ANUNCIO LETAL


 


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO”

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 11

INTRODUCCIÓN

      Una de las cosas que peor lleva un ser humano es sobrevivir a sus descendientes. Cuando se abate sobre una familia la desgracia de la pérdida de una persona joven y querida, el dolor es mucho más amargo y desconcertante. Usando la lógica de la vida y la edad, entendemos que los padres fallezcamos antes que los hijos, puesto que ya hemos recorrido este mundo lo suficiente como para esperar de Dios que acoja nuestra alma en su seno. Es ley de vida, dirían algunos. Pero tener que contemplar el óbito de uno de nuestros hijos o nietos en la flor de su desarrollo humano, es una vivencia que llena nuestra mente de interrogantes, de pensamientos que ponen en duda la justicia de nuestra realidad, de ideas confusas que revolotean en torno a nosotros sin una respuesta que nos alivie, consuele o calme nuestra aflicción. Es muy duro tener que participar de la tenebrosa circunstancia del fallecimiento de un ser al que amamos profundamente, con sus sueños a medio hacer y su potencial cortado de raíz. Aquellos que no conocen a Cristo, aquel que recibe con los brazos bien abiertos al espíritu que en él ha confiado, justo en el instante de la muerte, sin importar la edad que uno tenga, se sumen desesperados y acongojados en una suerte de burbuja opresiva que no les deja asumir o entender el mal trago por el que están pasando.

      Todos aquellos padres que han tenido que atravesar ese valle de sombra de muerte, y que carecen de la esperanza que brinda el Señor en medio del luto, nunca van a poder olvidar. Incluso se van a obsesionar tanto con el hijo que les ha sido arrebatado por la parca, que dejarán de atender al resto de la familia, centrando su pensamiento únicamente en lo que se perdió, en lugar de seguir luchando por la vida de los que aquí quedan. Es en estos momentos en los que todos los que la rodean deben arropar al progenitor, comprendiendo su sufrimiento y teniendo paciencia con este. El acompañamiento es vital en este estadio del duelo. Pero esto no quita que, en un momento dado, se deba animar a este padre o a esta madre a seguir adelante, a soltar amarras del puerto de la tristeza y la depresión para seguir bogando por este mundo, un mundo en el que todavía existen personas que los aprecian y personas a las que apreciar. Ante un golpe tan cruel, todos los planes se derrumban, todas las expectativas de futuro se oscurecen, y todos los días parecen grises y lluviosos, pero Dios puede transformar esta experiencia dramática en una experiencia revitalizadora y renovadora si se deja que entre en la vida de los que padecen y lamentan la pérdida de uno de los seres más amados del mundo.

1. PREPARÁNDOSE PARA MARCHAR

      Precisamente esta clase de experiencia será la que acabará por quebrar la resistencia empecinada del faraón, toda vez que durante los últimos meses este ha sido objeto de las plagas más devastadoras que nunca había conocido Egipto. Llega al fin la hora de la verdad. Todas las cartas están sobre la mesa, y, aunque Moisés y Aarón han sido expulsados indignamente de la presencia del faraón, todavía tienen que transmitir un ultimátum del Señor que hará temblar de miedo a todos cuanto lo escuchen: El Señor dijo a Moisés: — Todavía voy a mandar una plaga más sobre el faraón y los egipcios; después de ella, no sólo os dejará salir, sino que os expulsará. Di, pues, a los israelitas que cada uno pida a sus vecinos y vecinas de Egipto objetos de oro y plata. El Señor hizo que los egipcios fuesen generosos con los israelitas; incluso el mismo Moisés gozaba de gran consideración tanto entre los cortesanos del faraón, como entre el resto de los egipcios.” (vv. 1-3)

      Nueve plagas de juicio divino han sido derramadas ya sobre todo Egipto. Ninguna de ellas ha hecho que el faraón renunciase a su postura inflexible sobre la propuesta mosaica de dejar que el pueblo de Israel marche al desierto para adorar a su Señor con todo lo que tienen. Sin embargo, cumpliendo puntualmente con su planificación soberana, Dios aún tiene reservada una última plaga que no solo hará que el faraón permita que los hebreos marchen al Sinaí, sino que propiciará que el mismo rey de Egipto los aborrezca de tal manera que expulse con urgencia y ansia a los israelitas. Se acerca el desenlace final de esta escalada de plagas. Cómo debía ser esa plaga que Dios estaba preparando como golpe de gracia sobre el faraón, que este depondría de su actitud enrocada, e incluso desearía fervientemente que no quedase ni un hebreo dentro de las fronteras de su país. Al parecer esta nueva muestra del poder de Dios iba a ser tan intensa y trágica que ni los corazones más endurecidos podrían permanecer incólumes e indiferentes.

      Pero antes de que el Señor revele a Moisés su último golpe de efecto, quiere que el pueblo de Israel vaya preparándose para una salida inminente y veloz. Con el objetivo de que los hebreos no se marcharan con las manos vacías de Egipto, y con el propósito de que todos los trabajos forzados gratuitos que realizaban bajo la bota explotadora de sus capataces fuesen, de algún modo, remunerados, Dios ordena a Moisés que comunique a todos los príncipes de Israel que transmitan a sus respectivas tribus que se surtiesen de toda clase de joyas de oro y plata a costa de sus propios vecinos. No sería fácil lograr que los egipcios, en muchos de los casos, enemistados con los hebreos, diesen con total tranquilidad estos metales preciosos a meros esclavos, pero, no obstante, lo hicieron. Y es que los hebreos nunca se enfrentaron ni se rebelaron contra aquellos que los utilizaban como mano de obra prácticamente gratuita. Su conducta y testimonio parece que fueron clave para que sus vecinos les ofreciesen plata y oro, y esto, unido a la gran consideración que la corte y la sociedad egipcia tenían hacia Moisés, permitió que los hebreos fuesen acumulando un buen tesoro que poder emplear en el futuro para lograr su independencia. Dios, por supuesto, está tras esta súbita e inesperada generosidad egipcia, moviéndolos a ayudar a sus convecinos sin trabas ni complicaciones.

2. LA PLAGA MÁS DEVASTADORA

       Aunque Moisés le había dicho en un encuentro anterior al faraón que no volvería a verle, éste estima que el monarca del Nilo debe ser sabedor de la que se le viene encima a causa de su terquedad y orgullo: “Y dijo Moisés al faraón: — Esto dice el Señor: A eso de la medianoche pasaré a través de Egipto y todos los primogénitos egipcios morirán, desde el primogénito del faraón, su heredero, hasta el primogénito de la sierva que muele en el molino; y lo mismo sucederá con las primeras crías del ganado. Entonces resonarán en todo Egipto gritos de desolación, como nunca los hubo ni los habrá jamás. Pero en lo que se refiere a Israel, se trate de personas o de animales, ni un perro les ladrará, para que reconozcáis que el Señor ha tratado de modo diferente a egipcios e israelitas. Entonces, vendrán a verme tus cortesanos que de rodillas me dirán: “Márchate con todo el pueblo que te sigue”. Después de esto me marcharé. Y salió Moisés muy indignado de la presencia del faraón.” (vv. 4-8)

      Sin muchas ceremonias, Moisés se planta delante de un faraón bastante enfadado y desgrana con rotundidad la sucesión de hechos que impulsarán la definitiva marcha de los hebreos de territorio egipcio. A las doce de la noche de ese mismo día, el Señor visitaría todas las ciudades y aldeas de Egipto para arrebatar la vida a todos los primogénitos del país, así como a todos los primeros nacidos de las bestias del campo. No habrá excepciones. Desde el hijo mayor del faraón, futuro sucesor de este en el gobierno de la nación, hasta el hijo mayor de la persona más sencilla del escalafón social, esto es, la criada del molinero, fallecerán de forma inaudita y puntual cuando den las doce campanadas. Esta plaga terrible ya no iba a afectar únicamente a los animales, a la naturaleza o a la salud de los egipcios. Se trataba de una sentencia de muerte que el Señor está anunciando como consecuencia de la dureza de mollera del faraón. La culpa se corporativiza y todo el pueblo egipcio tendrá que pagar por los errores de su gobernante principal. Dios diezmaría la población de Egipto de una forma estremecedora e irremediable.

     Tal será el dolor y el lamento que se alzará por todo Egipto, a excepción de la ubicación del pueblo hebreo, que ningún cronista será capaz de hallar una circunstancia tan desoladora en los anales de la historia, y cualquier comparación entre las desgracias del futuro de Egipto y la plaga de la muerte de los primogénitos, será odiosa. Imaginemos las miles y miles de familias egipcias que pudiese haber en aquellos tiempos, y pensemos en el aullido de sufrimiento más tremebundo que hayamos escuchado nunca. La noche se vería rota por un macabro coro de llanto y maldición, por el sonido inequívoco que trae el viento cuando la muerte se ha cobrado su víctima. Esta panorámica de aflicción y tragedia, sin embargo, hallará su contraste pacífico y silencioso de las zonas en las que viven los hebreos. Ni el ladrido de un perro estorbará su descanso en la noche, referencia reveladora de que, como Anubis, dios de la ultratumba tenía rostro canino, nadie moriría en Gosén. Todos podrán comprobar, de nuevo, cómo el Señor favorece a los israelitas en detrimento de los egipcios impenitentes. Esto será señal de que Dios ha dado grandes oportunidades para resolver este asunto con humildad y sensatez, pero que el ser humano ha optado por asumir el coste inmenso de su imprudencia y presunción supinas.

      Cuando todos los hogares egipcios comiencen a atar cabos y a entender que lo ocurrido no es resultado de la casualidad o del azar, ni siquiera que es una señal de unos dioses furibundos que los quieren castigar porque han sido infieles de algún modo, entonces comprenderán que la mano poderosa de Dios, el que da vida y la quita, y la vuelve a dar, según su soberana voluntad, ha hecho todo esto. Los cortesanos, víctimas también de la muerte de sus primogénitos, vendrán ante las plantas de Moisés para suplicar con los rostros arrasados en lágrimas y sus ropajes de duelo, que todo Israel se marche para no volver más a Egipto. Estos cortesanos entienden que su mala suerte obedece a la presencia de estos advenedizos hebreos, y deben ser animados a abandonar lo antes posible su tierra. Una vez que Moisés reciba la orden destemplada del faraón y sus cortesanos, se marchará por donde vino, para que, raudo y veloz, pueda preparar la salida de su pueblo en tiempo récord. Ante estas palabras últimas de Moisés, el faraón ya no puede más y lo lanza fuera de sus aposentos como si este fuese un perro rabioso y pulgoso. Moisés se indigna, como no podía ser de otra manera, y corre al encuentro de los príncipes de Israel para planificar una salida prácticamente inminente del territorio de Egipto.

3. DIOSES DERROTADOS

       El autor de Éxodo recapitula antes de que la décima plaga caiga como una losa pesada sobre los habitantes de Egipto y todo comience a desencadenarse de forma vertiginosa: “El Señor dijo a Moisés: — El faraón no os hará caso y tendré que multiplicar mis prodigios en Egipto. Moisés y Aarón hicieron todos estos prodigios en presencia del faraón, pero como el Señor mantuvo al faraón intransigente, este no dejó salir de Egipto a los israelitas.” (vv. 9-10)

       La tónica general, tal y como hemos ido viendo en los estudios anteriores, siempre ha sido la siguiente, con sus matices particulares en cada plaga: propuesta de Moisés, obstinación del faraón, despliegue del poder de Dios, súplica del faraón, cese de la plaga, obstinación del faraón. En el caso que nos ocupa ahora con la advertencia de Moisés en referencia a la muerte de los primogénitos, el faraón vuelve a mostrar su rigidez y antipatía, creyendo que el Dios de los hebreos no tendría la capacidad de arrebatar la vida de su primogénito. Tal vez había podido convocar desastres naturales o infecciones contagiosas incómodas, pero que en lo que atañía a la propia vida de un ser humano, Dios no tendría la potestad de quitarla de la forma en la que Moisés había manifestado.

      Para los egipcios, dos divinidades descollaban por encima del resto, dado que eran aquellas que se encargaban del fin de la vida humana. Por un lado, estaba Osiris, dios de los muertos, y por el otro, está Anubis, dios del más allá, caracterizado por tener la cabeza de un perro negro. Estos dioses eran los que determinaban quiénes morían y quiénes vivían. A ojos del faraón, considerado un dios viviente de carne y hueso, que Dios quitase la vida a miles de primogénitos suponía algo imposible. Nadie sería tan poderoso como Osiris y Anubis. Ni siquiera el Dios de los hebreos tendría la posibilidad de tocar un pelo a un futuro dios como era el hijo predilecto del faraón. El faraón asumía, erróneamente, por supuesto, que Moisés estaba echándose un farol, y que a las doce de la medianoche nada iba a suceder, y que al fin el Dios de los hebreos se vería expuesto por su inoperancia. Pronto iba a contemplar con odio y congoja en el corazón y en la mirada, cómo su fe en los dioses del panteón egipcio sería demolida piedra a piedra, lágrima a lágrima.

CONCLUSIÓN

       El Señor es nuestro Creador. Nuestra vida está por completo en sus manos. Su soberana voluntad determina el instante en el que nuestra trayectoria vital ha de detenerse en este plano terrenal, y nada podemos hacer por detener una realidad que podemos constatar día tras día. Él ha contado nuestros días y la Palabra de Dios está surcada de pensamientos claros y contundentes acerca de que la existencia que disfrutamos es cosa del Señor: “Señor, hazme saber mi fin y cuánto va a durar mi vida, hazme saber lo efímero que soy. Concedes a mi vida unos instantes, mi existencia no es nada para ti. Sólo es vanidad el ser humano, una sombra fugaz que deambula.” (Salmo 39:5-7)

       Él da la vida y solo Él la puede quitar, sólo Él puede permitir que nuestros días cesen aquí en esta tierra, y sólo Él puede volver a darla, incluso cuando la muerte haya visitado a una persona: “Porque, así como el Padre resucita a los muertos, dándoles vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.” (Juan 5:21)

      Se acercan las horas más lóbregas y terroríficas que ningún egipcio haya podido vivir nunca. El faraón no retrocede un ápice en su posicionamiento obtuso. Moisés corre a dar unas últimas instrucciones a los hebreos. ¿En qué consistirán estos preparativos? ¿De qué modo el Señor ejecutará su juicio contra los primogénitos egipcios? Las respuestas a estas preguntas y a muchas otras más, en nuestro próximo estudio sobre el libro del Éxodo.

 

 

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