga que tragarse su altanería, mientras pierde a uno de los seres que más amaba.

1. NOCHE FATAL

      No es de extrañar que Dios cumpla su palabra. La Pascua se ha celebrado en cada hogar hebreo y todos se preparan para actuar tras el golpe de gracia que recibirán los egipcios. La noche más terrorífica y dantesca que Egipto nunca conocerá, ha llegado:A medianoche, el Señor hizo morir a los primogénitos en Egipto, desde el primogénito del faraón —heredero del trono— hasta el primogénito del que estaba encerrado en el calabozo, y también a las primeras crías del ganado. Se levantó aquella noche el faraón junto con sus cortesanos y todos los egipcios, y un alarido inmenso se oyó en todo Egipto porque no había casa en donde no hubiera algún muerto.” (vv. 29-30)

      Todo comienza a las doce de la medianoche. No sabemos de qué forma sucede este acontecimiento luctuoso. Pero mientras duerme la gran mayoría de habitantes de Egipto, paulatinamente, gritos de angustia y pena inmensa inician su crescendo. La muerte ha visitado cada hogar egipcio arrebatando la vida a todos aquellos hijos primeros de cada familia, así como todos los primeros nacidos de entre los animales del ganado. Un aullido coral se alza en mitad de las tinieblas nocturnas, manifestando el dolor de miles de hogares. El Dador de la vida, el cual tiene potestad sobre ésta, quitándola, preservándola o devolviéndola, ha hecho honor a su promesa, y miles de personas quedan exangües en sus lechos. La muerte ha sido indolora para sus víctimas, pero el sufrimiento causado por este episodio letal a sus familiares y seres queridos quedará en los anales de la historia de Egipto. No hay casa en la que no exista el lamento y el duelo. Desde el sucesor al trono hasta el primogénito de los delincuentes, todos perecen instantáneamente. No existen excepciones a la regla. Todo Egipto reconoce entonces, y el faraón en primer término, que todo lo que les está aconteciendo es producto de su obstinación. Y ya no hay nada que puedan hacer para revertir la situación trágica por la que todos los egipcios están pasando.

      Toda una nación se levanta de madrugada para endechar a sus más queridos hijos mayores. Imaginemos, poniéndonos en las sandalias de miles de padres y madres, la conmoción causada por el fallecimiento de sus primogénitos. En ellos tenían puestas todas sus esperanzas de futuro, en ellos estaba depositado el deseo de que fuesen guías de sus familias, en ellos residía la continuidad del linaje, la estabilidad del hogar. No obstante, todas esas expectativas son derribadas de un solo golpe invisible. La mortandad ha sido pavorosa y el número de los finados excede con mucho el número de los muertos en cualquier batalla pasada. Han fallecido por la estulticia del faraón y ahora solo les espera un panorama dantesco y crítico donde los haya. No hay nada más terrible y descorazonador que darse cuenta de que un hijo horas antes sano y vigoroso, ahora yace inerme en su jergón. Seguramente los habitantes hebreos de Gosén escucharían atemorizados y asombrados el clamor estremecedor de sus convecinos, y darían gracias a Dios por haberles evitado este trago tan amargo y severo.

2. RECAPACITAR ANTE LA MUERTE

      El faraón, completamente acongojado a causa de la muerte de su querido primogénito, parece reflexionar sobre su suerte y anegado en lágrimas ordena que comparezcan ante él Moisés y Aarón: “Esa misma noche el faraón mandó llamar a Moisés y Aarón para decirles: — Marchaos, alejaos de mi gente; vosotros y todos los israelitas id a ofrecer culto al Señor, como pedisteis. Llevad también con vosotros las ovejas y las vacas, como queríais, y marchaos. Y rogad por mí.” (vv. 31-32)

      Todavía desconcertado y lloroso, el faraón recibe a horas intempestivas a los mensajeros de Dios. Nunca habría pensado que la peor de las pesadillas pudiese hacerse realidad. La visitación de la muerte aún sigue fresca en el ambiente. Necesita reconsiderar su decisión de no dejar marchar a los hebreos para adorar a su Señor en el desierto, porque si esta plaga les ha arrebatado seres sumamente queridos, ¿qué no pasaría en una nueva intervención soberana de Dios? ¿Morirían todos? El faraón se apresura a convocar a Moisés y Aarón a fin de comunicarles que pueden marcharse sin ningún tipo de condicionantes. Es más, el faraón desea que se vayan lejos porque el temor ha invadido cada corazón de Egipto. No les está dando la libertad, por supuesto. Pero sí les está concediendo la oportunidad de hacer lo que demandaban llevando consigo a todos sus animales. Ha tocado fondo y hasta solicita a Moisés y a Aarón que pidan al Señor por él, una nueva muestra de que ha sido humillado sin paliativos por el poder desatado de Dios. Sin mostrar arrepentimiento alguno, el faraón solo ansía deshacerse por unos días de los hebreos, con la esperanza de que, cuando vuelvan recibirán su merecido, pero no antes. El día que Dios estableció para liberar a su pueblo ha llegado, aunque el faraón aún no sea consciente de ello.

3. PREPARÁNDOSE PARA EL CAMINO

      Como si de una peste se tratase, los egipcios solamente anhelan perder de vista a sus vecinos hebreos. Entre el temor y el entendimiento de que su gobernante debió haber atendido la petición que los israelitas presentaron por medio de Moisés y Aarón, los egipcios se deshacen en atenciones para con sus vecinos hebreos: “Los egipcios acuciaban al pueblo, para que saliese del país cuanto antes, pues decían: “Vamos a morir todos”. El pueblo recogió la masa de harina aún sin fermentar y, junto con las artesas, la envolvieron en mantas y se la echaron al hombro. Además, obedeciendo las órdenes de Moisés, les pidieron a los egipcios objetos de oro y plata, y vestidos. El Señor hizo que los israelitas se ganasen el favor de los egipcios, que les dieron todo cuanto les pedían. Así fue como despojaron a los egipcios.” (vv. 33-36)

       Entre que muchos egipcios no se llevaban mal con los hebreos, todo gracias a la intervención de Dios, y que estos tenían miedo de mayores y peores represalias del Señor, los israelitas eran prácticamente empujados fuera de sus hogares para que se marchasen y les diesen un respiro para llorar a sus muertos y recuperarse, hasta cierto punto, de los reveses tan intensos y adversos que acababan de sufrir. No parece que los egipcios culpen a los hebreos del fallecimiento de sus primogénitos, pero sí temen a su Dios, a un Dios que puede disponer a su entera voluntad de la vida de cualquier ser humano. Los hebreos, por su parte, acatan todas y cada una de las indicaciones que Dios les había dado por medio de Moisés, y por ello, toman la masa del pan sin levadura, lo cubren con mantas para que esta conserve sus cualidades durante el tiempo que dure su andadura hacia el desierto, y la transportan en sus mismas artesas, recipientes cuadrilongos con forma de tronco de pirámide invertida donde se amasaba el pan, cargándolas sobre ellos. No sabemos qué estaría pasando por la mente de los hebreos en ese instante. ¿Sería cierto que podían marcharse de Egipto para siempre? ¿O tendrían que regresar después de adorar a Dios en el Sinaí?

      Además, para que los hebreos pudiesen desaparecer por completo de la vista de los egipcios, estos últimos, ante la petición de sus vecinos israelitas de que les diesen joyas de metales preciosos y todo tipo de vestimentas, se lo dan todo sin pedir ni siquiera una mínima explicación. Es tan imperioso el deseo de que traspongan, que no dudan en darles todo lo que, en ese mismo momento, carecía de valor para ellos. Habían perdido sus campos, su ganado, su salud y ahora sus primogénitos. Todo aquello que fuese materialmente susceptible de ser apreciado en otras épocas, en la actualidad ya no tenía ningún tipo de valor. Por eso lo dan con prisas y sin preguntar si en un momento dado les devolverán lo que se están llevando. Si añadimos al miedo el modo en el que el Señor predispone los corazones de los egipcios, podemos pensar en que lo que pudo llevarse el pueblo de Israel para su viaje por el desierto, fue un verdadero potosí. Tal es así que el mismo autor de Éxodo remarca que de esta forma los egipcios fueron despojados, esto es, privados de todo cuanto pudiesen estimar precioso. Cargados con el pan sin levadura, con ropajes a mansalva y con kilos y kilos de metales preciosos, los hebreos se alistan para encarar la aventura más increíble jamás narrada.

CONCLUSIÓN

      Esta historia nos enseña una vez más a claudicar cuando el Señor nos está dando pistas claras de hacia dónde debemos dirigirnos en la vida. Cuando vamos a tomar decisiones, escuchemos primeramente a Dios y a su voluntad perfecta y sabia, y luego, escojamos obedecerlo si queremos que las cosas nos vayan bien. Ahora, si lo que Dios te muestra como correcto y aconsejable no te conviene, y te obcecas para seguir tu propio camino, recuerda que, aunque Dios te dé algunas oportunidades para recapacitar, llegará un momento en el que tendrás lo que deseas y te darás cuenta de que no es lo que te convenía o edificaba. Entonces, una vez el daño esté hecho, solo podrás hacer como el faraón, arrodillarte delante del Señor reconociendo su supremo conocimiento de todas las cosas, y rogando que sea misericordioso contigo. Nos ahorraríamos muchos disgustos si, desde el primer instante, hiciéramos nuestros los consejos de Dios, y no tendríamos que lamentar pérdidas innecesarias o crisis que pudieron prevenirse.

     Los hebreos ya están a punto para ponerse en marcha. ¿Será el fin de su esclavitud o solo una pequeña pausa en su servidumbre? ¿Qué ocurrirá cuando ya estén poniendo tierra de por medio entre ellos y el faraón? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más, en nuestro próximo estudio sobre el libro del Éxodo.

 

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