LA CASA DEL ADULTERIO
SERIE
DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA”
TEXTO
BÍBLICO: PROVERBIOS 2:16-22
INTRODUCCIÓN
La
práctica del adulterio, esto es, de violar la fidelidad debida al
cónyuge en favor de tener relaciones sexuales y afectivas con una
persona ajena al vínculo matrimonial, o de transgredir los límites
que el matrimonio ha marcado sin considerar las consecuencias de la
“cana al aire,” ha sido dulcificada por los medios de
comunicación, las series de televisión y las muestras
cinematográficas. Se rodea al adulterio de un halo de romanticismo
tan sugerente y atractivo que lleva a muchos televidentes y
espectadores al extremo de identificarse con el que perpetra esta
acción éticamente reprobable y bíblicamente abominable.
No
se piensa en la ruptura de la lealtad mutua, sino que se intenta
justificar la aventura adúltera de muchísimas maneras, todas
demasiado facilonas y frágiles. Una persona casada se involucra
sentimentalmente con otra que le parece más atractiva que su
cónyuge, que le suscita esa pasión que tal vez haya dejado de arder
en la chimenea del hogar, que le brinda justo aquello de qué carece
en el seno del himeneo, y los guionistas lo adornan todo con actores
y actrices de belleza innegable, con ambientes embriagadores y con
circunstancias de crisis emocional, que llegan a conseguir la empatía
con los adúlteros.
El
adulterio ya no está mal visto. De hecho, me quedo de pasta de
boniato cuando el agraviado o agraviada a causa de la infidelidad
descubre el pastel, y al final, tras un discurso repleto de razones
presuntamente de peso que implican sentimientos volubles y
realizaciones perdidas que surgen ahora como un reproche, y lleno de
motivos puramente egoístas, el que se lleva el gato al agua es el
que ha quebrantado los lazos conyugales. Al final, la persona que se
ha mantenido fiel a su compromiso, se queda con dos palmos de
narices, con los ojos abiertos y mudo de estupefacción. En
definitiva, parece que el que ha sido pillado en su mentira y
traición está en su derecho de haber hecho lo que ha hecho. Los
sentimientos de la otra persona no son importantes ni deben tenerse
en cuenta. Lo moderno es encapricharse de un desconocido o de un
recién conocido, bien sea en la barra del bar, en el puesto de
trabajo o en unas vacaciones en lugares paradisíacos.
No
abogo por volver al régimen del Antiguo Testamento en el que el
adúltero era lapidado tras haber sido atrapado en un acto que Dios
aborrecía enormemente. No está en mi agenda condenar a nadie
después de haber cometido este pecado que atenta contra la
institución de matrimonio. Lo que deseo es denunciar algo que, poco
a poco, se ha convertido en una tendencia demasiado frecuente y que
provoca daños en todos los sentidos a muchas familias. Entendamos
que el adulterio no beneficia absolutamente a nadie. Solo se abre la
puerta a un mundo tenebroso, angustioso y destructivo que afecta
negativamente a hijos, familiares, amigos y cónyuges. Preguntad a
personas que han tenido que pasar por esta tesitura, y sus historias
os pondrán un gran nudo en la garganta al considerar la amplísima
ramificación de perjuicios que resulta de un caso de adulterio.
- LA CASA DEL ADULTERIO CON SUS PUERTAS ABIERTAS
La
sabiduría de Dios quiere que aprendamos a ser prudentes en el
entendimiento de lo que significa vivir matrimonialmente. También
desea ser el recordatorio que advierte a aquellos que, no estando
casados, se prestan a participar de un pecado que desagrada
sobremanera al Señor. Y, aunque el escritor de Proverbios se refiere
en el texto bíblico a una mujer, hemos de entender que las prácticas
adúlteras no solamente hallan su origen en el bello sexo, sino que,
también el varón se entrega a estas mismas actuaciones con la misma
responsabilidad. Por ello, debemos leer estos versículos de forma
universal, sin resaltar a un género en concreto, sino que nuestra
visión ha de cubrir todo el espectro de la humanidad.
Recogiendo
las últimas palabras del pasaje bíblico del que hablamos en el
anterior sermón, si la sabiduría penetra en el corazón de la
persona, será más fácil resistir los encantos y el misterioso
placer prohibido del adulterio: “Serás
así librado de la mujer ajena, de la extraña que halaga con sus
palabras, que abandona al compañero de su juventud y se olvida del
pacto de su Dios, por lo cual su casa se desliza hacia la muerte, y
sus veredas hacia los muertos.” (vv. 16-18)
¿Quién
es esta mujer ajena? ¿Por qué el escritor de Proverbios la llama
extraña? No hace falta ser un “lumbreras” para saber a qué se
refiere Salomón. Se trata de aquella mujer que, habiéndose casado
con un varón, decide vivir la vida por su cuenta, liberándose
unilateralmente de su compromiso matrimonial para dar rienda suelta a
su sensualidad. Es una mujer liberada y libertina que escoge con
quién tener relaciones sexuales, que alquila su cuerpo a quien
quiera disfrutar del mismo. Sin ataduras ni responsabilidades
familiares está siempre al acecho en la puerta para susurrar sus
servicios a aquellos que transitan cerca de su guarida. No le importa
la ley de Dios, la moral que se deriva de ella, y solamente vive para
el placer y la molicie.
Descubre
su desnudez ante cualquiera que le tribute sus afectos y llene su
bolsa, y lo hace, no por necesidad o para sobrevivir, sino para poner
tropiezo a otros. Es ladrona de la virginidad de los solteros y
socavadora de la fidelidad de los casados. Sus intenciones están
claras: hechizar con sus melifluas frases que prometen un placer
momentáneo, pero que son el comienzo de toda una existencia
miserable de remordimientos y pesares. No solo ha dejado en la
estacada a su esposo, sino que escupe directamente en la cara de Dios
que desea vivir su vida sin su sabiduría ni su soberanía.
Todo
lo que aquí se expresa, valga también para varones que encandilan a
sus víctimas con la perspectiva de recibir lo que no encuentran en
sus hogares, que flirtean con mujeres desposadas a sabiendas de que
han pactado una vida de exclusividad con otro hombre, que no tienen
miramientos ni escrúpulos en abordar a cualquier mujer en la que
huela el perfume de la decepción matrimonial. También hay versiones
masculinas de la mujer ajena y extraña, no lo dudéis. También
existen gigolós que por parné entregan sus cuerpos a mujeres
descontentas con su realidad conyugal, que no abrigan temor de Dios,
que no les importan las repercusiones de sus lujuriosas acciones.
¿Creéis que no existen personas así? ¿Acaso esto solo pasaba en
tiempos de Salomón? Podría incluso afirmar que hoy la cosa está
peor, porque prácticamente todo ya se hace a la luz del día, sin
que nadie ose juzgar estas conductas, las cuales están
diametralmente en contra de lo ordenado por Dios en cuanto a las
relaciones entre hombre y mujer.
Una
vez el incauto o la incauta caen presas del error, atadas por cuerdas
de deseo e imprudencia, su destino está sellado. En cada ocasión en
la que se vuelve a repetir el ritual insensato del adulterio, la
muerte y la oscuridad se van apoderando milímetro a milímetro de su
alma. Y del atisbo de arrepentimiento en la primera vez en la que se
sucumbe a lo prohibido, se pasa a la racionalización del pecado, y
de ahí a certificar que, en realidad no está haciendo nada malo,
que solamente está dando escape a sus frustraciones maritales, que
simplemente es algo físico y carnal, sin compromisos ni votos. Pues
desde estos pensamientos y razonamientos solamente hay un paso hacia
el abismo y la perdición.
Nada
justifica el adulterio, por muchas cábalas que queramos hacer en
nuestro fuero interno, por muchas excusas que queramos proponer para
eximirnos de nuestras responsabilidades contraídas. La puerta de la
casa del adulterio, sea con un varón o con una fémina, es la
entrada a una realidad sembrada de culpas, remordimientos e
insatisfacción espiritual, y si no existe arrepentimiento y
confesión del pecado delante de Dios, con ánimo de redirigir la
vida con la ayuda del Espíritu de Dios, el camino que se abre ante
la persona infiel y la persona corruptora es uno que conduce
inevitablemente al infierno: “De
los que a ella se lleguen, ninguno volverá ni seguirá de nuevo los
senderos de la vida.” (v. 19)
- MÁS VALE PREVENIR QUE LAMENTAR
Si
de verdad no queremos vernos envueltos en los dramas que desencadena
el adulterio, si no deseamos sufrir las consecuencias funestas y
trágicas que se suceden de posar la mirada en lo prohibido por Dios,
si no queremos enfrentarnos a las heridas emocionales y afectivas que
padecerán otros y nosotros mismos, lo mejor es ser sensibles al
consejo de Dios, a su sabiduría perfecta. Yo sé que hay matrimonios
problemáticos, crisis conyugales de todo tipo, auténticos infiernos
en vida dentro del seno del hogar, con malos tratos de todo tipo, y
situaciones precarias que deben solucionarse de la manera en que el
daño no sea irreversible.
No
voy a taparme los ojos con una venda ni voy a decirle a un cónyuge
que aguante como un campeón o campeona a pesar de que lo que está
padeciendo es espantoso y terrible. Pero sí voy a recomendarle que
presente su caso al Señor, para que éste dé la solución, y para
que nadie tome medidas al margen de lo que se establece para
determinados casos en la Palabra de Dios. Dios puede restaurar muchas
cosas que parecen ir a la deriva, y a veces, por la dureza del
corazón, y no porque le agrada, ha establecido la carta de divorcio
para casos extremos y evidenciados por pruebas de que la coexistencia
obligada solo acabará en derramamiento de sangre.
Salomón
apela a la sabiduría de Dios como método preventivo ante la
posibilidad del adulterio en nuestras vidas:
“Tú así andarás por el camino de los buenos y seguirás las
sendas de los justos; porque los rectos habitarán la tierra y los
íntegros permanecerán en ella.” (vv. 20-21)
Si caminamos en la voluntad de Dios, expresada en su santa
revelación, en la Biblia, pasaremos de largo cuando la tentación
que proviene de la casa del adulterio nos llama con su esponjosa y
melosa voz. En lugar de valorar lo bien que se pasará con otra
persona ajena, en el embeleso de lo prohibido y desconocido, y en que
por una vez que suceda no pasará nada si nadie se entera, detente y
medita en lo que Dios dice acerca de la tentación en su Palabra.
En
vez de dejarse llevar por la presunta magia de un “aquí te pillo y
aquí te mato,” recuerda el pacto que hiciste con tu cónyuge
delante de Dios, trae a la mente el amor que os llevó al altar,
vuelve sobre tus pasos y aléjate de los brazos de otras personas a
las que les importa un bledo lo que ocurra en tu matrimonio y vida
cuando se descubra el adulterio. Redescubre sin egoísmos la pasión
que, tal vez, se difuminó con el tiempo, las preocupaciones, los
trabajos y las planificaciones. Si el amor que te impulsó a contraer
nupcias con tu pareja fue real en su día, nunca dejará de ser, a
pesar de que las circunstancias de la vida hayan erosionado ese
primer sentimiento o lo hayan convertido en monotonía. Si lo que
sentiste por tu esposo o esposa era amor, ese amor no se acabará ni
dejará de ser.
La
promesa de Dios para aquellos que no se dejan embaucar por los cantos
de sirena del sexo fácil y provocativo, sino que se ciñen al plan y
propósito de Dios dentro de sus matrimonios, es sumamente hermosa. A
diferencia de aquellos adúlteros que escogen entrar en la boca del
lobo para acabar con sus huesos en la pesadilla de enfermedades
venéreas, de insatisfacciones emocionales y de trayectorias
miserables a causa del adulterio, aquellos que no menosprecian al
compañero o compañera de su juventud, que no los desprecian por su
aspecto ajado y envejecido, que no los desdeñan por sus manías y
defectos, y que no comparan a su pareja con los galanes que pululan
por el mundo, habitarán y permanecerán en la tierra.
La
firmeza de sus cimientos de amor verdadero, la fortaleza de las
columnas de la convivencia comprensiva y respetuosa, y la
perseverancia en los momentos críticos de la vida en común, harán
que el matrimonio cumpla sus bodas de oro y platino rebosantes de
gozo y de bendiciones de parte de Dios. Superar dificultades unidos,
alcanzar metas juntos y disfrutar del fruto del matrimonio en forma
de hijos, serán las señales inequívocas de que se está
recorriendo fielmente la senda de los justos, de los rectos y de los
íntegros que aquí propone el Señor.
- AMIGOS DE LO AJENO
A
lo mejor no quieres apreciar debidamente el consejo que Dios quiere
ofrecerte con estas palabras, y prefieres seguir tus propios apetitos
y deseos desenfrenados. Salomón tiene algo que decirte al respecto:
“En
cambio, los malvados serán eliminados de la tierra, y de ella serán
arrancados los prevaricadores.” (v. 22)
Los que practican el adulterio son personas malvadas, puesto que, en
lugar de procurar el bienestar matrimonial y de buscar el bien de su
cónyuge desde la fidelidad debida, optan por ansiar aquello que no
les pertenece, aquello que Dios condena sin lugar a dudas. Los
adúlteros también son prevaricadores, dado que, con sus intenciones
malsanas e inmorales, faltan conscientemente a los deberes de su rol
matrimonial al tomar una decisión injusta con respecto de su
cónyuge, con plena conciencia de su injusticia. No es como muchas
series y películas actuales en las que la excusa barata que se
esgrime cuando se les pilla con las manos en la masa es “no es lo
que parece,” o “no era mi intención llegar a esto.”
El
adúltero sabe lo que hace, y nadie le ha puesto una pistola en la
sien para perpetrar este deleznable y abominable acto de infidelidad.
Lo ha pensado, lo ha sopesado, lo ha calibrado, hasta autoconvencerse
de que no es mala idea transigir ante las expectativas placenteras y
hedonistas del adulterio. Ambos, a menos que den marcha atrás y
recapaciten sobre sus prácticas pecaminosas rogando al Señor que
los perdone, y siendo sinceros con los afectados por sus malas
decisiones, están abocados a la eliminación y erradicación de la
tierra que es herencia de los justos y servidores de la sabiduría
divina.
CONCLUSIÓN
Dios
condena nítidamente el adulterio, a los adúlteros y a aquellos que
corrompen a otros desde su lascivia y desdén por las leyes de Dios.
Cada vez que veamos en las telenovelas, programas mal llamados del
corazón, películas semi-románticas y series de televisión, no os
pongáis del lado de los adúlteros, aunque se os presente este
asunto adornado con un lacito rosa. Desde la ficción se quiere
inocular el veneno de que no ocurre nada si dos personas casadas, o
una casada y otra no, se declaran amor eterno al margen del
conocimiento de los cónyuges agraviados. Tal cosa es perversa y
apela precisamente a nuestra concupiscencia, a nuestra inclinación
por satisfacer nuestros anhelos más depravados, a concretar la
imaginación fantástica e inmoral de nuestros sueños y
frustraciones en la realidad.
Alejémonos
de estos caminos que solamente llevan a las lágrimas, los reproches
interminables, la violencia y la muerte. Venzamos estas compulsiones
internas que nos puedan mover a buscar lo que creemos que necesitamos
o lo que nuestro encaprichamiento nos dicta, y hagámoslo desde la
meditación y reflexión profunda de lo que Dios nos dice sobre la
fidelidad matrimonial, los resultados nefastos del adulterio y el
propósito que Él tiene diseñado para dos personas que se unen para
amarse hasta la muerte.
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