CAÍDAS


 

SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 18-19 “NO TODO ESTÁ PERDIDO” 

TEXTO BÍBLICO: MATEO 18:6-9 

INTRODUCCIÓN 

       El 29 de junio de 2021, el gobierno español aprobó la puesta en marcha de la llamada Ley Trans, mediante la cual, entre otras cosas bastante grotescas a nivel biológico, ideológico y social, se propone que los menores de edad a partir de los 16 años puedan elegir cambiar de sexo, sufrir operaciones de cirugía genital y hormonarse para tratar de eliminar cualquier vestigio de su identidad anatómica con la que nacieron y potenciar hasta cierto punto su identidad interior sentida con terapias de muy dudosa eficacia y calidad sanitaria. Incluso si el menor tiene de 12 a 16 años, previo consentimiento paterno y materno, puede comenzar a participar de estas mismas técnicas abominables y antinaturales. Más allá del trastorno psicológico llamado de disforia de género, el cual debe ser diagnosticado con una contundencia que deje fuera de cualquier duda la existencia de esta patología, lo cierto es que se ha abierto la veda para consumar las tropelías más aberrantes y terribles que puedan perpetrarse contra menores, los cuales, con poca y nula capacidad decisoria, marcados por las influencias y tendencias que reciben de diferentes canales y medios, están meditando sucumbir a la confusión que se genera normalmente en la adolescencia y pubertad. 

      Los medios de comunicación siempre se empeñan en mostrar la cara amable y sentimental de niños y niñas, que son hormonados, tratados en contra de su naturaleza biológica original, e incluso operados, dando a entender que es una experiencia por la que todos los que así lo sientan, ahora ya sin terceros que impidan su decisión en firme, ni padres, ni facultativos, deben pasar sin falta. Estos mismos medios son los que nos ocultan la verdadera realidad de jóvenes que, con el paso del tiempo, comienzan a desarrollar problemas de salud muy graves, esterilidad y la consiguiente decepción que conllevan las promesas de ser auténticos. Una de estas personas que pasó precisamente por este callejón sin salida de la transexualidad reconoce, ya demasiado tarde para revertir su estado, que “mi sexo biológico no cambió, con independencia de a cuántos procedimientos me sometiera o de cuántas hormonas tomara. Mi vida no volvió a ser la misma y mi cuerpo quedó mutilado para siempre.” A esto están abocando a miles de niños, adolescentes y jóvenes, tanto el gobierno cómplice de ideologías retorcidas y que buscan demoler piedra a piedra la identidad del ser humano, como aquellos padres que se creen muy modernos por tener entre sus manos a un pequeño ser humano distinto al promedio, y que se unen a las filas de los que se dejan guiar únicamente por los sentimientos y las emociones, en lugar de la razón y el sentido común que Dios nos ha otorgado por gracia. 

      Estos son, junto con los influencers más perversos y superficiales, las nuevas piedras de tropiezo para niños y jóvenes que necesitan de referentes morales y espirituales fundamentados en Cristo y en las Escrituras de Dios. Son los nuevos y remozados corruptores, aquellos que desprecian la verdad de la biología para ensalzar la posverdad del sentimiento, aquellos que niegan la evidencia de los hechos para afirmar el capricho y la fluidez veleidosa de nuestros deseos más tenebrosos y contrarios a Dios. Como padres de hijos que se hallan precisamente en ese territorio de nadie que es la adolescencia y la juventud, hemos de estar atentos a las diferentes y crecientes voces que susurran al oído de nuestra progenie, a fin de evitar, en la medida de lo posible, que tiren por la borda quiénes son en realidad en Cristo, por seguir como borregos las indicaciones maliciosas e interesadas de los siervos de Satanás que, con cada día que pasa, redoblan sus esfuerzos para arrebatar lo que les convierte en quiénes quiso Dios que fueran. Vivimos tiempos muy difíciles, sobre todo porque el Estado actual pretende tomar decisiones por nosotros, padres y madres cristianos que entendemos que nuestros hijos son un don de Dios que hemos de cuidar y gestionar para su gloria, y que, mientras sean menores de edad, han de plegarse a las directrices familiares que anclamos férreamente a la Palabra de Dios. 

      Con esta sombría perspectiva de aquello que nos aguarda como ciudadanos de un Estado intervencionista en lo que respecta a nuestros descendientes menores de edad, podremos entender y hacer entender que los que provocan la caída de los inocentes, de los que todavía no tienen la habilidad de tomar partido de forma cabal por decisiones fundamentales que afecten profundamente a su futuro e integridad física y espiritual, son mirados con lupa por nuestro Padre celestial. Recordemos que Jesús tenía entre sus brazos a un niño humilde, y que por medio de este había dejado meridianamente clara su postura acerca de la actitud que Dios contempla con agrado y complacencia de sus siervos e hijos. La humildad y la dependencia estaba por encima de cualquier pelea o debate por el poder y el afán de notoriedad. Ese niño que sonríe junto a Jesús, deja de pasar desapercibido, de ser invisible, para ser el centro de la atención de todos. Por ello, para dar una nueva enseñanza que indique la clase de protección que recibe uno de estos pequeños por parte de Dios, Jesús no duda en realizar una declaración rotunda y directa que va dirigida a todos aquellos que buscan corromper el corazón de un niño. 

1. UN COLLAR DE PIEDRA 

       Sin paños calientes, Jesús advierte con un brillo de determinación en su mirada que Dios no va a tolerar de ningún modo que los niños o cualquiera de sus humildes hijos sean víctimas de los lobos rapaces que siempre deambulan de un lado para otro tratando de devorar a sus presas: “A cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiera en lo profundo del mar.” (v. 6) 

       En su momento, y en otro sermón, hablamos de otro tipo de corruptores de menores, de pederastas, de traficantes de niños para ser abusados sexualmente, de familiares que se aprovechaban de su confianza y debilidad para saciar sus apetitos más execrables, de los narcotraficantes que inician a estos adolescentes en el consumo de drogas y demás sustancias adictivas. Añadamos a estos a quienes perturban con sus consignas deleznables la dirección de su esencia y personalidad, a quienes animan desde sus anhelos más podridos a que sean lo que el mundo emponzoñado y pecador aplauda, a quienes legislan para arrebatar a los padres la autoridad que Dios les ha dado a la hora de criar a sus hijos, a quienes trastornan con sus ideales absurdos e inmorales las mentes de púberes e infantes, a quienes manipulan la información para resaltar y dulcificar el tormento identitario que padecerán muchos jóvenes con el paso del tiempo, a quienes producen traumáticas heridas y frustraciones que desembocarán tarde o temprano en suicidios y depresiones incurables. Los niños son de Jesús. Mientras son niños creen en él y en el valor de su inocencia y humildad. Mientras no son contaminados por las redes sociales, los medios de comunicación y las amistades peligrosas, son propiedad de Cristo. Dios obsequia con un amor inefable a aquellos niños y adolescentes que viven amparados por el paraguas de la autoridad de unos padres que se han entregado en cuerpo y alma a Cristo. 

      Una piedra de molino de asno podía llegar a pesar tonelada y media. Si por un instante nos imagináramos una piedra de este calibre, algo que podemos todavía ver hoy en algunos molinos y almazaras antiguos, a través de la cual se pasara una soga y fuese colocada en el cuello de un ser humano, para luego fuese lanzado al mar, nos daríamos cuenta de que Jesús estaba empleando una hipérbole que indicaba sin lugar a dudas que atentar flagrantemente contra un niño o contra un creyente que está comenzando a gatear en la vida cristiana, es una cosa muy, pero que muy seria. Es preferible que cualquier corruptor que afecta negativamente a la vida de un niño opte por ser hundido en los abismos marinos, que tener que vérselas con un Dios justo e indignado por el pecado tan abyecto que ha cometido. Es mejor que reconociese su pecado y voluntariamente escogiese ser castigado en vida, aun a costa de su existencia terrenal, que caer en manos del Dios vivo, el cual vindicará a todos sus hijos, a todos los niños y jóvenes que han sido intoxicados y abusados por adultos malvados. ¡Cuán negra y pétrea deben tener los que provocan la caída de los más inocentes y humildes del mundo! ¡Más vale que piensen bien lo que van a hacer a adolescentes y jóvenes con sus canales de influencia o con las tentaciones que presentan como si no hubiese un precio que pagar más temprano que tarde en su carne y en su mente! Un Dios terrible y lleno de ira aguarda a aquellos que ponen la zancadilla interesada a los menores de edad, a nuestros hijos e hijas, a los que inician su discipulado en pos de Cristo. 

2. TROPIEZOS VITALES 

      Desde el mismo momento en el que alcanzamos una cierta madurez en nuestra juventud, sabemos con seguridad que la realidad en la que nos vamos a sumergir no va a ser un trayecto agradable, repleto de paisajes hermosos, lleno de experiencias saludables y positivas. Tal vez nos cueste un tiempo en aceptarlo y asumirlo, pero cada paso en la vida nos demostrará que no todo el monte es orégano: “¡Ay del mundo por los tropiezos! Es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” (v. 7) 

      Seguramente tú mismo habrás tenido un encontronazo con una caída en tu juventud o adolescencia que te habrá hecho pensar en la dureza y crueldad de este mundo. Posiblemente hayas experimentado un episodio traumático que te ha arrebatado sin miramientos ni compasión esa inocencia que traías de serie cuando todavía eras niño. Quizá puedas contar la historia de un hecho áspero y crítico que te abrió los ojos a una dimensión terrenal sorprendente, dolorosa y decepcionante. Todos hemos tropezado alguna que otra vez, ¿verdad? ¿Quién no ha tomado alguna mala decisión siendo jóvenes, de la cual hoy nos arrepentimos? ¿Quién no ha estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado y con las personas equivocadas, y se ha visto implicado en un problemón de padre y señor mío? ¿Quién no ha jugado a ser adulto, presumiendo de criterio maduro, para darse de bruces contra la terca realidad? ¿Quién no ha sabido medir las consecuencias de sus actos, quitándole importancia a las normas establecidas, o a lo que Dios dice en su Palabra, para cometer un delito que hemos tenido que pagar con creces? ¿Quién no ha perdido a un amigo o amiga en esos tiempos de juventud en los que la locura, la irresponsabilidad o la falta de temor a las repercusiones de acciones arriesgadas? Todos hemos sido jóvenes. Todos hemos caído. Todos hemos tropezado. Pero esto no quita que sigamos pensando en el ayer para meditar en nuestra inconsciencia, en nuestras fatídicas elecciones, en nuestra carencia de autocontrol y en nuestro alejamiento de los consejos de Dios. 

      Cuando ya somos adultos más o menos maduros, solo queda lamentarnos por las ocasiones desperdiciadas, por los errores de bulto cometidos, por las vidas y relaciones que hemos roto en nuestro pasado, por las decisiones que siguen marcando nuestras existencias muy a nuestro pesar. De ahí que Jesús se lamente y se conduela con aquellos que han tropezado. Mientras el pecado se enseñoree de un ser humano, las caídas se irán sucediendo una tras otra. Las caídas son el pan de cada día. Los tropiezos son incluso repetitivos, sin dar margen a aprender de las heridas que nos hemos hecho al precipitarnos contra el suelo una y otra vez. Así funciona un mundo en el que las tentaciones y las falsas promesas de Satanás inundan los oídos y los pensamientos de nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Jesús dice que es necesario que los tropiezos tengan lugar. ¿Por qué es necesario? ¿Qué propósito tienen las caídas de la vida? No existen porque Dios vaya poniendo esas piedras en nuestra ruta existencial. Existen por cuanto el pecado y Satanás procuran apartarnos de Dios a cada instante. Pero, aun con lo horribles y adversas que son estas caídas, podemos aprender que si las hay, es porque existe una forma de vivir que nos ayuda a ser transformados según la mente de Cristo, es porque podemos, con la ayuda de Dios, levantarnos de cada una de ellas y aprender la lección, es porque el Espíritu Santo utiliza estas caídas para moldearnos y esculpirnos a la imagen y semejanza de Cristo, el cual sorteó innumerables trampas, pruebas, obstáculos y ataques a su persona mientras caminó entre nosotros. 

      Jesús condena a aquellos que corrompen al joven, al niño, al neófito. El lamento del maestro de Nazaret se alza para comunicar a los corruptores que su lugar, a menos que se arrepientan y rueguen el perdón de Dios, confesando sus pecados públicamente y asumiendo la pena que les corresponde en buena ley, es el mismísimo infierno. Lanzarse al océano con una piedra de molino de asno no será nada en comparación con el tormento justo y eterno que habrán de sufrir a causa de sus abusos, de sus manipulaciones y de su aprovechamiento de posición y estatus con respecto a los niños, jóvenes y cristianos recién nacidos. Todo aquel que invierta tiempo y recursos para comerciar con infantes, para inculcar ideologías adoctrinadoras de género que Dios desaprueba por completo, para inocular el menosprecio por sí mismo a las nuevas generaciones, para contagiar su mismo gusto y deleite por las sustancias adictivas y prácticas sexuales más abominables, y para respaldar la inmadurez y las decisiones de un corazón loco e irracional de nuestros hijos, padecerán por los siglos de los siglos el resultado maligno de sus actuaciones, penando entre llamas sempiternas que consumirán milímetro a milímetro sus almas condenadas. 

3. AMPUTACIONES DE VIDA 

      Sabemos que en nuestro propio espíritu siempre existe una batalla entre aquello que agrada a Dios y que nos conviene, y aquello que nos agrada a nosotros y que nos embrutece. Existe una tensión interna que a menudo nos sorprende cometiendo actos que nunca pensamos que llevaríamos a cabo, incluso siendo cristianos. En esa pelea espiritual interior, hemos de reflexionar sobre el alcance que nuestras acciones pueden llegar a tener en el panorama completo de la eternidad: “Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti: mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti: mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego.” (vv. 8-9) 

      Jesús hila el castigo que merecen los que hacen caer a los más humildes de este mundo con nuestra propia responsabilidad personal y nuestra capacidad decisoria individual. De nuevo, Jesús emplea la hipérbole para marcar los límites de nuestras listas de prioridades vitales. Si nuestras manos, en lugar de ser empleadas para el bien, para demostrar amor, para ayudar y socorrer, para compartir y ser misericordiosos, son usadas para perpetrar el mal en todas sus vertientes, para golpear con saña y odio visceral al prójimo, para sustraer y robar lo que no es nuestro, para arrebatar y condenar a los demás, corremos el riesgo de ser sentenciados a pasar toda la eternidad en el averno flamígero.  

      Si nuestros pies, en lugar de correr hacia el auxilio del menesteroso, hacia los atrios de la casa de Dios, raudos al encuentro de nuestra familia y prestos a dar testimonio fiel del evangelio, se aceleran hasta el punto de huir de las responsabilidades y los compromisos adquiridos con nuestros semejantes necesitados, de escapar a la devoción debida a Dios, de buscar ávidamente la morada de la prostituta o del amante, y de citarnos con los vicios y los desenfrenados deseos de la carne, nuestra meta última será acabar sufriendo una sed perpetua en las profundidades de los abismos infernales. Es preciso renunciar a nuestros apetitos y anhelos primitivos y salvajes para ser aceptados en el Reino de los cielos, y es menester dejar de poner nuestros miembros al servicio de Satanás y de las directrices de este mundo perverso, sacrificando en el proceso muchas cosas que, desde la óptica de Dios, ni son lícitas ni nos convienen. 

      Lo mismo sucede con los ojos. Es un hecho que mucho de lo que deseamos primero nos entra a través de ellos. Vemos algo y lo queremos. Contemplamos a alguien y lo deseamos. Hoy más que nunca, nuestro mundo se compone de estímulos eminentemente visuales y sonoros. Las pantallas se han convertido en una realidad en la que podemos llegar a visualizar todo cuanto queramos ver. No hay límites para aquello que deseemos observar. Enciendes tu móvil, tu ordenador portátil, tu Tablet, tu Smart TV, y las imágenes te bombardean continuamente. Pero, aun a pesar de que esto pueda llegar a ser algo bueno en su gestión equilibrada y guiada por el Espíritu Santo, también hay corruptores que emplean estos dispositivos y nuestra ansiedad por ver a fin de meternos por los ojos la visión de lo que debe ser desde su perspectiva anticristiana e inmoral.  

       En tiempos de Jesús esto no existía, por supuesto. Todo era más rústico y sencillo. Pero la mirada siempre ha captado y captará la imagen de lo que desea el corazón, enrevesado y traicionero como es. Por ello, si miramos para codiciar, envidiar, odiar, menospreciar o tramar estrategias para lograr lo que el cuerpo te pide, estamos incurriendo en el error garrafal de ir en contra de la ley divina, y, por tanto, entrando en el terreno pantanoso de una eternidad de destrucción y aflicción en el infierno. Aunque sabemos que el ojo no se sacia de ver, como dijo Salomón en su momento, también hemos de cuidar lo que vemos, leemos o percibimos con nuestros globos oculares: “Anda según los caminos de tu corazón y la vista de tus ojos, pero recuerda que sobre todas estas cosas te juzgará Dios.” (Eclesiastés 11:9) 

CONCLUSIÓN 

       Todos hemos caído y posiblemente volveremos a caer varias veces más a lo largo de la vida. Unas veces serán terceros los que nos podrán la “cameta” para hacernos daño, pero el Señor nos fortalece para levantarnos, sacudirnos el polvo de la ropa, y seguir adelante. Pero otras veces, seremos nosotros los que caigamos voluntariamente, llevados por un ansia irrefrenable de satisfacer nuestros deseos desordenados. Será entonces cuando busquemos a Dios para que nos brinde el autocontrol y la templanza necesarias para sobrellevar la tentación a la que estamos siendo sometidos. No hay prueba de la que no podamos salir, puesto que así es como nos lo promete el Señor en su Palabra. 

     Por otro lado, cuidemos de nuestros niños, adolescentes y jóvenes ante las asechanzas continuas de los servidores de Satanás, los cuales buscan a quien devorar ya desde la más tierna infancia. Seamos referentes morales y espirituales coherentes para que, mientras estén bajo nuestra administración y cobijo, no den cabida a los tejemanejes malévolos de los corruptores que plagan este mundo. Mostrémosles la verdad de la Palabra de Dios y no la presunta verdad de sus corazones, demasiado inmaduros y bisoños como para decidir sobre cuestiones tan importantes como su identidad sexual. Enseñemos sin desmayo lo que Cristo dice de ellos, cuánto los ama y cuánto desea que se conviertan a su debido tiempo en discípulos suyos de por vida. Y denunciemos las artimañas de los que ponen piedras de tropiezo contra la humildad, la inocencia y la pureza de nuestras nuevas generaciones.

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