ELECCIÓN




SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 10 “MISSIO DEI”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 10:1-4

INTRODUCCIÓN

       En cualquier empresa contemporánea de cierta envergadura existe un departamento de recursos humanos que se encarga de escoger, elegir y seleccionar a sus empleados de acuerdo a una serie de requisitos que oscilan entre la experiencia, el talento, los estudios reglados realizados, la actitud personal, la capacidad de trabajar en equipo o la situación familiar. Para ello, se entrevista al candidato con el objetivo de analizar y examinar cada una de sus características particulares, e intentar encontrar el puesto de trabajo más recomendable, que más se ajusta a su potencial y preparación, y que propiciará una eficiencia y eficacia laboral que redundará en un beneficio económico para la empresa. Los sistemas de evaluación suelen ser cada vez más estrictos, y es muy poco posible en la actualidad, que personas no cualificadas,  o que den problemas futuros, pasen el corte de los diferentes filtros que el especialista en recursos humanos emplea. A veces este departamento se equivoca, dejando en la estacada a trabajadores ingeniosos y creativos, o permitiendo que se introduzcan individuos que han sido deshonestos e insinceros en los exámenes preliminares, y que luego se dedican a tumbarse a la bartola o a soliviantar al resto de compañeros de trabajo con sus constantes negligencias.

A. SELECCIÓN DE PERSONAL MUY PARTICULAR DE JESÚS

      Si los discípulos de los que se nos habla en los versículos sobre los que vamos a reflexionar, y que son llamados por Jesús para acompañarle en una aventura fascinante y peligrosa a partes iguales, fuesen sometidos a las pruebas de un departamento de recursos humanos o se les indicase que cumplimentasen una serie de evaluaciones psicotécnicas, los estándares empresariales los habrían descartado de buenas a primeras. Si apelásemos a su experiencia como predicadores ambulantes, como exorcizadores o como taumaturgos, la respuesta iría en la dirección del mar, donde muchos de ellos habían desarrollado sus habilidades laborales y profesionales. En pescar, remendar redes, cobrar impuestos y pelear como leones contra la dominación romana, eran unos expertos, pero convertirse en pescadores de personas no era precisamente en lo que habían invertido su tiempo durante la mayor parte de sus vidas. ¿Tenían un don especial para comunicar con eficacia un nuevo mensaje de salvación dado por su maestro? Seguramente, cuando fuesen reconocidos por sus convecinos, muchos se rascarían la cabeza pensando que se habían vuelto locos a causa del sol y de la brisa marina. 

      Sus estudios serían los de cualquier judío que acude a escuchar a los rabinos de su ciudad, que aprende superficialmente el sentido de las profecías y que se sujeta como lo hace cualquier hijo de vecino a la ley de Moisés. La teología que mucho más tarde podremos contemplar y saborear de alguno de estos hombres en el día de su llamamiento solo era una utopía. Y qué decir sobre la actitud de algunos de ellos, de su cerrilidad, de su impetuosidad, de su falta de fe, o de su apresuramiento. Sin hablar de que trabajar en equipo, aunque era algo que llevaban a cabo en los instantes de echar las redes al agua para pescar, sin embargo, cuando se trataba de considerar quién era el primero o el último de ellos en términos de autoridad y poder, eran un auténtico desastre. Por si esto no fuera poco, algunos de los doce discípulos de Jesús tenían sus familias, a las que debían socorrer y atender, a los que tenían la obligación de sustentar con el pan diario que surge del esfuerzo y el sudor de sus frentes. En definitiva, parece que ninguno de ellos daría la talla delante de un director o gestor de recursos humanos de cualquier empresa actual, y parece que Jesús posiblemente se había equivocado en su percepción de quiénes debían ser sus apóstoles en los próximos tres años, lo cual, si hacemos caso al baremo ocupacional, haría descarrilar cualquier proyecto de misión que se quisiera emprender.

B. UN LLAMAMIENTO DE PODER PARA LA MISIÓN

      Sin embargo, todo cuanto podamos aprender de la lógica de selección de personal se olvida de lo más importante, de aquello que Jesús sí supo ver en cada uno de sus aprendices. Jesús, al igual que Dios, deja a un lado cualquier mérito o apariencia para valorar aquello que solamente él puede contemplar en toda su potencialidad y esplendor. Jesús entiende que todos sus discípulos son piedras preciosas que pulir, que esculpir y que engastar en joyas de incalculable valor. Por eso llama a cada uno de estos hombres, porque su misión no depende de las cualidades individuales, sino del poder que el Espíritu Santo imprime en sus vidas, en su pasión y en su fe. Tras haber sido testigos del poder divino que emanaba de Jesús en cuerpos sanados de sus enfermedades, en el control de la naturaleza desatada, y en la victoria sobre espíritus inmundos y demoníacos que se oponían al avance del Reino, los discípulos han aprendido del mejor maestro todo aquello que podían llegar a hacer si Cristo les encomendaba una misión en la que debían practicar las lecciones recibidas. Da la impresión de que Jesús al fin está seguro de que están listos para comenzar la misión de proclamar el evangelio de palabra y obra entre sus conciudadanos: “Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.” (v. 1)

       Los doce aprendices más íntimos de Jesús son llamados, esto es, son escogidos especialmente para ser la avanzadilla de un movimiento universal que no ha dejado de crecer y expandirse a lo largo de los últimos veinte siglos. Todavía están bastante verdes, a tenor de determinadas actuaciones y dudas que les sobrevendrán con el paso del tiempo, y la hora de dejar el nido cómodo y privilegiado de espectadores ha llegado al fin. Con sus inseguridades, sus miedos y sus vacilaciones lógicas, Jesús les encomienda una tarea titánica, pero que ya habían comenzado a interiorizar. Jesús deja muy claro que el poder que desplegarán sus discípulos no es un poder propio, sino un poder y una autoridad que procede de las alturas celestiales. Son investidos con el privilegio de anunciar el mensaje de gracia y redención, pero no marchan solos al mundo. El Espíritu Santo les concederá las fuerzas, el denuedo y la valentía para, como ya veremos en su momento, arrostrar el desprecio, el rechazo y las burlas. Son embajadores que van a transmitir unas noticias realmente fantásticas, y como vienen de parte de Dios, sus corazones se fortalecen y ponen su confianza en que el Señor siempre les acompañará para ofrecer la debida defensa de su fe. 

     Esa autoridad y poder dados por Dios se concretarán en acciones milagrosas y liberadoras. Por un lado, podrán expulsar sin temor a aquellos entes diabólicos que torturan y destruyen la vida de personas que ante los ojos de Dios siguen teniendo su imagen y semejanza, y que necesitan desesperadamente ser salvados de las garras del maligno. Y es que la salvación de Dios también es sinónimo de liberación, de libertad, de cadenas rotas en el nombre de Cristo, de sacar del lóbrego error a todos cuantos creen ser dueños de su destino, cuando en realidad solo son esclavos sumisos a las órdenes de Satanás. Por eso el exorcismo espiritual que iban a poder realizar bajo el beneplácito de Dios, no solo traería cabalidad y sanidad corporal, sino que dejaría el camino expedito a que el Señor ocupase su lugar en el centro de la vida del atormentado y poseído ser humano.

      Por otro lado, la salvación también es salud, tanto en lo físico como en lo mental. Estas señales como dar vista a los ciegos, otorgar el don de la movilidad al paralítico o limpiar la piel de cualquier vestigio de lepra, son simplemente la evidencia visible del perdón de los pecados del ser humano maltrecho. Como ya sabemos, la mentalidad de la época de Jesús era que la enfermedad o la malformación anatómica, siempre obedecían al pecado, bien de sus progenitores, o bien de ellos mismos. Si una persona era pecadora, en el sentido más despectivo de la palabra, entonces era natural que sufriese de algún tipo de problema sanitario. Por ello, si uno de los discípulos, según lo que el modelo previo que Jesús expuso antes de este llamamiento, sanaba a cualquier enfermo, de algún modo simbólico, también estaba lavando las transgresiones que pudiesen haber causado la dolencia. Estas maravillosas obras y prodigios no tenían el objetivo de producir fe, sino de respaldar las palabras predicadas y pregonadas antes y después del hecho portentoso. Su misión no era propiciar un espectáculo o un entretenimiento, sino dar pie a compartir el mensaje del Reino de los cielos, el evangelio de Jesús.

C. APÓSTOLES PARA LA MISIÓN

       Es curioso cómo, cuándo Mateo, uno de estos primeros discípulos de Jesús, vuelve a describir a sus compañeros, hable de apostolado: “Los nombres de los doce apóstoles son estos…” (v. 2a) Sin desear estirar innecesariamente los sentidos y significados, podríamos pensar que estos doce hombres pasan a ser de discípulos o aprendices, de alumnos de un maestro que habían pasado por un curso acelerado de preparación teórica y de observación del modelo de Jesús para trabajar en la mies del Señor, a ser apóstoles, es decir, mensajeros que están dispuestos a transitar por los polvorientos caminos y plazas de los pueblos y las aldeas, portadores de un evangelio práctico y milagroso, y con el empeño por añadir al grupo de discípulos más alumnos con los que seguir trabajando y discipulando. Se diría que son enaltecidos o aupados a un nuevo nivel espiritual en el que la acción misionera es la protagonista. A continuación, Mateo, que también se incluye en la lista y se auto identifica como recaudador de impuestos, enumera por nombre a sus consiervos, quizás con un orden relacionado con los momentos en los que fueron escogidos particularmente por Jesús: “…primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó.” (vv. 2b-4)

        Conozcamos un poco a cada uno de ellos desde la Palabra de Dios, e incluso desde las tradiciones que hablan de cómo terminaron sus vidas. Simón Pedro, el discípulo que no temía arriesgarse a la hora de decir lo primero que le venía a la mente, que demostró buenas intenciones aunque equivocadas, que negó a Jesús cuando fue prendido, pero que supo recibir la restauración del propio Jesús antes de predicar uno de los discursos más impresionantes de la historia del cristianismo en Jerusalén. De él tenemos dos epístolas universales y, posiblemente, parte del relato que Marcos consignó en su evangelio. La tradición nos habla de Pedro siendo martirizado y crucificado boca abajo en Roma a causa de proclamar las buenas nuevas de salvación en Cristo. Andrés fue probablemente el primero de los discípulos de Jesús, presentándolo a su hermano Pedro con gran entusiasmo. Jacobo, más conocido como Santiago, tan temperamental y borrascoso como su hermano Juan, fue el primer mártir apostólico, siendo ajusticiado en Jerusalén. Juan, su hermano menor, compuso un evangelio precioso y profundamente teológico del que siempre recordaremos su micro evangelio en 3:16, así como tres cartas universales altamente valiosas para la iglesia de Cristo. Tras la caída de Jerusalén, algunas fuentes bastante fiables, lo sitúan en Éfeso, lugar del cual será desterrado a la isla de Patmos, donde recibiría la más sublime revelación jamás escrita, la cual conocemos como Apocalipsis.

      Felipe, cuyo nombre significa “amante de los caballos,” ministró en la provincia romana de Asia y fue enterrado en Hierápolis, por lo que aportó su granito de arena a la extensión del Reino de los cielos en muchas ciudades de esta región. De Bartolomé tenemos pocos datos, aunque muchos eruditos lo identifican con Natanael de Caná, del cual Jesús dijo que era un verdadero israelita en el cual no había engaño alguno. Tomás Dídimo, o el gemelo, es bastante más conocido por sus dudas tras la resurrección de Cristo, aunque también se le describe como una persona valerosa y con una profunda fe en algunas partes del evangelio joanino. Algunas fuentes tradicionales ubican su trabajo misionero en la India o en Persia, lugares donde pudo haber sido martirizado. Mateo mismo se declara publicano de profesión, al menos antes de conocer a Jesús y seguir sus pasos. Es curioso que el escritor de este evangelio tan importante para conocer la labor de Jesús y de la incipiente iglesia cristiana, quiera dejar para la posteridad el recuerdo de su procedencia, la cual implicaba ser un verdadero traidor a su patria. 

     Otro Jacobo, o Santiago, aparece en escena, con la consideración de que es hijo de Alfeo, y no de Zebedeo, pero del que no se tiene mayor información de su carácter o trayectoria. Otro apóstol del que no se tienen muchos datos se llamaba Tadeo, también conocido por Judas, para distinguirlo del otro Judas que cierra la lista de apóstoles. Simón el cananita o el zelote, antes de unirse al grupo de seguidores de Jesús tenía fama de ser un rebelde nacionalista que había engrosado las filas de guerrilleros anti romanos. Fiero y diestro en la batalla, sin embargo, decide cambiar radicalmente de vida, apartando de sí la lucha armada para aspirar a cambiar el estado de cosas en la sociedad desde el evangelio de Jesús. Por último, y para colocar una marca distintiva sobre su persona, aparece Judas Iscariote, al que le sucede una aclaración que ayuda al lector del evangelio de Mateo a entender los acontecimientos futuros. Las elucubraciones sobre porqué se le llama de este modo incluyen la idea de ser un sicario, de ser pelirrojo, de proceder de Queriot o de Jericó, o de aplicar a su apelativo el simbolismo que trae una palabra aramea que significa “mentira” o “traición.” La cuestión es que, aparte de robar de la bolsa comunitaria para los gastos del día a día, fue capaz de vender a Jesús por un puñado de monedas, traicionándolo y apresurando su ajusticiamiento en la cruz. Después de recapacitar y tratar de arreglar su metedura de pata, toma la terrible decisión de ahorcarse a las afueras de Jerusalén.

      Como podemos comprobar, este grupo de apóstoles que iba a iniciar la misión de Dios en el mundo comenzando por su patria, era una mezcolanza de caracteres, personalidades e idiosincrasias, pero que bajo el poder y la guía del Espíritu Santo, la enseñanza de su maestro Jesús, y la voluntad de Dios, darían a luz a la iglesia cristiana, la cual sigue creciendo y creciendo  a lo largo y ancho del planeta Tierra. Solo Jesús poseía la sabiduría suficiente como para atisbar el provenir de su misión, y a pesar de lo que pudiese parecer, todos y cada uno de los detalles de su elección apostólica fueron planificados cuidadosa y esmeradamente. 

CONCLUSIÓN

     Tal vez puedas pensar que el hecho de que hayas sido llamado por Cristo para tomar el testigo de estos hombres sencillos, pero admirables por su determinación y fervor, no es un auténtico privilegio. Cambia tu pensamiento, porque no existe mejor y mayor tarea en esta vida que proclamar la salvación en Cristo, el perdón de los pecados y la vida eterna a aquellos que caminan por este mundo y que dirigen sus pasos a una condenación perpetua. Ellos dejaron todo por seguir a Jesús, y todos menos Judas Iscariote, pudieron demostrar, en palabra y obra, que trabajar en la mies del Señor fue lo que realmente dio sentido a sus vidas. La misión de Dios es la misión de la iglesia, y esta misión no depende de nosotros, sino que obedece al poder de Dios derramado sobre un pueblo que no desmaya en su deseo apasionado de traer ante Cristo a cuantas más personas y almas puedan. Y recordemos que si hemos sido llamados por Cristo para proclamar su mensaje redentor, y no cumplimos con nuestro cometido, “las piedras hablarán.” No dejes que esto suceda, y recibirás de mano de nuestro Salvador recompensas increíbles e inimaginables, entre las que siempre se contarán aquellas vidas que dejaron atrás toda una trayectoria de pecado para ser hijos de Dios.

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