MUERTE DE JACOB


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ EN GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 49:28-50:14 

INTRODUCCIÓN 

       No hace mucho, recordaremos que, en España, y con motivo del gran número de fallecidos a causa del Covid-19, se celebró un funeral de Estado que perseguía, al menos en primera instancia, honrar a los miles de personas que sucumbieron bajo el letal influjo de una enfermedad que todavía sigue haciendo estragos en nuestro entorno. Básicamente, y más allá de su carácter presuntamente aconfesional o confesional, un funeral de Estado suele darse en circunstancias extraordinarias, normalmente cuando un alto dignatario político o militar fallece y se resuelve entrar en un periodo de duelo nacional que signifique la altura humana y la labor encomiable del finado. Así, solemos ver en esos instantes, banderas a media asta en los balcones de ayuntamientos, diputaciones y ministerios, crespones negros en sus fachadas, lazos oscuros en las solapas de los atuendos de los funcionarios públicos que participan de este luctuoso evento, mientras varios días son considerados como jornadas de duelo. A pesar de que, en el pasado, estos funerales de Estado eran bastante controvertidos, sobre todo por la calidad moral del homenajeado, lo cierto es que también se han celebrado otros cuyo protagonista ya muerto ha dejado una huella imborrable y positiva en la mente de la sociedad. 

      A modo de curiosidad, Carlos I, el cual llegó a unificar España, decir que quiso estar tan encima de los preparativos de su funeral, que incluso ensayó en varias ocasiones su propia muerte. El paso del tiempo y el hecho de que la muerte le llegaba a todo ser humano, ya fuera monarca, hidalgo o campesino, le obsesionaba. De esta manera, el mismo año que pereció, el emperador ordenó que se ensayara su propio funeral. Se metía dentro del ataúd y escuchaba con las oraciones por su alma desde el interior. Este hecho insólito, en el que Carlos V quería estar presente en vida en su propio funeral, era una actividad que se repetía con asiduidad en el Monasterio de Yuste. De hecho, concretó el más mínimo detalle sobre su entierro, el verdadero. No obstante, al no poder hacer nada al respecto, no todos sus deseos póstumos se cumplieron. La voluntad del emperador era descansar eternamente bajo el altar mayor de la iglesia de Yuste. Así, cada vez que se oficiase la misa el religioso pisaría su pecho y cabeza como signo de sumisión ante Dios. Pero su hijo desobedeció esta petición para sepultarlo en el panteón real de El Escorial. Ya sabemos que, una vez nuestra alma parte de este mundo, estamos en manos de terceros que no podemos controlar. 

1. LA MUERTE VISITA A JACOB 

      Hoy vamos a considerar un funeral de Estado también muy particular. Es particular porque el endechado no es precisamente un hijo del pueblo que lo va a honrar en este acto funerario. Jacob, como ya vimos en el estudio anterior, se hallaba a las puertas del más allá, listo tras bendecir a su descendencia para cruzar el umbral de la muerte. Barruntando el inicio de una nueva existencia junto a sus antepasados, y previendo todos los detalles que debían ser cumplidos a rajatabla por quienes se hiciesen cargo de sus restos mortales, Jacob remacha una y otra vez la importancia de ser sepultado en un lugar concreto para descansar al fin en paz: Todas estas son las tribus de Israel, doce en total, y esto es lo que su padre les dijo al bendecirlas; a cada una le dio su bendición. Les ordenó luego, diciendo: «Voy a ser reunido con mi pueblo. Sepultadme con mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón, el heteo, en la cueva que está en el campo de Macpela, al oriente de Mamre, en la tierra de Canaán, la que compró Abraham junto con el mismo campo de Efrón, el heteo, para heredad de sepultura. Allí sepultaron a Abraham y a Sara, su mujer; allí sepultaron a Isaac y a Rebeca, su mujer; allí también sepulté yo a Lea. El campo y la cueva que está en él fueron comprados a los hijos de Het.» Cuando acabó Jacob de dar mandamientos a sus hijos, encogió sus pies en la cama y expiró, y se reunió con sus padres.” (Génesis 49:28-33) 

      Con la bendición final impartida, Jacob solamente anhela regresar, aunque sea solo en cuerpo, a su patria amada. Sus horas sobre la faz de la tierra están ya contadas, Dios le anuncia proféticamente la inmediatez de su deceso, y ha dejado todo atado y bien atado. Únicamente le resta confiar en sus hijos para que sus postreros deseos se cumplan sin problemas. Jacob estipula que su entierro debe realizarse fuera de las fronteras egipcias, no tanto por que tuviese algo en contra de este pueblo, sino porque, en virtud de la promesa dada por Dios, debía retornar al corazón de su hogar, al panteón familiar donde los restos mortales de sus queridos padres y abuelos, amén de los de su esposa Lea, reposaban hacía ya bastante tiempo.  

      Como podemos observar, Jacob repite una y otra vez esta idea, remarcando la ubicación exacta del terreno donde estaba la cueva de Macpela, y el derecho de propiedad que le daba la legitimidad para ser sepultado allí. Toda vez que Jacob pudo constatar que sus hijos habían atendido a sus detalladas órdenes, pudo exhalar su último estertor y abrir de par en par las puertas que le daban entrada a la presencia de Dios. Su cuerpo, ya marchito y castigado por la edad, se encoge en sí mismo, como si volviese a nacer, en un ensayo de la posición fetal que todos adquirimos cuando estamos en ciernes de ver la luz del mundo tras nuestro nacimiento. El abrazo de la muerte nos enseña en Jacob que el final de la vida se convierte en el útero que vuelve a abrirse a una nueva realidad celestial. 

2. MOMIFICACIÓN Y EMBALSAMAMIENTO 

      El dique de contención de los sentimientos y emociones de todos los que presencian su partida definitiva a otra dimensión, mucho más hermosa y consoladora, se resquebraja hasta estallar: Entonces se echó José sobre el rostro de su padre, lloró sobre él y lo besó. Después mandó José a los médicos que estaban a su servicio que embalsamaran a su padre, y los médicos embalsamaron a Israel. Cumplieron así cuarenta días, que eran los días requeridos para embalsamar. Y los egipcios lo lloraron setenta días. Pasados los días de su luto, habló José a los de la casa del faraón, diciendo: —Si he hallado gracia a vuestros ojos, os ruego que habléis ahora a oídos del faraón, y le digáis: “Mi padre me hizo jurar, diciendo: ‘Yo voy a morir; en el sepulcro que cavé para mí en la tierra de Canaán, allí me sepultarás’. Permite, pues, que yo vaya ahora a sepultar a mi padre, y después volveré.” El faraón dijo: —Ve y sepulta a tu padre, como él te hizo jurar.” (Génesis 50:1-6) 

      José es el que más visiblemente manifiesta su dolor ante la pérdida de su amado padre. No es que los demás fuesen de piedra, por supuesto. Pero si había un hijo que demostrase con mayor patetismo y entrañable tristeza la pena por la muerte de su progenitor, ese era José, el único de los hermanos que menos había disfrutado de la presencia, sabiduría y cariño de Jacob a causa de las vicisitudes por las que tuvo que pasar a tenor de las acciones nefastas de sus hermanos. Implicándose al cien por cien en los preparativos del cadáver de su padre, pone en marcha el mecanismo laborioso y delicado del embalsamamiento. Esta técnica, según los expertos, consiste en “impedir que un cadáver llegase a su putrefacción natural. Esto aseguraba, según los egipcios, la conservación del cuerpo material y poder así unirse con su alma en la tierra de los muertos y proseguir allí con su vida eternamente. La momificación tenía como principal objetivo el purificar y volver divino al cuerpo.” Por supuesto, esta no era la intención de José. No buscaba un sincretismo religioso al emplear a sus mejores embalsamadores en la preparación del cadáver de su padre. Simplemente procuraba una manera de que el cuerpo no se deteriorase hasta poder llegar a la parcela donde iba a ser sepultado en Canaán. 

      La técnica de momificación o embalsamamiento tenía diferentes etapas. Siendo trasladado el cadáver a un taller, los embalsamadores lo lavaban y preparaban para llevar a cabo diversas operaciones de momificación, que duraban de 40 a 70 días. El cuerpo eviscerado se secaba al sol y se cubría con varias capas de aceites vegetales como resina de coníferas, aceites aromáticos y ungüentos, y animales como cera de abejas, que debido a sus propiedades hidrofóbicas y antibacterianas jugaron un papel importante. Después se ponían las vendas de lino sobre el cuerpo, el cual era colocado en uno o varios sarcófagos pintados y grabados. A veces, la cara se cubría con una máscara de momia, usualmente pintada, pero que, en el caso de las momias reales, se hacía en oro, para reflejar su aspecto idealizado. El cadáver de Jacob posiblemente no fue eviscerado al estilo egipcio, sino que conservó en su interior todos sus órganos tratados con sustancias que los protegían de su rápida degeneración. Durante setenta días estuvieron todos los egipcios lamentando la muerte de Jacob, demostrando así la clase de influencia que éste había tenido en apenas diecisiete años entre ellos. Como si se tratara de un dignatario de alto estatus, Jacob fue endechado por toda una nación distinta en sus costumbres, cultura y religión, pero que reconoció en él el pilar fundamental sobre el que José, virrey de Egipto, se apoyaba en cada una de sus medidas y decisiones. 

     Tras este periodo de luto, José determina que ha llegado el momento de trasladar los restos de su padre al lugar de su definitivo descanso. Pero antes de acometer una travesía de este calado, y aplicando los protocolos de un buen testimonio para con su monarca, José pide permiso a Faraón, a fin de recibir su bendición para este viaje. Poniéndose en contacto con los cortesanos más directamente relacionados con el faraón, José presenta su petición humildemente, apelando a la última voluntad de su anciano padre, y a cumplir sin dilación el voto que le hizo antes de morir. Seguramente el faraón podría haberle ofrecido a José las mejores tumbas de todo Egipto para que los restos cadavéricos de Jacob reposasen cerca de él, pero entendió desde el principio todo cuanto significaba para Jacob poder regresar a la tierra de sus ancestros y ser depositado en el lugar de la sepultura de sus antepasados. De nuevo, la gracia de Dios se manifiesta en el favor comprensivo de un extraño a la religión hebrea para con José. José no deja de constatar de qué modo el Señor cuida cada detalle de su vida y de qué forma ha podido marcar una influencia positiva en la vida de su señor terrenal. 

3. SEPELIO DE JACOB 

      Con celeridad y minuciosidad a partes iguales, José reúne todo lo que necesita para transportar los restos de su padre a Canaán, y celebrar allí un acto de despedida que dejará una indeleble huella en la memoria, tanto de egipcios, de canaanitas, como de hebreos: “Entonces José subió para sepultar a su padre; y subieron con él todos los siervos del faraón, los ancianos de su casa y todos los ancianos de la tierra de Egipto, toda la casa de José, sus hermanos y la casa de su padre; solamente dejaron en la tierra de Gosén sus niños, sus ovejas y sus vacas. Subieron también con él carros y gente de a caballo, y se hizo un escuadrón muy grande. Llegaron hasta la era de Atad, al otro lado del Jordán, y lloraron e hicieron grande y muy triste lamentación. Allí José hizo duelo por su padre durante siete días. Al ver los habitantes de la tierra, los cananeos, el llanto en la era de Atad, dijeron: «Llanto grande es éste de los egipcios.» Por eso, a aquel lugar que está al otro lado del Jordán se le llamó Abel-mizraim. Sus hijos, pues, hicieron con él según les había mandado, pues sus hijos lo llevaron a la tierra de Canaán y lo sepultaron en la cueva del campo de Macpela, la que había comprado Abraham de manos de Efrón, el heteo, junto con el mismo campo, para heredad de sepultura, al oriente de Mamre. Después que lo hubo sepultado, regresó José a Egipto, él, sus hermanos y todos los que subieron con él a sepultar a su padre.” (vv. 7-14) 

       La comitiva que llevaba el sarcófago de Jacob debió haber sido fabulosamente impresionante. Imaginemos a todos los funcionarios de Faraón, a todos los sabios y consejeros de la corte egipcia, a todos los líderes de su nobleza, junto con los hijos y nietos de Jacob, acompañados de una caravana inmensa repleta de soldadesca, servidumbre y plañideras profesionales. Cualquiera podría pensar que se trataba de una avanzadilla militar penetrando en la región de Canaán, buscando enfrentarse a las tribus que la habitaban. Solamente habían quedado atrás, en Gosén, el nuevo domicilio de los hebreos, los más pequeños, las madres y su ganado. Tal era la pompa y el boato de la ceremonia que iba a desarrollarse en Hebrón días más tarde. Siguiendo la ruta establecida que menos recelos pudiese provocar una escuadra tan nutrida como esta en los moradores de aquellas tierras, llegaron a la era de Atad o “del espino,” justo cruzando el río Jordán. Esta era posiblemente era de uso público, por lo que no despertaría sospechas reseñables sobre las motivaciones de este formidable grupo de personas. Detenidos en este lugar, José decide quedarse durante una semana para dolerse por la muerte de su padre. 

      Los habitantes de Canaán se quedaron asombrados ante el despliegue monumental de personas, soldados y nobles que se desarrollaba ante sus ojos. Parte del duelo consistía en llorar amargamente por el fallecido, empleando en esta etapa la actuación de plañideras profesionales que lloraban a lágrima viva, realizando aspavientos de lo más estrambótico, y gritando sin cesar y en alta voz. Esta algarabía luctuosa no pasó desapercibida para los que vivían por estos lares, y mucho menos cuando eran egipcios los que estaban armando este fúnebre espectáculo en tierras extranjeras. De ahí que muchos de los testigos de este acontecimiento rebautizasen esta era con el nombre de Abel-Mizraim, esto es, “pradera o llanto de los egipcios.” Terminado el periodo habitual de duelo por parte de los hebreos, todos reemprenden la ruta a Macpela, donde, con todos los honores es sepultado Jacob. De nuevo, vuelve a remarcarse la idea de legitimidad de la posesión de esta tierra, con el fin de dejar claro al lector hebreo que, tarde o temprano, Israel volvería de nuevo a esta región para reclamar su heredad. Una vez el cadáver de Jacob es depositado junto a los restos de sus abuelos, padres y esposa, todos dan media vuelta para regresar a Egipto y continuar con sus vidas. 

CONCLUSIÓN 

     La gracia de Dios sabemos que es una gracia multiforme, polifacética. En la vida de Jacob, esta gracia se manifestó de muchas maneras y en diferentes circunstancias, bendiciendo a su familia en el transcurso del tiempo. Otra manera en la que vemos esta gracia divina en acción es precisamente en la muerte del patriarca. No se nos ofrecen detalles claros sobre la ascendencia que logró sobre Egipto, su faraón y su pueblo, pero podríamos atrevernos a afirmar que, sin renunciar a su fe en Dios y a su patria, Jacob marcó una sensible diferencia entre aquellos que lo acogieron en una época difícil y crítica. ¡Qué hermoso sería escuchar desde los cielos, de parte de muchas personas de bien, que nuestro testimonio y conducta pública fue de bendición para sus vidas! ¿No es encomiable poder saber que nuestros padres que ya partieron fueron parte del plan de Dios para cambiar vidas y para influir positivamente en personas que lo estaban pasando mal? ¿No sería increíble poder conocer en la presencia de Cristo todas aquellas ocasiones en las que fuimos usados para satisfacer las necesidades espirituales y materiales de nuestros prójimos? 

      No perseguimos ser protagonistas de funerales de Estado, pero sí buscamos que Dios y su gracia abundante sean reconocidos a través de nuestras propias vidas de seguimiento de Cristo. Dejar este mundo con el buen sabor de boca de saber que hicimos la voluntad de Dios, que beneficiamos con nuestro amor y generosidad a los demás, y que proclamamos y practicamos el evangelio de Cristo de forma cotidiana para atraer a personas a la salvación, es el mejor legado que dejaremos a nuestros hijos y nietos. Vivamos con el convencimiento de que la gracia que acompañó toda su vida a Jacob, también está sobre nosotros para cumplir los mandamientos de Dios. 

     Jacob ha fallecido. ¿Qué pasará por la mente de los hermanos de José ahora que su padre ha dejado de ser esa pantalla que les protegía de ser objetos de la ira y revancha del virrey de Egipto? La respuesta a esta pregunta, y a otras muchas más, en el último estudio sobre la vida de José en Génesis.

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