HERMANO: SE VENDE



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JOSÉ, EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 37 

INTRODUCCIÓN 

     Si existe una historia que recoja dramatismo, intriga, elementos sobrenaturales y lecciones espirituales imperecederas, esa es la historia de José. Muchos autores y literatos han alabado y reconocido a lo largo de las eras la riqueza y la exquisitez de esta obra magna que se encierra en el libro del Génesis. Seguramente, a partir de la inspiración que se destila de esta impresionante narrativa, muchos otros creadores han ido perfilando sus mejores proyectos cinematográficos y literarios. Aquel que recorre con la mirada y la imaginación cada una de las páginas de esta trama monumental, no puede dejar de saborear y disfrutar cada recoveco de su dinámica humana y de su trasfondo divino.  

      En el viaje de José por las vicisitudes de la vida, podemos identificarnos con todas sus facetas: la traición de los que más deberían amarnos, los favoritismos familiares que truncan la convivencia hogareña, la lujuria desatada de desalmados contra los más débiles, la prisión del justo, el cambio de tornas providencial, y el perdón que ejemplifica lo que significa confiar en los designios divinos a pesar de que todo está en nuestra contra. Además, no podemos dejar de señalar la ingente cantidad de simbolismos y tipos que aparecen en este inolvidable relato, y que apuntan directamente a la persona y obra de Cristo. 

1. DRAMATIS PERSONAE 

     Toda historia debe, en primer lugar, presentar el dramatis personae, esto es, una exposición y descripción de los personajes que van a ir interactuando entre sí, así como la explicación, aunque sea con tenues pinceladas, del contexto en el que se desarrolla la trama. Traemos a la memoria los acontecimientos anteriores al inicio de esta epopeya bíblica. Recordaremos que Jacob y Esaú se separan tras sepultar a su padre Isaac, y Jacob, también llamado Israel, establece su residencia estable en la tierra de sus ancestros, en Hebrón: Jacob habitó en la tierra donde había vivido su padre, en la tierra de Canaán.” (v. 1) Allí estaban sus raíces familiares, y desde este enclave podía gestionar su considerable patrimonio y sus rebaños de ovejas, principal actividad productiva en la que se habían involucrado desde que Jacob llegara a los dominios de su tío y suegro Labán. 

     La cadena de acontecimientos comienza como un cuento legendario que se pierde en los albores del tiempo: “Ésta es la historia de la familia de Jacob: José tenía diecisiete años y apacentaba las ovejas con sus hermanos; el joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, mujeres de su padre; e informaba José a su padre de la mala fama de ellos. Israel amaba a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores. Al ver sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos ellos, lo aborrecían y no podían hablarle pacíficamente.” (vv. 2-4) 

     Aunque el escritor bíblico engloba la historia en el contorno de una saga familiar, lo cierto es que el protagonista principal de toda la trama es José, un mozalbete de diecisiete años, cuya ocupación era echar una mano a sus hermanos de padre, aunque no de madre, dado que, como bien sabemos, Jacob tuvo hijos, tanto con sus esposas, Raquel y Lea, como con sus respectivas concubinas, Bilha y Zilpa. Es curioso que los encargados de pastorear al rebaño fuesen precisamente los hijos de estas dos últimas. Sus nombres eran Dan, Neftalí, Gad y Aser, y parece, a simple vista, que estos hijos de Jacob se hallaban un peldaño por debajo del resto de sus hermanos, tal vez por el estatus de sus madres.  

      Además, se nos hace notar que José se había convertido en una especie de informador sobre la conducta de sus hermanos más mayores. La palabra original en hebreo para “informar” (dibba), da a entender, en un sentido negativo, que José exponía ante su padre una serie de comentarios inciertos sobre sus hermanos, aportando exageraciones a su versión de la realidad y siendo inexacto en sus apreciaciones personales sobre los hábitos y acciones de sus hermanos. Podríamos decir que José era un auténtico chivato, alguien que los delataba y acusaba aportando una visión muy particular de los actos fraternales. Tampoco digamos que sus hermanos eran hermanitas de la caridad, pero parece ser que las informaciones vertidas por José predisponían negativamente a Jacob para con sus otros hijos. 

      Por si esto no tensaba el ambiente hogareño, Jacob aporta su granito de arena, inconsciente o inevitablemente, a acrecentar la atmósfera de odio y manía entre miembros de la misma familia. Jacob no cesaba de reconocer en José a su amada Raquel, fallecida prematuramente a causa del alumbramiento de su segundo hijo, Benjamín. Para el patriarca José era el fruto anhelado del amor que profesaba a su esposa, y en su mente, el primogénito entre todos sus hijos era él. Mimado y consentido desde su nacimiento, ya siendo Jacob entrado en años, concretamente cumpliendo noventa y un años, José absorbe todo el cariño y el amor que su padre tiene para todos sus descendientes. Jacob solo tiene ojos para su joven hijo, y una manera de resaltar este sentimiento y aprecio es regalándole una túnica muy especial, un ropaje con mangas que llegaba hasta los tobillos, repleto de encajes, de colores vivos y brillantes, y de adornos de primor magistral. A veces, los favoritismos ciegan a los progenitores hasta el punto de no ver, o no querer ver, que algo terrible se está cociendo a su alrededor, que algo siniestro está a punto de estallar. José, consciente de su estatus familiar, no duda en restregar a sus hermanos la más alta cuota de atención que su padre le profesa, vistiendo día sí y día también esta llamativa túnica. 

     La reacción de sus hermanos, no por esperable significa que estuviera bien. Sin embargo, y tras comprobar que su padre confiaba más en la palabra de José que en la suya, y después de constatar que éste era tratado de una forma más tierna y afectuosa, marcando una diferencia palpable de amor con respecto al resto de hermanos, el furor del resto de hijos de Jacob no hace más que aumentar en su pecho, colmando su paciencia, y construyendo una muralla insalvable de rencor y tirria. Las palabras que describen las emociones que estaban a punto de aflorar a flor de piel de los hermanos de José son rotundas y duras: aborrecimiento, esto es, detestar a alguien enormemente; y no poder hablar con José amistosamente. Imaginemos lo incómodo de aquellos encuentros entre José y cualquiera de sus hermanos: miradas como puñales, rictus de amargura, ceños fruncidos, palabras groseras y sarcásticas... Se estaba incubando una tragedia, y Jacob no parecía hacer nada por impedirlo. 

2. LOS SUEÑOS DE LA DISCORDIA 

     Si las cosas ya estaban a punto de ebullición, José ahora echa más gasolina al fuego: “Tuvo José un sueño y lo contó a sus hermanos, y ellos llegaron a aborrecerlo más todavía. Él les dijo: —Oíd ahora este sueño que he tenido: estábamos atando manojos en medio del campo, y mi manojo se levantaba y se quedaba derecho, y vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban ante el mío. Entonces le respondieron sus hermanos: —¿Reinarás tú sobre nosotros, o dominarás sobre nosotros? Y lo aborrecieron aún más a causa de sus sueños y sus palabras. Después tuvo otro sueño y lo contó a sus hermanos. Les dijo: —He tenido otro sueño. Soñé que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban hacia mí. Y lo contó a su padre y a sus hermanos; su padre le reprendió, y le dijo: —¿Qué sueño es éste que tuviste? ¿Acaso vendremos yo, tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti? Sus hermanos le tenían envidia, pero su padre meditaba en esto.” (vv. 5-11) 

      Los hermanos de José lo ven acercarse a ellos un buen día. Para ellos se había convertido en algo insoportable tener que hacerle algún tipo de caso, y a regañadientes aceptan escuchar de boca de su latoso hermano menor una confidencia onírica que los deja absolutamente patidifusos. José, con todo el orgullo del mundo, quizá ingenuamente, y dándose una importancia rayana en la soberbia, les cuenta un sueño que se le había quedado grabado en el cerebro. El autor bíblico anticipa aquí el clímax velado de toda la narrativa de José en Génesis. Empleando una imagen agrícola en la que, en la cosecha se ataban en haces los tallos del cereal, los manojos de los hermanos se postraban ante el manojo de José.  

      “¡Habrase visto semejante desfachatez!,” pensarían sus hermanos. Dado que los sueños habían sido desde siempre un vehículo a través del cual Dios se manifestaba para dar una profecía, promesa o vaticinio de algún evento futuro al ser humano, los hermanos comenzaron a atar cabos, y con una mezcla de miedo, envidia e ira, espetan a José que qué es lo que se cree. “¿Acaso ha sido escogido por Dios para humillarlos y someterlos cuando éste sea adulto? ¡Impensable! ¡Increíble! A este chico se le están subiendo los humos, y como siga por este camino, va a recibir su merecido cuando menos lo espere,” aciertan a decir sus enfurecidos hermanos. 

     Esto podría haber pasado al olvido como un episodio más de excitación adolescente, si no hubiese sido porque días después José se descuelga con otro sueño que quiere compartir, no solo con sus hermanos, sino con toda la familia. Simbolizados como luminarias celestes, todos los componentes del clan son retratados inclinándose ante José, tributándole honra y loor. El odio fraternal da un paso más en la escalada de intensidad. Posiblemente, en sus mentes, José era un megalómano, un arrogante pomposo, un egocéntrico de tomo y lomo. El vaso de la paciencia de todos sus hermanos ha rebosado, y la tiñosa envidia hace su aparición para reconocer a la fuerza que la reiteración de significados que aporta la sucesión onírica de José, tiene toda la pinta de una actividad divina en toda regla. No pueden soportar por más tiempo albergar en su interior que, tarde o temprano, habrán de rendir pleitesía a su infumable hermano menor. Y es que, cuando un sueño se repite, aun con detalles sutilmente distintos, es señal de que serán consumados en el futuro, tal y como nos indica Génesis 41:32 acerca de los sueños del faraón: “Y que el faraón haya tenido el sueño dos veces significa que la cosa es firme de parte de Dios, y que Dios se apresura a hacerla.” 

     En cuanto a la presencia de Dios en este capítulo 37 de Génesis, quisiera recoger las palabras de Walter Brueggeman, erudito norteamericano del Antiguo Testamento, al respecto: “El principal personaje del drama es Yahvé. Aunque oculto en la forma de un sueño, silencioso y no totalmente visible, el lector entenderá que el sueño es la obra trastornadora de Yahvé de la que depende todo lo demás. Sin el sueño no habría José ni narrativa. Desde la perspectiva de los hermanos, sin el sueño no habría problema o conflicto. Para el padre, sin el sueño no habría pena o pérdida. El sueño lleva su propio curso, a pesar del padre, de los hermanos y del soñador. Y al final, el sueño prevalece sobre las tensiones familiares.” 

      Es necesario notar que no son ahora los hermanos de José los que le recriminan su actitud altanera al narrar este sueño, sino que es el propio Jacob el que le amonesta, afeando que José pueda pensar que todo el clan deba someterse algún día a los dictados de su voluntad. A diferencia de sus hijos, Jacob reflexiona sobre esta inusual actividad reveladora de Dios para con José, sabiendo como sabía que él mismo tuvo semejantes experiencias de parte del Señor a la hora de comunicarle sus designios insondables. Guarda en el tesoro de su corazón este sueño, porque es consciente de que llegará el tiempo en el que todo pueda cumplirse a rajatabla. 

3. DE SIQUEM A DOTÁN 

      Con este trasfondo de rencor, envidia y aborrecimiento en mente, podemos llegar a entender, hasta cierto punto, el desenlace de tantos sentimientos enquistados y podridos entre hermanos: “Un día, sus hermanos fueron a apacentar las ovejas de su padre en Siquem. Entonces Israel dijo a José: —Tus hermanos apacientan las ovejas en Siquem. Ven, y te enviaré a ellos. —Aquí estoy —respondió él. —Ve ahora, mira cómo están tus hermanos y cómo están las ovejas, y tráeme la noticia —dijo Israel. Lo envió, pues, desde el valle del Hebrón, y José llegó a Siquem. Lo halló un hombre, andando él errante por el campo; y aquel hombre le preguntó: —¿Qué buscas? —Busco a mis hermanos; te ruego que me muestres dónde están apacentando —respondió José. —Ya se han ido de aquí; pero yo los oí decir: “Vamos a Dotán” —dijo el hombre. Entonces José fue tras sus hermanos y los halló en Dotán.” (vv. 12-17) 

      ¿Os acordáis de Siquem? Tal y como vimos en capítulos anteriores, Jacob y su familia, tras encontrarse y reconciliarse con Esaú, decidieron establecerse a las afueras de la ciudad de Siquem. Allí fue donde Dina fue violada por Siquem, príncipe de la localidad, y donde un par de hermanos de José, concretamente Simeón y Leví, arrasaron con todo y liaron una escabechina de miedo. Con el temor de recibir las represalias de los pueblos vecinos, marchan a Bet-el, y después a Hebrón, a unos cinco días de viaje al sur de Siquem. A pesar de que la fama de los hijos de Jacob era terrible en aquella zona, no obstante, era un lugar óptimo para apacentar a los numerosos rebaños, y, guardando todas las precauciones, los hijos de Jacob pasaban una temporada lejos del hogar. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que Jacob, o Israel, albergase algún tipo de desazón y preocupación por su integridad, y decide enviar a José, junto con toda clase de avíos y provisiones, para conocer del estado de sus hijos y rebaños. Así, José se pertrecha de todo lo necesario y se dirige a Siquem con buen ánimo y sin sospechar que su suerte está echada. 

    En cuanto arriba a Siquem, nadie parece esperarlo. Por mucho que pregunta, busca y averigua sobre el paradero de sus hermanos, nadie le aporta información fiable. Al menos hasta que se encuentra con un desconocido, el cual viéndolo bastante perdido, le echa una mano, comunicándole que sus hermanos hacía días que habían partido de Siquem, dirigiéndose a Dotán, a unos 23 kilómetros más al norte, fuera de lo que podríamos considerar el paraguas de influencia y protección de las fuerzas de su padre. ¿El motivo de este cambio de aires? No lo sabemos con certeza. ¿Mejores pastos? ¿Poder hacer lo que les viniese en gana fuera del radio de acción de la autoridad paterna? ¿Comerciar a escondidas de su padre con los rebaños y así sacar tajada personal? El caso es que José, con las instrucciones de su padre claras en su mente, decide ir tras ellos para dar cumplido informe sobre las andanzas y actividades de sus hermanos.  

4. EL COMPLOT LETAL CONTRA JOSÉ 

      Con una visión prodigiosa, uno de los hermanos de José parece atisbarlo en lontananza. La figura inconfundible de José está cerca de encontrarlos: “Cuando ellos lo vieron de lejos, antes que llegara cerca de ellos conspiraron contra él para matarlo. Se dijeron el uno al otro: —¡Ahí viene el soñador! Ahora pues, venid, matémoslo y echémoslo en una cisterna, y diremos: “Alguna mala bestia lo devoró.” Veremos entonces qué será de sus sueños. Cuando Rubén oyó esto, lo libró de sus manos. Dijo: —No lo matemos. Y añadió: —No derraméis sangre; echadlo en esta cisterna que está en el desierto, pero no le pongáis las manos encima. Quiso librarlo así de sus manos y hacerlo volver a su padre.” (vv. 18-22) 

      “Ya está aquí el soplón de padre. Ya viene a aguarnos la fiesta como siempre,” discuten entre sí antes de que José llegue donde ellos se hallan. “Ahora que estamos en Dotán, lejos de nuestro hogar, donde apenas nos conocen, es el momento en el que podamos desquitarnos con este inoportuno muchacho,” conspira uno mirando al resto del grupo de hermanos. “No es mala idea,” asienten varios. “Si lo matáramos, podríamos enmascarar su muerte con la excusa de que algún animal salvaje del desierto lo ha atacado,” añade otro hermano. “Es una estrategia fantástica, ideal,” confirman varios hermanos más. “Así dejará de molestarnos con sus ínfulas y sus extravagantes sueños,” remachaba otro.  

      Todavía cuchicheando unos con otros, en una especie de vil democracia, surge la figura de Rubén, el primogénito caído en desgracia ante los ojos de su padre por haber usurpado su estatus manteniendo relaciones sexuales con una de sus concubinas. A pesar de su degradación familiar, Rubén reconoce que, como hermano mayor, tiene una responsabilidad para con José, incluso sabiendo que es un engorro insoportable. Todavía tiene cierta ascendencia, aunque en franco declive, sobre sus hermanos, y logra, al menos momentáneamente, que se les quite de la cabeza a sus hermanos cometer el crimen del fratricidio. Para ello urde un plan que le permita librarlo de la asechanza letal del resto de sus hermanos, y sugiere que José sea lanzado en una cisterna vacía, y valorar con tiempo suficiente qué hacer para rescatarlo de las garras de sus iracundos hermanos. Lo que no contaba era con la pujante influencia del que, poco tiempo después, iba a convertirse en el líder de todos ellos: Judá. 

5. LA SOLUCIÓN DE JUDÁ 

      José, inocente como un corderito, saluda a sus hermanos confiadamente, y poco a poco, se mete en la boca del lobo hasta verse sorprendido por el ataque furibundo de sus hermanos: “Sucedió, pues, que cuando llegó José junto a sus hermanos, ellos quitaron a José su túnica —la túnica de colores que llevaba puesta—, lo agarraron y lo echaron en la cisterna; pero la cisterna estaba vacía, no había en ella agua. Luego se sentaron a comer. En esto, al alzar la vista, vieron una compañía de ismaelitas que venía de Galaad, con camellos cargados de aromas, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto. Entonces Judá dijo a sus hermanos: —¿Qué vamos a ganar con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte? Venid y vendámoslo a los ismaelitas; pero no le pongamos las manos encima, porque es nuestro hermano, nuestra propia carne. Y sus hermanos convinieron con él. Cuando pasaban los mercaderes madianitas, sacaron ellos a José de la cisterna, lo trajeron arriba y lo vendieron a los ismaelitas por veinte piezas de plata. Y estos se llevaron a José a Egipto.” (vv. 23-28) 

      Sin pensarlo poco o mucho, los hermanos de José se lanzaron como buitres a la carroña para apresarlo y reducirlo. La expresión que se emplea en el texto bíblico para quitarle la túnica a José es la misma que se usa para despellejar una cabra. Le arrebatan el símbolo de la atención de su padre y lo lanzan a una cisterna, un depósito para almacenar agua de lluvia o procedente de un río o manantial. La mayorí­a de ellas consistí­a en un tubo estrecho que bajo tierra se ensanchaba para formar un cilindro más ancho en la roca viva, y cuya abertura superior se podí­a tapar con una piedra plana, y así podían beber los ganados. En el caso de José, la cisterna en la que se encontraba tenía una altura tal que impedía que pudiese trepar o escalar hasta la superficie, y estaba seca, por lo que la época en la que suceden los hechos era posiblemente la estival, cuando las lluvias eran menos frecuentes en esas latitudes semidesérticas. Allí queda José, gritando a voz en cuello rogando que lo sacaran, pidiendo razones de su encierro, y suplicando piedad a sus hermanos.  

     Con los alaridos enronquecidos de su hermano José amortiguados por la profundidad de la cisterna, sus hermanos no tienen más feliz idea que ponerse las botas con todas las provisiones que éste traía consigo. Mientras masticaban a dos carrillos, el que tenía la vista más aguda de entre ellos, divisa en el horizonte una caravana de comerciantes. Levantándose como un resorte, Judá idea la manera de deshacerse de José sin quebrantar el ruego de Rubén de no derramar la sangre de su sangre. Ni corto ni perezoso, voceando y realizando aspavientos con sus brazos al aire, llama a los mercaderes, los cuales, por sus atuendos parecen ser ismaelitas, y por su dirección de marcha venían probablemente de Galaad para vender en otros mercados lejanos sus codiciados productos cosméticos y aromáticos.  

       Mientras se aproximan los vendedores de mercancías, Judá explica su plan a sus hermanos. “¿Para qué matar a José? ¿Ganaremos algo con ello? ¿Por qué no, mejor, lo vendemos como esclavo a estos comerciantes, se lo llevan muy lejos, donde nadie lo conozca, para servir de por vida a algún señor de otros pagos? Y así, de paso, nos embolsamos unas buenas veinte monedas de plata. No estaremos contraviniendo las instrucciones de Rubén, y todos contentos. Menos José, por supuesto,” dijo con tono jocoso. Todos, menos Rubén, que se hallaba fraguando el rescate de José aparte de ellos, consintieron sin pensarlo demasiado. Entre todos, extrajeron a José de la cisterna, medio desnudo, hambriento y sucio, y lo entregaron sin consideración ni compasión en el alma. Hablando con los mercaderes medio madianitas y medio ismaelitas, pudieron saber que el destino de su largo viaje iba a ser el poderoso Egipto. Judá daba por supuesto que nunca jamás volverían a saber de su impertinente hermano. Sin embargo, como bien sabemos, la vida da muchas vueltas, y el mundo es un pañuelo. 

6. ENGAÑANDO A JACOB 

      Una vez finiquitado el asunto de José, y prometiéndoselas muy felices, los hermanos se reparten el botín. En ese preciso instante, Rubén aparece en escena totalmente desconcertado y angustiado: “Después Rubén volvió a la cisterna y, al no hallar dentro a José, rasgó sus vestidos. Luego volvió a sus hermanos y dijo: —El joven no aparece; y yo, ¿adónde iré yo? Entonces tomaron ellos la túnica de José, degollaron un cabrito del rebaño y tiñeron la túnica con la sangre. Enviaron la túnica de colores a su padre, con este mensaje: «Esto hemos hallado; reconoce ahora si es o no la túnica de tu hijo.» Cuando él la reconoció, dijo: «Es la túnica de mi hijo; alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado.» Entonces Jacob rasgó sus vestidos, se puso ropa áspera sobre su cintura y guardó luto por su hijo durante muchos días. Se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo, pero él no quiso recibir consuelo, diciendo: «¡Descenderé enlutado junto a mi hijo hasta el seol!» Y lo lloró su padre. En Egipto, los madianitas lo vendieron a Potifar, oficial del faraón y capitán de la guardia.” (vv. 29-36) 

      “¿Dónde está José? ¿Quién lo ha sacado? ¿Lo habéis matado, hatajo de traidores? ¡Contestadme!,” exclama nerviosamente Rubén. “Esto es mi ruina. Como hermano mayor nuestro padre me demandará responsabilidades por no haber cuidado de José, su hijo más amado. Lo que me faltaba. ¿Qué habéis hecho con él?” No se nos dice aquí si Judá o alguno de sus otros hermanos le cuentan lo de la venta de José a los ismaelitas. Puede que, para tranquilizarlo un poco, le relataran el intercambio comercial, o tal vez, se callaron y dejaron que a Rubén le reconcomiese la culpa por dentro durante años. La cuestión es que Judá actuó de manera realmente práctica, y tomando la túnica colorida de José, la untó con sangre de un cabritillo, con el objetivo de que pareciese que José había sido la víctima de una voraz bestia salvaje, y que había sido devorado completamente por carroñeros y rapaces animales. Suerte tuvieron de que las pruebas de ADN eran una técnica sin descubrir, porque de otro modo, esta estratagema no les hubiera servido.  

     Es interesante comprobar que los hermanos de José no se dignan siquiera en volver a su hogar para darle las malas noticias a Jacob. Presas tal vez del inicio de los remordimientos, envían a un mensajero que lleve la desgracia a las puertas de la casa de su padre. Seguramente no podrían haberse mostrado impertérritos e insensibles ante la reacción dramática de su padre al conocer la sangrienta suerte de su querido hijo. Los hermanos evitan también sacar conclusiones sobre el destino de José. Dejan que sea su padre el que imagine el por qué la túnica que le había regalado había aparecido en medio de la nada salpicada de sangre carmesí. Astutamente, dejan de identificar la vestidura como la de su hermano, como si no supieran de memoria cada detalle de su factura. Optan por que sea su padre el que la reconozca e infiera que José ha muerto de la manera más truculenta y casual posible. Jacob no pone en duda la historia del fallecimiento de su hijo, porque era algo que solía ocurrir con viajeros incautos, que cayeran presas de los ataques de jaurías salvajes.  

      Inmediatamente, Jacob rompe a llorar a lágrima viva. Lo que le ataba al recuerdo de su esposa Raquel, aparte de Benjamín, ha desaparecido de forma repentina, y su corazón se consume en el dolor de la pérdida. Rasga sus vestiduras, se ciñe saco áspero en torno a su abdomen desnudo, y se encierra en sí mismo lamentando día tras día uno de los golpes más trágicos que había recibido nunca. Sus familiares intentan arrancarlo de este lamentable estado, pero nadie puede mitigar la congoja que estrangula sus entrañas. Sabiendo que el tiempo usual de luto era de setenta días, según nos indica Génesis 50:10 sobre la muerte del propio Jacob, podemos imaginarnos el ambiente de aflicción y sufrimiento por el que pasó todo el campamento. Tal era el padecimiento del alma de Jacob que incluso llega a expresar su deseo de enlutarse hasta su fallecimiento, momento en el que podría encontrarse de nuevo con su desafortunado hijo en el país de los muertos. En ningún momento, sin embargo, encontramos un reproche a Dios o una queja contra su Hacedor, tal y como harían aquellos que no conocían como conocía Jacob al Señor. 

     Para concluir este primer capítulo de la historia de José, el autor de Génesis se ocupa de anticiparnos el punto espacio-temporal en el que se desarrollará el siguiente episodio. José llega junto con sus compradores a Egipto. No se nos dice cómo llega José, si resignado a su suerte, si confiado en la providencia divina, o si todavía lamentando el curso inesperado de su existencia. El único detalle relevante que se nos proporciona es que José es vendido a uno de los hombres más poderosos del imperio egipcio, a Potifar, oficial militar del faraón y suprema autoridad de la guardia real. José habría sido un buen espécimen en el mercado de esclavos, con una educación esmerada y un físico admirable a pesar de su juventud, y por ello, recaló en uno de las casas más prestigiosas de todo Egipto. 

CONCLUSIÓN 

     José acaba de aterrizar en tierras extrañas, con una lengua y una cultura muy distintas de las propias, y con uno de los estatus sociales más bajos del mundo conocido, el de un esclavo. Había pasado de la comodidad y la seguridad del hogar paterno a la humillación y la traición más sorprendentes. La vida da esta clase de coletazos que nos cortan la respiración y que desbaratan todos nuestros planes de vida.  

      ¿Cómo encarará José este nuevo estado de cosas? ¿Dónde está Dios en esta historia? Son preguntas que iremos respondiendo a lo largo de estos próximos estudios sobre la vida de José, pero antes, como si de un relato independiente se tratase, hablaremos sobre la narración de Judá y Tamar, a fin de confirmar que el burlador también puede ser burlado por quien menos uno se espera.

 

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