MILAGRO EN GENESARET



SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 14-15 “ROMPIENDO ESQUEMAS” 

TEXTO BÍBLICO: MATEO 14:34-36; 15:29-31 

INTRODUCCIÓN 

      “Poderoso culto de sanidad y milagros,” “Noche sobrenatural,” “El tiempo de los milagros no ha pasado, ¡ven a por el tuyo!,” “¿Estás en espera de un milagro? Ven y recíbelo,” “Aquí ocurren milagros,” etc., son solo algunos de los reclamos publicitarios que podemos hallar en la Red de redes para invitar a multitud de personas a reuniones especiales en las que, supuestamente, el poder de Dios se va a desatar en una hora concreta y en un lugar determinado, por medio de un presunto siervo del Señor que canalizará el torrente supraterrenal de salud celestial para repartir curaciones, liberaciones demoníacas y milagrosos portentos entre los asistentes.  

      Con grandes letras y brillantes eslóganes, la propaganda milagrera garantiza que el que acuda a estos eventos será sanado por completo de sus dolencias, será libertado de las ataduras de vicios y adicciones, y alcanzará la prosperidad financiera, laboral, familiar y social. Miles de personas, muchas de ellas desesperadas a causa de sus enfermedades, incapacidades, miedos y necesidades llenan cada uno de estos cultos en los que se entremezclan música, reprensiones a Satanás y a cualquier otro espíritu inmundo, revelaciones recién sacadas del horno, profecías de cuestionable procedencia, y citas bíblicas fuera de su contexto, en un ambiente que suele provocar una especie de influjo colectivo rayano en el éxtasis. 

     Durante el desarrollo de estas campañas o reuniones, la sugestión juega un papel crucial, hasta el punto de obnubilar el sentido común y dejarse llevar por las sensaciones y el emocionalismo. Y así, conforme pasan las horas, con machaconas repeticiones de cánticos y mantras de rechazo del maligno, muchos de los asistentes entran en trance, creyendo de veras que van a recibir su milagro, su sanación o su bendición material. Se presentan testimonios de lo más variopinto, expedientes médicos que demuestran la sanidad de personas allí presentes, se sube al entarimado a hombres, mujeres y niños para contar sus historias milagrosas, y el ambiente se caldea hasta desembocar en un totum revolutum en el que vuelan gafas, muletas y vendajes para exhibir el poderoso efecto de las oraciones y declaraciones del pastor, apóstol o profeta que guía el evento.  

     Se reprende a voz en grito al cáncer, al SIDA, a la pulmonía, al asma, a la diabetes, etc., y las almas atormentadas por el sufrimiento y el dolor sucumben ante esta cantinela, siendo presas de un efecto psicosomático que, momentáneamente, parece darles la sensación de que sus dolores han desaparecido por completo, de que sus adicciones son cosa del pasado y sus preocupaciones económicas o sentimentales han sido solventadas de forma instantánea. 

     Podríais pensar que hablo por hablar, que simplemente recojo lo que escuché por aquí y por allí, pero no es así. Yo fui uno de los asistentes a una de estas campañas multitudinarias y fui testigo directo de un acto realmente escalofriante, lamentable y desafortunado. ¿Por qué digo esto? Porque con el paso del tiempo, de los días, diría yo, todo ese efecto sugestivo, ilusionante y apasionado, dio paso a la realidad, la cruda realidad. Personas que creyeron en primera instancia haber sido sanados de una u otra aflicción física, y que incluso dejaron de tomar medicación o recibir tratamientos farmacéuticos, pudieron comprobar cómo, paulatinamente, todas sus patologías volvían a aflorar con fuerza inusitada. Personas que pensaban que el alcohol, los estupefacientes o el tabaco ya no los dominaban, volvían a las andadas de nuevo. Personas que pusieron un dinero que no tenían en el plato de las ofrendas de esa campaña para atisbar un futuro más halagüeño, no vieron modificadas sus circunstancias financieras, laborales o emocionales en lo más mínimo. El placebo de un encuentro presuntamente sobrenatural había perdido su poder, y solo quedaba la frustración, la decepción y la culpa. 

     Lo más triste de toda esta clase de tinglados que exigen a Dios que actúe a voluntad, que derrame de su poder como si estuviesen frotando una lámpara mágica, que se sujete a las reclamaciones de promesas retorcidas y descontextualizadas faltando al respeto de la soberanía divina, es la devastación que dejan tras de sí. Algunas personas que no recibieron su milagro, decidieron dejar de creer en un Dios que falta a su palabra. Otras, preguntaron a los líderes de sus iglesias y solamente les dijeron que la sanidad o la liberación es una cuestión de fe, y que, si no las habían recibido, era porque su fe era desde poca a nula. Otras se auto culpabilizaron de su situación, mortificando su cuerpo y su mente para lograr ser dignas de las maravillas del Señor. Otras hablaron pestes contra todos los evangélicos, tachándolos de embaucadores, mentirosos, estafadores y timadores. En todos los casos, el que sale perdiendo es Dios mismo, dado que la imagen caprichosamente taumatúrgica de éste, es la que ha quedado grabada en el alma de aquellos que fueron decepcionados hasta la médula. 

1. GENESARET 

     ¡Qué diferente es la historia del poder de Dios cuando leemos los evangelios! En el breve texto que hoy nos ocupa, Jesús sana completamente a todos los que se acercan a él. Después del percance que tuvieron los discípulos en el mar de Galilea, ya apaciguada la naturaleza y sus elementos atmosféricos, arriban a su destino sanos y salvos gracias a Jesús y su formidable autoridad dada por su Padre: Terminada la travesía, llegaron a tierra de Genesaret.” (v. 34) 

      Genesaret era una región llana al lado noroeste del lago de Tiberiades, reconocida, al menos por el historiador judío Flavio Josefo, como “sin rival en cuanto a hermosura, fertilidad y variedad de sus productos.” Esta ubérrima tierra estaba regada por cuatro manantiales de considerable caudal, provocando, en un buen año, al menos tres cosechas de trigo. También podían hallarse en sus contornos nogales, palmeras, vides, olivos e higueras. La razón de esta exuberancia era la composición de su terreno, el cual estaba conformado de marga oscura muy rica y repleta de nutrientes. Aunque no se conoce una ciudad en concreto a la que llegaron Jesús y sus discípulos, las urbes de Corazín y Capernaúm no se hallaban muy lejos de estas llanuras. Por tanto, podríamos decir que Jesús ya conocía la zona, y que, muy probablemente, él había realizado su labor evangelizadora y prodigiosa en medio de sus habitantes. Genesaret proviene de la palabra hebrea kineret,” la cual significa arpa o lira, probablemente para señalar la forma de esta zona del lago.  Como veremos a continuación, la prosperidad de la tierra parecía estar reñida con el infortunio sanitario de muchos de sus moradores. 

2. INADVERTIDOS MENSAJEROS DE JESÚS 

     En cuanto pusieron pie a tierra en la costa de esta región, aquellos que los vieron desembarcar los identificaron enseguida, y, a diferencia de los gadarenos, los cuales los echaron con cajas destempladas, los acogieron con gran alegría y esperanza: “Cuando lo reconocieron los hombres de aquel lugar, enviaron noticia por toda aquella tierra alrededor, y trajeron a él todos los enfermos... Pasó Jesús de allí y fue junto al Mar de Galilea; subió al monte y se sentó allí. Se le acercó mucha gente que traía consigo cojos, ciegos, mudos, mancos y otros muchos enfermos.” (14:35; 15:29-30) 

      No existe sensación más hermosa que comprobar cómo el trabajo y el servicio que has llevado a cabo por otras personas, es apreciado con gozo y un saludo de bienvenida. Aunque sabemos que Jesús no tuvo un gran éxito en aquella zona geográfica, tal y como atestigua el texto de Mateo 11:20-24, parece ser que las cosas habían cambiado durante su ausencia. Nada más comprobar que Jesús y sus discípulos decidían volver a sus ciudades, los hombres, posiblemente pescadores, que allí los habían visto, corrieron raudos a comunicar las buenas noticias de que Jesús, el hacedor de milagros, el maestro inconfundible, estaba entre ellos. Aquellos que, en un principio no quisieron saber de Jesús y de su mensaje de salvación, y que se mostraron remisos a ser objeto del poder curativo de éste, ahora volaban junto con sus seres queridos necesitados a encontrarse con él. No hubo casa que no supiera de la presencia de Jesús y sus discípulos en su territorio, y no quisieron desaprovechar la oportunidad de ser receptores de la misericordia y compasión de su portentosa mano. 

     Tal fue el revuelo formado con el retorno de Jesús, que todos los dolientes, los enfermos y los que tenían familiares y amigos endemoniados, sin faltar alguno de ellos, acudieron en tropel abrigando la esperanza de que Jesús pudiese cambiar determinantemente su presente y su futuro. No cabe duda de que estos hombres que vieron a Jesús en la playa merecían el tributo de la gratitud de todos los habitantes de Genesaret y alrededores. Matthew Henry, aplicando esta prontitud de algunos por transmitir la presencia de Jesús a otros, sin guardarse para sí tan grata nueva, escribió lo siguiente para nuestra meditación y reflexión cristianas: “Los que conocen a Cristo deben hacer lo posible para que otros lleguen a conocerlo también. No podemos demostrar mejor el amor a nuestra patria que promoviendo y propagando en ella el conocimiento de Cristo.” ¡Cuánta verdad encierran estas palabras! Hemos de imitar esa rapidez de reflejos de estos humildes hombres a la hora de dar a conocer a Cristo y su mensaje de redención a nuestra ciudad, a nuestra comarca, a nuestro país, y hasta lo último de la tierra. 

3. TODOS SANOS POR COMPLETO 

      Jesús sabía que su fama estaba recorriendo toda Judea, y por ello, no se sorprendió en absoluto en cuanto vio cómo cientos de personas se agolpaban sin orden ni concierto, encerrándolo en un círculo de necesidad y esperanza. Iba a ser una jornada repleta de trabajo, pero también llena de satisfacción al comprobar cómo muchos de aquellos que no quisieron tener nada que ver con su discurso salvífico, ahora se arremolinaban en torno suyo, rogando y suplicando que tuviese piedad de sus diversas circunstancias y adversidades: “Y le rogaban que los dejara tocar solamente el borde de su manto. Y todos los que lo tocaron, quedaron sanos... Los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; de manera que la multitud se maravillaba al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y glorificaban al Dios de Israel. (14:36; 15:30-31) 

      Tal era la muchedumbre que había acudido a encontrarse con Jesús, que algunos de los presentes tuvieron una lúcida idea que reduciría la espera de los últimos que recién llegaban y que no mermaría el resultado que todos iban buscando del poder milagroso de Jesús. La estrategia propuesta era simplemente tocar el manto de Jesús, pieza de tela que rezumaría e irradiaría la capacidad sanadora del maestro de Nazaret. Así, uno a uno, aferrándose a este manto, a las manos de Jesús, a toda su persona, fueron curados uno tras otro, hasta que nadie quedó sin ser liberado de sus cargas y taras físicas. Todos, absolutamente todos, fueron sanados, y fueron sanados completamente. No hubo quien se quedase paralítico tras tocar a Jesús, nadie siguió siendo ciego después de rozar su manto, nadie continuó padeciendo dolores y adoleciendo de síntomas compatibles con una enfermedad. La Palabra de Dios lo dice con claridad: todos quedaron sanos. Aquellos que, a causa de su patología no podían hacer vida normal, participar de la dinámica religiosa habitual o trabajar para llevar sustento a sus hogares, ahora tenían la ocasión de revertir situaciones que les impedían disfrutar totalmente de la existencia cotidiana. 

     A diferencia de aquellos trileros que pretenden arrogarse con un enlace especial con Dios y su omnipotencia, los cuales echan balones fuera cuando se les pregunta sobre por qué algunas personas no son sanadas en sus espectáculos milagreros, indicando que la falta de fe es la responsable de la falta de curación, Jesús sanó a todos sin excepción. ¿Acaso Dios ha cambiado su modus operandi? ¿Es posible que Dios esté perdiendo facultades? ¿Es que Jesús, en este texto que desarrollamos hoy, y en otros muchos que aparecen en los evangelios, sana parcialmente o engatusa al paciente de una enfermedad? ¿Se nos dice aquí que Jesús despidió a algunas personas por carecer de fe?  

       Seguramente, una gran cantidad de personas que fueron a ver a Jesús lo hicieron con motivaciones egoístas y prácticas, pero, ¿dejaron de ser sanadas? He ahí varios argumentos que retratan contundentemente cualquier conducta que intenta aprovecharse y beneficiarse de la desesperación y la fe de los menesterosos, de los marginados y de los pobres de este mundo. Prometiendo milagros y sanidades, liberaciones y hechos maravillosos manipulando a las personas y distorsionando la esencia del evangelio de Cristo, estos siervos de Satanás solamente arrebatan la fe de los inmaduros espirituales y manchan el nombre de muchas iglesias y obreros del Señor que viven y predican la Palabra de Dios con fidelidad y firmeza.  

     Te preguntarás si yo creo en los milagros o en las sanidades de parte de Dios. ¡Claro que creo en todo ello! Creo que Dios puede transformar un cuerpo transido de dolor en un cuerpo renovado y revigorizado. Creo que el Señor tiene poder para liberar a una persona de hábitos perniciosos y vicios depravados. Creo que nuestro Padre celestial provee de formas sorprendentes y alucinantes. Claro que lo creo. Pero también creo en la soberanía de Dios y en que Él hace lo que le place, a quien le place y como le place. Creo que la oración eficaz del justo puede mucho y que rogar al Señor con fervor y perseverancia es el camino a que Dios realice grandes milagros de formas increíbles y hermosas. Pero no creo en los charlatanes que utilizan a Dios como una marioneta, que hablan con Dios desafiantes y orgullosos, exigentes y soberbios. No creo en sus trucos baratos de ilusionismo, ni en las estrategias de sugestión que incluyen en sus sainetes, ni en su interesada y codiciosa mentalidad.  

CONCLUSIÓN 

     Dios es nuestro gran Médico y Sanador, algo que muchos de nosotros hemos podido constatar a lo largo de nuestras vidas, bien observando la sanidad en nosotros mismos, o bien en otras personas de nuestro entorno. Dios sigue haciendo milagros y sigue restaurando el organismo humano. No obstante, a pesar de lo maravilloso y fantástico que es contemplar el poder de Dios en Cristo de este modo, no existe mayor milagro y portento que la sanidad del corazón y la liberación espiritual. De nada sirve ser curado de una grave dolencia, manifestar una salud de hierro y estar más fresco que una rosa, si en el interior, en las honduras del alma, solo hay corrupción, maldad, pecado y depravación.  

     Sí, Jesús sanó a todos los que acudieron a él en Genesaret, pero, ¿cuántos suplicaron a Jesús que perdonase sus pecados? ¿Cuántos le seguirían tras haber sido agraciados con un milagro en sus vidas? No existe mayor milagro que una vida que pasa de muerte a vida, que nace de nuevo y que ve transformada su dinámica cotidiana para imitar a Cristo por toda la eternidad. No hay mayor liberación y mayor sanidad que la aplicación de la sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestros pecados, brindándonos un nuevo horizonte en el que siempre resplandecerá el amor y la gracia de Dios.

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