¿CAMINO DE ROSAS?


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE 2 TIMOTEO “NO ES FÁCIL”
TEXTO BÍBLICO: 2 TIMOTEO 2:1-13
INTRODUCCIÓN
La imagen bucólica que representan determinados modelos de pastorado distan bastante de ser reales y genuinos. Ese pensamiento que muchos tienen acerca de lo que implica ser pastor de una congregación consistente en una vida de color de rosa, absolutamente perfecta, repleta de experiencias satisfactorias e interesantes, con un tren de vida sobrado y holgado, con tiempo para todo y una sonrisa a lo gato de Cheshire permanente en el rostro, en la gran parte de los casos es equivocada. Tal vez es porque se identifica al pastor vocacional con ciertos individuos sobreactuados que plagan el mundo evangélico sacando los cuartos a todo quisque, disfrutando de lujosos caprichos, vistiendo a la última y viajando en jets privados. Nada más lejos de la realidad. Quizá allende los mares o en otras latitudes donde está en auge el evangelicalismo puedan darse este tipo de situaciones, pero en lo que respecta a los tiempos de la iglesia primitiva y a contextos donde se practica el pastorado desde la búsqueda de la pureza primigenia, esto no es así.
Más bien conocemos a pastores estresados y quemados a causa de la excesiva carga de trabajo que deben sobrellevar, a ministros de culto que casi ni llegan a fin de mes, a obreros del Señor que hacen encaje de bolillos para llegar a todas partes, y a pluriempleados siervos de Dios haciendo malabarismos para conciliar vida laboral, eclesial y familiar. El trabajo de un pastor no es un camino de rosas sin espinas. Su labor abarca más horas de las que tiene un reloj, recibe críticas por parte de las ovejas, unas veces justificadas y otras con ánimo de herir, invierte el poco tiempo libre en reciclarse y seguir estudiando para estar al día, y su pasión por las almas lo lleva a descuidar parcelas personales de su vida que debería cuidar si no quiere caer fulminado de un ataque cardíaco. Por supuesto, no hablo desde mi experiencia, pero sí desde la de otros colegas que han pasado, están pasando o pasarán por el amargo trago del precio de ser pastores, un llamamiento con un compromiso y una responsabilidad enormes.
Cuando leemos las palabras de Pablo a su hijo espiritual Timoteo, el cual se halla en una posición ciertamente comprometida y vulnerable en el tiempo en el que escribe esta epístola, nos encontramos con vocablos como “esfuerzo,” “sufrimiento,” “lucha,” “trabajo,” “soportar,” o “morir.” ¿Son estas las expresiones de una tarea fácil, cómoda y muelle? No lo creo, ¿no es cierto? Al parecer, y desde sus propias vivencias como pastor, el apóstol Pablo tenía su espalda, su rostro y sus manos como testigos inequívocos de lo que significaba involucrarse personal y pastoralmente con las personas. Pablo no desea engañar a su pupilo en la fe: ser pastor es algo deseable y hermoso, pero no era un camino sencillo y llano, sino que, en ocasiones, se convertiría en una senda pedregosa y repleta de ingratitudes, de retos y desafíos, de sinsabores y sacrificios. Pablo podría ahorrarle a Timoteo la lista de tormentos que él mismo tuvo que padecer por causa de Cristo, podría no ahondar en la pena y en el desánimo de su hijo espiritual citando el precio que se paga por ser pastor de Dios en una iglesia. Sin embargo, Pablo quiere que sepa que, aún a pesar de las durezas y asperezas inevitables y propias del llamamiento pastoral, la gracia y la fortaleza de Dios serán las que lo acompañen a lo largo del camino ministerial.
  1. GRACIA Y DELEGACIÓN
El apóstol de los gentiles inicia su segunda aproximación a la problemática anímica de Timoteo con consejos útiles que le permitan sacar la cabeza del ensimismamiento que consume su espíritu: Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” (vv. 1-2) Con el cariño con el que acostumbra Pablo a dirigirse a su amado Timoteo, y recogiendo la idea de que en Cristo el espíritu pusilánime no tiene cabida, indica que su empeño pastoral no depende únicamente de sus propios recursos, de sus propias fuerzas o de sus propias energías y capacidades. Si Timoteo piensa que solamente con una cierta medida de interés, de buena voluntad, de conocimientos intelectuales o teológicos y de vigor físico puede afrontar todo lo que conlleva ser pastor de una congregación, va listo.
Si Timoteo escoge el camino del orgullo espiritual, de la confianza en las propias habilidades y de la creencia en sí mismo, fracasará estrepitosamente. Pablo lo quiere llevar a la idea de que el pastor solamente puede llegar a trabajar en su más alto potencial y dedicación si deposita su fe en la gracia y misericordia de Cristo. Solamente desde las energías que Cristo insufla en el corazón de un aspirante a pastor es posible sortear con garantías de éxito cualquier problemática que surja en lo referente al campo pastoral.
Y si Timoteo piensa que siendo un pastor orquesta resolverá cualquier obstáculo, crisis o adversidad en el seno de la comunidad de fe, también se desplomará exhausto y agotado. A veces, muchos pastores tienen el confuso pensamiento de que ellos deben hacerlo todo en la congregación. A algunos solamente les falta pasar la ofrenda para acabar de participar de todos los roles necesarios en la iglesia. Es como si un síndrome de mesías se instalara en su mentalidad pastoral, y necesitara hacerlo todo según sus especificaciones y sin considerar la ayuda del resto de hermanos y hermanas de la congregación. Esto solo puede acabar en un ataque furibundo de ansiedad, en un desmayo y decaimiento físico paulatino, y en tener que marcar una distancia prudencial temporal con cualquier cosa que tenga que ver con la marcha de la iglesia.
Pablo sugiere a Timoteo que se deje de superheroicidades y que se proponga delegar en otros hermanos de confianza, preparándolos adecuada y concienzudamente para ayudarle en el ámbito de la educación cristiana y doctrinal. Todo cuanto recuerda su mente de las lecciones aprendidas de Pablo, ahora debe ser depositado y confiado a hermanos capaces de ofrecer con garantías una pedagogía edificante al resto de la congregación. Y esta cadena de enseñanza y discipulado no debe parar nunca con el paso del tiempo, para que sea el pastor que haya en cada época de la iglesia, siempre tenga el apoyo y respaldo de un equipo de maestros del evangelio de Cristo.
  1. SOLDADO, ATLETA, AGRICULTOR
A continuación, Pablo emplea una tríada de imágenes, muy sugerentes y reconocibles todas ellas, para hacerle entender la importancia, el precio y la perseverancia que han de adornar el deseo de pastorear una comunidad de fe: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo.” (vv. 3-7)
Desde la base de acogerse constantemente a la gracia de Cristo y de rodearse de hermanos que le echen una mano en el menester educacional de la iglesia, Timoteo debe aprender en primer lugar de un soldado. El soldado en aquella época, como supongo que, en todos los momentos de la historia militar, no era un camino de rosas. La disciplina, los entrenamientos bajo condiciones al límite, la obediencia rápida y fiel a una causa o bandera, el acatamiento de un régimen vital estricto y serio, son el pan de cada día de cualquier militar. El soldado suele sufrir penalidades si quiere ser diestro en la batalla, si desea internarse en el fragor de la contienda con posibilidades de salir con vida de ella. Un soldado que duda de su vocación será pronto carne de cañón, pero aquel cuya pasión es servir a su país y defenderlo de cualquier invasor o enemigo, se batirá hasta el final con resolución y determinación.
Del mismo modo que el soldado de a pie ha de arrostrar dificultades y peligros, tanto en su preparación y adiestramiento, como en su entrada en la lid, así sucede con aquellos que deciden servir en la milicia de Cristo. Alguien que aspira a ser pastor no puede ni debe pretender pensar que su vida será un camino de baldosas amarillas que llevan a la Ciudad Esmeralda, con banda sonora de “El mago de Oz.” Como dijo uno de mis profesores en la facultad de teología, “si quieres ganar dinero y tener una existencia plácida y exenta de preocupaciones, no te metas a pastor.” No lo decía por descorazonar a nadie, sino que era la expresión de toda una trayectoria pastoral en la que no le habían faltado motivos más que suficientes para tirar la toalla y para vivir mejor al margen de la profesión pastoral.
Ser pastor está reñido con cualquier asunto o negocio puramente carnal, ya que involucrarse en cuestiones mundanales mientras se intenta mantener un perfil pastoral es absolutamente imposible. Un soldado debe ejercitarse continua y permanentemente para cumplir con la misión que sus superiores le indican, y debe hacerlo de acuerdo a un procedimiento previamente establecido por la comandancia. No puede hacer las cosas a su antojo, queriendo servir a su parecer y al parecer de su capitán. Esto solo puede hacer que acabe en un calabozo a la espera de un consejo de guerra, y en que sus actividades al margen de las órdenes dadas afecten negativamente al resto del pelotón. Si el pastor desea complacer a Dios, se dedicará únicamente a sustentar espiritualmente a sus ovejas, dejando a un lado cualquier escarceo con actividades o conductas incompatibles con el llamamiento pastoral.
Lo mismo sucede con un atleta que desea lograr el triunfo en una prueba deportiva. Aquel que descubre que tiene aptitudes para entregarse a la hermosa e inspiradora actividad de competir noblemente en cualquier disciplina atlética, no se conforma con ser el segundo o el tercero. Su sueño y aspiración es llegar a ser el campeón de campeones, y para ello se prepara como el soldado: con disciplina, con dedicación, absteniéndose de aquello que lo ralentizará y que le restará potencia a sus miembros, con sacrificio y fe. No es alguien que dice para sus adentros: “Voy a probar a ver qué tal.” Es alguien con un fuego interior que recorre cada célula de su cuerpo, y que procura honestamente alcanzar la gloria. Pablo seguramente estaría pensando en los atletas olímpicos de sus tiempos, auténticos héroes que las masas encumbraban cuando, tras una carrera esforzada vencían a sus oponentes. Ser un triunfador en las lides deportivas no era un camino de rosas. Hasta conseguir su meta, había tenido que llevar su organismo hasta el límite, consciente de que el dolor lo auparía a seguir mejorando y progresando. El pastor ha de aprender de este ejemplo tan bien traído por Pablo, de tal modo que en el día en el que Cristo, el príncipe de los pastores, reparta sus coronas sobre la cabeza de sus pastores, su testa esté presta para recibir tal honor.
¿Y qué diremos de la figura del agricultor? No cabe duda de que es la viva imagen de la paciencia y de la constancia. El que de verdad ama la tarea agrícola sabe que unos buenos frutos y una cosecha abundante no surgen por arte de birlibirloque, de la nada, por ciencia infusa. Ser agricultor no es simplemente sembrar un campo y esperar a que el tiempo y la meteorología cumplan con el resto del trato. Ser agricultor no es solamente plantar y recolectar. También consiste en velar por el correcto desarrollo y crecimiento de la simiente, de la planta y del árbol, en abonar y enriquecer el terreno para que el árbol se nutra oportunamente, en regar con medida y planificación todo el sembradío, en podar ramas, injertar esquejes, echar plaguicidas que eviten las enfermedades de los árboles y cultivos, y un largo etcétera más. Todo esto también requiere de trabajo duro, de confianza, de paciencia y de pasar por instantes complicados cuando las inclemencias climatológicas juegan malas pasadas con fríos intensos, sequías pertinaces, granizos demoledores e inundaciones desastrosas. Si quiere darse un banquete con el fruto de su campo, no hay más vía que esforzarse e invertir tiempo y dinero. Ser agricultor no es un camino de rosas. El pastor así mismo debe cuidar, plantar, cosechar, regar y enfrentarse a las tribulaciones por las que pasan las personas que conforman el cuerpo de Cristo. No es una tarea para cobardes y perezosos.
  1. CRISTO Y PABLO, EJEMPLOS DE RESILIENCIA
Pablo precisa que Timoteo piense y medite en estas ilustraciones tan desafiantes mientras pide a Dios que lo ilumine en este tramo oscuro de su vida en el que se halla. Timoteo ha de reconsiderar su estado lamentable actual tras calibrar todo lo que rodea e implica ser pastor de una iglesia. No es una labor sencilla y agradecida al principio, pero con el tiempo la victoria, la corona de laurel y el hermoso fruto transformarán esa visión pesimista que en un momento inicial se había tenido sobre la profesión pastoral. Y como si los ejemplos del soldado, el atleta y el labrador no fuesen suficiente acicate para la recuperación espiritual y ministerial de Timoteo, Pablo pone a Cristo y a sí mismo como modelos de lo que supone trabajar en la mies del Señor: “Acuérdate de Jesucristo, descendiente de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio, en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; pero la palabra de Dios no está presa. Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna.” (vv. 8-10)
Timoteo debía mirarse en la persona de Cristo si su deseo era el de examinar su llamamiento, ya corroborado por imposición de manos en una asamblea de iglesia previa. Debía mirarse en el espejo de Cristo, el autor y consumador de la fe, el pastor perfecto, aquel que, por ofrecer su amor, justicia y gracia al mundo, padeció como un perro, fue afligido hasta la frontera de la muerte, y fue ajusticiado como un vulgar terrorista en la cruz del Gólgota. Jesús, siendo el verdadero heredero de la estirpe real de David, y, por tanto, alguien al que todos debían pleitesía, honra y obediencia, fue masacrado vilmente por pregonar el evangelio del perdón y la redención. Y más penalidades y dolores por los que tuvo que pasar Jesús, ningún pastor habría de pasarlos jamás. Si Jesús, Dios encarnado, tuvo que exponerse a los insultos, a los escupitajos y a las mentiras de las multitudes, ¿por qué Timoteo debería pensar que no iba a ser vejado, criticado y difamado cuando Jesús y él estaban predicando las mismas buenas nuevas de salvación al mundo? El ministerio de Jesús no fue un camino de rosas precisamente.
De manera consecutiva, Pablo también se muestra ante Timoteo como alguien que está ahora mismo, cuando está escribiendo esta misiva, entre rejas simplemente por anunciar a Cristo crucificado y resucitado. La cárcel en la que está enclaustrado el apóstol no es un hotel cinco estrellas con jacuzzi y servicio de habitaciones. Seguramente era húmeda, lóbrega e infestada de ratas como gatos. No era libre de hacer lo que quería, dependía de la misericordia de otros para seguir subsistiendo, estaba bajo la bota de carceleros incrédulos que lo consideraban un delincuente más del que abusar y al que agredir. Pero, incluso en medio de este sufrimiento tan terrible, Pablo encuentra en Cristo el sostén y el sentido pleno de su llamamiento apostólico. Gracias a Dios, puede escribir, aunque sea a duras penas, dada su mengua óptica, cartas donde plasma lo que el Espíritu Santo le inspira, donde el evangelio viaja a todas las iglesias que ha fundado a lo largo de sus viajes misioneros, donde Dios puede seguir hablando a los corazones de millones de personas.
Pablo no habla aquí con palabras de resignación y desconsuelo. Todo lo contrario. Apelando al amor tan intenso y entrañable que siente hacia todos los hermanos y hermanas que ha conocido en sus periplos, a la pasión que inflama su alma por Cristo, y a la estima que se adivina por los futuros receptores, oyentes y lectores de esta epístola, Pablo recibe de Dios fuerzas en su debilidad, vigor en su decadencia física y fe en las más sombrías de las circunstancias. Aguanta y soporta todo cuanto se precipita amedrentadoramente sobre su vida, y lo hace para que Timoteo, la iglesia de Cristo de todas las edades, tú y yo podamos tener un encuentro personal con el Señor y recibir de sus amorosas manos el precioso e incalculable don de la salvación y de la vida eterna. Pablo es el paradigma de la resiliencia y de la resistencia, un ejemplo de carne y hueso cercano y bien conocido por Timoteo, un referente sobre el que el medroso Timoteo debía posar su mirada de admiración e inspiración.
  1. ESPERANZA O CONDENACIÓN
Como colofón a estas muestras excelentes, vívidas y sugerentes de lo que significa ser pastor de la iglesia de Cristo, Pablo expresa con un cántico o himno congregacional, conmovedor y que pone los vellos de punta, la responsabilidad inmensa y maravillosa que brota de comprender y asumir los retos del pastorado en particular, y de la vida cristiana en general: “Palabra fiel es ésta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si lo negamos, él también nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.” (vv. 11-13)
Pablo certifica plenamente que este himno es pura Palabra de Dios, dada por el Espíritu a la comunidad de fe cristiana, para infundir aliento y ánimo a aquellos creyentes expuestos a la amenaza de autoridades y demás detractores de la fe en Cristo. En tiempos de Pablo, la persecución y el martirio eran circunstancias que debían afrontar todos cuantos amaban a Cristo. Imaginémonos a grupúsculos de hermanos y hermanas reunidos en casas o en catacumbas recitando, cantando y susurrando este bello himno. ¿No creéis que la emoción y el coraje inundarían sus corazones maltratados? ¿No pensáis que levantarían sus rostros cabizbajos para adorar a Cristo, para confirmar su adhesión a su causa, y para salir al mundo con la convicción firme de que no importaba nada más que ser fieles al llamamiento de Dios?
Muchos cristianos morían al ser reconocidos como miembros de una secta judía que celebraba reuniones clandestinas en lugares ocultos. Eran entregados a las autoridades para ser torturados a fin de que renegasen de su fe. Eran perseguidos sin misericordia despojándoles de todo cuanto tuviese valor. Eran crucificados a ambos lados de las calles principales de las ciudades más importantes del Imperio Romano. Eran lanzados a la arena de un circo para ser pasto de leones y otras fieras salvajes. Pero, aunque la muerte los alcanzaba, su fe permanecía intacta y encomendaban su vida a Cristo para traspasar el umbral de la muerte y vivir eternamente en su presencia gloriosa.
Muchos cristianos sufrían la marginación social, tener que dejarlo todo para comenzar desde cero en otras latitudes, los insultos y vejaciones de los seguidores del culto imperial, la injusticia y el desamparo. Aun así, no dejaban de propagar el evangelio entre sus vecinos, amigos y familiares, sabiendo que en cualquier momento serían delatados y llevados ante la corte de acusación. Sabían perfectamente que su hogar y reino no estaba en este mundo, en este plano terrenal, y que nada se llevarían a las moradas eternas en los cielos. Tenían la esperanza de ser coronados por Cristo para reinar en el Reino de Dios para siempre y por siempre.
Ahora, también había personas que profesando ser cristianas en primera instancia, en cuanto la avalancha de problemas, obstáculos y amenazas se cernía sobre ellos, negaban rotundamente ser parte de la iglesia de Cristo. Tal vez su fe era superficial y condicionada a los beneficios que les reportaba vivir en comunidad con otros cristianos. Y cuando veían las orejas al lobo, no dudaban en deshacerse de su pátina cristiana para convertirse en leales adoradores del César y de todo el panteón romano. En las pruebas se constata de qué pasta está hecha la persona que confiesa con su boca que es cristiano, y no cabe duda de que muchos individuos que parecían creyentes en Cristo, se marcharon y abjuraron de su fe para evitar ser condenados, dañados o muertos.
Éstos, a los que nuestro Señor y Salvador Jesucristo conoce a ciencia cierta, también serán negados delante de su Padre que está en las alturas celestiales en el día del juicio final. Si somos infieles, y nos desdecimos de nuestra conversión por miedo a nuestra integridad física para caer en brazos de otros ídolos menos comprometedores, Dios sigue siendo fiel a su esencia y naturaleza, y su justicia inmutable se ocupará de ejecutar la sentencia condenatoria que merece nuestra cobardía y deslealtad. Dios no puede ni debe hacer la vista gorda en estos casos, porque sería atentar contra su mismísimo ser. El mismo Jesús, en Mateo 10:32-33, deja meridianamente clara su postura al respecto cuando envía a un grupo de misioneros para predicar por tierras judías: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos.”
CONCLUSIÓN
Timoteo debía recoger el guante de Pablo, valorando todos estos casos de personas que perseveran y luchan a brazo partido para lograr culminar su vocación y llamamiento. Después de reflexionar delante de Dios sobre el coste y responsabilidad del pastorado, habría de tomar una decisión afirmativa o negativa sobre ello. Si nos ponemos en el pellejo de Timoteo mientras consideramos sus circunstancias, no debió ser nada fácil. Sobre todo, porque ser pastor no es transitar por un camino de rosas sin espinas.
Como creyentes, llamados por Cristo para cumplir la misión de evangelizar el mundo, también hemos de sentarnos un momento para recalibrar nuestras vidas y nuestra consagración ante nuestro Señor y Salvador. Ser cristiano no es surcar las aguas del mar en un crucero lleno de diversión y disfrutes sin problemas en el horizonte. Ser creyente en Cristo es arriesgado, peligroso, difícil, duro y complicado. Pero por más estrecho y angosto que sea el camino que recorremos junto a Dios, lo más importante siempre será el premio del supremo llamamiento en Cristo Jesús Señor nuestro.


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