REDENCIÓN SIN CADENAS


 

SERIE DE SERMONES SOBRE MIQUEAS “OÍD! 

TEXTO BÍBLICO: MIQUEAS 4:6-13 

INTRODUCCIÓN 

       “La noche es más oscura justo antes del amanecer. Pero yo les prometo que el amanecer está llegando,” es una de las frases más icónicas que he podido leer en boca de uno de los personajes más siniestros de los cómics de Batman. Esta afirmación, realizada por Harvey Dent en Batman: El Caballero Oscuro, aparece justo antes de que éste se convierta en Dos Caras, uno de los más acérrimos enemigos del detective nocturno con traje de murciélago. Sin embargo, esta declaración, empleada sobre todo por aquellos que creen que ya no es posible caer más bajo o que las cosas ya no pueden empeorar más, y que, de ahora en adelante, lo único que puede ocurrir es que todo vaya a mejor, ha sido típicamente atribuida a Thomas Fuller, historiador del s. XVII, el cual escribió una obra en la que describía la geografía de Palestina. Lo cierto es que esta aseveración se ha usado en instantes inciertos y críticos de todas las esferas de la vida. La idea es insuflar de ánimo y motivación a alguien que está saboreando las amargas heces de una tribulación, que ha descendido a los abismos de la ruina moral o económica, o que ha llegado a la conclusión de que hay que mirar hacia adelante para salir del pozo de la desesperación más profunda. 

      No cabe duda de que, a veces, es preciso atravesar el valle de sombra de muerte para encontrar las praderas verdes en las que encontrar la felicidad y la satisfacción personal. En ocasiones las cosas deben empeorar hasta límites insospechados a fin de poder despojarse de todo cuanto apreciábamos y darnos cuenta de que todo lo que amábamos no era lo que necesitábamos. Existen momentos cruciales en la vida en los que hay que sufrir pérdidas, en los que debemos sacrificarlo todo en aras de lograr recomenzar desde cero una nueva existencia sin lastres del pasado. Apuesto que todos y cada uno de nosotros ha debido pasar por experiencias similares, nada agradables ni plácidas, para lograr metas que, sin el tamiz de la prueba y la aflicción, no hubiéramos ni pensado que fuesen alcanzables. Ejemplos bíblicos de este tipo de situaciones pueden ser José, el cual viviendo prósperamente en casa de su padre, tuvo que servir como un esclavo y penar como un vil preso antes de ser nombrado virrey de Egipto; Moisés, quien teniéndolo todo a favor como familia del faraón, tuvo que ver como se convertía en un prófugo de la justicia y en un humilde pastor de ovejas; o el mismo Jesús, Dios Todopoderoso, dejando su gloria y majestad en los cielos, para encarnarse como ser humano, sujeto a las perrerías y a la injusticia más deleznables, hasta resucitar y ascender a la diestra del Padre. 

      Esa es la clase de esperanza que todos tenemos como hijos de Dios, que no importa lo tenebroso de nuestro estado, puesto que Él nos dará luz justo cuando no podemos soportar por más tiempo la tortura y el dolor que, en ocasiones, nosotros mismos nos hemos buscado. En el caso de Israel, a quien profetiza Miqueas, la situación también llegará a ser tan calamitosa y tan dramática que solo quedará esperar a que Dios los redima por su buena y misericordiosa voluntad. Recordemos de nuevo que Israel está presa de la corrupción política y religiosa, de la injusticia social, de la idolatría más grosera y altiva, del pecado más extendido social y moralmente hablando. Dios ha determinado acabar de una vez por todas con el ninguneo y la desfachatez de su pueblo aplicando una disciplina terrible y rotunda. Israel va a ser derrotada por un imperio mayor, sus habitantes serán deportados y la ciudad santa será despojada de su gloria y esplendor. No se puede caer más bajo, no existe un peldaño de desgracia y desamparo que puedan descender los habitantes de Sion. La visión profética de un desastre monumental y ejemplificante se cierne sobre aquellos que prefieren hacer caso omiso de los oráculos del Señor por medio de su siervo Miqueas. 

1. UN REBAÑO RENOVADO 

      Una vez consumada la tragedia nacional, una vez ejecutada la sentencia condenatoria de Dios sobre su desobediente pueblo, una vez que el tiempo pasa lento y tortuoso para aquellos que ahora recapacitan sobre su mal proceder contra Dios y contra su prójimo, Dios está en disposición de ofrecer a su pueblo la posibilidad de ser restaurado en su anterior honor: “En aquel día, dice Jehová, recogeré a las ovejas cojas, reuniré a las descarriadas y a la que afligí. De las cojas haré un remanente, de las descarriadas, una nación robusta. Entonces reinará Jehová sobre ellos en el monte Sion, desde ahora y para siempre. Y tú, torre del rebaño, fortaleza de la hija de Sion, tú recobrarás el señorío de antaño, el reino de la hija de Jerusalén.” (vv. 6-8) 

      Empleando una imagen común y reconocible por parte de los oyentes de la profecía de Miqueas, Dios desea que su pueblo comprenda que la disciplina y el juicio que les ha sobrevenido es un proceso necesario para la purificación de su pueblo, para la renovación de sus instituciones y para el progreso y la prosperidad de la sociedad israelita. Del mismo modo que un pastor usa su vara y su honda para encaminar a sus ovejas, Dios está marcando la dirección de su soberana voluntad con su castigo. Sin embargo, Dios no condena para siempre a sus hijos, sino que les brinda la oportunidad increíble de arrepentirse, de reconocer sus descalabros y de volverse a Él en humildad y obediencia.  

      Llegará un día futuro en el que Dios, de igual manera que un pastor hace cuando gestiona un rebaño de ovejas, recogerá a aquellas que cojean, que se despistan y vagan indefensas ante las asechanzas de las bestias salvajes, y que se duelen de alguna enfermedad. El pastor no las sacrifica sin dejarles la posibilidad de recapacitar sobre sus caminos. Aquellas personas que quedaron atrás en la deportación por no ser de especial valía para sus captores, aquellos que fueron desperdigados por toda la tierra huyendo de la quema y de la persecución, y aquellos que están padeciendo en carne propia el dominio asirio lejos de su patria, habrán de resistir y esperar a que Dios los vuelva a reunir como un solo hato de ovejas bajo su reinado y señorío. 

      Aquello que aparentemente es sinónimo de debilidad o de fragilidad, en manos de Dios será todo lo contrario. Aquellas ovejas cojas, aquellos descartes del invasor, se convertirán en la base de una nación renovada, y, aun cuando son pocos y sus capacidades han sido mermadas, sobresaldrán entre todos como los que permanecieron fieles al Señor en tiempos de catástrofe y miseria. Aquellas ovejas que fueron diseminadas por el mundo, que prefirieron escapar del horrible dominio de los asirios, volverán de nuevo a su tierra para convertirse en baluartes inquebrantables de la estabilidad y prosperidad nacional.  

     La condición para que esta redención sin cadenas se dé, ha de ser inevitablemente la de someterse bajo el gobierno del Rey de Israel. Dios había abandonado su morada entre ellos a causa de su iniquidad sistemática e institucionalizada, pero en aquel día que Él determinará según sus sabios designios, regresará para habitar de nuevo en Jerusalén por toda la eternidad. Toda la magnificencia perdida a causa del pecado del pueblo, todo el resplandor y encumbramiento que cautivó a todas las naciones vecinas, y todo el honor que mereció mientras Israel se sujetó a los propósitos y mandamientos de Dios, será restaurada para siempre. 

      En una lectura escatológica apropiada para la iglesia de Cristo, podemos advertir que las épocas en las que el nuevo pueblo de Dios ha sucumbido a la corrupción en todas sus formas han sido cíclicas. Ha habido tiempos en los que la pureza del evangelio ha impulsado la obra del Señor, y ha habido etapas históricas en las que la iglesia se ha entregado al materialismo, a la erótica del poder o a la perversión moral más abyecta. Dios ha tenido que disciplinar a su iglesia en numerosas ocasiones, levantando a hombres y a mujeres que, proféticamente, denunciaron sin ambages los despropósitos de la iglesia cristiana, y ejecutando su juicio sobre algunos de los individuos más depravados de la historia del cristianismo.  

      Sin embargo, también hemos comprobado cómo hermanos y hermanas, imbuidos por el Espíritu Santo, han combatido como un pequeño remanente de buscadores de la verdad y la justicia de Dios, en pro de lograr el derrocamiento de estructuras abominables para Dios que se autoproclamaban cristianas. Dios actúa en la historia, no lo olvidemos, y su mano poderosa y justa, santa y bondadosa, es posible contemplarla sin lugar a dudas en nuestros propios tiempos actuales. Aquellos que todavía resistimos la tentación de unirnos al ejército numerosísimo de idólatras, de incrédulos, de aprovechados de la religión o de falsos creyentes que pueblan nuestras iglesias, esperamos con fe a que Cristo regrese de nuevo para reinar sobre todas las cosas desde la Nueva Jerusalén, nuestro hogar y patria. 

2. CONTRACCIONES DE PARTO 

      El Señor aprieta, pero no ahoga, reza el refrán popular. Dios ha penalizado a su pueblo escogido, no caprichosamente, sino con la razón de las evidencias del pecado en su mano, pero no dejará para siempre a sus ovejas a merced de los feroces lobos que pueblan la tierra: “Ahora, ¿por qué gritas tanto? ¿Acaso no tienes rey? ¿Pereció tu consejero y te atenaza el dolor como a una mujer de parto? Quéjate y gime, hija de Sion, como mujer que está de parto, porque ahora saldrás de la ciudad y morarás en el campo. Llegarás hasta Babilonia y allí serás librada; allí te redimirá Jehová de manos de tus enemigos.” (vv. 9-10) 

      Otra de las imágenes que emplea el Señor a la hora de transmitir vía Miqueas el trance en el que se entremezcla el dolor más atenazador del mundo con el gozo más placentero que existe, es la de una madre que está a punto de dar a luz a su hijo. Del mismo modo que una madre ha de pasar indefectiblemente por un proceso sumamente doloroso de contracciones y dilatación para que la criatura pueda surgir de sus entrañas y pueda mostrar con su llanto que el aire llena sus pulmones de vida, así habrá de suceder con Israel. De igual manera que una parturienta grita y crispa su cuerpo en los picos de actividad contractiva, así ocurrirá con aquellos que serán apresados, maltratados, vejados y arrancados de sus raíces nacionales.  

      Dios pregunta a Israel a qué viene tanto alarido de agonía, a qué viene lamentarse después de haber menospreciado a su Rey y Soberano, a qué viene ahora clamar hasta enronquecer cuando aquellos que tenían la batuta en el gobierno los han engañado vilmente, a qué viene alzar sus ojos y su voz a los cielos cuando no supieron sujetarse voluntariamente a la dirección y señorío de Dios. Por fin se dan cuenta de sus desvaríos, de sus errores de cálculo, de su desdén por los mandamientos del Señor. Pero ya es demasiado tarde. Los dolores de parto se prolongarán durante mucho tiempo, el tiempo suficiente como para que Israel entienda su mal proceder para con Dios. 

       El Señor entiende que ahora es el momento de padecer las consecuencias de sus perversas acciones y actitudes. Israel está bramando como una bestia herida de gravedad y tiene motivos más que suficientes como para hacerlo. Les ha sido arrebatado todo aquello que les procuraba placer, todo aquello que valoraban por encima de Dios y de sus estatutos, y solo queda aullar de pena y de frustración. Van a pasar una buena temporada lejos de su hogar, apartados indefinidamente de lo que les es querido, desarraigados de sus cimientos patrióticos sin saber cuándo volverán, si existe esa posibilidad en el futuro. Estos son los dolores de la preñez, interminables padecimientos que solamente esperan ansiosamente acabar cuando el Señor así lo decida.  

      Y cuando ese día llegue, que llegará, porque Dios así lo promete junto con su veredicto disciplinador, todo ese llanto y esa desagradable sensación que causa la desesperación del tiempo y la distancia, desaparecerán para dar a luz la liberación y la redención. Todos aquellos que fueron llevados a latitudes lejanas, como las de Babilonia, volverán de nuevo para reconsiderar sus vidas a la luz del señorío de Dios. Todos aquellos que fueron objeto de burla y escarnio por parte de sus adversarios, serán comprados y rescatados por Dios para regresar al hogar. 

      Nosotros también, como creyentes en Cristo, somos disciplinados por Dios en virtud de su amor y de su gracia, sobre todo cuando nos alejamos de su presencia y comunión. Y sabemos, todos aquellos que nos mantuvimos separados del Señor durante un lapso de tiempo más o menos prolongado, que fue un error descomunal por nuestra parte. Tuvimos que experimentar en nuestras propias carnes los efectos de nuestros excesos y abusos, tuvimos que vivir instantes realmente duros y oscuros en nuestra vida, tuvimos que aprender por las malas lo que implicaba dejar a un lado a Dios para dedicarnos a nuestros equivocados sueños y deseos, y tuvimos que asumir el peso y el efecto tan negativo de nuestros actos al margen de la voluntad de Dios.  

       Tuvimos que llorar a lágrima viva muchos días cuando nuestro pecado nos alcanzó, tuvimos que gritar de impotencia cuando vimos de qué maneras tan crudas nuestra desobediencia y rebelión contra Dios afectaban a nuestra familia y a nuestras vocaciones. Pasó el tiempo, e incapaces de revertir las repercusiones de nuestras imprudentes decisiones, no nos quedó más remedio que clamar al Señor para que nos perdonara y para que nos sacara las castañas del fuego que nosotros mismos habíamos encendido insensatamente. Pero cuando llegó el tiempo de Dios para sacarnos del atolladero en el que nos habíamos metido, fuimos liberados, redimidos y rescatados de nuestra vana manera de vivir. ¡Qué paz y qué abundante amor recibimos en ese instante! ¡Cuán agradecidos hemos de estar a Cristo por habernos hecho recapacitar en medio de nuestra descontrolada vida! 

3. GAVILLAS DE ENEMIGOS 

       Los que más disfrutan de nuestro dolor y de nuestra infelicidad son precisamente nuestros enemigos. Nadie se refocila más en nuestra desdicha y en nuestra miseria que aquellos que nos quieren mal y que intentan subyugarnos con violencia y por la fuerza: “Ahora se han juntado muchas naciones en contra tuya, y dicen: “¡Que sea profanada y se recreen nuestros ojos a la vista de Sion!” Mas ellos no conocieron los pensamientos de Jehová, ni entendieron su consejo, por lo cual los juntó como gavillas en la era. ¡Levántate y trilla, hija de Sion! Porque haré tu cuerno como de hierro, y tus uñas, de bronce: desmenuzarás a muchos pueblos y consagrarás a Jehová su botín, y sus riquezas, al Señor de toda la tierra.»” (vv. 11-13) 

      Todas aquellas naciones vecinas de Israel estaban deseando que ésta cayera estrepitosamente en desgracia. La alianza de pueblos aledaños contra Israel buscaba, tal y como vemos en el texto, regodearse en su declive y derrota, en burlarse de Dios destruyendo el centro de adoración de Jerusalén, en demostrar a todo el mundo que Dios no los iba a salvar esta vez de ser sometidos y humillados. Entendieron que todo lo que estaba ocurriendo a Israel era la evidencia inequívoca de que Dios no existía y que, en el caso de que existiera, no era tan poderoso como ellos. Al demoler piedra a piedra la ciudad de Jerusalén, pensaban que estaban superando simbólicamente el poder del que tanto presumieron los israelitas en su momento. Al destruir el Templo, estaban comunicando al mundo que estaban en disposición de vencer a Dios, de mofarse de sus presuntos fieles y de reírse de sus creencias.  

      Así nos sucede a nosotros también. Cuando las cosas nos van mal a causa de nuestro pecado y extravío, cuando nuestros planes se despedazan porque hemos optado por recurrir a nuestras capacidades y recursos sin contar con Dios, y cuando lo que emprendemos se va a pique por nuestra tozudez y nuestra negativa a consultar a Dios sobre qué hacer, los que nos desprecian o nos odian, no dudan ni un segundo en echarnos en cara dónde está nuestro Dios, o qué ha pasado con Él ahora que todo nos va de pena. 

      Sin embargo, Miqueas advierte a estos burlones y escarnecedores de que han interpretado erróneamente las circunstancias. Dios no ha perdido poder ni ha menguado en su capacidad de evitar el desastre de sus amados hijos. Israel está siendo objeto de un proceso disciplinario necesario para poder regresar en su momento más fuerte y más formidable que nunca. Los pueblos enemigos de Israel son como cuando éramos niños y recibíamos una reprimenda o un azote merecido de nuestros padres. Entendíamos que la disciplina de nuestros padres obedecía a su frustración o a su ira, a su desprecio o a su falta de afecto. Solo cuando hemos sido nosotros padres hemos comprendido que tras la disciplina y la amonestación existe un amor inconmensurable y un deseo de aprendizaje sobre las consecuencias de nuestros actos. Los enemigos de Israel querían provocar a los disciplinados hijos de Dios menoscabando su nombre a través de su juicio justo. Los pensamientos de Dios no tienen nada que ver con los de estos idólatras enemigos, y la inteligencia de los adversarios del pueblo de Dios no tienen ni remota idea de la clase de Dios que es nuestro Dios, y de los propósitos que existen tras sus designios.  

     Por eso, Dios los va a reunir, del mismo modo que un segador junta en gavillas la espiga cortada con la hoz en la era, donde será trillada la mies cosechada. A merced de Israel, los enemigos de su Dios y de su prosperidad, serán trillados sin compasión, serán tendidos en la era para ser quebrantados, y separar el grano de la paja, dejándolos maltrechos públicamente. El día llegará en el que Israel trate ásperamente a sus oponentes del mismo modo en que ellos fueron maltratados. La debilidad de la que se carcajearon se trocará en fortaleza, la indefensión se tornará en poder insuperable, la cobardía dará paso al coraje y al arrojo, y todas sus peleas se saldarán con victoria, una victoria que será ofrecida a Dios en el botín que un día les fue robado. Un pueblo disciplinado resurge de sus cenizas para dar comienzo a un nuevo amanecer, una nueva era de sujeción al reinado de Dios, una nueva etapa llena de bendiciones y de derrotas del enemigo.  

     Dios nos levantará de nuevo para mirar a los ojos a nuestros adversarios, para demostrarles que el Señor nos ha infundido de renovadas energías y fuerzas, para exhibir la maravillosa manera en la que Cristo nos vindica en presencia de nuestros angustiadores, aderezando una mesa repleta de sus bendiciones a la vista de aquellos que procuraron nuestra desgracia y tiraron de ironía y sarcasmo contra nuestro Dios. Satanás, nuestro más acérrimo enemigo, sigue haciendo de las suyas en nuestro entorno, colocando dudas en nuestra mente sobre quién es Dios, sobre las motivaciones que lo llevan a disciplinarnos, y sobre el alcance de su poder y salvación. Pero nosotros ya sabemos que sus horas están contadas, que ha sido derrotado definitivamente en la cruz del Calvario en virtud de la muerte redentora de Cristo, aquel que rompió las cadenas de nuestro pecado y que nos rescató a novedad de vida. Es tiempo de trillar a Satanás, y a cualquier otra persona o institución humana que persiga humillarnos y someternos, porque Dios nos ha dado la victoria sobre sus tretas y añagazas. 

CONCLUSIÓN 

     Problemas, crisis, tribulaciones, reveses y pruebas de toda clase son habituales en la vida del cristiano. Sabemos, como nos advierte Pablo, que “nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efesios 6:12) Si depositamos nuestra fe en las promesas verdaderas del Señor, y si esperamos confiados en el pronto auxilio de Dios en nuestras convulsas coyunturas vitales, Él nos redimirá y nos rescatará, desatará las ligaduras del pecado que nos atan a la esclavitud espiritual, y nos llevará a ver la luz al final del túnel, por muy tenebroso y lóbrego que este sea.  

       Si te has apartado o te has deslizado de la comunión con Cristo, ahora es el momento en el que debes pedirle perdón por tu alejamiento y desidia, no sea que su disciplina estricta, pero amorosa, te alcance y tengas que padecer dolores de parto innecesariamente. Si permaneces fiel a Dios, y te consideras parte de su remanente santo, alábalo por permitir que Él siga guiando tus pasos y decisiones sin necesidad de ser amonestado y disciplinado, y agradece que siga dándote la fuerza y la capacidad suficiente como para poder confesar día tras día que la victoria es tuya, porque Cristo conquistó este triunfo a costa de su sacrificio de gracia apasionada.

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