PERSECUCIÓN




SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 10 “MISSIO DEI”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 10:16-25

INTRODUCCIÓN

       El pueblo evangélico y protestante español sabe perfectamente lo que supone ser perseguidos, acosados y marginados a causa de su fe. En aquellas iglesias que primeramente surgieron a finales del s. XIX en nuestro país aprovechando un respiro institucional y político momentáneo y efímero, encontramos testimonios de hermanos y hermanas que fueron delatadas ante las autoridades por individuos e individuas con mala baba, relatos de firmeza y valor de pastores y misioneros foráneos ante las medidas disuasorias que intentaban coaccionar a incipientes comunidades de fe evangélicas, e historias de cómo la mayor parte de la población, si no los acusaba formalmente delante del nacional catolicismo imperante, sí hacía el vacío más perverso y cruel a aquellos de nuestros antecesores en lo tocante a negocios y demás clase de trato. Fueron tiempos muy difíciles, tiempos en los que se sopesaba con seriedad si transigir ante la coacción pública y religiosa de la época para tener la fiesta en paz, o si perseverar en la predicación bíblica y en las reuniones caseras a costa de ser mal vistos y peor considerados. 

       Hoy las cosas han cambiado bastante, aunque sepamos que la completa libertad religiosa todavía está lejos de ser lograda. Gozamos de una cierta tolerancia, de unos derechos limitados por concordatos y privilegios estatales establecidos con la confesión católica, de posibilidades de colaborar con los entes gubernamentales y consistoriales, pero la libertad a la que aspiramos como cristianos evangélicos bautistas no llega a ser completa. Barreras para la apertura de locales de culto, obstáculos para acceder a subvenciones sociales, o impedimentos locales de todo tipo de lo más peregrino que uno se pueda echar a la cara, siguen siendo el pan de cada día para muchas congregaciones evangélicas. Para seguir llenando los bolsillos de una confesión determinada siempre hay, justificando mucho de ese presupuesto estatal en conservaciones artísticas y obra social; pero cuando una iglesia evangélica en muchos puntos de nuestra geografía, desea realizar la misión en sus diferentes manifestaciones, las cortapisas están a la orden del día. Y esto sin hablar de iglesias hermanas que, a lo largo y ancho de este planeta, están sufriendo el escarnio, la tortura y el martirio, simplemente por creer y pensar distinto, por desear compartir con el mundo el evangelio de salvación de Cristo.

1.      ADVERTENCIAS CONTRA LA PERSECUCIÓN

       Jesús, al encomendar la misión posible de anunciar el plan de perdón y salvación de Dios a sus doce apóstoles, no solamente le bastaba con preparar una estrategia de acción misionera. No quiere engañar a nadie. No quiere edulcorar las consecuencias y ramificaciones, que la transmisión de las buenas noticias de la llegada del Reino de Dios, van a tener lugar. Los apóstoles deben estar mentalmente preparados para todo aquello que les vaya a suceder mientras obedecen a Jesús, ya que no todo iba a ser un paseíto agradable y pausado por la campiña inglesa. Sí, se gozarían con cada persona que aceptase el reto de seguir a Cristo. Sí, se alegrarían al contemplar como el poder de Dios sanaba dolencias, resucitaba muertos y permitía dar una nueva vida a los marginados de la sociedad. Sí, se asombrarían con una mirada de ilusión con cada espíritu inmundo que se marchase con cajas destempladas de un individuo poseído. Habría mucha gente que los recibiría en sus hogares con todos los honores y les tratarían con bondad y hospitalidad. Pero también iban a encontrarse con personajes perversos, mentirosos y maliciosos. No todos abrazarían la fe en Jesús de forma sistemática. Por eso Jesús, en sus instrucciones a sus amados discípulos, antes de dar inicio a su labor misionera, les aconseja que mantengan las antenas bien atentas, porque de todo hay en la viña del Señor: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas.” (v. 16)

      La visión panorámica y profética de Jesús no era precisamente muy halagüeña. Considera que la misión es llevada a cabo desde la humildad y la sencillez que encarna la oveja, hacia un mundo repleto de feroces lobos humanos, de personas que iban a tratar por todos los medios devorar a los mensajeros de la verdad de Dios, de individuos malvados dispuestos a todo con tal de que el estatus quo no se viese afectado por este mensaje de esperanza que podía volar por los aires el proyecto de control de masas judío que perpetraba la élite religiosa de aquellos tiempos. Los apóstoles debían tener presente que ellos eran las ovejas, y que los lobos rapaces intentarían destruir su reputación, acusarlos de blasfemia, e incluso recluirlos en alguna lóbrega prisión. Pero el hecho de ser oveja no hablaba tanto de ser tan tontos como ellas, o de ser tan despistados y faltos de inteligencia como este animal, sino que se refería a su carácter no violento, a su temperamento tranquilo y a su sentido de dependencia del pastor que era Jesús. Esta idea la enfatiza al decir a sus seguidores que debían ser perspicaces y prudentes como las serpientes, animales que poseían fama en la cultura oriental de ser cautelosas y sensatas a la hora de escoger sus batallas, e inocentes como palomas, símbolo zoológico de la pureza y la transparencia, las cuales debían sugerir a los apóstoles vivir vidas santas y piadosas aún a pesar de los ataques inclementes de cualquier enemigo del evangelio.

       Aunque a simple vista pudiese parecer que la misión de Jesús era una misión suicida, no lo era en absoluto. Si no, no habría aleccionado a sus discípulos a ser cautos y precavidos en su tarea misionera, teniendo en consideración que sus mismos conciudadanos judíos podían señalarles como herejes: “Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles.” (vv. 17-18) Con grandes letras rojas parpadeantes y estridentes, Jesús está previniendo a sus hijos espirituales de los posibles peligros a los que tendrán que enfrentarse. El primer peligro tiene que ver con nuestros congéneres. No todo aquel que escucha la palabra de vida de Dios será persuadido y entrará en razón para unirse a la comunión de fe cristiana. Es más, algunos incluso los delatarán, tergiversarán con falsos testimonios y mentiras el mensaje predicado, y no tendrán miramientos ni escrúpulos en acusaros delante de los representantes de la religión judía en los consejos o concilios locales, más conocidos como sanedrines, y en las sinagogas, lugar de culto a Dios y de enseñanza de la Torah. Y así, señalados torticeramente por los prebostes religiosos como ejemplos de la heterodoxia doctrinal judía, pasarían a ser ajusticiados, sufriendo latigazos y demás vergonzantes penas delante de las masas enfervorecidas y cegadas espiritualmente. Sin embargo, aún a pesar de lo que las autoridades religiosas hiciesen contra los apóstoles y los primeros creyentes, también serían conducidos ante las instancias políticas y civiles para seguir siendo escarmentados y violados espiritualmente. Pero incluso de los instantes más negros y oscuros, surge la luz palpitante de vida y testimonio para aprovechar la coyuntura en pro de extender el evangelio de Jesús a todas las naciones. ¿Conocemos casos contemporáneos así, en los que la religión predominante se alía con las autoridades civiles con el propósito de controlar a los que creen y piensan distinto?

2.      EL ESPÍRITU SANTO INTERCEDE POR NOSOTROS EN LA PERSECUCIÓN

       Aparte de tener cuidado con esta clase de personas, los apóstoles debían permanecer tranquilos a la hora de comunicar las buenas nuevas de salvación, puesto que ellos no caminaban solos: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.” (vv. 19-20) En situaciones extremas de persecución y amenazas, es muy fácil dejar que hable el corazón, los sentimientos y el dolor. Es sumamente probable que cuando somos obligados a comparecer ante las autoridades religiosas y civiles, nuestra lengua se haga un nudo y que solamente podamos balbucear incoherentemente nuestra inocencia. No obstante, Jesús promete a sus apóstoles que, en los instantes en los que deban dar cumplida defensa de su fe y ofrecer una explicación de lo que creen y proclaman, serán llenos del Espíritu Santo para que éste sea el que hable a través de ellos. No se trata de confundir términos. No seremos marionetas o peleles en manos de Dios que no tendrán control sobre lo que sale de sus bocas. Más bien, seremos nosotros mismos, empleando nuestras palabras y vocabulario, pero siendo mejorados hasta la excelencia por la obra del Espíritu Santo, y siendo capacitados para transmitir con fidelidad, convicción y fervor el mensaje de salvación de Dios en Cristo. De ahí que, apóstoles rudos y con poca preparación para la oratoria, como Pedro, sean capaces después de la ascensión de Jesús, de elaborar un discurso formidable, sugestivo y rotundo que alcanzó a miles de personas.

3.      LA DECISIÓN POR CRISTO PROVOCA ODIO Y PERSECUCIÓN

       Jesús sabe perfectamente de los conflictos y de las diferencias que surgirán cuando en la misma familia un miembro de la misma crea por fe en Dios, y otro pariente luche con todas sus fuerzas por evitarlo. A veces pensamos que procurar la paz en un diálogo que se antoja candente escondiendo nuestra identidad como creyentes, es una virtud. Sin embargo, Jesús dijo claramente que él no había venido a traer la paz a la tierra, sino salvación, y que la decisión de muchas personas en favor de seguirle y servirle, no iba a ser bien recibida y vista por personas de nuestro propio círculo íntimo de relaciones: “El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir.” (v. 21) Tal podría llegar a ser el grado de fanatismo y fundamentalismo religioso en determinadas casas o familias, que la fe se superpondría al amor fraternal y paternal, y esto llevaría a situaciones desagradables y dramáticas como entregar a tu propio ser querido a las autoridades para que se encargaran punitivamente de éste. Tal vez no sea un caso que se dé hoy día en nuestro entorno, pero ¿cuántas familias no están divididas y peleadas a causa de la intolerancia y la falta de respeto en cuanto todos se enteran de que uno de los suyos es evangélico? Es lamentable, pero Jesús no quería que sus apóstoles dejasen de saber hasta que punto una decisión en su favor podría convertirse en algo desproporcionado y descomunalmente trágico.

      De lo que no cabía duda era que ser creyente no iba a ser algo atractivo y deseable. La persecución iba a ser el pan de cada día, y los enemigos de Jesús y de su evangelio harían todo lo que estuviese en su mano por amedrentar y amilanar a los primeros cristianos. Aunque Jesús habla de una totalidad de personas odiando y aborreciendo nuestra fe, lo cierto es que simplemente intenta llamar nuestra atención sobre la clase de ataques y amenazas que sufriremos simplemente por pregonar el advenimiento del Reino de Dios: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo.” (v. 22) Es tremendamente fuerte pensar que existen personas que pudieran odiar a otra persona sencillamente porque tienen cosmovisiones distintas. Es triste poder constatar que el aborrecimiento más profundo y arraigado pueda desatarse contra otras personas que creen en Dios y que solamente desean compartir un mensaje de perdón, liberación y arrepentimiento. Entendamos que somos objeto del enojo y la tirria de algunas personas, no por quiénes somos, sino por lo que representamos, y nosotros simbolizamos esa luz de Cristo que deja al descubierto el pecado y que desnuda por completo la verdadera naturaleza de la humanidad sin Dios. La gente que nos aborrece, en realidad aborrece a Cristo, ya que él es una amenaza directa contra su hedonismo, su egoísmo y su depravación. 

        Si a pesar de este odio visceral contra el cristianismo y contra quienes formamos parte de la iglesia de Cristo, seguimos adelante sin rendirnos ni acobardarnos en nuestra misión evangelizadora, habremos demostrado delante del mundo, de nuestros hermanos que nos seguirán en la misión, y de nuestro Señor, que nuestra fe siempre fue auténtica y genuina. Aquellos que se van quedando por el camino cuando los ataques inmisericordes de los que atentan contra la integridad física y psicológica de los creyentes arrecian, aquellos que se avergüenzan del evangelio de Cristo cuando temen perder todo cuanto poseen en este mundo, y aquellos que solo se dejaron llevar por un momentáneo impulso entusiasta cuando presuntamente decidieron seguir a Jesús, pero que al más mínimo atisbo de dificultad o sufrimiento se apartan del camino de Dios, habrán perdido la oportunidad de ser constantes hasta el final, y sus acciones los delatarán como supuestos creyentes falsos e hipócritas. La perseverancia es un proceso en el que lo que más importa es la meta, y nuestra meta como hijos de Dios no es vivir tranquilos y sin dificultades en este plano terrenal, sino dejarnos guiar por el Espíritu Santo en ese campo de minas terrestres que es la vida y la sociedad humana.

       Y es que la persecución no ha terminado para muchos de nuestros hermanos en la fe. La historia está plagada de episodios truculentos y dolorosos en los que la fe cristiana y el evangelio de Cristo ha sido objeto del asedio de enemigos y adversarios. No ha habido ningún lugar y ninguna época de la historia desde el nacimiento del cristianismo, en los que no haya habido persecuciones, presiones sofocantes, ataques furiosos y martirio a causa del nombre de Jesús. Jesús anticipa a sus apóstoles que tanto ellos, como el resto de creyentes que traerá el porvenir, estarán sujetos a la posibilidad de ser insultados, vilipendiados y martirizados: “Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre.” (v. 23) La diáspora que fue el resultado de la persecución religiosa judía y romana contra los primeros cristianos marcó un hito en la misión de Dios, ya que propició, dentro de lo malo que era que cristianos tuviesen que dejar sus raíces para ser exiliados y desterrados a otras latitudes, la posibilidad y ocasión de que el cristianismo se expandiese por el mundo conocido. La huida no era solamente cosa de cobardes, sino una parte esencial de la estrategia de Jesús para alcanzar al mundo. Jesús no quería que sus apóstoles fuesen masacrados a las primeras de cambio, ni nunca abogó por que sus discípulos debiesen aspirar a ser mártires. Pero sí constató una realidad que se daría sí o sí: que hasta el regreso de Cristo cualquier creyente en él podría ser la diana de un integrista, de un fundamentalista o de un ateo violento. De ahí la necesidad de ser perseverantes y diligentes en la extensión del Reino de los cielos, esquivando la muerte, pero sin renunciar a la verdad preciosa del evangelio de salvación.

4.      JESÚS, NUESTRO MODELO EN LA PERSECUCIÓN

       Si a Jesús, que era el maestro que les había enseñado, y que era el Señor del que dependían en todos los sentidos, sufría penalidades a pesar de que era inocente y no se halló delito en su haber, ¿qué podrían esperar sus discípulos y siervos? “El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?” (vv. 24-25) Si Jesús, el padre de familia, la cabeza de la iglesia que componen todos los creyentes de todas las épocas de la historia, había sido acusado falsamente de ser el príncipe de los demonios, ¿qué podían esperar sus seguidores? Jesús no pone paños calientes sobre acontecimientos que dejan vislumbrar hacia dónde dirigía sus pasos, de qué forma iba a ser tratado por sus contemporáneos, de que manera iba a ser considerado por las élites religiosas y por las altas esferas políticas y civiles, y cómo iba a terminar sus días sobre la faz de la tierra. Estas son palabras duras que recordarían sus apóstoles más tarde, cuando vieron colgando de una cruz infame a Jesús, muriendo por cargos que no se sostenían, por acusaciones sin fundamento, y por un ansia de acallar esa voz de la conciencia que no les dejaba dormir por las noches. Si a Jesús le llaman de todo, ¿qué podemos esperar nosotros? Exactamente lo mismo. Prepararse mentalmente ante todas estas eventualidades era altamente necesario antes de ponerse en marcha para dar comienzo a la misión.

CONCLUSIÓN

       La persecución a causa de las ideas diferentes, de las diversas maneras de ver el mundo, y de las cosmovisiones alternativas, siempre ha sembrado la senda de la historia de cadáveres. La misión de Dios siempre ha pasado por tribulaciones, acosos y derribos, asedios terribles e instantes de gran tensión, pero la perseverancia ha sido la clave para que, a pesar de los pesares, podamos seguir siendo una realidad en medio de nuestra sociedad, una realidad espiritual que sigue ofreciendo al mundo la oportunidad de abandonar su postura marginadora, violenta, fanática y aborrecedora, y buscar a Dios mientras pueda ser hallado en Cristo, antes de que regrese de nuevo para librar a su iglesia de los dolores y padecimientos que por su causa sufre día tras día.

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