CORONACRISTO



MENSAJE NAVIDEÑO 2020 

TEXTO BÍBLICO: JUAN 1:9-14 

INTRODUCCIÓN 

      Cuando echamos la vista atrás para observar qué ha sido de este año 2020, lo cierto es que el mal sabor de boca que éste nos deja con motivo de la pandemia global que nos asedia hasta el día de hoy, es la tónica general de cada uno de nosotros. Ha sido una etapa difícil, repleta de desafíos y retos en muchos sentidos, hemos luchado contra la desconexión en relación a la comunión fraternal y a la adoración colectiva a Dios, e incluso, hemos perdido por el camino personas a las que hemos estimado considerablemente y libertades que dábamos por supuestas. No ha sido fácil llegar hasta aquí. En lo que respecta a mi labor pastoral, he tenido que reconsiderar ideas y programas, paradigmas y modelos eclesiológicos, a fin de hallar un oasis en medio del desolador desierto que nos ha descubierto la plaga del Covid-19. Nos hemos actualizado, reciclado y reinventado de maneras anteriormente impensables, y creo, desde mi modesto entender, que la Iglesia Evangélica Bautista de Carlet ha salido victoriosa y más fuerte, gracias, sobre todo, a la labor incansable, valiente y firme de la gran mayoría de hermanos y hermanas que componen nuestra comunidad. 

      Parece que este virus letal y amenazador ha venido para quedarse. Tenemos la esperanza de que, dando los pasos adecuados y fiándolo todo a la suprema soberanía de Dios, más pronto que tarde, podamos ir recuperando esa normalidad que nos ha robado esta infame enfermedad. Mientras llega ese anhelado momento, proseguimos a la meta del supremo llamamiento de Dios en Cristo, y continuaremos perseverando en la enseñanza y predicación de la Palabra de Dios. Este virus, del que todavía existen personas que creen que, o no existe, o es una confabulación global de los poderes fácticos en la sombra, o es un mecanismo de control demográfico, no solo añade dolor y sufrimiento a sus víctimas, a los familiares de estas, o a todos aquellos conciudadanos que se ven afectados severamente por las restricciones sanitarias tan duras en su empleo o negocios, sino que nos enseña de una forma reveladora cómo es el ser humano cuando algo tan microscópico, tan invisible para el ojo humano, aparece en su camino. 

      Como ya dije antes, conocemos a personas de nuestro entorno que prefieren recurrir al negacionismo de algo que, si hacemos caso de los datos que nos ofrecen las entidades sanitarias y científicas, existe realmente, y que existe para demoler sin compasión la rutina de nuestras vidas. Otros prefieren adscribir la existencia de este virus a un complot internacional para asegurar pingües beneficios a instituciones secretas y misteriosas que, supuestamente, gobiernan el mundo desde las tinieblas de su anonimato. Y otros, aspiran a imaginar que se trata de una estrategia bien orquestada para reducir la población mundial en una especie de supervivencia del más fuerte, para hacer menguar la población más anciana o para aliviar la carga asistencial de los estados. En fin, como para todas las cosas, existen opiniones para todos los gustos y para todos los sustos. Yo, desde este mensaje, no voy a posicionarme personalmente, sino que deseo, brevemente, exponer las semejanzas que existen entre este coronavirus y la realidad de Cristo, al que celebramos en su encarnación durante estas fechas navideñas. 

      Como con el Covid-19, existen personas que piensan que Jesús simplemente es una mera invención de un grupo de listos que ascendieron a la divinidad a un sencillo maestro judío. Jesús es solamente el fruto de una imaginación sumamente fértil que cuajó a la perfección en aquellos que buscaban la justicia social, el derrocamiento de las estructuras despóticas y una causa por la que luchar para dar sentido a sus tristes y paupérrimas vidas. Con la excusa de un Salvador, muchos cayeron en el autoengaño de seguir a alguien que podía simbolizar sus anhelos más profundos. Jesús no era Dios. Tal vez era un gran filósofo, un eticista sublime o un revolucionario que no llevó a buen puerto su misión de liberación del oprimido. Así nos lo relata Juan desde su evangelio, hablando de aquellos que, ya en tiempos del propio Jesús, optaron por negar su discurso, sus objetivos y sus propósitos salvíficos: La luz verdadera que alumbra a todo hombre venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de él; pero el mundo no lo conoció. A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron.” (Juan 1:9-11) 

      Como el coronavirus, que se deja ver por sus consecuencias y efectos, Cristo dejó patente, ya desde el mismo instante de su nacimiento, que era Dios y que venía para salvar lo que se había perdido, empleando maravillas, prodigios, autoridad discursiva y actos de puro amor para con el semejante caído. Sin embargo, aunque muchos llegaron a creer en él, otros tantos quisieron eliminarlo y raerlo de la faz de la tierra empleando los medios que fuesen necesarios. La luz de la verdad, de la sabiduría de Dios, de la gracia y el perdón, aquella que da claridad en medio de las tinieblas del corazón humano y que alumbra la mirada de los incrédulos, era patente en todas sus acciones y palabras. Pero no lo conocieron, o no quisieron conocerle. No lo recibieron, o no lo quisieron recibir. Negacionistas de Cristo en la actualidad, lamentablemente, los hay a millones en todo el orbe terrestre. Personas que prefieren ignorar su realidad espiritual e histórica, que escogen no hablar de él, sobre todo en estas fiestas navideñas, porque puede ofender a la razón, que se muestran obstinados en su planteamiento de negar la verdad palmaria de un Dios que desciende al fango de este mundo para perdonar pecados, mostrar el camino al Padre y brindar una vida eterna que satisface ese vacío existencial que no podemos llenar con nada más. 

     Como el coronavirus, Jesús sigue siendo vilipendiado, la Biblia es difamada y deconstruida con la distorsión de los prejuicios, tendencias e ideologías de aquellos que no quieren saber nada de Dios o de su Hijo unigénito. Se cierran en banda para mofarse del Reino de los cielos, de la fe del creyente, de la redención cristiana y de los dos destinos eternos que aguardan a todo componente de la raza humana. La Navidad es para ellos un ejemplo más de sincretismo paganizado, de materialismo exacerbado, de hedonismo desaforado o de ritualismo arcaico, pero no una celebración de la vida en Cristo, Dios humanado a causa de nuestra vana manera de vivir. La mejor vacuna contra este virus de la intransigencia, de la ceguera espiritual y de la incredulidad, es vocear a los cuatro vientos quién es Jesús, de dónde viene y cuál es su misión y mensaje, y no hay mejor momento que la Navidad, porque, más allá de lo complicada que puede resultarnos al renunciar a reunirnos con muchos de nuestros seres queridos, lo cierto es que, si en nuestras mesas y hogares Cristo está presente, nada nos ha de faltar.  

      El antídoto más efectivo contra el negacionismo de Cristo es creer en él de todo corazón, confesando públicamente que nació hace más de dos mil años para inocularnos los anticuerpos del Espíritu Santo y así librarnos de la muerte que espera a aquellos que se condenan a sí mismos dejando a Cristo fuera de la ecuación de sus vidas. Vacunarse es algo voluntario, y seguir en pos de las huellas de Jesús también lo es. Si prefieres no tener que comprometerte con lo desconocido que trae obedecer a Jesús en cada área de tu existencia, allá tú con tu decisión de morir por segunda vez en el infierno. Pero si te sometes al remedio infalible de Cristo, porque la vacuna antiCovid-19 ya veremos si funciona o no dada su factura puramente humana, y crees con todo tu corazón en él como tu Señor y Salvador, tendrás vida, y vida en abundancia por los siglos de los siglos. Ya nos lo dice el evangelista Juan: “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre.” (Juan 1:12-14) 

       En estas navidades teñidas de azul tristeza, tenemos, como hijos de Dios, un motivo lo suficientemente hermoso y glorioso como para disfrutar en compañía de nuestros hermanos y hermanas de la iglesia universal de lo que significa para todos nosotros la encarnación de Dios en Cristo. Con restricciones a la movilidad, con toques de queda, con recortes en los comensales de nuestras mesas en las noches más señaladas del calendario familiar, con la pena de situaciones personales en las que el Covid-19 se ha autoinvitado para traer desdicha y miseria, Jesús nació en Belén para inaugurar un futuro y un presente en su Reino en el que tú y yo, que hemos nacido de nuevo por gracia en virtud de la vida, obra y sacrificio de Cristo, tenemos una herencia incorruptible, imperecedera e inmarcesible.  

      A diferencia del coronavirus, el cual trae muerte, desolación y aflicción, Cristo quiere, sobre todo en estas fechas, brindarte vida, esperanza y gozo. Deja fuera al bicho, siguiendo las instrucciones de las autoridades sanitarias, aunque seas un negacionista de tomo y lomo, y permite que Cristo entre en tu casa, en tu corazón y en tu memoria, para que estas navidades tan inusuales sean la antesala de que lo mejor está por venir si nos aferramos a la vacuna redentora de nuestro Señor Jesucristo.  

CONCLUSIÓN 

      Feliz Navidad a todos y el deseo de que Cristo sea el centro y eje de vuestras celebraciones.

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