LA PLAGA DE SANGRE


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE ÉXODO “DIEZ PLAGAS Y UN CORDERO” 

TEXTO BÍBLICO: ÉXODO 7:14-25 

INTRODUCCIÓN 

       Desde tiempos inmemoriales, la sangre siempre ha sido símbolo de la vida, del ser, de la existencia. La sangre, esa sustancia líquida y espesa que recorre todo nuestro cuerpo para aportar oxígeno a nuestras células y para recoger la materia de desecho que no necesitamos para expulsarla al exterior, inevitablemente ha atraído la atención de muchos sabios y científicos, tanto antiguos como modernos. No es extraño, pues, que la sangre se haya convertido con el paso de los siglos en un elemento de estudio que caló profundamente también en la imaginería simbólica y mística de la cultura popular. Desde el hecho de que la sangre se vinculase al alma humana, de que derramarla a causa de la violencia era un auténtico sacrilegio que Dios castigaba, de que, al ser ofrendada por multitud de pueblos a través de sacrificios animales, e incluso humanos, el adorador podía recabar la gracia de la divinidad, de que la sangre de la menstruación contaminaba a la mujer durante un periodo de tiempo, o de que beber de la sangre de los fuertes guerreros y de los enemigos vencidos podía infundir valor y fuerzas, la sangre ha sido entendida como algo propio de la vida y de la muerte, del vigor y de la impureza. 

      Todos sabemos de la importancia que tiene en nuestros días el hecho de recibir una transfusión de plasma sanguíneo, sobre todo cuando las hemorragias vacían al cuerpo de esta preciosa savia humana. Aunque existan todavía personas y grupos que se niegan a participar de estas acciones médicas de urgencia y que salvan miles de vidas cada día, seguramente por una interpretación retorcida de las Escrituras, lo cierto es que cuando se trasfunde, de algún modo estamos compartiendo vida con otros que se hallan moribundos o muy enfermos. Donar sangre es, a mi modo de entender, una de las acciones más solidarias y hermosas que alguien puede hacer por su prójimo, muchas veces anónimo. Bien conservada, esta sangre puede resolver la vida a muchas personas necesitadas, pero cuando esta es vertida a través de las guerras, las agresiones y el odio furibundo, esta sangre derramada se convierte en un testimonio fiel que Dios tiene en consideración para juzgar sumariamente a todos cuantos la extrajeron sin misericordia de sus recipientes originales. Entonces la sangre se convierte en un signo de muerte, de juicio, de vindicación.  

1. SANGRÍA EN EL NILO 

      La sangre adquiere un papel principal en la primera de las plagas que Dios va a desatar sobre Egipto y el faraón en su propósito de liberar a Israel de la esclavitud. Y no va a ser precisamente un papel agradable y vivificador. De algún modo, el Señor va a demostrar su poder y soberanía sobre los elementos y sobre la vida comenzando por la sangre y terminando por la sangre. El primer signo del poder de Dios mediante el cual la vara de Aarón se convierte en una gran serpiente, devorando al resto de culebras que los magos de la corte egipcia habían invocado, no había impresionado en absoluto al rey de Egipto. Sin embargo, el Señor, conocedor de que esta solo era la primera batalla de una guerra larga y cada vez más cruenta, prepara a sus siervos, a Moisés y a Aarón para dar el siguiente paso: Entonces Jehová dijo a Moisés: —El corazón del faraón está endurecido, y no quiere dejar ir al pueblo. Ve por la mañana al faraón, cuando baje al río. Saldrás a su encuentro en la ribera llevando en tu mano la vara que se volvió culebra, y le dirás: “Jehová, el Dios de los hebreos me ha enviado a ti, diciendo: ‘Deja ir a mi pueblo, para que me sirva en el desierto’; pero hasta ahora no has querido oír. Así ha dicho Jehová: En esto conocerás que yo soy Jehová: Voy a golpear con la vara que tengo en mi mano el agua que está en el río, y se convertirá en sangre. Los peces que hay en el río morirán; apestará el río, y los egipcios tendrán asco de beber sus aguas.”” (vv. 14-18) 

      El Señor constata de nuevo ante Moisés la actitud empecinada de faraón. Lo hace para que Moisés no se venga abajo, para que piense a largo plazo, para que no ceje en su empeño por rescatar a sus compatriotas de manos de sus explotadores. Dado que el faraón no da su brazo a torcer, el Señor muestra a su siervo el plan a seguir de ahora en adelante. Comunica a Moisés que el faraón suele acercarse a la ribera del Nilo cada mañana. No se nos dice si baja a bañarse al río, tal y como lo solía hacer la madre adoptiva de Moisés, o de si se trataba de un acto ritual en el cual el faraón llevaba ofrendas a las divinidades fluviales. Varias de estas divinidades eran adoradas con frecuencia, teniendo en cuenta que del comportamiento del río Nilo dependía la prosperidad de todo Egipto: Hapi, el dios de la inundación, Osiris, Nu, dios de la vida, y Khnum, el guardián del Nilo. Normalmente, cuando los sacerdotes acompañaban al soberano de Egipto en estos eventos ceremoniales, se recitaba la siguiente oración: “Te saludo, oh Nilo, que surges de la tierra y vienes a mantener con vida a Egipto.” Sea cual fuere la actividad que realizaba el faraón, parece que esta era periódica y que sugería que era un buen momento para tener un nuevo encuentro con el obtuso faraón. 

      La idea es que, tras volver a ordenar al faraón que dejase marchar a Israel, a sacrificar y a celebrar delante de Dios en el desierto del Sinaí, y recibir con toda seguridad una nueva negativa rotunda de parte del rey egipcio, con la misma vara con la que se había llevado a cabo la transformación en culebra, debía realizarse otro despliegue extraordinario del poder de Dios. Este prodigio exigía pasar de la intimidad en la corte palaciega, para afectar a todo Egipto. Dios ya no se andaba con chiquitas. Su poder sería ampliamente conocido por toda la ciudadanía de la tierra egipcia si el faraón no se avenía a razones. Y así, con un golpe de vara en la superficie del Nilo, toda la corriente de este poderoso y caudaloso río se teñiría de un rojo escarlata que no daba lugar a dudas sobre su composición. A consecuencia de esta transmutación de la materia, en la que el líquido elemento que da vida y oxígeno a todas las criaturas que en él habitan se convertiría en sangre en proceso de coagulación y degeneración, todos los peces morirían irremisiblemente, puesto que el oxígeno desaparecería por completo de su hábitat normal. Entre la sangre corrompida y la pudrición de miles y miles de peces flotando en la superficie del Nilo, sería imposible poder beber del agua de este río, sometido ya bajo la mano soberana de Dios. Ningún egipcio en su sano juicio querría probar un solo sorbo de este emponzoñado Nilo. 

2. EGIPTO DESANGRADO 

       Pero no queda ahí todo. Sin duda, esta medida sobrenatural de Dios iba a sobrecoger a una buena cantidad de moradores de Egipto, pero esto no era suficiente: “Jehová dijo a Moisés: —Di a Aarón: “Toma tu vara y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre sus ríos, sobre sus arroyos, sobre sus estanques y sobre todos sus depósitos de aguas, para que se conviertan en sangre y haya sangre por toda la región de Egipto, hasta en los vasos de madera y en los de piedra.”” (v. 19) 

       Todos, desde el más pequeño al más grande del territorio egipcio debían estar al tanto de que el Dios de Israel era mucho más poderoso que cualquiera de los dioses de sus panteones. Aparte de la conversión del agua en sangre en el Nilo, Aarón, con esta misma vara, no sabemos si antes o después del encuentro ribereño con el faraón, debía extender sus manos sobre cualquier lugar en el que brotase agua o en el que se almacenase esta. Cualquier afluente del Nilo, cualquier acequia o canalización que hubiese hacia las ciudades egipcias, cualquier arroyuelo, lago, presa o almacenamiento de agua debía convertirse inmediatamente en sangre, dejando a todo Egipto con muy pocas posibilidades de surtirse de este preciado y líquido elemento. Prescindir de un agua que se daba por supuesta cotidianamente lograría un caos humanitario de dimensiones increíbles. Ir a cualquier lugar para beber agua y encontrarse el pegajoso y repugnante color de una sangre en descomposición, iba a ser un episodio terrible que nadie podría olvidar nunca. Incluso los vasos de madera y de piedra, utensilios para las libaciones religiosas y para las ofrendas a las deidades egipcias, estarían llenos de sangre putrefacta y maloliente.  

       En el Antiguo Testamento, concretamente en los Salmos, tenemos varias referencias a este espectacular y asombroso milagro de Dios en Egipto: “Y volvió sus ríos en sangre, y sus corrientes, para que no bebieran.” (Salmo 78:44); “Volvió sus aguas en sangre y mató sus peces.” (Salmo 105:29). Muchos han intentado encontrar una explicación científica a estos actos divinos. Algunos hablan de un alga de color rojizo que proliferó de forma extraordinaria en el Nilo, ahogando a determinadas especies de peces. Otros lo achacan a una multiplicación de microorganismos espontánea en el lecho del río. Otros lo adscriben a que, de alguna manera, alguien o algo removió los fondos aluviales del río, llevando a la superficie una arcilla muy semejante a la sangre en su textura y color. A veces, parece ser que el ser humano necesita explicar la acción de Dios de tal modo que este no sea tan poderoso, y que solamente utilice lo que exista ya en la naturaleza. Es un punto de vista, por supuesto, pero que tampoco niega el énfasis de los hechos, y es que fuere como fuere, todo sucedió en un momento muy concreto, tras el golpeo de la vara de Dios en manos de sus siervos. Además, la palabra para “sangre” (dam) en el texto original hebreo, es como tal “sangre,” y el vocablo para “volver” (haphac) habla de una transformación real, no de un hecho parecido a la sangre. Resulta mucho más sencillo pensar que Dios es Todopoderoso, y que lo que hace es justo lo que desea que sea registrado en su revelación escrita. 

3. UNA PLAGA ESTRUCTURADA 

        Dicho y hecho. Moisés y Aarón se ponen manos a la obra, y tras volver a escuchar la áspera respuesta de un faraón molesto por la interferencia de estos dos siervos de Dios, la plaga de sangre se desata por completo: “Moisés y Aarón hicieron como lo mandó Jehová. Alzando la vara, golpeó las aguas que había en el río, en presencia del faraón y de sus siervos, y todas las aguas que había en el río se convirtieron en sangre. Asimismo, los peces que había en el río murieron; el río se corrompió, tanto que los egipcios no podían beber de él. Y hubo sangre por toda la tierra de Egipto.” (vv. 20-21) 

       Solemos emplear la palabra “plaga” para hablar de estos prodigiosos actos de Dios contra aquellos que se niegan a cumplir con su voluntad. En realidad, esta palabra no se utiliza en estos pasajes. Más bien se usa la idea de maravilla o portento, aunque si nos atenemos al significado original latino de plaga, lo cierto es que sí que se ajusta a lo que podemos comprobar en estas acciones divinas, puesto que plaga significa “herida profunda,” “llaga,” y está relacionada con una raíz indoeuropea que denota el concepto de “pegar,” “golpear,” y con el verbo “plangere,” esto es, que provocó al llanto. 

       Tengamos también en cuenta que cada una de las plagas que vamos a ir viendo con el paso de los estudios en Éxodo, forman parte de una cuidadosa estructura de acontecimientos que tiene como propósito desafiar y humillar a las deidades egipcias, las cuales, mudas e inertes como son, nada podrán hacer para evitar el colapso de la nación del Nilo. De hecho, si clasificamos las plagas que iremos comentando, las dos primeras atacan directamente al dios Nilo, las dos siguientes a la tierra misma de Egipto, de la quinta a la novena a las divinidades celestiales, y la décima culminará con la muerte de los primogénitos. No cabe duda de que se trata de un proceso ascendente que culminará con una herida tremendamente profunda en el alma de cada egipcio que jamás podrán olvidar. 

4. UNA PLAGA IRREVERSIBLE 

       En cuanto todos los acompañantes del faraón y el mismo faraón, quedan pasmados por lo que sus ojos están contemplando, por lo que sus manos pueden palpar, y por lo que su olfato puede percibir, una orden resuena entre los juncos del Nilo: el faraón exige a su cohorte de magos y encantadores que hagan algo al respecto: “Pero los hechiceros de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos, así que el corazón del faraón se endureció y no los escuchó, como lo había dicho Jehová. El faraón se volvió y regresó a su casa, sin prestar atención tampoco a esto. Y en todo Egipto hicieron pozos alrededor del río para beber, porque no podían beber de las aguas del río. Así pasaron siete días después que Jehová hirió el río.” (vv. 22-25) 

       Cómo se las apañaron los hechiceros de la corte faraónica para lograr el mismo efecto que la vara de Moisés y Aarón, es un misterio, aunque sabiendo que Satanás siempre está detrás de las falsificaciones mediocres de los portentos del Señor, todo es posible. El caso es que, sin darse cuenta, lo que han hecho es empeorarlo todo. Si todavía quedaba un poco de agua sin contaminar a causa de la sangre convocada, ahora ya rematan la faena convirtiéndola en insalubre. Además, por mucho que lo deseen, no pueden revertir el mal que ya está hecho. Ni con los encantamientos más elaborados y arcanos podrían hacer que el agua volviese a su anterior esencia. El daño está hecho, y los ríos se convierten en heridas abiertas y purulentas que comienzan a afectar negativamente a toda la población egipcia. El faraón, más terco que una mula, ve en la actuación lamentable de sus encantadores al menos un precario asidero al cual aferrarse para hacer oídos sordos a la orden de Moisés de dejar marchar a Israel. Todo forma parte del plan de Dios, por eso Moisés y Aarón no se inmutan ante la espantada del rey de Egipto. Todavía quedan más capítulos que escribir en esta historia de tiras y aflojas entre el dios de Egipto y el Rey de reyes y Señor de señores. 

       Los egipcios, al comprobar que del agua que circulaba por los ríos, arroyos y afluentes n podían beber, y al cerciorarse de que toda el agua acumulada en depósitos estaba imbebible, deciden cavar hoyos y pozos alrededor del río para poder beber de las profundidades del río, las cuales todavía conservaban las propiedades necesarias para que esta fuese potable. Así, a trancas y barrancas, van sobreviviendo, al menos hasta que esta plaga termine. Moisés nos advierte que pasó toda una semana hasta que el torrente fluvial del Nilo se normalizó y volvió a ser lo que era, un símbolo de la vida. La sangre había sido arrastrada hasta el Mar Mediterráneo junto con miles de peces muertos, así que imaginemos la cantidad de sangre que tuvo que haber en el río para que una semana después todo volviese a la normalidad. En esta semana, todos, y especialmente el faraón, tendrían tiempo para reconsiderar su actitud para con los hebreos y para reevaluar qué sentido dar a las decisiones de futuro. 

CONCLUSIÓN 

      El inicio de las hostilidades ha comenzado. Ya no hay vuelta atrás. Todo depende del faraón. Hasta ahora sus subordinados han podido imitar hasta cierto punto los dos primeros envites milagrosos. Dios ha demostrado que nunca cambia sus términos ni negocia contraofertas. Dios desea lo que desea, y el ser humano debe obedecer so pena de que este compruebe en sus propias carnes lo que significa oponerse a los designios divinos. El Señor es capaz de cualquier cosa, puesto que todo lo que existe es suyo, todo lo que vemos ha sido creado por el poder de su palabra. Poner palos en las ruedas del plan de Dios es una invitación a contemplar cómo Él al final siempre se lleva el gato al agua, mientras que el obstaculizador gime y sufre las consecuencias de su obstinación. Dios da vida y la arrebata, puesto que esta es su prerrogativa exclusiva. Nosotros, como seres humanos podemos derramar la sangre de otras personas, pero una vez fallecen, nada podemos hacer para revertir esa situación. Solo Dios tiene la autoridad en este sentido. 

      ¿Pensará el faraón en reconsiderar su rígida posición en relación a Israel? ¿Habrá reconocido al fin que Dios es mucho más poderoso que él? La respuesta a estas preguntas y a muchas otras más, en nuestro próximo estudio sobre Éxodo.

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