LÍDERES FUNESTOS


 

SERIE DE SERMONES SOBRE MIQUEAS “OÍD! 

TEXTO BÍBLICO: MIQUEAS 3 

INTRODUCCIÓN 

      Alguien me dijo una vez que los ciudadanos tenemos lo que nos merecemos, sobre todo hablando sobre la clase de dirigentes que han de gestionar los destinos de nuestro país. Gracias a Dios, vivimos en una democracia parlamentaria, tal vez no la forma de gobierno más perfecta, pero sí la que mejor se adapta a la búsqueda de una convivencia plural, pacífica y respetuosa. Sin embargo, todos aquellos a los que nos gusta estar al tanto de los movimientos políticos y sociales de la actualidad y de la historia, sabemos que el progreso de una nación no tiene tanto que ver con la forma de vertebrar la estructura de toma de decisiones, sino que tiene que ver con la clase de personas que se convierten a través del sufragio universal en presidentes, ministros, secretarios de Estado, directores, diputados y senadores. Cualquiera puede formar parte de un partido político, incluso renunciando a su ética personal a fin de escalar en la pirámide de influencias internas, y así, con una moral bastante discutible, unos objetivos ideológicos peligrosos y una mentalidad oportunista e interesada, alcanzar las más altas cotas de poder en una nación. Pocos son aquellos que, con unos principios claros y firmes anclados en la verdad, en la justicia y en la libertad, llegan a detentar cargos públicos de la más elevada categoría dentro del Estado. Normalmente, o te sometes a la dictadura de la disciplina de partido, o estás fuera por ser un verso suelto que incomoda a la mayoría del partido. 

      No voy a decir desde este sermón que no haya habido, haya o pueda haber personas que emplean su posición política y pública para mejorar algunos aspectos de nuestra organización nacional. Pero, cuanto más pasan los años, más escéptico me muestro ante los intereses y conveniencias con las que se trafican en los hemiciclos. Últimamente, hemos podido constatar, sin importar al partido al que estés adscrito, o por el que tengas cierta afinidad, que algunos políticos, con tal de ocupar su poltrona de poder, son capaces de desdecirse, no una, ni dos, sino hasta cien mil veces, de lo prometido. Hoy, que tenemos la oportunidad de consultar las hemerotecas sonoras y gráficas, las cuales recogen miles de declaraciones públicas sobre lo que cada candidato promete al pueblo que ha de votarles, podemos contemplar pasmados como tanto los unos como los otros son capaces de apostatar de sus valores antaño considerados irrenunciables, para abrazar otros más discutibles a fin de lograr mantenerse en la cúspide del poder político y económico. ¿Qué podemos esperar de esta clase dirigente cuando nos aseguran por activa y por pasiva que van a hacer esto o aquello en beneficio de la sociedad? Posiblemente, podemos esperar muy poco, porque por delante del bienestar del pueblo siempre estarán las agendas personales, partidistas y adoctrinadoras. 

      Esta crítica a los gobernantes, jueces y responsables de la educación de nuestros conciudadanos viene a colación en este sermón, por cuanto Miqueas, desde la amplia distancia que nos separa en términos temporales y culturales, ya tuvo que amonestar, advertir y anunciar a todos los mandamases de Israel que fueran preparándose para el juicio irreversible de Dios a causa de su pésima gestión, de sus intenciones canibalizadoras y de su perverso y retorcido entendimiento de la ley divina. Miqueas comienza a trasladar las palabras del Señor a través de un oráculo demoledor, rotundo y áspero en el que no es posible añadir más para dejar nítidas las líneas de acción del Dios de Israel. La corrupción generalizada se ha instalado a sus anchas en todas las instancias judiciales, militares, recaudatorias, religiosas y educativas, y Dios no va a permitir por más tiempo que su pueblo siga sufriendo los atropellos y crueldades de aquellos que, en teoría, debían velar por la equidad, la justicia, la verdad y la fraternidad social. Es hora de que todos aquellos que detentan responsabilidades de carácter público escuchen con atención cada una de las palabras del profeta Miqueas. 

1. LÍDERES CANÍBALES 

      Después de haber despachado en el oráculo anterior a los terratenientes opresores y a los profetas que respaldan su abusiva explotación del prójimo, la primera andanada de proyectiles acusatorios va dirigida a los gobernantes, a los jueces y a los administradores tributarios que viven a cuerpo de rey en la corte real, y que regalan sus cuerpos y sus mentes con un hedonismo complaciente y feroz: Después dije: «Oíd ahora, príncipes de Jacob, y jefes de la casa de Israel: ¿No concierne a vosotros saber lo que es justo? Pero vosotros aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, le quitáis a la gente la piel y la carne de encima de sus huesos; asimismo coméis la carne de mi pueblo, arrancáis la piel de sobre ellos, les quebráis los huesos y los despedazáis como para el caldero, como si fuera carne en la olla. Un día clamaréis a Jehová, pero él no os responderá, antes esconderá de vosotros su rostro en ese tiempo, por cuanto hicisteis obras malvadas.” (vv. 1-4) 

      Imaginemos a Miqueas de pie derecho en alguna festividad que congrega a la creme de la creme del funcionariado judicial y militar, delante de profetas y sacerdotes, del mismo rey y de toda su acodada corte. Imaginemos a un solo hombre entre cientos que no tiene pelos en la lengua y que se convierte en un canal abierto a la voz estentórea de Dios ante la mirada suspicaz de su auditorio. Imaginemos su sorpresa al recibir de su parte una acusación tan clara de su condición, de sus maquinaciones y de sus terribles tropelías contra el pueblo de Israel. Miqueas comienza su intervención profética preguntando algo que todos saben, al menos en la teoría: ¿No es vuestra responsabilidad administrar justicia de acuerdo a la ley de Dios? ¿Creéis que los presentes no conocían a la perfección cuál era su labor y cometido profesional y vocacional? ¡Claro que lo sabían! Incluso, tal vez, algunos podían llegar a recordar sus tiempos mozos luchando desde la integridad moral y la práctica de la verdad en su tarea pública. Pero el tiempo pasa, y el poder ha ido pudriendo todo aquello bueno y justo que había en ellos, todo aquello que prometía ser beneficioso para la sociedad, todos los sueños de lograr hacer un mundo mejor, un Israel mejor. Todos los gobernantes que escuchaban a Miqueas eran conscientes de su papel y de su compromiso con la justicia, la verdad y la misericordia, pero eligen seguir los caminos que marcan sus deseos y apetitos egoístas y desenfrenados. 

      Miqueas, con esta pregunta retórica que no espera una respuesta de la concurrencia, acusa directamente a los presuntos pastores de Israel que han pasado de amar aquellas virtudes humanas que propician una sociedad del bienestar y del progreso, a aborrecerlas por completo al estimarlas como un obstáculo para la consecución del poder, del dinero y del despliegue de vicios inconfesables. También sucede que aquello que antaño les era desagradable y abominable, porque veían cada aspecto de la vida con la mirada de Dios, en el presente son deseables y atractivas formas de dar rienda suelta a sus pasiones desordenadas y desaforadas. Este cambio radical de valores suele darse cuando alguien llega a obtener, aunque sea una migaja, de poder y ascendencia sobre otras personas. 

       Aprovechando su posición y prebendas se convierten en auténticos caníbales de sus propios conciudadanos, arrancando con sus dientes e impuestos, con sus colmillos y regulaciones injustas, piel y carne, vida y paz, de sus semejantes. Como voraces fieras, no tienen misericordia de su presa, pues ésta solo es un objeto o un elemento más del que sacar provecho, del que exprimir todo su jugo hasta dejar solo una carcasa de pellejo y huesos mondos y lirondos. Sus víctimas son cosificadas, manejadas como números y estadísticas inhumanas, para evitar que la conciencia los alcance y los llame al orden. Y como un cocinero prepara un caldo suculento con las piezas de hueso, carne y coyunturas, así van poco a poco, esquilmando las pocas pertenencias de los israelitas, despojándolos miserablemente de todo cuanto pueden llamar suyo. Son los antropófagos más deleznables del mundo, aquellos que se ceban en la pobreza y medran en medio de la carestía del menesteroso. 

      Dios tiene algo que añadir a este estremecedor juicio contra su perversión profesional y administrativa. Todos han sido pesados en la balanza del Señor y han sido hallados faltos. Sus acciones depravadas y malvadas no seguirán siendo toleradas. Sus planes para desollar a sus compatriotas serán frustrados para siempre. Sus manipulaciones políticas serán cortadas de raíz para liberar a los oprimidos. Llegará el día en el que Israel será sometido por otro imperio, y estos dirigentes y pastores de hombres, que han hecho todo lo posible por enemistarse con el pueblo con sus execrables medidas, regulaciones e imposiciones, se arrodillarán y gemirán desesperadamente para que Dios los escuche en sus horas más tenebrosas.  

      Miqueas deja meridianamente prístino que ningún clamor o ruego que estos prohombres dirijan al Señor será escuchado o admitido. Las puertas del cielo se cerrarán definitivamente para ellos, ya que su lloro y su agonía solo proceden de salvarse de la quema, y no de arrepentirse por los delitos y crímenes que perpetraron contra los habitantes de su nación empobrecida. Dios les mostrará sus espaldas, hará caso omiso de sus alaridos de pánico y terror, del mismo modo que ellos dieron la espalda a sus convecinos a la hora de robarles hasta lo más básico para su subsistencia. Tal es el destino terrible que espera a los jueces, políticos, dirigentes y gobernadores que se nutren insensiblemente del tormento de su pueblo. 

2. PROFETAS EN VENTA 

      Pero no solo los letrados, oficiales militares y gestores de lo público serán condenados sumariamente por Dios en la hora de la asolación de Jerusalén, sino que un extenso cuerpo de venales profetas profesionales ha amparado flagrantemente la acción impía de los primeros: “Así ha dicho Jehová acerca de los profetas que hacen errar a mi pueblo, y claman: “¡Paz!”, cuando tienen algo que comer, y al que no les da de comer, le declaran la guerra: Por eso, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar. Sobre los profetas se pondrá el sol, el día se oscurecerá sobre ellos. Serán avergonzados los profetas y se confundirán los adivinos. Todos ellos cerrarán sus labios, porque no hay respuesta de Dios. Mas yo estoy lleno del poder del espíritu de Jehová, de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión y a Israel su pecado.” (vv. 5-8) 

      Imaginemos a Miqueas ahora, buscando con su mirada a los profetas cortesanos que se han llegado a convertir en auténticos consejeros del rey y de todas las instituciones del Estado de Israel. Imaginemos cuán encendidos deben estar sus ánimos contra este advenedizo que trae un discurso profético diametralmente opuesto al que durante tantos años han aportado al ente público. Imaginemos a Miqueas avergonzado e indignado ante el uso fraudulento que se ha hecho de la proclamación divina por parte de charlatanes y falsos siervos de Dios. En lugar de proclamar los hechos portentosos de Dios, de señalar la senda de la consagración a Dios, de marcar la línea de la devoción y la piedad hacia el Señor, han preferido constituirse en un sindicato de presuntos voceros de Dios que solo saben manipular a sus oyentes y que los conducen por los vericuetos de una falsa teología como la que vimos cuando hablamos de aquellos profetas que respaldaban las acciones de los opresores. Son siniestros personajes que se venden al mejor postor, que rinden sus más floridos y hermosos versos proféticos de felicidad, paz y salud a quienes les dan de comer, a quienes cuidan de su sustento, y a quienes llenan sus bolsillos de dinero. Ahora, si eres un pobre hombre o una pobre mujer que necesita conocer los designios de Dios para sus vidas, y no tienes nada con que pagar tu oráculo particular, posiblemente te maldigan de por vida y te comuniquen que tu existencia será una sucesión interminable de aciagos y dolorosos acontecimientos. 

      No tienen vergüenza, ni la conocen, tal y como podemos comprobar. Ante esta abyecta e impura manera de actuar en relación a la profecía, Dios emprende medidas punitivas de primer orden que los falsos profetas lamentarán para siempre. Cuando traten de elaborar sus oráculos quedarán mudos, nada con sentido saldrá de sus bocas, sus mentes se embotarán de tal manera que ya nadie confiará en sus sentencias. Cuando intenten augurar o pronosticar sobre el futuro de una persona o de los destinos del país, su corazón se encogerá, sus ojos dejarán de vislumbrar el significado de sus sueños y revelaciones, y su capacidad para leer las señales del tiempo se verá mermada considerablemente hasta desaparecer por completo. Su oficio dejará de tener utilidad y significado, porque Dios cerrará a cal y canto las puertas de su iluminación para esta caterva de pillastres y parásitos de lo religioso. Sus profecías no serán más que trabalenguas ininteligibles, sus palabras serán graznidos que no dicen nada, y sus indicaciones serán tachadas por todos de locuras y elucubraciones fantásticas. Sus laringes dejarán a una de pronunciar el nombre de Dios en vano y sus cuerdas vocales serán silenciadas como si un afilado escalpelo las hubiera cortado quirúrgicamente y sin remedio. Dios dejará de hablar a través de ellos, si es que alguna vez lo hizo. 

     Con esta confrontación tan drástica y palmaria, Miqueas desafía el poder y la capacidad de sus falsos colegas de profesión. Pero es que, además, quiere manifestar con rotunda firmeza y contundencia que él sí que es un genuino profeta de Dios, que él sí que viene a transmitir a todos los presentes un mensaje directo del Señor que harían bien en escuchar sin perder ripio. Miqueas anuncia desde su humildad y su experiencia personal con Dios que él sí que está imbuido y controlado plenamente por el Espíritu Santo. Su boca no es suya, sus labios pertenecen a Dios y su discurso es la palabra del Señor sin aditivos, conservantes, colorantes y acidulantes. La pura Palabra de Dios está siendo expuesta ante todos sus oyentes, y todos son capaces, aunque con renuencia, de reconocer que el Señor está detrás de cada una de las acusaciones que contra ellos se están desplegando sin cortapisas ni medias tintas. El juicio y la fortaleza de los argumentos aportados por vehículo de Miqueas son irrebatibles, así como insufribles por aquellos falsos profetas que han intentado silenciar la voz de los siervos de Dios durante tanto tiempo. La denuncia pública de todos sus desmanes, de su connivencia con los poderes gubernamentales y judiciales, y de su recalcitrante actitud de desprecio hacia Dios, solo es el anticipo de lo que sufrirán cuando la negrura y el enmudecimiento se apodere de sus malditas gargantas. 

3. JERUSALÉN SERÁ ARRASADA 

       Fijémonos lo importante que es mantener y sustentar un orden público justo, coordinado en lo bueno y coherente en sus mensajes y administración, que sus actividades pueden atraer tanto la prosperidad y el bienestar de toda una nación, como la crisis, la desgracia y la destrucción de las raíces y fundamentos de un país. Miqueas no se anda con rodeos, y señala con su dedo acusador a todos los que componen el escalafón superior de la gestión de lo público, como culpables de la inminente aniquilación de Jerusalén e Israel: “Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio y pervertís todo derecho, que edificáis a Sion con sangre y a Jerusalén con injusticia. Sus jefes juzgan por cohecho, sus sacerdotes enseñan por precio, sus profetas adivinan por dinero, y se apoyan en Jehová, diciendo: “¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá sobre nosotros ningún mal.” Por eso, a causa de vosotros, Sion será un campo arado, Jerusalén se convertirá en montones de ruinas y el monte de la Casa se cubrirá de bosque.” (vv. 9-12) 

      Imaginemos a Miqueas recorriendo con sus ojos la pléyade de funcionarios públicos que se hallaban en este espacio lúdico-festivo para disfrutar de los privilegios de los que gozaban por razón de su estatus. Imaginemos tanto al rey como a su cohorte de consejeros y profetas echando chispas ante tamaña secuencia de acusaciones y denuncias. Imaginemos a jueces, sacerdotes y generales hinchando las narices en señal de escándalo y supuesta indignación por la sarta de imputaciones que los han humillado ante el resto de la reunión. Miqueas no ceja en su empeño y pasión por desnudar la misma esencia de las almas y de las conciencias cauterizadas de los que presuntamente procuran el progreso de su pueblo. Por ello, les echa en cara que les asquee todo lo que tenga que ver con juzgar rectamente en favor de la verdad de los hechos, con dar la razón al inocente y con tener encontronazos con los poderosos de Israel.  

       Para los magistrados israelitas no había cosa que más despreciaran que seguir a rajatabla los dictados de los mandamientos de Dios. Más bien eran como esas personas que dicen entre carcajadas y desdén que las leyes están para quebrantarlas, para atraerlas a la interpretación que mejor convenga, para beneficiar a los adinerados explotadores y a los amigotes de juerga y golferías. Los influyentes medran a costa de la muerte de los humildes, y los ricos se imponen injustamente sobre la supervivencia de los menesterosos, a fin de seguir apuntalando su lujoso y obsceno estilo de vida entre las murallas de Jerusalén. 

      Los jueces desarrollan su labor judicial, no para dirimir pleitos en orden a restablecer la equidad y la justicia, sino con la motivación espuria de recibir mordidas que se sumen a su ya abultado salario estatal, con la de sucumbir sin mucha resistencia a los sobres de dinero bajo manga, y con la de construir su entramado financiero personal desde las coimas y sobornos de los más poderosos. Los sacerdotes, en teoría maestros de la ley divina, y ya remunerados por su servicio religioso, astutamente han hecho de la doctrina y la enseñanza bíblica un negocio de pingües beneficios, negando la educación religiosa a quien no puede costeársela, y así los pobres de Israel pueden seguir siendo manipulados por las doctrinas humanas que los mismos sacerdotes destilan para su provecho y el provecho de los encumbrados dirigentes del país.  

      De los profetas ya dijimos que se vendían al que más dinero les ofrecía, participando así de la perversión de la revelación de Dios junto a los sacerdotes, pero es que, además, proclamaban su perversa teología apelando a que Dios estaba con ellos y que nadie podía tocar un solo cabello a los ungidos del Señor. Hipócritas hasta la médula, justificaban cualquier profecía sobre la base de que nadie podía discutir o poner en tela de juicio a Dios mismo. ¿No os suena de algo esta clase de conductas y discursos en autoproclamados voceros de Dios que apuestan por apoyar y respaldar a políticos de discutible moral y trayectoria? 

      El fruto de tanta ignominia y de tanta provocación al Dios de los cielos y de la tierra, Señor de Israel, tiene necesariamente que dar a luz un panorama realmente desolador del porvenir de la nación israelita. Nadie que use el nombre de Dios en vano, que se escude tras una teología retorcida y distorsionada como la que proponen los falsos profetas, y que se aproveche tan descaradamente de la necesidad, la ignorancia y la humildad de los menos favorecidos de la sociedad, va a salir indemne del castigo fulminante de Dios. Así, Miqueas describe el dantesco escenario en el que se va a convertir Jerusalén en el momento en el que sea asediada, incendiada, saqueada y abandonada por el ejército asirio.  

       Tal será la condena de Israel que sobre los cimientos de Jerusalén solo se podrá sembrar, que el recuerdo de una gran metrópolis solo será parte de los cascotes diseminados de su antigua gloria por todo el monte de Sion, y que el abandono de sus puertas y calles, de sus palacios y murallas llevará a que la imparable naturaleza colonice cada recoveco de la ciudad santa, del collado en el que se asentaba el tan apreciado Templo de Dios. ¡Qué triste debió de ser para muchos de los deportados a Asiria tener que presenciar el ocaso fatal de una capital tan hermosa! 

CONCLUSIÓN 

      La catadura moral de nuestros dignatarios y servidores públicos siempre condicionará la clase de gestión que se realice de todo aquello que pertenece a la sociedad de una nación. Si estos, tal y como hemos constatado a lo largo de la historia, se desvían de su principal cometido y desvirtúan su vocación dirigida a lograr el bienestar de un pueblo, la catástrofe puede mascarse en el ambiente. El pueblo aguanta más de lo que podemos llegar a imaginarnos, es capaz de olvidar los pecados del pasado con el paso del tiempo, e incluso, tiene la virtud de esperar siempre que alguien mejor que el anterior pueda llevar a todos los habitantes de un país a las cumbres de la paz, la justicia, la libertad y el respeto mutuo. Pero si la autoridad civil de turno reincide con vehemencia en su deseo de canibalizar a sus semejantes, Dios actuará en los corazones del pueblo para que, en los siguientes comicios, su gestión sea penalizada y su corrupción juzgada.  

       Dios permita que nuestros políticos, jueces y técnicos públicos hagan su trabajo con entrega y empatía, y para ello, como iglesia de Cristo intercederemos por ellos, sea cual sea su signo ideológico, a fin de que todos vivamos en paz y libertad los unos con los otros, erradicando las desigualdades y bendiciendo a los más desfavorecidos de nuestra sociedad. Por la parte que nos toca, como ciudadanos de nuestra nación, seguiremos denunciando proféticamente cualquier atrocidad cometida en nombre del Estado, continuaremos velando por la libertad de conciencia, de creencia y de reunión, y perseveraremos en predicar a nuestro país sobre la necesidad de arrepentirse de sus pecados y posicionarse en sintonía con los valores del Reino de Dios que encarnó nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

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