MISIÓN




SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 10 “MISSIO DEI”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 10:5-15

INTRODUCCIÓN

        Hasta Tom Cruise en su aclamada y famosa serie de películas “Misión Imposible,” debía unirse a su equipo de especialistas para planear cualquier clase de operación encubierta. Conseguir el anhelado objeto del deseo de este icónico personaje que se enfrenta a mil y una amenazas y peligros, requería de conversaciones, de preparación y de instrucciones, las cuales, consensuadas con el grupo y verificadas por su eficacia y eficiencia, en la mayoría de los casos le concedería el éxito de su misión. Normalmente, cualquier movimiento espontáneo y carente de una proyección previa, suele acabar en desastre. Antes de comenzar una aventura que se adivina sacrificada y arriesgada, es necesario contrastar pros y contras, considerar lo que se posee y lo que hace falta para coronar la cima, y valorar con qué clase de recursos se dispone y qué fuerzas pueden acompañarle en la consecución de la empresa. La improvisación puede llegar a ser hermosa y espectacular cuando la cosa sale bien, pero las probabilidades de que algo que se haga a tontas y a locas logre su objetivo, no suelen ser demasiado altas.

       La planificación y la previsión son herramientas sumamente importantes a la hora de plantearse un objetivo en la vida, bien sea en los estudios, en el trabajo, en el ámbito familiar o en una afición o deporte. Por supuesto, siempre existen genios locos que fían todo al azar o a la suerte, y a los que les sonríe la fortuna, pero éstos son los menos. Lo lógico y sensato reside en emplear toneladas de calma, de análisis y de paciencia con el fin de que cada pequeño detalle, por trivial que pueda parecer, se tenga en cuenta. No deberíamos emprender una tarea, bien sea a nivel individual o a nivel colectivo, sin pensar con cabeza cómo llegaremos a la meta, qué necesitaremos para lograrla, y qué factores pueden afectar a nuestra hoja de ruta durante el desarrollo de nuestro proyecto. Jesús nos dejó un montón de consejos al respecto, y uno de ellos es aplicable precisamente a este asunto de la planificación y previsión: “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.” (Lucas 14:28-30)
 
A.     DELIMITANDO LOS DESTINATARIOS DE LA MISIÓN

       Jesús no era un insensato. Y esto lo vemos claramente en las instrucciones detalladas que da a sus apóstoles a la hora de comenzar su misión. Jesús sabe que ellos requieren de una serie de reglas y disposiciones que les ayuden a marcarse objetivos, a delimitar sus competencias, y a saber reaccionar en cada circunstancia que se les pudiese presentar en el devenir de su labor misionera. Por eso, Jesús desea que sus apóstoles sean fieles a las órdenes que les va a entregar, de tal manera que, ni se lleven sorpresas desagradables, ni se aparten un ápice de lo que deben hacer. Su primera instrucción tiene que ver con limitar su área de acción a sus compatriotas: “A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” (vv. 5-6) ¿Es que acaso Jesús era un nacionalista que dejaba adrede al resto de la humanidad que no formaba parte de Israel? ¿Estaba marginando a otras personas que tal vez fuesen receptivas al mensaje de salvación? ¿Era un xenófobo que solo había venido al mundo para redimir a su pueblo, y que se olvidaba de que el problema del pecado era una cuestión universal? 

      Por supuesto que no. Jesús tenía un plan. Y este plan iría en crescendo, desde lo particular a lo general, desde Israel al mundo entero. Pero todo debía empezar entre sus compatriotas. El amor que siente Dios por su nación escogida de Israel, y que se desborda y desarrolla a lo largo de siglos en el Antiguo Testamento, demanda, conforme a la promesa dada mucho tiempo atrás a Abraham, Isaac, Jacob y David, que el evangelio del Reino de los cielos comience a plantarse y a germinar en la tierra de los judíos, aquellos hombres y mujeres que habían recibido de Dios su revelación oral y escrita, y que habían caminado a trancas y barrancas entre la idolatría y la fidelidad por un sendero empedrado por las profecías de un Mesías libertador. Antes de presentar el mensaje de salvación al mundo conocido, a los gentiles o forasteros, o a los enemigos acérrimos de Israel, era menester presentarlo ante las ovejas perdidas de su pueblo. Como Príncipe de los pastores, era su primer cometido velar por la redención de sus hermanos de sangre, de aquellas personas que estaban perdidas entre la maraña de normas y leyes estrictas, minuciosas y humanas que los fariseos y otros grupos sectarios de la fe judía habían elaborado para controlar a las masas. En varias ocasiones, es Jesús mismo el que lamenta y llora por aquellos compatriotas que no se dejaban pastorear por Dios, sino que seguían tejiendo desde su ignorancia de las Escrituras, una religiosidad impenetrable e inasumible por cualquier mortal.

B.      DELIMITANDO EL CONTENIDO DE LA MISIÓN

       Con el recorrido ya acotado por una dirección rotunda y clara, los discípulos de Jesús, además deben de realizar cinco tareas fundamentales mientras recorren las aldeas y ciudades de Judea y Galilea, siempre con un espíritu misericordioso: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.” (vv. 7-8) Su primera actividad importante para que la misión tuviese sentido era la de predicar. Y no se trataba de una predicación compleja y que requiriese de una preparación retórica y comunicativa digna de un sofista griego. El mensaje básico y central de esta predicación era que, en Jesús, Dios encarnado, el Reino de los cielos, es decir, el nuevo orden divino que restablecería progresivamente el shalom perdido a causa del pecado, se había hecho real y accesible para todos. La salvación estaba al alcance de la mano de cualquier persona que quisiera seguir a Jesús en obediencia y servicio. El perdón de las transgresiones era posible sin sacrificios y ofrendas superficiales, si el arrepentimiento genuino, la confesión de pecados, y el propósito de enmienda con la ayuda de Dios, se daban. Este mensaje debía anunciarse en cada ciudad, y ningún otro tema debía empañar o descafeinar este sencillo y puro evangelio.

       A continuación, después de proclamar el Reino de los cielos declarando con autoridad las palabras de Jesús y sus actos sobrenaturales que lo identificaban como Dios mismo, venían las otras cuatro actividades que respaldarían este mensaje de salvación y liberación: sanidad física de cuantos se acercasen a ellos tras escuchar el evangelio, restauración social y religiosa de cuantas personas con problemas relacionados con la impureza ritual asistían a sus enseñanzas, resurrección física y espiritual de aquellas personas que habían fallecido en la carne y que eran muertos espirituales en vida, y la expulsión victoriosa de aquellos seres demoníacos que se cebaban en las existencias de personas que solo eran marionetas de Satanás, liberándolos para siempre de las ataduras de la posesión diabólica. Entendamos que todo esto debía llevarse a cabo con una actitud humilde, misericordiosa y dadivosa, y no con un talante de superioridad y orgullo espiritual, o con una atención puramente utilitarista. Si ellos habían sido bendecidos por Jesús, sin que éste les reclamase nada a cambio, los apóstoles debían atender a este mismo espíritu de Jesús, y convirtiéndose en canales de la gracia de Dios derramada sobre toda carne que acude para recibir vida y regeneración.

C.      DELIMITANDO LA CONDICIÓN DEL MISIONERO

       El radio de acción ya había sido establecido, y el carácter y contenido de su misión ya estaba perfectamente definido. Ahora Jesús les habla sobre el asunto de sus necesidades de sustento mientras recorren los caminos polvorientos de Judea y Galilea: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento.” (vv. 9-10) Es curioso que Jesús les dijese que fuesen con lo puesto a cumplir con su misión. Pero si conociéramos los caminos de aquella época, no nos sorprendería tanto. Era usual que, a pesar de los retenes de guardias que intentaban controlar el tránsito de personas y mercancías, las cuadrillas de salteadores y bandidos atacasen a los viandantes para apoderarse de sus pertenencias como aves de rapiña. Si llevabas dinero en la bolsa, y pasabas por una zona de riesgo, lo más seguro es que, no solo te robarían, sino que además te dejarían malherido, y si no, recordad la parábola tan realista que cuenta Jesús sobre el buen samaritano. De ahí que los apóstoles no necesitasen llevar bordón, un báculo que servía para defenderse de amigos de lo ajeno a trancazo limpio. Sus desplazamientos debían ser cortos, o al menos lo suficientemente largos como para pernoctar en alguna ciudad o aldea, y si no hacían ostentación de cualquier cosa de valor que pudiesen acarrear, mejor que mejor. Sus vestidos y calzado serían reemplazados gracias a la bondad y generosidad de aquellos que los acogían de buen grado, y su sustento diario surgiría de la provisión divina y de la sagrada hospitalidad que todavía se practicaba en aquellos tiempos. El Señor estaría al tanto de sus necesidades básicas, y siempre les proporcionaría aquellos recursos que requiriesen en cada instante del camino.

D.     DELIMITANDO LA ACTITUD APOSTÓLICA ANTE LA RESPUESTA DE LOS DESTINATARIOS DE LA MISIÓN

       Ahora Jesús les instruye sobre el modus operandi que debían emplear como método de aproximación a las ciudades a las que se dirigían, porque seguramente se iban a topar con toda clase de personas con toda clase de intenciones y recibimientos: “Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis. Y al entrar en la casa, saludadla. Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.” (vv. 11-13) Al llegar a la localidad que su ruta señalaba, el apóstol debía conocer bien dónde se metía, entablando conversaciones con los vecinos para hallar a aquellas personas que eran honradas y tenidas en alta estima por todos a causa de su piadosa manera de vivir. No buscaban ni al más rico, ni al rabino, ni al escriba, ni al mandamás de la ciudad. Su objetivo era aquella casa o familia que formaba parte de ese remanente de creyentes en Dios que esperaban el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. Sin duda alguna, estas personas recibirían a los misioneros con toda cordialidad y cariño, dando pie a pasar una velada en la que el mensaje de salvación de Jesús y del advenimiento del Reino de los cielos, sería el tema que debatirían, compartirían y predicarían. El comportamiento del apóstol debía ser exquisito, y la bendición de Dios debía ser dispensada a cada miembro de la familia anfitriona; esto sin importar si luego las credenciales que se les había facilitado se correspondían con la realidad o no. A veces, lo que en público parece piedad y consagración, en la intimidad puede ser todo lo contrario, e hipócritas no faltarían en el periplo misionero de los doce seguidores de Jesús. Si al final, la familia no era receptiva al evangelio, o se airaba contra los apóstoles, o los menospreciaba, el apóstol simplemente debía despedirse de este hogar sin aspavientos de ninguna clase, y seguir su cometido en otro lugar.

E.      DELIMITANDO LA POSIBILIDAD DE NEGATIVA DE LOS DESTINATARIOS DE LA MISIÓN

       Las disposiciones de Jesús que siguen a estos consejos, y que han de interiorizar los apóstoles antes de ponerse en marcha para desarrollar la misión evangelizadora, son bastante ásperas y duras, pero igual de entendibles, dado el privilegio que se estaba compartiendo al ofrecer la salvación y el perdón de pecados: “Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que, en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad.” (vv. 14-15) Mi padre siempre me dijo que, a la hora de hablar con alguien, o de solicitar a otra persona algo, el “no” ya lo tenía. Sin embargo, que te cierren la puerta en las narices, que se rían de ti, que te menosprecien, que te manden a freír espárragos o que te tachen de fanático y retrógrado, a la hora de querer hacer partícipes del plan salvífico de Dios en Cristo, es algo que te deja un regusto bastante amargo en el paladar y en el alma. Tú vas con toda la alegría, la pasión y la ilusión del mundo a presentar unas noticias hipermegamaravillosas a otra persona, y ésta, en lugar de aceptarlas de buen grado, o de respetar tu visión de la vida espiritual, te maltrata verbal y psicológicamente. 

     La expresión “sacudir el polvo de los pies” era una manera de decir que nada de lo que perteneciese a los incrédulos y burladores debía llevarse para el camino en el momento de la despedida. Es un “ahí os quedáis,” que deja que Dios sea el juez de cada una de las intenciones y reacciones negativas que se han exhibido contra sus siervos. Como sabemos, las negativas a escuchar nuestro mensaje son continuas, pero esto en lugar de amedrentarnos, de deprimirnos o de frustrarnos, nos ha de dar a entender que la misión es de Dios, que nuestro trabajo es predicar el Reino de los cielos, y que cada persona deberá dar cuenta de sus decisiones delante de Dios. Jesús hiperboliza cualquier gesto despectivo o ataque furibundo contra sus apóstoles, exponiendo que él mismo es el rechazado, y que este rechazo tendrá graves consecuencias en la eternidad y en el día del Juicio Final. Sodoma y Gomorra fueron ciudades realmente perversas, pero no existe más pecado imperdonable que rechazar de plano y sin escrúpulos la ayuda y el socorro de Dios por medio de la obra de Cristo.

CONCLUSIÓN

      La misión está a punto de empezar. Como veremos en sucesivos sermones, todavía Jesús tiene que preparar mental y espiritualmente a estos doce hombres investidos de la autoridad divina. No cabe duda de que la misión no será un paseo en barca por la Albufera de Valencia, sino que se van a encontrar con individuos de todo pelaje y que responderán al evangelio de vida eterna en Cristo de maneras muy dispares. Algunos recibirán por fe la salvación de sus almas, y otros dedicarán su tiempo a hacerles la pascua en cuanto tengan ocasión. 

       Así es el evangelio, la medida a través de la cual el ser humano determinará su destino eterno, y así es la misión, menos agradecida de lo que quisiéramos y con menos frutos de los que desearíamos. Sin embargo, comprendamos y asumamos que la misión es de Dios, y que su Espíritu Santo será el que convenza de pecado al ser humano, y no nosotros. Y así, sencillos y humildes, hemos de predicar el Reino de los cielos primero a nuestros vecinos, para seguir ampliando nuestros horizontes según la voluntad de Dios para su iglesia.

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