MUERTE DE JOSÉ


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ EN GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 50:15-26 

INTRODUCCIÓN 

      ¿A quién no le gusta los finales felices, esos que terminan con un “y fueron felices y comieron perdices”? Yo creo que a todos aquellos que disfrutamos con una buena novela de aventuras, de ciencia ficción, de fantasía, histórica o con ritmo de thriller, deseamos en lo más hondo de nosotros que todo acabe bien para los protagonistas de la obra. Nos identificamos tanto con los héroes de la trama, que cuando los vemos en nuestra imaginación pasándolas canutas, atravesando circunstancias adversas o enfrentándose a misiones aparentemente insuperables, solo deseamos que, en el desenlace final, nuestra empatía se vea recompensada con la noticia de que todo ha acabado bastante bien para los personajes sobre los que depositamos nuestro afecto desde las primeras páginas del libro. Aquellos que nos hemos criado entre libros de Julio Verne, Emilio Salgari, Conan Doyle, Jack London o Robert Louis Stevenson, nos sentimos un tanto inquietos y temerosos ante los giros inesperados que algunos guiones cinematográficos y televisivos, como los de Juego de Tronos o El alienista, en los que, cuando parece que ya estamos encariñados con algunos personajes concretos, que nos identificamos con sus valores y su honor, entonces el despiadado autor de la obra termina abruptamente con sus trayectorias, dejándonos más helados que un Calippo. 

      La verdad es que, poco a poco, nos hemos ido aclimatando a esta nueva serie de historias en las que no puedes relajarte ni un ápice, porque en cualquier instante, toda tu filia por un protagonista puede quedar truncada a las primeras de cambio. Sin embargo, todavía sigo viviendo las películas, las series y los libros con la esperanza de que algo bueno ponga colofón a la narrativa, que, al menos algunos de los componentes del dramatis personae lleguen vivos al final del relato, y que la luz se abra paso entre tanta tiniebla que tinta de negro las vicisitudes de los héroes a lo largo del tiempo. He de reconocer que sigo siendo un romántico, o un ingenuo, o un irremediable optimista, sobre todo cuando imaginas el sufrimiento y el dolor que puede estar haciendo trizas a tu alma gemela literaria. Siempre espero ese final feliz, ese desenlace en el que el guerrero descansa, en el que el amor triunfa y en el que los principios morales del honor, de la verdad y de la justicia prevalecen sobre los valores inmorales de la mentira, la depravación y la injusticia. Soy un soñador incurable, e irremediablemente muchas tramas e historias suelen tomarme bien el pelo cuando no atisbo a saborear la victoria del personaje ficticio en el que encarno quien soy. 

1. ¿AIRES DE REVANCHA? 

     La narrativa de José llega a su final, y, afortunadamente, desemboca en una conclusión aceptablemente positiva para todos los personajes que han ido desfilando a lo largo de esta intrincada ruta de la gracia de Dios. El ciclo de la misericordia divina se cierra, del mismo modo que se cierran y cicatrizan las heridas que ya parecían sanadas: Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, dijeron: —Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Entonces enviaron a decir a José: «Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: “Así diréis a José: ‘Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque te trataron mal’”; por eso, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre.» Y José lloró mientras hablaban. Llegaron también sus hermanos, se postraron delante de él y dijeron: —Aquí nos tienes. Somos tus esclavos. Pero José les respondió: —No temáis, pues ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener con vida a mucha gente. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, pues les habló al corazón.” (vv. 15-21) 

      Es curioso comprobar cómo Jacob, el patriarca familiar, se había convertido para los hermanos de José en un dique de contención de la ira justa que podía abatirse contra ellos a causa de sus fechorías contra él. Jacob, de algún modo, suponía una garantía momentánea que les proveía de la protección y la seguridad personal suficiente como para trasladarse a Egipto. También es sorprendente que, habiendo recibido de parte del mismo José la revelación de que todas aquellas tribulaciones por las que había pasado formaban parte del plan de Dios para preservar a su pueblo y la línea dinástica que desembocaría en el futuro salvador de la humanidad, los hermanos aún se mostraran reticentes a aceptar de buenas a primeras tanta amabilidad, tanto abrazo, tanto perdón y tanta prosperidad. No acaban de sentirse cómodos en la presencia de José, puesto que sus conciencias todavía les mostraba a cada instante el tremendo error que habían cometido contra su propia sangre. Sabían que llegaría un día en el que su padre fallecería y que en ese momento tendrían que ajustar cuentas con su hermano. José no parece hacer manifestaciones o gestos que pudiesen sugerir alguna clase de revancha o venganza, pero los hermanos son conscientes de que su pecado les habrá de alcanzar tarde o temprano. 

      También es interesante entender la estrategia que los hermanos de José idean para lograr de éste su benevolencia y perdón. No tenemos noticia de que los hermanos o el propio José hubiesen contado a Jacob los detalles que llevaron a que el ahora virrey de Egipto desapareciera del mapa durante tanto tiempo. Si esto hubiese sido así, podríamos entender perfectamente que Jacob se enfadara enormemente a causa del silenzio stampa de sus hijos, cosa que le dolió infinitamente en el alma durante décadas. Le hubiese causado tal disgusto que, sin duda, habría tenido incluso la tentación de desheredar a estos malvados hijos. Si los pormenores de las vicisitudes de José hubiesen quedado entre éste y sus hermanos, por temor a que el patriarca sufriera un ataque cardiaco, comprenderíamos la calma y la paz que rodeó la convivencia entre los miembros del clan familiar durante el tiempo que vivió Jacob.  

       Sin embargo, aquí notamos que los hermanos envían a un mensajero que procurase allanar el camino a una reconciliación absoluta con José. El mensaje puede llevarnos a resolver si Jacob supo o no del crimen de sus hijos contra su hijo favorito. En principio, y si nos fiamos de las buenas intenciones de los hermanos de José, parece ser que Jacob tuvo conocimiento de este trágico y lamentable episodio, puesto que deja dicho a José que no se cebe en ellos cuando él parta a reunirse con sus antepasados, que los perdone por sus malas artes, que los trate bien a pesar de sus traicioneras actuaciones en el pasado. El recuerdo de las palabras de su padre hace que a José se le encoja el corazón, que la emoción fluya abundantemente de su alma y que su predisposición a acatar esta última voluntad de su padre ya fallecido sea buena. Y por si este momento sentimental no fuese suficiente, en ese instante hacen acto de aparición todos los hermanos para mostrar arrepentimiento, temor y sumisión ante su presencia. Tal es la manifestación de contrición de estos rudos hebreos que se entregan sin resistencia al cumplimiento de la pena que determine José, a ser reubicados como humildes sirvientes en su corte.  

      José, que de ningún modo había albergado un atisbo de animosidad contra ellos, que explicó en su momento con claridad que Dios lo había prosperado a él y al resto del mundo conocido a pesar de las tribulaciones por las que había atravesado, se da cuenta de que la conciencia de sus hermanos todavía necesita ser sanada. Reiterando su perdón completo y su respaldo en cuanto a su subsistencia, además de recordar que todo era parte del plan de gracia de Dios, José tranquiliza los ánimos de sus hermanos, aquieta su preocupación y les reafirma su deseo de que todos participen de su buena ventura. José no es quién para juzgarlos, incluso teniendo en contra de ellos las cicatrices que el pasado le había infligido, y les hace ver que el único que puede practicar esa justicia es un Dios de amor, de gracia y de perdón. José no pretende quitar hierro al yerro cometido por sus hermanos, pero tampoco desea que los remordimientos se prolonguen en el tiempo y consuman con miedo y sospecha la paz de los corazones de su propia sangre. Sus palabras calaron tan hondo en los hermanos que, al fin, lograron hallar la tranquilidad y el sosiego que tanto necesitaban. 

2. ÚLTIMAS VOLUNTADES DE UNA VIDA SATISFECHA 

      Una vez zanjado este asunto, la armonía y el bienestar se establecen en medio de los descendientes de Jacob. José va cumpliendo años, al igual que sus hermanos, y la vida pasa hasta que el fin para el soñador se aproxima: “Habitó José en Egipto, él y la casa de su padre; y vivió José ciento diez años. Vio José los hijos de Efraín hasta la tercera generación; y también los hijos de Maquir hijo de Manasés fueron criados sobre las rodillas de José. Un día, José dijo a sus hermanos: —Yo voy a morir, pero Dios ciertamente os visitará y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob. E hizo jurar José a los hijos de Israel, diciendo: —Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos. Murió José a la edad de ciento diez años; lo embalsamaron, y lo pusieron en un ataúd en Egipto.” (vv. 22-26) 

      Como todos sabemos, y así nos lo indica la experiencia, los años no pasan en balde, y poco a poco nos acercamos a los postreros días de nuestra existencia sobre esta tierra. José no iba a ser una excepción a pesar de su longevidad y de su excelente trayectoria vital tras convertirse en gobernador de la tierra de Egipto. Mientras vivió, su familia pudo progresar sin obstáculos, formando parte de esta nación que los acogía. Nada faltó a sus hermanos y sus descendientes. José tuvo el privilegio de conocer a sus tataranietos, e incluso de jugar animada y despreocupadamente con sus biznietos. ¡Qué hermoso debió ser poder contemplar desde la experiencia de la vejez a las nuevas generaciones de hebreos que comenzaban a inundar la tierra de Gosén! Dios concedió a José la bendición de poder enseñar y educar a su simiente, de contarles las aventuras y desventuras de su vida, de mostrarles la grandeza de un Dios misericordioso y perdonador, soberano y sabio. No hay nada como alguien que puede contar su testimonio de gracia y dirección de Dios a las siguientes y nuevas generaciones. 

      Llega el día en el que José barrunta que el término de su peregrinaje se acerca. Sus hermanos, al menos aquellos que todavía vivían, lo rodean en su hora postrera para recoger las últimas instrucciones que José desea darles en relación al destino de su cadáver. Aun cuando José había vivido mucho más tiempo en territorio egipcio que en su propia patria natal, éste solo anhela poder ser sepultado con sus ancestros en Canaán. Sabe que esto no será posible de momento, dado que el Señor, al igual que hizo con su padre Jacob, le ha revelado proféticamente que al menos durante varios siglos, el incipiente pueblo de Israel habrá de seguir creciendo y viviendo en Gosén. La visitación de Dios será cosa cierta, aunque el tiempo de su estancia en Egipto queda todavía a oscuras. Dios vendrá a recoger a su pueblo para hacerlo retornar a sus raíces, y en ese instante, el cadáver momificado de José deberá ser trasladado al sepulcro familiar de Macpela. Tras su muerte, José sería sometido al proceso de embalsamamiento del que ya hablamos cuando tratamos el deceso de Jacob su padre, y sería colocado en un sarcófago de piedra cincelada con forma de ser humano, a la espera de ser extraído de éste para ser mejor transportado durante la larga travesía de décadas que supuso el éxodo de Israel, después de salir de la región egipcia rumbo a la Tierra Prometida.  

CONCLUSIÓN 

      No podríamos encontrar mejor final para la vida de José tras tantas peripecias y adversidades. Dios procura para uno de sus siervos más amados una conclusión que todos quisiéramos firmar inmediatamente. Una larga vida, con abundancia material, con la visión de un pueblo que va aumentando su número, con la oportunidad de haber dejado un legado imborrable en su descendencia y con el aplauso y el aprecio de una nación que le agradecía toda su sabiduría administrativa. Seguro que José nunca se olvidó del ciclo de gracia en el que participó, de los sueños que Dios le dio cuando todavía era un muchacho, del favor que recibió de sus amos en tiempo de esclavitud, y del día en el que fue ascendido inopinadamente a virrey de Egipto. Tampoco olvidaría el arrepentimiento de sus hermanos, el reencuentro con su hermano menor y con su amado padre, y la bendición que le confió este al borde de la muerte.  

     Nosotros, estemos en la etapa que estemos de la vida, hemos de traer siempre a la memoria todos aquellos momentos y episodios en los que Dios manifestó su gracia para con nosotros, en los que el Señor dirigió todas las circunstancias para bien nuestro, de nuestra familia y de nuestro prójimo, en los que el Espíritu Santo nos reprendió por nuestros pecados y nos convenció de que debíamos pedir perdón a Dios y a nuestros semejantes. Nunca arrinconemos en algún lugar recóndito lugar de nuestra mente el punto de inflexión en el que supimos que estábamos en manos de un Dios de gracia, el instante preciso en el que Cristo nos salvó de nuestra vana manera de vivir, nos perdonó nuestras iniquidades y cambió nuestro lamento en baile. José, hoy más que nunca, es nuestro ejemplo de cómo debemos dejar que sea Dios el que controle nuestras vidas y el que riegue de gracia y bendición cada circunstancia de nuestra existencia terrenal. Y colorín, colorado, esta historia, ¿se ha acabado?

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