VOCES DE SALVACIÓN
TEXTO
BÍBLICO: ISAÍAS 52:7-10
INTRODUCCIÓN
Olvidar
el propósito de la encarnación de Dios en Cristo supone despreciar
por completo lo que celebramos en estas fechas navideñas. El
nacimiento de Jesús, Dios hecho carne y hueso, descendiendo desde
las alturas de la gloria para mezclarse en la dinámica vital de la
humanidad, es para todos los cristianos del mundo uno de los eventos
teológicos más hermosos y más relevantes de nuestra fe. Querer
disfrutar de las festividades navideñas desde el consumismo, el
materialismo y la mercadotecnia, no es más que renunciar al
significado maravilloso que nos transmite año tras año saber que,
más allá de fechas concretas, Dios se interesó de tal manera por
nuestra felicidad, por nuestra salvación y por nuestro bienestar,
que no dudó ni un segundo en despojarse por completo de su majestad
y esplendor para vestirse de siervo humilde y sufriente. La Navidad,
para el creyente que asume, conoce e interioriza esta fiesta del
corazón, agradecido por la redención recibida de manos del
Altísimo, supone algo más que lucecitas en el balcón, árboles
recargados de adornos, comilonas descomunales y reuniones familiares
tensas y de conveniencia. Es recuperar el gozo y el júbilo ante el
recordatorio simbólico de un instante histórico que cambió para
siempre el devenir de la humanidad.
Para
el creyente que se precia de serlo, las recurrentes disputas sobre si
la Navidad se asentó sobre los fundamentos de una festividad pagana
en la que se adoraba al Sol, sobre si es una obligación regalar a
todo el mundo sonrisas y presentes, sobre si Santa Claus es una
construcción simplista del universalismo dualista transformada en un
reclamo comercial oportuno, o sobre si el abeto adornado es también
un recurso arrebatado a determinadas tribus nórdicas por el
reformador Martín Lutero, o sobre si eres de Belén o de árbol de
Navidad, no significan nada, sobre todo porque la Navidad, aunque
puede expresarse de mil maneras distintas, en realidad se celebra en
el corazón de una comunidad de fe sencilla y humilde sin exaltar en
demasía toda la parafernalia figurativa que se ha ido añadiendo
desde la costumbre y las tradiciones. Todo aquel que ha pasado de
muerte a vida por obra y gracia de Cristo, entiende, desde la madurez
concedida por el Espíritu Santo, que lo único que importa es
valorar en su justa proporción el hecho de que Dios nos haya amado
tanto que bajó al polvo y el barro de este planeta para brindarnos
la oportunidad increíble de poder entrar en su Reino y vivir para
siempre deleitándonos de su persona en la eternidad.
- VOCES DE ESPERANZA EN CAMINO
El
pueblo judío siempre ha esperado a este Mesías con expectación y
ojos soñadores. Incluso en los tiempos en los que tuvo que
desarrollar su ministerio, Isaías, profeta de Dios, esa esperanza
era clave para poder entender el pasado, el presente y el porvenir de
todo su pueblo, la nación de Israel. Tras la debacle sufrida a manos
de los babilonios, después de padecer los rigores dramáticos de un
exilio de larga duración, y considerando el desarraigo y la
incertidumbre que todo esto comportaba tanto para los que se quedaban
en una Jerusalén derruida, como para los que eran deportados a
tierras lejanas y paganas, el futuro parecía ennegrecerse de manera
peligrosa. Sin embargo, en la confesión y reconocimiento de los
errores cometidos, en el clamor de ese remanente que permanecía fiel
al Señor, y en la recuperación de las promesas dadas por Dios por
medio de sus voceros proféticos, Dios responde a su tiempo para
volver a dar una nueva oportunidad de reconciliación y
arrepentimiento a su pueblo escogido.
Es
en este contexto en el que Dios, por medio de la boca de Isaías,
propone, no solo a Israel, sino a todas las naciones, el advenimiento
de un Salvador que recompondrá las piezas del juguete roto que es la
raza humana. Y todo comienza con un emisario que, aunque cansado y
exhausto tras una carrera larga y penosa, es impulsado por la
poderosa fuerza de un mensaje extraordinario: “¡Cuán
hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas,
del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica
salvación, del que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!»!” (v. 7) Como
una suerte de Filípides, corredor de larga distancia legendario por,
según Luciano, transmitir a los arcontes atenienses la victoria en
Maratón sobre los persas, el mensajero del que habla Isaías, porta
unas noticias que conmoverán a todos los que las oyeren. Es curioso
notar que el autor de este oráculo enaltece una de las partes menos
atractivas del cuerpo humano, esto es, los pies. Llenos de polvo del
camino, heridos por el contacto brusco con la vegetación y los
pedregales, llenos de callos a causa de las rozaduras que sufre la
piel, y acalambrados por el esfuerzo intenso en la carrera, no
obstante, se convierten en algo que alabar y felicitar, puesto que
sin su soltura y agilidad esa misiva formidable no llegaría a su
destino.
Aquel
que los vigías vislumbran en lontananza no es un simple mensajero.
No trae nuevas triviales e insustanciales. Es el portador de alegres
nuevas, de noticias que van a poner una sonrisa de oreja a oreja en
todos aquellos que la escuchen con atención. Las noticias que corren
raudas como el viento tornarán rostros ajados y atribulados en caras
radiantes y llenas de felicidad. Convertirán el hastío y la
desesperación, en júbilo y esperanza. Además, estas noticias son
nuevas de paz. Y lo son porque proclaman la ocasión inmejorable de
reconciliarse con Dios, de rescatar lo que antaño fue puro y santo,
de regresar a la fuente de vida. En la paz que destila este mensaje
volverán a ser una nación solidaria, generosa y socialmente
consciente de la necesidad de vivir pacíficamente los unos con los
otros.
El
mensajero también pregona un mensaje de bienestar, de shalom, para
todo un pueblo y una humanidad inmersas en la desgracia, la miseria y
la infelicidad. El contenido de su correo invoca la posibilidad real
de ver cómo la prosperidad y la fecundidad se instala entre los
deportados. El propósito del emisario que nos presenta aquí Isaías
es comunicar a Israel, y a todo el mundo, por extensión, que Dios
está dispuesto a salvar sus vidas, a rescatarlas de la esclavitud
del pecado, a redimirlas y a liberarlas de la dictadura de sus
concupiscencias y deseos desordenados. Se trata de una reconversión
radical, de una metamorfosis completa, de una regeneración
definitiva. Y, por último, este mensaje precioso anuncia la
soberanía de Dios sobre todo aquel que recibe con alegría, paz,
buena voluntad y contrición estas buenas nuevas.
Estas
buenas noticias, traídas desde el Antiguo Testamento a la era de la
gracia inaugurada por Cristo, no son ni más ni menos que el
evangelio que hemos creído y que proclamamos nosotros también como
mensajeros de su redención. En Cristo encontramos el regocijo y la
alegría que perdimos al ser esclavos de Satanás. En Cristo hallamos
la plataforma desde la cual podemos reconciliarnos con Dios, desde la
cual tenemos la oportunidad de perdonar a nuestros congéneres, desde
la cual obtenemos la posibilidad de perdonarnos a nosotros mismos,
por cuanto la culpa ha sido borrada definitivamente por la obra
salvífica de nuestro Libertador. En Cristo logramos vivir felices y
satisfechos porque él es nuestro todo, y él se deleita en
proveernos de todo cuanto necesitamos con abundancia. En Cristo
tenemos la salvación perfecta y completa de nuestros desvaríos, de
nuestras transgresiones, de nuestros remordimientos, de nuestra vana
manera de vivir, siendo capaces, mientras miramos su cruz, de vivir
vidas nuevas y santificadas por el Espíritu Santo. En Cristo tenemos
a un Señor que nos guía y gobierna sabia y providentemente, y que
ejerce su dominio desde el amor y la justicia. Estas son las buenas
noticias que queremos seguir reconociendo en este tiempo de Navidad.
Estas son las buenas nuevas: Dios se encarnó en Jesús para mutar
nuestra perdición y nuestro infierno, en salvación y vida eterna.
- VOCES DE JÚBILO DESDE LA ATALAYA
Justo
cuando el mensajero se acerca a las murallas de Jerusalén, a las
almenas de nuestro corazón, los centinelas que vigilan la ciudad
observan que las noticias que se acercan son noticias halagüeñas y
jubilosas: “«¡Voz
de tus atalayas!» Alzarán la voz; a una voz gritarán de júbilo,
porque con sus propios ojos verán que Jehová vuelve a traer a
Sion.” (v. 8) Aquellos
que velan por que la ciudad santa pueda dormir en paz y tranquilidad,
y que se dedican a valorar cualquier amenaza proveniente del exterior
para dar la voz de alarma, hoy pueden descansar en paz. El mensajero
es portador de grandiosas y espléndidas noticias. No pueden
reprimirse. Con un grito incontenible de alegría y gozo dan a
conocer a toda la población el advenimiento de aquello que por tanto
tiempo habían esperado. Con un alarido de felicidad, levantan sus
lanzas y escudos, se despojan de sus cascos y yelmos, y se rinden
ante la noticia que está a punto de cruzar las puertas de una ciudad
abatida y miserable. Son los primeros conscientes de que al fin las
cosas van a cambiar, de que ha llegado el instante crucial que
levantará el rostro de los afligidos, que alzará el mentón de
aquellos que han estado rogando al Señor para que llegase este
momento.
Dios
vuelve a casa. Después de años y años de abandono a causa del
adulterio espiritual y de la injusticia social perpetrados por su
pueblo, Dios regresa para llamar otra vez a Jerusalén Sion. El Reino
de Dios se ha acercado para restañar heridas, para remendar las
redes de la comunión religiosa, para restaurar las murallas
derribadas, para reemprender un nuevo camino de salvación y gloria.
Con Dios vuelve ese shalom perdido, retorna la sabiduría y la
justicia, la paz y el amor fraternal, la prosperidad y el juicio. Y
todo esto, tan hermoso y fantástico, no será un mero sueño o un
espejismo fruto de la necesidad y la desesperación por la que
transitaba el pueblo de Dios. Será una realidad palpable, concreta y
sensible. Las voces de salvación y alegría deben resonar en todo el
orbe al saber que Dios reina y mora en medio de su pueblo. Del mismo
modo, nuestras voces y cánticos de júbilo son dirigidas a Cristo,
el único que ha cambiado nuestro lamento en baile, nuestras penas en
risas, nuestras desdichas en bendición, nuestra enfermedad
espiritual en salud y vida.
- VOCES DE ALABANZA Y CONSUELO
¿Cuál
será la respuesta de Jerusalén, una vez escuchen el clamor de sus
atalayas? “¡Cantad
alabanzas, alegraos juntas, ruinas de Jerusalén, porque Jehová ha
consolado a su pueblo, ha redimido a Jerusalén!” (v. 9)
¿Cómo pueden alzar la voz las murallas desplomadas de Jerusalén?
¿De qué modo serán capaces las piedras que hablan de un asedio y
derrota del pasado? Isaías emplea esta metáfora para hablar de ese
pueblo ciego y sordo que ahora puede ver la majestad de Dios y puede
escuchar el evangelio de salvación del Reino de los cielos. Ahora
pueden adorar al Dios vivo con el regocijo debido, porque el Mesías
viene a sentarse para siempre en el trono de su templo. Las lágrimas
vertidas durante décadas serán enjugadas por el dorso tierno de la
mano de Dios. Las pesadillas que producen la culpa y una conciencia
intranquila serán ahuyentadas por el poder salvador y liberador de
Dios. La destrucción y el asolamiento que han propiciado su
desgracia y desdicha serán simplemente un recuerdo borroso ante la
reedificación de Jerusalén, símbolo de la adoración de la
presencia divina.
En
lo que respecta a nosotros, también nuestras vidas eran murallas
hechas escombros a causa del efecto que el pecado lograba en
nosotros. Éramos edificios amenazados de ruina en términos morales,
éticos y espirituales. Vivíamos a salto de mata, sin conciencia de
que el aluminosis corroía nuestro interior, sin apreciar la
necesidad de ser saneados de arriba abajo. Estábamos a punto de
venirnos abajo como resultado de nuestras malas decisiones en todos
los órdenes, de nuestro desprecio por Dios y su evangelio, de
nuestro orgullo y egocentrismo individualista. Hasta que Cristo tomó
la iniciativa y nos llamó a pesar de nuestro estado desestructurado
y fallido, a pesar de que de nosotros no conseguiría nada bueno o
beneficioso. Nos transformó colocándose como el cimiento de
nuestras vidas para sobreedificar sobre éste el resto de nuestras
existencias con la ayuda del arquitecto por antonomasia, el Espíritu
Santo. Y una vez nuestras murallas fueron reconstruidas y remozadas,
pudimos adorar y conocer en espíritu y verdad a nuestro Confortador
y Salvador de manera progresiva y ascendente. La Navidad sirve al
propósito de recordar quiénes fuimos y quiénes somos ahora en
virtud de la obra y sacrificio de un Dios que se humanó para
redimirnos.
- VOCES DEL MUNDO, UNÍOS
Isaías
quiere que esta salvación, que esta promesa cumplida por Dios para
con su pueblo, sea admirada y deseada por el resto de la humanidad:
“Jehová
desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos
los confines de la tierra verán la salvación del Dios nuestro.”
(v. 10) El
poder inconmensurable de Dios se despliega ante la mirada asombrada
de toda la tierra. Considerar el abrumador cambio sufrido por un
pueblo derrotado y angustiado, para convertirse en un pueblo alegre,
en paz, bendito y próspero, hará que cualquier nación del mundo
aspire a detentar lo que Israel posee en Dios. El testimonio de un
Israel desmembrado y deslavazado en contraste con lo que es ahora
tras la intervención divina, esto es, un Israel en ascendente
progreso y en franca fructificación, demuestra a toda la humanidad
que Dios es real, que es Todopoderoso, y que también puede amar al
resto de los mortales, y establecer un pacto con otros pueblos. La
salvación de Dios es un acto universal, que abarca a judíos y
gentiles, hombres y mujeres, esclavos y libres. El mensaje del
emisario ha de extenderse a todas las latitudes de la tierra, y la
acción poderosa de Dios hará el resto.
La
Navidad también ha de ser tiempo de misión y testimonio, de
evangelización y proclamación del poder de Dios. Tú y yo conocimos
a Cristo en circunstancias muy diferentes, en momentos de nuestras
vidas completamente distintas, y, sin embargo, sentimos lo mismo en
cuanto al Señor. Hoy hay muchas personas que celebran estas fiestas
mecánicamente, con una cierta nostalgia de tiempos pasados en los
que toda la familia podía reunirse en torno a una cena o una comida,
con la sensación de que es un trago amargo para los que perdieron a
alguien querido a lo largo del año, con un vacío existencial que no
pueden llenar ni siquiera con una fiesta por todo lo alto. En la
actualidad la Navidad ha perdido su sentido para muchas personas que
dicen ser cristianas. Y eso pasa porque siguen creyendo que la
Navidad es un evento aislado en el año en el que pensar únicamente
en los preparativos, en los detalles y en el estrés que todo esto
conlleva. No hay alegría, no hay una visión de Dios clara que los
oriente sobre por qué celebramos estas fechas, no hay paz en el
corazón y en el seno de la familia, no hay dinero suficiente como
para hacer frente a las convenciones sociales y mercantilistas, no
existe la sensación de ser salvos por Cristo, no hay tiempo para la
adoración y la gratitud delante de Dios.
CONCLUSIÓN
Es
Navidad. Es el tiempo perfecto para ser mensajeros de la esperanza
para los desesperados, para ser transmisores de la paz para los
apesadumbrados, para ser pregoneros de la buena voluntad de Dios en
Cristo para quienes se arrepienten de sus pecados y dejan que sea el
Señor el que restaure sus vidas totalmente, para ser promulgadores
de la salvación y el perdón de pecados, y para ser embajadores
agradecidos que expliquen con todo detalle el significado de la
Navidad: Dios se encarnó para demostrarnos lo mucho que nos ama, y
entregó a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él crea, no
se pierda, sino que tenga vida eterna.
Eleva
tu voz y canta himnos al Rey de reyes y Señor de señores, y que tus
navidades sean celebradas y festejadas para la gloria de Dios y para
el conocimiento del evangelio de todos aquellos que se sentarán a tu
misma mesa y que todavía no son conscientes de lo que supone ser
cristiano en estas fechas.
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