JUDÁ Y TAMAR



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 38 

INTRODUCCIÓN 

      Una de las características que hacen al relato bíblico atractivo y serio al mismo tiempo, es que narra historias muy propias de las luces y sombras del ser humano. En algunas ocasiones, el autor bíblico ensalza las virtudes de hombres y mujeres, alabando su sabiduría y belleza, su tino en las decisiones y sus hazañas portentosas. Y en otras, el escritor saca a relucir lo más oscuro del alma humana, sus crímenes y engaños, sus vicios y pecados más deplorables. Ahí es donde radica la hermosura, la genialidad y el atrevimiento de su factura. La Biblia podría haber hablado únicamente de personajes piadosos, prácticamente intachables e irreprensibles, de santos que levitan dos palmos sobre la tierra, o de milagrosos encuentros cuyo origen tuviesen lugar en el corazón amable de los mortales elevados a los altares. Podría pintar un cuadro delicioso y bucólico de exaltación de las virtudes morales humanas, y, no cabe duda de que esto sería inspirador, motivador y fantástico. Sin embargo, al describir solo la parte positiva del carácter humano, estaríamos perdiéndonos el cuadro completo de la naturaleza mortal. El ser humano, lamentablemente guarda en su interior pensamientos y deseos terriblemente abyectos, del mismo modo que elabora ideas magníficas y compasivas, y tiene anhelos trascendentes que lo atan inexorablemente a lo eterno. 

      Si algunos de los protagonistas de la narrativa bíblica simplemente hubiesen sido descritos como dechados de dones y buenas intenciones, la Biblia carecería de algo sumamente importante: la enseñanza práctica de que el ser humano ha caído en el cenagal del pecado y la lección imperecedera de que, como criaturas rebeldes a la voluntad divina, necesitamos ser perdonados y salvados de nuestra desnaturalizada manera de vivir. Si la Palabra de Dios solamente fuese una hagiografía, Jesús no sería necesariamente el centro de nuestra atención y de nuestra redención. Por eso me gusta la Biblia, porque me dice quién soy y cómo soy sin Dios, y porque me ayuda a ver a través del prisma de otras vidas del pasado la necesidad imperiosa que tengo, como persona humana, de recibir la inmerecida gracia de Dios a fin de ser verdaderamente libre y salvo del pecado que me asedia diariamente. La historia que hoy vamos a considerar nos enseñará hasta qué punto el fin justifica los medios y hasta qué límites tan insospechados podemos intentar huir de nuestras responsabilidades y promesas. 

      Para muchos resultará curioso que, justo cuando comienza la trama de la narrativa sobre el personaje de José, el relato se detenga abruptamente para contarnos una historia que se relaciona con Judá, uno de sus hermanos. Algunos eruditos piensan que, tal vez, este fragmento narrativo es un añadido posterior, aunque, como iremos viendo a lo largo de los estudios de la vida de José, y desde una perspectiva mucho más amplia en el tiempo, Judá jugará un papel significativo en lo que a la asunción del liderazgo de su clan podremos constatar, y en lo que a las promesas mesiánicas se refiere. Al parecer, este texto en el que nos centramos ahora ocurre no mucho después de que Judá haya convencido a sus hermanos para vender a José a los ismaelitas. Recordemos que él fue el autor de la propuesta, y que éste la realiza al margen de la posición de Rubén como primogénito. No sabemos si hubo alguna clase de disputa entre hermanos tras comprobar que lo que habían hecho había sido una barrabasada, pero el autor halla a Judá fuera de los dominios familiares, intentando buscarse la vida de forma independiente. 

A. MESTIZAJE PROHIBIDO 

     La historia de Judá sucede no muy lejos del paraje en el que se encuentra enclavado el campamento del cabizbajo y entristecido Jacob: Aconteció en aquel tiempo que Judá se apartó de sus hermanos, y se fue a casa de un adulamita que se llamaba Hira. Allí conoció Judá a la hija de un cananeo, el cual se llamaba Súa; la tomó y se llegó a ella. Ella concibió y dio a luz un hijo, al que llamó Er. Concibió otra vez y dio a luz un hijo, al que llamó Onán. Volvió a concebir y dio a luz un hijo, al que llamó Sela. Ella se hallaba en Quezib cuando lo dio a luz.” (vv. 1-5) 

     Aun sabiendo que su padre Jacob siempre lo había aleccionado sobre la importancia de no mezclarse genética y sentimentalmente con personas procedentes de pueblos paganos, Judá hace de su capa un sayo, y para reafirmarse en su emancipación, entabla relaciones con un tal Hira, morador de la tierra de Adulam, a unos 22 kilómetros al sureste de Jerusalén. Decide quedarse de forma más o menos permanente morando en las tiendas de Hira, seguramente trabajando en el sector de la ganadería. En su contacto social con los vecinos de los contornos, llega a relacionarse afectivamente con una mujer de origen cananeo, de la cual, sorprendentemente no se nos da el nombre, aunque sí el nombre de su padre, Súa, que significa “prosperidad.”  

     El caso es que queda prendado de esta mujer anónima, y se casó con ella teniendo tres hijos. Es curioso que el escritor describe la relación habida entre Judá y esta mujer de forma minimalista y abrupta, un tanto cruda. Esto denota el desagrado divino hacia Judá por haberse emparentado con aquellos pueblos que Dios había considerado incrédulos e idolatras. De estos hijos el primero se llamaba Er, “vigilante,” el segundo Onán, “vigoroso,” y el menor de los tres Sela, “peña.” El autor del relato nos aclara acerca del natalicio de Sela que éste, o bien nació en Aczib, una ciudad cercana a Adulam de la que no se conoce su ubicación actual, o si fue dado a luz en la cesación del flujo menstrual, dado que Quezib en el lenguaje original hebreo también significa esto.  

B. LAS LEYES DEL LEVIRATO 

     Los niños crecen y llega el momento de casar al primero de ellos, a Er. La costumbre oriental de aquellos tiempos exigía que el primogénito se desposara antes que el resto de hermanos: “Después Judá tomó para su primogénito Er a una mujer llamada Tamar. Pero Er, el primogénito de Judá, fue malo ante los ojos de Jehová, y Jehová le quitó la vida. Entonces Judá dijo a Onán: —Llégate a la mujer de tu hermano, despósate con ella y levanta descendencia a tu hermano. Sabiendo Onán que la descendencia no sería suya, cuando se llegaba a la mujer de su hermano vertía en tierra, para no dar descendencia a su hermano. Como desagradó a Jehová lo que hacía, a él también le quitó la vida. Entonces Judá dijo a su nuera Tamar: —Permanece viuda en casa de tu padre, hasta que crezca mi hijo Sela. (Esto dijo pues pensaba: «No sea que muera él también, como sus hermanos.») Tamar se fue y se quedó en casa de su padre.” (vv. 6-11) 

     La elegida para ser la esposa y madre de los hijos de Er iba a ser Tamar, “palmera.” No obstante, sin entrar en detalles concretos sobre los pecados cometidos por Er, Dios decide castigarlo sumariamente dejándolo sin aliento en sus pulmones y perece antes de poder dar descendencia a Tamar. Cómo sería de malvado, que Dios tuvo que tomar medidas contundentes para raerlo de sobre la faz de la tierra. Su muerte fue repentina y sorprendente, dejando a una joven viuda tras de sí. Sin embargo, en las tradiciones y usos de la época existía una institución familiar que intentaba velar por la viuda a la que, inesperadamente, se le había arrebatado el esposo antes de tiempo. Esta institución se conoce como levirato. El levirato es un tipo de matrimonio en el cual una mujer viuda que no ha tenido hijos se debe casarse obligatoriamente con uno de los hermanos de su fallecido esposo. Para continuar la línea sucesoria y la descendencia familiar, el nombre del primer varón de esta nueva unión ha de ser el mismo que el correspondiente al difunto, y heredará sus bienes. La palabra “levirato” proviene del latín “levir”, “cuñado,” en hebreo es “yibbum.” Dado que Er tenía un hermano en edad casadera, Onán, éste debía ocupar el lugar del difunto en sus responsabilidades maritales y procreadoras. 

    El problema surge cuando Onán no está dispuesto a dar un hijo a su fallecido hermano, y así quedarse sin la parte de la herencia que le correspondería al ser ahora el primogénito. Su actitud egoísta y ladina puede comprobarse en la táctica que emplea para librarse de engendrar un heredero de la fortuna familiar que le arrebate lo que por derecho de sucesión es suyo. Como en aquellos días no había ni preservativos ni espermicidas, Onán recurre al coitus interruptus, esto es, a un método anticonceptivo que consiste en retirar el pene del interior de la vagina antes de la eyaculación para evitar que el esperma llegue a fecundar el óvulo de Tamar. Dios también toma parte en el asunto del mismo modo que hizo con Er, y viendo que Onán solamente buscaba su propio provecho, infamando a su esposa Tamar en el proceso, lo fulmina radicalmente. Algunas personas identifican a lo largo de la historia de la interpretación bíblica esta estrategia de Onán con la masturbación u onanismo, puesto que se inclinan a pensar que cualquier desperdicio de la semilla viril es pecado delante de Dios, el cual creó la intimidad sexual únicamente para la procreación humana, y no para el placer. No obstante, pensar esto supone ir más allá de lo que el texto expone. 

     Judá, al ver que se le morían los hijos de manera tan prematura, concluyó que la razón de estos fallecimientos tenía algo que ver con la persona de Tamar. La superstición se instala en el corazón de Judá y dándole vueltas a la cabeza para poder lograr el eximente de casamiento de su único hijo, logra una solución bastante poco elegante. Con la excusa de que el pequeño Sela todavía es un chiquillo, y que no está en condiciones de consumar sexualmente un matrimonio con Tamar, ruega a la doblemente viuda que vuelva a la casa de su padre y así esperar el momento en el que Sela pueda hacerse cargo de su responsabilidad conyugal. Tamar consiente en regresar a las tiendas de su padre, y resignada, no le queda más remedio que armarse de paciencia y aguardar su momento. En ningún momento duda de que la palabra dada por Judá será cumplida, y por ello, se retira discretamente de la vida social mientras cumple luto por sus dos esposos fenecidos. Judá suspira aliviado porque acaba de neutralizar lo que él considera que es la fuente del problema de la letalidad de su descendencia. Solo le queda Sela para dar cauce a su linaje y no puede correr riesgos innecesarios. ¡Vaya pájaro este Judá! 

3. DESENFRENO SEXUAL 

     El tiempo pasa, y Sela al fin logra crecer y madurar lo suficiente para asumir su compromiso familiar. No obstante, Tamar espera y espera, hasta que se desespera en vista de la falta de seriedad y palabra de su suegro Judá: “Pasaron muchos días y murió la hija de Súa, la mujer de Judá. Cuando Judá se consoló, subió a Timnat (donde estaban los trasquiladores de sus ovejas) junto a su amigo Hira, el adulamita. Y avisaron a Tamar, diciéndole: «Tu suegro sube a Timnat a trasquilar sus ovejas.» Entonces se quitó ella los vestidos de su viudez, se cubrió con un velo para no ser reconocida y se puso a la entrada de Enaim, junto al camino de Timnat, pues veía que Sela había crecido y que ella no le era dada por mujer. Cuando Judá la vio, la tuvo por una ramera, pues ella había cubierto su rostro. Entonces se apartó del camino para acercarse a ella y, sin saber que era su nuera, le dijo: —Déjame ahora llegarme a ti. —¿Qué me darás por llegarte a mí? —dijo ella. —Te enviaré un cabrito de mi rebaño —respondió él. —Dame una prenda, hasta que lo envíes —dijo ella. —¿Qué prenda te daré? —preguntó Judá. Ella respondió: —Tu sello, tu cordón y el bastón que tienes en tu mano. Judá se los dio, se llegó a ella y ella concibió de él. Luego se levantó y se fue; se quitó el velo que la cubría y se vistió las ropas de su viudez.” (vv. 12-19) 

     Varios años más tarde, la esposa de Judá fallece y éste cumple con el tiempo de duelo que estaba establecido culturalmente en aquella época. Y una vez pasado el periodo de luto, ni corto ni perezoso, Judá decide ir a la ciudad de Timnat, a 14 kilómetros al noroeste de Bet-el, dado que era la época de trasquilar la lana de su ganado y allí se celebraba una fiesta para celebrar esta costumbre junto con otros ganaderos de la zona. Se hace acompañar por su buen y fiel amigo Hira, y, aprovechando el ambiente festivo que se respira, Judá procura encontrar consuelo carnal en las prostitutas ceremoniales que invocaban en sus propios cuerpos la fecundidad y fertilidad de animales y sembradíos. Tamar, advertida de la visita de su suegro a Timnat, y teniendo siempre presente el compromiso que éste debía asumir para con ella, decide emplear una estrategia genial y arriesgada para cobrarse la deuda contraída por su amnésico suegro. Deja a un lado las vestiduras luctuosas y ásperas, se vistió provocativamente, velando su rostro tras una tela que solamente dejaba traslucir su mirada, y corre a colocarse en la entrada de Enaim, junto a la ruta que llevaba a Timnat. ¿Qué pretenderá Tamar adecentándose de esta manera y adoptando la postura de una ramera de las que abundaban en aquellas tierras y en aquella estación del año? 

     Judá, casi llegando a Timnat, divisa ante sí la silueta de una mujer junto al camino. Su manera de vestir, sus tintineantes ajorcas, sus ademanes sugerentes y su maquillaje, indujeron a Judá a pensar que estaba delante de una mujer de moral distraída en la que podía satisfacer todos sus deseos lujuriosos incluso antes de llegar a la ciudad. No le importa que esta mujer sea una desconocida, sus lúbricas ansias hacen que sus ojos queden cegados por los favores sexuales inmediatos que la prostituta le ofrece. Se aproxima con una sonrisa en los labios, sin darse cuenta de que ante él se hallaba su propia nuera. Su exacerbado anhelo erótico le impide ver la realidad. Judá propone desvergonzadamente a la supuesta meretriz un encuentro carnal. Tamar no pone inconvenientes a estos, pero sí solicita algo con que compensar su entrega. Judá se compromete a darle uno de los cabritillos de su rebaño a cambio. ¡Sí que estaba barato tener relaciones sexuales con una ramera en aquellos días! ¿Qué era para Judá un simple cabritillo?  

     El problema es que Judá no tiene consigo a este animalito, y promete a la embozada Tamar que ya le enviará ese cabritillo sin falta cuando llegue donde sus rebaños. Tamar, mostrándose desconfiada ante esta oferta, prefiere guardarse las espaldas, y más sabiendo con quién estaba tratando, y pide a Judá que le deje algo en prenda que asegure que la palabra de su suegro va a ser cumplida a machamartillo. Judá no pone trabas a este trato, tal era su exagerada necesidad de tener relaciones sexuales con esta desconocida mujer. Al preguntar qué querría como aval de buena fe, Tamar le solicita el sello, el cordón y el bastón que Judá empuñaba. Es como si Tamar le hubiese pedido el carnet de identidad, dado que el sello, un cilindro colgado de una cuerda de su cuello, tenía una figura en relieve que lo identificaba en la rúbrica de negocios, en el reconocimiento de las marcas de su ganado y en cualquier trato que hiciese solemne y formalmente. Judá ni se lo piensa. Le entrega todo lo que le requiere Tamar, y con un frenesí descomunal, se acuesta con la presunta prostituta y ésta es fecundada inmediatamente. Sin más ceremonias, puesto que el encuentro solamente había sido de índole sexual, ambos se separan, y cada cual marcha a ocupar su lugar, uno en la feria del trasquile y la otra en su casa, cambiándose de nuevo de ropa para seguir manteniendo las apariencias. 

      Judá llega donde le estaba esperando su amigote Hira y le cuenta lo sucedido junto al camino de Enaim: “Judá envió el cabrito del rebaño por medio de su amigo, el adulamita, para que éste rescatara la prenda de la mujer; pero no la halló. Entonces preguntó a los hombres de aquel lugar, diciendo: —¿Dónde está la ramera que había en Enaim, junto al camino? —No ha estado aquí ramera alguna —dijeron ellos. Entonces él se volvió a Judá y le dijo: —No la he hallado. Además, los hombres del lugar me dijeron: “Aquí no ha estado ninguna ramera.” Judá respondió: —Pues que se quede con todo, para que no seamos objetos de burla. Yo le he enviado este cabrito, pero tú no la hallaste.” (vv. 20-23) 

     Como hay tanto trabajo que hacer, Judá encarga a su amigo que lleve a la prostituta el cabrito prometido y que recupere las prendas que ha depositado en manos de ésta. La buscó por todos los contornos del pueblo, en los caminos y en las entradas, y no la encontró de ninguna manera. Haciendo averiguaciones sobre una prostituta en la zona, los lugareños niegan la existencia de una mujer de esa catadura, e insisten en que no conocen a alguien así en la región. El caso es que Hira, cansado de preguntar por todas partes, decide regresar junto a Judá para contarle lo que había pasado. Judá, pensativo y ocupado en otros menesteres, quita importancia al episodio de las prendas, y pasa página, sobre todo para que nadie vaya luego por ahí diciendo que una prostituta lo ha engañado vilmente, a Judá, una persona reconocida en la región como alguien al que es difícil tomar el pelo. Judá ha hecho lo que debía hacer, y ante la ausencia de la prostituta, solo queda ir a otra cosa, mariposa. 

4. SORPRESA, SORPRESA 

     Tres meses pasan desde este episodio tan desconcertante, y al final, pasa lo que tiene que pasar: “Sucedió que al cabo de unos tres meses fue dado aviso a Judá, diciendo: —Tamar, tu nuera, ha fornicado, y ciertamente está encinta a causa de las fornicaciones. Entonces dijo Judá: —¡Sacadla y quemadla! Pero ella, cuando la sacaban, envió a decir a su suegro: «Del dueño de estas cosas estoy encinta.» También dijo: «Mira ahora de quién son estas cosas: el sello, el cordón y el bastón.» Cuando Judá los reconoció, dijo: «Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a mi hijo Sela.» Y nunca más la conoció.” (vv. 24-26) 

      Las redondeces del vientre de Tamar ya son imposibles de ocultar tras sus ropajes. No cabe duda de que la viuda ha tenido que tener coyunda con alguien, violando así su luto y su compromiso de casarse con Sela, el único hermano vivo de sus dos esposos fallecidos. Esto se convierte en una deshonra para la casa de su padre, en la comidilla del pueblo, y en la diana de las habladurías de todo el mundo. Y como ya sabemos, las malas noticias llegan antes que las buenas, y Judá se entera de la gravidez de su nuera. Durante años no se había acordado para nada de ella, ni siquiera cuando subió a Timnat, y ahora se hace el ofendido, recordando que ahora tiene la coartada perfecta para salvar definitivamente a su hijo de la muerte a manos de Tamar. La fornicación es la única explicación posible para esta situación. Ante la ley, Tamar ha sido infiel a sus esposos muertos y al prometido vivo, y Judá, enfurecido, no vacila en pedir para ella la pena capital, ser quemada viva ante la mirada del resto de vecinos, todos testigos de la lujuria de Tamar. 

    Sin embargo, toda la historia da un vuelco impresionante. Conforme Tamar es sacada a empujones, siendo objeto de los improperios e insultos del populacho, ésta se detiene para mirar cara a cara a su iracundo y vengativo suegro. Con una firmeza a prueba de bombas, Tamar, y silenciando a la concurrencia, declara rotundamente que el padre de la criatura que alberga en su seno es el dueño de un sello inconfundible, de un cordón bastante familiar y de un bastón que todos reconocen demasiado bien. Son las prendas que Judá había entregado a una prostituta en el camino a Timnat. Judá se queda pasmado. La mandíbula se le desencaja por completo al verificar que todos estos objetos son suyos, y tras la sorpresa colectiva, Judá no puede más que reconocer que había sido un mentiroso, un irresponsable y un egoísta. Con un gesto, un Judá avergonzado absuelve a Tamar de su delito, y todos pueden comprobar cómo Tamar había sido resarcida de la falta de seriedad y buena fe de su suegro. Judá resuelve volverse por donde ha venido y dejar que Tamar sea la portadora de su descendencia. 

5. UNA DESCENDENCIA PARA LA HISTORIA 

      A continuación, el escritor de Génesis relata el desenlace del embarazo de Tamar: “Aconteció que, al tiempo de dar a luz, había gemelos en su seno. Y sucedió durante el parto que uno de ellos sacó la mano, y la partera tomó y ató a su mano un hilo de grana, diciendo: «Éste salió primero.» Pero volviendo él a meter la mano, salió su hermano; y ella dijo: «¡Cómo te has abierto paso!» Por eso lo llamó Fares. Después salió su hermano, el que tenía en su mano el hilo de grana, y lo llamó Zara.” (vv. 27-30) 

     Con un deja que nos remite a la pelea que hubo en el vientre de Rebeca entre Jacob y Esaú, Tamar se enfrenta a la misma tesitura. Dos gemelos pugnan por lograr ser los primeros en ver la luz del día. Cuando una mano sale fuera del canal de parto, la comadrona usa un cordel de grana para identificar al que primero parece que va a aparecer. No obstante, esa mano vuelve a desaparecer dentro del útero materno, y entonces, el otro hermano, con un gran esfuerzo se abre paso al mundo, recibiendo un nombre en consonancia con esta irrupción tan espectacular, Fares, que significa “rotura” o “brecha.” Poco después aparece el otro hermano, Zara, cuyo significado es “alba,” con su reconocible cordón granate en una de sus muñecas. Es necesario notar sobre Tamar y sus hijos, que precisamente ella es la primera mujer que aparece en la lista genealógica del propio Jesús en Mateo 1:3, lo cual nos indica que esta historia tiene un lugar relevante en la historia de la salvación de Dios. 

CONCLUSIÓN 

      Como hemos podido comprobar, el burlador suele ser también el burlado. Queriendo quitarse de encima una obligación solemne, Judá acaba siendo abochornado ante la gente. Y aunque Judá jugará un papel importante en la trama sobre la vida de José, aquí nos damos cuenta de que también metió la pata hasta el corvejón, desentendiéndose de sus compromisos y desobedeciendo, junto con sus dos primeros hijos, los mandamientos de Dios y de sus ancestros. Además, hemos podido constatar que el deseo desenfrenado en el plano sexual suele cegar el entendimiento de las personas, llegando a cometer irresponsabilidades de todo tipo, y arriesgando su testimonio y respetabilidad. La Palabra de Dios sigue exponiendo la auténtica naturaleza del ser humano en todas sus vertientes. Y todo ello es para enseñarnos a no cometer los mismos errores que otros perpetraron. 

     Tras este momentáneo respiro, los acontecimientos en la vida de José se van a ir sucediendo vertiginosamente. ¿Cómo le irán las cosas en el palacio de Potifar? ¿Dios lo acompañará en esta nueva etapa de su vida? La respuesta a estas preguntas y mucho más, en el próximo estudio.

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