LAS PLAGAS DE PIOJOS Y MOSCAS


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO” 

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 8:16-32 

INTRODUCCIÓN 

       En algún momento nos hemos parado a pensar acerca del propósito de la existencia de determinados animales que nos molestan, atemorizan o nos hieren de alguna forma. Dos de esos animales, aparte de las famosas cucarachas, que no cesan en su empeño por importunarnos son los piojos y las moscas. ¿Qué idea tenía en mente el Señor a la hora de crear a estos dos insectos tan molestos y latosos? ¿Por qué diseñaría a un parásito que nos chupa la sangre del cuero cabelludo? ¿A qué objetivo obedece que las moscas de todo género nos peguen la tabarra cuando intentamos pasar un buen día de montaña? Prácticamente todos hemos tenido nuestros encontronazos con estos animalejos impertinentes. ¿En cuántas ocasiones no hemos tenido que vérnoslas con los temidos piojos que colonizan las cabezas de nuestros hijos, usando tratamientos con mil tipos distintos de sustancias que corroerían el casco de un submarino para erradicarlos por completo? ¿O en cuántas situaciones no nos hemos encontrado saltando, haciendo visajes y aspavientos para ahuyentar a las moscas que se posan en nuestra comida, en nuestra piel y en todas las superficies que tocamos? Estos insectos pueden llegar a convertir un momento de paz y sosiego en un auténtico combate cuerpo a cuerpo para tratar de dejar de rascarnos la testa y de no sentir el leve y horrible cosquilleo de un díptero caminando por nuestras extremidades. 

      Sin embargo, a la hora de responder a la cuestión de por qué existen los piojos y las moscas, los científicos nos pueden dar la luz. Los piojos, con todo lo incómodos y repugnantes que sean, aportan algo bueno a nuestro organismo. A través de su parasitismo, se activan los procesos de respuesta inmunitaria de nuestro cuerpo, entrenándolo de algún modo para combatir futuras infecciones de insectos más ponzoñosos y dañinos. En cuanto a las moscas, estas facilitan la polinización, descomponen y reciclan toda clase de residuos orgánicos, controlan plagas de otros insectos como pulgones, ácaros y chinches, y sirven de alimento a otros animales en la cadena trófica. Con todo lo pesados que pueden ser estos insectos que podríamos llegar a llamar domésticos, ya vemos que tienen su lugar en este mundo que Dios ha ideado de forma magistral, y que el equilibrio ecológico e inmunitario depende en cierta parte de estos. No sé si al saber estos detalles miraremos con otros ojos a estos animalejos, si nos convertiremos en acérrimos defensores de su supervivencia, o si los mimaremos con cariño, pero lo dudo bastante, por lo que respecta a mi persona. 

1. PIOJOS A PUNTA PALA 

      Si fastidioso es tener que lidiar con unos cuantos ejemplares de cada una de estas especies de insectos, imaginemos por un instante que estos se multiplicasen hasta el punto de convertirse en plagas, en nubes y ejércitos de moscas y piojos cayendo sobre todo un país hasta lograr que la vida se convierta en un verdadero calvario. Visto que faraón seguía mostrando una actitud obstinada en relación a la petición realizada por Moisés de parte de Dios, no queda más remedio que convocar una nueva plaga que iba a sacar de quicio a todos los egipcios: Entonces Jehová dijo a Moisés: —Di a Aarón: “Extiende tu vara y golpea el polvo de la tierra, para que se convierta en piojos por todo el país de Egipto.” Ellos lo hicieron así; Aarón extendió su mano con la vara y golpeó el polvo de la tierra, el cual se convirtió en piojos que se lanzaron sobre los hombres y las bestias. Todo el polvo de la tierra se convirtió en piojos en todo el país de Egipto. Los hechiceros también intentaron sacar piojos con sus encantamientos, pero no pudieron. Hubo, pues, piojos tanto en los hombres como en las bestias. Entonces los hechiceros dijeron al faraón: —Es el dedo de Dios. Pero el corazón del faraón se endureció, y no los escuchó, tal como Jehová lo había dicho.” (vv. 16-19) 

      Como parte de un plan sabiamente concertado, Dios ordena a Moisés y a Aarón que vuelvan a usar la vara que les había entregado desde el principio para desarrollar todos los prodigios que iban a exhibir el poderío de su mano. El salmista todavía recuerda este episodio del poder de Dios: “Habló, y vinieron enjambres de moscas y piojos en todo su territorio.” (Salmo 105:31) Con un golpe en el polvo de la tierra de Egipto, el cual debía ser copioso, dada su proximidad a desiertos, todas esas partículas microscópicas que se comienzan a levantarse se transforman en piojos. Miríadas de piojos inician su vida de un mes lunar, y se mueven nerviosa y aceleradamente sobre la superficie de la tierra, buscando lo antes posible cueros cabelludos donde poder alimentarse y empezar su reproducción por medio de liendres. Debió ser un espectáculo terrorífico observar cómo la tierra se asemejaba a un hervidero de diminutos insectos correteando en dirección a los hogares de los egipcios, incluido el palacio del faraón, y a los corrales donde los animales vivían apaciblemente. La escena subsiguiente sería la de hombres, mujeres, niños y ancianos, vacas y gallinas, todos rascándose como si no hubiese un mañana, intentando librarse de las picaduras tan molestas de cientos de miles de piojos hambrientos de sangre. Nadie podría trabajar ni dedicarse a las tareas cotidianas en este estado de cosas. El caos sembrado a causa de esta inaguantable plaga seguramente sería recordado durante siglos. 

     Sabemos que los piojos pertenecen a un orden de insectos ápteros, sin alas, cuyo desarrollo consta de huevo, varios estadios de ninfa y adulto, ectoparásitos de aves y mamíferos, que incluye unas 3250 especies. Sus huevos se llaman liendres, que los piojos adhieren al pelo o plumas de su huésped. Afectan prácticamente a todas las aves y mamíferos. A este orden pertenecen insectos que provocan infestaciones de importancia económica como el piojo del cuero cabelludo humano, el piojo del cuerpo y la ladilla, los que afectan al ganado bovino y varias especies de "piojillos de las aves" que afectan a las gallinas. Según la especie se alimentan de restos de piel, partes de plumas, secreciones sebáceas o sangre y pueden tener boca masticadora o chupadora. Considerando esta breve, pero descriptiva definición, y teniendo en cuenta la experiencia particular que con ellos hemos tenido cada cual, no nos agradaría de ningún modo ponernos en las sandalias de los pobres y atribulados egipcios, quejándose amargamente de las punzantes y enojosas picaduras o mordeduras de estos insectos voraces. No sabemos si a causa de esta plaga los egipcios comenzaron a raparse la cabeza, tanto hombres como mujeres, pero tal vez era la única forma de deshacerse de estos bichejos incómodos de una vez por todas. 

      Una vez más, los hechiceros creen que podrán imitar o igualar con sus artes mágicas este portento divino. Sin embargo, a diferencia de las anteriores demostraciones de un cierto poder mediocre y parcial, en esta ocasión se dan cuenta de que por muchos encantamientos o plegarias a los dioses del panteón egipcio que realicen, nada sucede. Es más, también ellos son presa fácil de los piojos y estos se ceban con ellos mientras reflexionan sobre el porqué de su inoperancia a la hora de tener éxito con sus sortilegios. Al no poder emular la acción que Dios había llevado a cabo por medio de Moisés y Aarón, solo queda rendirse a la evidencia. Jehová era un dios mucho más poderoso que las deidades de Egipto, y su dedo, esto es, su autoridad y soberanía sobre los elementos y la creación, estaba muy por encima de las capacidades de cualquiera de las divinidades a las que adoraban. Incluso los hechiceros no tienen problemas en confesar que todo lo que está aconteciendo a su alrededor es el resultado de la ira de un Dios celoso de su pueblo. No obstante, el faraón parece no escuchar las palabras de sus brujos, y sigue erre que erre, insensible al prurito que se extiende por toda la nación de Egipto.  

2. MOSCAS A MANSALVA 

        Pasado el tiempo de la rascazón, y habiendo erradicado hasta cierto punto la plaga de piojos que les acosaba, los egipcios parecen respirar aliviados por un instante, el efímero instante que va de una plaga de piojos a otra de moscas: “Jehová dijo a Moisés: —Levántate de mañana y ponte delante del faraón, cuando él salga al río, y dile: “Jehová ha dicho así: Deja ir a mi pueblo para que me sirva, porque si no dejas ir a mi pueblo, yo enviaré sobre ti, sobre tus siervos, sobre tu pueblo y sobre tus casas toda clase de moscas; las casas de los egipcios se llenarán de toda clase de moscas, y asimismo la tierra donde ellos estén. Aquel día yo apartaré la tierra de Gosén, en la cual habita mi pueblo, para que no haya en ella ninguna clase de moscas, a fin de que sepas que yo soy Jehová en medio de la tierra. Y yo pondré redención entre mi pueblo y el tuyo. Mañana será esta señal.” Jehová lo hizo así, y vino toda clase de moscas molestísimas sobre la casa del faraón, sobre las casas de sus siervos y sobre todo el país de Egipto; la tierra fue corrompida a causa de ellas.” (vv. 20-24) 

      El Señor manda a Moisés que vuelva a encontrarse con el faraón para intentar convencerle de que deje marchar a Israel al desierto para adorarle y servirle. La amenaza que planea sobre el faraón en esta oportunidad es la de que, si no se aviene a razones, Dios va a enviar una nueva plaga, mucho más fastidiosa que la anterior, una plaga de moscas de todas clases. Al parecer la respuesta del faraón permanece invariable. Según lo previsto por Dios, ante la negativa del monarca egipcio, un enjambre negro como la brea surca los cielos de todo Egipto a excepción de la tierra de Gosén, morada de los hebreos. De este modo Dios estaba comunicando claramente al faraón que su poder era tan grande que era capaz de discriminar entre su pueblo y la nación opresora merecedora de la plaga. La distinción entre habitantes de Egipto iba a servir de testimonio nítido para todos los egipcios. Fuera de los dominios de Gosén, el zumbido ensordecedor de millones y millones de moscas de todo tamaño y color lo envolvía todo. Estas moscas no eran molestas, sino molestísimas, por lo que podemos imaginar cualquier superficie de los hogares llena a rebosar de gordezuelas moscas dispuestas a provocar la neurosis a todos los moradores egipcios. 

     Las moscas son dípteros, de dos alas, y poseen ojos compuestos por miles de facetas sensibles a la luz individualmente que limpian constantemente frotando sus patas, y piezas bucales adaptadas para succionar, lamer o perforar; ninguna mosca es capaz de morder o masticar, pero muchas especies pican y succionan sangre. Tienen el cuerpo cubierto por numerosas sedas sensoriales con las que pueden saborear, oler y sentir. Las sedas de las piezas bucales y de las patas se usan para saborear; las moscas saborean lo que pisan; si pisan algo sabroso, bajan la boca y lo vuelven a probar. Las patas poseen unas almohadillas adherentes que les permiten caminar sobre superficies lisas como el vidrio, incluso boca abajo. En general la vida promedio de una mosca es de 15 a 25 días, y viven cerca de la materia orgánica en descomposición y en sitios en los que haya materia fecal de animales. Deben su habilidad para escapar al hecho de que cuentan con un sofisticado sistema de defensa que los hace anticiparse a los movimientos de su atacante y responder con movimientos muy rápidos, de unos 200 milisegundos.  

      En Egipto eran consideradas un símbolo del valor indomable, la insistencia y la tenacidad frente al conflicto, por lo que se convertían en una condecoración militar muy apreciada y anhelada por los más valientes del faraón. No obstante, dadas las circunstancias, las moscas estaban lejos de ser muy bien recibidas y bienvenidas en los hogares. El hecho de intentar matarlas o exterminarlas lo único que hacía era corromper más si cabe todo lo que tocaban o donde caían, contaminando con sus patas cualquier alimento que hubiese a su alcance. Era tan descomunal su número que no daban abasto para poder acabar con su desagradable presencia. Moscas, moscardones, tábanos y mosquitos hacían la vida imposible a todos los habitantes de Egipto, menos a los hebreos, los cuales contemplaban el desconcierto y la adversidad de sus vecinos egipcios boquiabiertos y agradecidos por no tener que hacer frente a esta plaga tan especialmente importunadora. Y al parecer esta plaga no se iba ni a poder reproducir por parte de los hechiceros, ni a hacerla desaparecer con sus abracadabras.  

3. FASTIDIO A LA ENÉSIMA POTENCIA 

      Tal llega a ser el hastío que soporta el mismísimo faraón, comido por las moscas de forma tan bestial, que parece mostrarse menos remiso a dar permiso a los hebreos para que adoren a su dios: “Entonces el faraón llamó a Moisés y a Aarón, y les dijo: —Andad, ofreced sacrificio a vuestro Dios, pero dentro del país. Moisés respondió: —No conviene que hagamos así, porque ofreceríamos a Jehová, nuestro Dios, lo que es la abominación para los egipcios. Si sacrificáramos lo que es abominación para los egipcios delante de ellos, ¿no nos apedrearían? Iremos por el desierto, tres días de camino, y ofreceremos sacrificios a Jehová, nuestro Dios, como él nos diga. Dijo el faraón: —Yo os dejaré ir para que ofrezcáis sacrificios a Jehová, vuestro Dios, en el desierto, con tal que no vayáis más lejos; orad por mí.” (vv. 25-28) 

       Asqueado ya de tanto mosquerío, y bastante mosqueado, valga la expresión, el faraón ordena a sus mensajeros que vayan a buscar a los responsables de este gran problema que sufre él y toda la nación. Su empecinamiento parece a primera vista doblegado. Por ello lanza a Moisés y a Aarón una oferta como señal de buena voluntad. Aquí comienza el regateo de la negociación. El faraón acepta que los hebreos ofrezcan sacrificios a su Dios, pero sin salir de las fronteras de Egipto. Y aunque aparentemente es un paso positivo en la dirección deseada, no es suficiente para el Señor. Moisés aduce un problema de incompatibilidad cultural y religiosa. Dado que los israelitas iban a ofrecer corderos, ovejas y ganado vacuno en sus holocaustos, animales que eran sagrados para los egipcios, lo más probable es que los hebreos fuesen lapidados por cometer un acto blasfemo que profanaba la mismísima esencia de la religión egipcia. Los hebreos no podían exponerse a este riesgo si de verdad valoraban su integridad física. Moisés vuelve a reiterar ante el faraón la propuesta inicial, la de marchar fuera de las lindes de Egipto para adentrarse en el desierto del Sinaí, y allí, lejos de las miradas iracundas y amenazantes de los egipcios, poder adorar y ofrecer sacrificios ovinos y bovinos sin temor a represalias.  

      El faraón pensó que su ofrecimiento sería lo bastante asequible para los hebreos, pero se da cuenta de que Moisés es un inteligente y astuto negociador, no en balde este conocía los entresijos de la corte, de las leyes del país, de la diplomacia política y de los usos religiosos de Egipto. Con las moscas revoloteando alrededor de su cabeza, y con los abanicadores intentando ahuyentar a cuantos más insectos era posible, el faraón recapacita. No puede soportar más esta situación tan engorrosa, y hará lo que sea necesario para recobrar la calma y la paz que ahora le había sido arrebatada por Jehová. Con el ceño fruncido, el faraón cede ante las pretensiones de Moisés, y solo le ordena que el pueblo hebreo no huya una vez haya llegado a las tierras desérticas del Sinaí. Siente el temor dentro de sí mismo de que, una vez lejos de Egipto, los israelitas decidan desvincularse por completo de su servicio imprescindible en favor de sus proyectos de construcción. A regañadientes, el faraón les deja marchar, esperando que Moisés tenga piedad de él y ore para que las moscas dejen de martirizarlo definitivamente. 

4. OTRA MENTIRA MÁS 

      Uno podría pensar que Dios al fin había logrado su propósito con este puñado de plagas, pero como en una película repleta de giros inesperados, la historia de la dureza de cerviz del faraón está lejos de llegar a su final: “Y Moisés respondió: —Al salir yo de tu presencia, rogaré a Jehová que las diversas clases de moscas se alejen del faraón, de sus siervos y de su pueblo mañana; con tal de que el faraón no nos engañe más, impidiendo que el pueblo vaya a ofrecer sacrificios a Jehová. Entonces Moisés salió de la presencia del faraón, y oró a Jehová. Jehová hizo conforme a la palabra de Moisés y apartó todas aquellas moscas del faraón, de sus siervos y de su pueblo, sin que quedara una. Pero también esta vez el faraón endureció su corazón y no dejó partir al pueblo.” (vv. 29-32) 

      Moisés, siempre con la mosca detrás de la oreja, valga de nuevo la expresión, accede ante la petición supuestamente sincera del faraón. Una vez salga de la presencia del faraón, Moisés intercederá por él y por todos sus súbditos con el objetivo de que las moscas dejen de torturarlos. Pero, siendo consciente de los antecedentes de volubilidad e hipocresía del faraón, solicita al soberano egipcio que cumpla con su palabra, que luego no se desdiga y rompa su promesa de dejar salir a Israel de Egipto. Moisés no las tiene todas consigo, pero siguiendo el dictado de Dios, lo espera todo del faraón, para bien o para mal. Ya ha visto que, en cuanto la plaga que lo atribula desaparece, también lo hacen sus buenas palabras e intenciones. Dejando tras de sí al faraón, Moisés acude en oración a Dios, y el Señor escuchando su plegaria, hace que, de manera increíble y sobrenatural, todo rastro de moscas latosas se desvanezca por completo. De nuevo, aliviado y complacido en su petición, el faraón regresa a su postura inmutable de no permitir que los hebreos marchen al desierto. Un nuevo engaño, una nueva mentira, una nueva muestra de que la liberación de los hebreos de la esclavitud egipcia no iba a ser coser y cantar precisamente. 

CONCLUSIÓN 

       El plan de Dios sigue su curso. Aunque no era fácil adivinar el desenlace de toda esta sucesión de plagas sobre Egipto, lo cierto es que todo casa con los designios eternos de Dios. El Señor ha advertido desde el comienzo a Moisés y a Aarón de que la cerrazón del faraón iba a ser de larga duración, y que solo un golpe fatal y magistral podría hacerle cambiar de opinión. ¿Qué espectacular y terrible plaga sobrevendrá a continuación en Egipto? ¿Hará esta que la determinación inquebrantable del faraón se resquebraje progresivamente hasta otorgar la libertad a Israel? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más, en el próximo estudio sobre el libro del Éxodo.

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