HERMANOS ADINERADOS
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 6:17-19
INTRODUCCIÓN
A lo largo de la
historia siempre ha habido clases. Este clasismo, en gran parte debía, y debe,
su existencia a la acumulación de propiedades, dinero y posesiones, lo cual
conllevaba un ascenso a la cúspide del poder, y una capacidad de influir sobre
aquellos que tenían menos caudales y una menor capacidad adquisitiva. La
jerarquización de la sociedad, por tanto, siempre ha dependido de la cantidad
de posibles materiales que una persona, familia o clan tuviese. Los ricos
subyugaban y sometían a los más menesterosos, y a éstos no les quedaba más
remedio que resignarse ante su fatídico sino con el fin de sobrevivir. La
sumisión servil de muchas personas carentes de recursos económicos propios en
todas las épocas y civilizaciones que han existido se ha ido consolidando hasta
hacer que esta situación se convirtiese en poco más que inevitable y asumible.
Incluso en nuestros días, existe todavía, tal vez de forma encubierta y
disfrazada, esta clase de pleitesía hacia aquellos poderosos y adinerados
individuos que cortan la pana y que manejan el cotarro a través de la especulación
financiera y del abuso de las necesidades básicas del ser humano. Todavía, en
los tiempos que corren, puedo constatar cómo las rabadillas se doblan cuando
algún pez gordo hace acto de aparición en cualquier acto público. Y es que la
tenencia de fajos de billetes siempre ha abierto las puertas de todos los
sitios, y ha comprado la servidumbre de aquellos cuya dignidad no es tan
valiosa.
Ya vemos que, en
lo tocante a la sociedad clasista en la que vivimos, el rico manda sobre el
miserable, sin que éste pueda remediarlo. Pero, ¿esto ocurre también en el seno
de nuestras congregaciones? ¿Existe alguna clase de privilegio o prerrogativa
ofrecidos y otorgados a hermanos con una reseñable fortuna? ¿Se les trata igual
que a los demás, o, por el contrario, se les aprecia de forma completamente
distinta a como se aprecia a una persona menesterosa y que no tiene donde
caerse muerto? ¿Sucedía algo así en la dinámica cotidiana de la iglesia
primitiva? A veces es difícil cambiar el chip incluso en un entorno en el que
lo que debe primar es la igualdad delante de Cristo. Supongo que sería
complicado ser señor cristiano de un esclavo cristiano, puesto que en el ámbito
privado el señor debía seguir manteniendo su ascendiente sobre el siervo, pero
en el ambiente eclesial, tenía que intentar desprenderse de esa superioridad
que el poder y el dinero le confería. En nuestros días, muchas congregaciones
temen que el hermano adinerado se enfade porque se le lleva la contraria en
cuanto a algún tema concreto relacionado con la vida cristiana, deje de
ofrendar, o incida interesadamente en la gran cantidad de dinero que deposita
en el alfolí, coaccionando al resto de creyentes de la comunidad de fe. Es
lamentable, pero son circunstancias que suceden más de lo que desearíamos, y
que van provocando un cierto malestar interno que puede desembocar en tragedia.
1.
LOS
HERMANOS ADINERADOS DEBEN SER HUMILDES EN SU TRATO CON LOS DEMÁS MIEMBROS DE LA
IGLESIA
Pablo desea que,
en esa firmeza pastoral que Timoteo necesita para hacer frente a cualquier
episodio problemático que concierna a la iglesia, éste entienda que otro de los
frentes con los que tendrá que lidiar en su pastoral es el de las diferencias
abismales de clase que convivirían dentro de la congregación efesia. No existe
peor imagen y panorama que contemplar la gran distinción entre ricos (gr. plusiois) y pobres, señores y
esclavos, adinerados y menesterosos. En lugar de apelar al espíritu inicial de
poner todas las cosas en común para ayudarse mutuamente en el sostén material,
se estaba poniendo en valor la riqueza financiera sobre la riqueza espiritual.
Y lo que era peor. Se estaban dando bastantes casos en los que los ricos se
vanagloriaban de su abundancia, mientras otros hermanos se estaban muriendo de
hambre. Y así, el sonido terrible que primaba en la iglesia era la mezcla del
tintineo del oro y la plata con el gruñido desesperado de los estómagos vacíos.
En otras iglesias, Pablo ya había constatado esta deprimente realidad: ricos
sentados en los primeros sitios y siendo tenidos en eminencia, acaudalados
hermanos que no compartían sus alimentos con los famélicos siervos, etc. Si
Pablo había recibido informes de parte de Timoteo, seguramente este tema estaba
entre aquellos que más preocupaban a este joven pastor.
En primera instancia, el apóstol Pablo
quiere dejar muy clara una cosa: la riqueza y la abundancia no son producto de
su capacidad y esfuerzo, sino que son dadas misericordiosa y graciosamente por
Dios. Si el Señor ha sido generoso y desprendido con nosotros al regalarnos la
salvación y el perdón de pecados, y si también lo ha sido con los hermanos más
pudientes, esa prosperidad material debe emplearse desde el amor fraternal y el
anhelo por extender el Reino de Dios: “A
los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en
las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas
las cosas en abundancia para que las disfrutemos.” (v. 17) Cuando Pablo
comienza hablando de los ricos terrenales, esto ya nos da una idea de que
existe otra categoría de riqueza que es eterna, inmarcesible e imperecedera.
Timoteo debe exhibir músculo pastoral y mandar (gr. parangele) a los adinerados de la congregación que cambien de
actitud con respecto a las riquezas. No debía ser sencillo tener que acercarse
a alguno de estos creyentes más favorecidos financieramente, y decirles que
debían retractarse de algunos talantes y comportamientos poco edificantes, pero
debía tomar cartas en el asunto. Debe exhortarles a transformar su altivez en
humildad. ¿Sería pan comido para estos acaudalados cristianos? Creo que no lo
era, simplemente porque ya estaban acostumbrados desde la cuna a recibir la
pleitesía de sirvientes y esclavos.
Sin embargo, los
millonarios de la iglesia debían deponer su actitud soberbia a la hora de
tratar y conectar con el resto de los creyentes, los cuales no eran ni
poderosos ni económicamente autosuficientes. Si el amor mide la relación
fraternal, el afecto verdadero rompería con los esquemas mentales de señorío y
superioridad, y la igualdad sería posible en Cristo. La palabra griega para
altivez es jipselofronein, y
significa “pensar altivamente”,
“arrogancia”, o “tener una exaltada
opinión de uno mismo.” Cuando el dinero y la soberbia se unen, el desastre
es seguro. Imaginemos el contraste entre pobres y ricos en la iglesia de
acuerdo con las palabras de Salomón en Proverbios: “El pobre habla suplicando, el rico responde con dureza.” (Proverbios
18:23) Una escena verdaderamente desafortunada y lamentable que, seguramente,
no hablaría muy bien del testimonio eclesial delante de una sociedad clasista.
2.
LOS
HERMANOS ADINERADOS DEBEN RECONOCER QUE TODO LO QUE POSEEN PROCEDE DE DIOS
Por otro lado,
los ricos debían dejar de depositar toda su seguridad, comodidad y justicia en
sus tesoros terrenales. El dinero, como ya sabemos bien y constatamos en
tiempos de crisis económica, está hoy y mañana ya no. El dinero como dios es
una divinidad pasajera, traicionera y superficial (gr. adolóteti). Quiere que creas que con grandes cantidades de
parné tu vida ya está solucionada, que puedes gastar como un manirroto, o que
puedes manipular a tu antojo a cualquier persona. Es un ídolo que pretende
hacerte confiar en algo efímero y que no puede ser llevado al más allá por mucho
que algunos quisieran hacer. Es un diosecillo cruel que te lo promete todo,
pero que, en cualquier instante, a causa de un revés, te abandona para irse a
camelar a otro individuo. ¡Cuántas personas pusieron su fe y confianza en las
riquezas y en una mala inversión lo han perdido todo! Y lo que es peor, ya no
saben vivir sin dinero, e incluso llegan a suicidarse porque su tren de vida ya
no es sostenible, y porque la ruina se ha cebado en ellos, dejándoles montañas
de deudas que no podrán pagar, aunque vivan mil vidas.
Su mirada debe
estar puesta en el proveedor y dador de todas las cosas, riquezas económicas
incluidas, en nuestro Padre compasivo. Dios, a diferencia del idolatrado
dinero, el cual mata y hace morir a muchos en el intento por poseerlo, es un
Dios viviente, que da vida y no la quita, que provee a sus hijos de todo cuanto
pudiesen necesitar, que procura la humildad del corazón agradecido por las
bendiciones que cada día descienden de las alturas celestiales, que emplea a
personas adineradas como canales de vida y sustento para aquellas personas de
nuestra sociedad que están desprovistas de lo básico y fundamental para vivir
dignamente. Todo lo que tiene el ser humano en sus manos, sea poco o mucho, es
dado por Dios, y sin que su gracia se extendiera a toda la humanidad, nadie
podría enorgullecerse de sus tesoros. El Señor cuando da, da en abundancia, y
aparte de recibir de Él aquellas cosas que nos convienen en cada momento y
etapa de nuestras vidas, nos obsequia con bendiciones terrenales que sobrepasan
con mucho cualquiera de nuestras expectativas y sueños. Y al entregarnos su
prosperidad y su shalom quiere que seamos capaces de administrarlos sensata y
cabalmente para poder disfrutar de ellos, y no para atesorarlos donde el óxido
los corroe y echa a perder. Todo aquello que Dios nos ha otorgado en su inmensa
misericordia y sabiduría ha de ser gozado aquí, en este plano mundanal, porque
como todo el mundo sabe, o debe saber, desnudos vinimos, y desnudos volveremos
a Aquel que nos creó y dio aliento de vida.
3.
LOS
HERMANOS ADINERADOS DEBEN SER GENEROSOS ANTE LA NECESIDAD DE OTROS HERMANOS
NECESITADOS
El camino
correcto por el que deben transitar los hermanos adinerados es aquel que Cristo
ha señalado con su vida y sus enseñanzas: “Que
hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos.” (v. 18) En
lugar de maltratar psicológicamente a sus hermanos más desfavorecidos con el
sonido de las monedas guardadas en la faltriquera, los hermanos adinerados han
de hacer buenas obras que demuestren que su fe es genuina y verdadera. La
expresión “hacer bien” (gr. agazoergein)
suponía actuar con nobleza y excelencia dentro de la comunidad de fe, e
indicaba que debían hacer aquello que es inherente, intrínseca y
cualitativamente bueno. La bondad que debían exhibir no debía tener la
intención de parecer grandes hombres o mujeres, ni su objetivo debía ser el de
ser aplaudidos por su grandísima filantropía, sino que debían mostrar su buena
voluntad de forma sincera y silenciosa, sin crearse una imagen que los llevase
a ser alabados en demasía por el resto de la iglesia. Su riqueza no solamente
debía provenir de sus bolsas, sino de su corazón generoso y dadivoso. Su
liberalidad (gr. eumetadótus) tenía
que obedecer al carácter que el Espíritu Santo estaba afinando en su obra
santificadora, y su dadivosidad o beneficencia (gr. koinonikús) debía estar al servicio de la comunidad de fe sin
esperar nada a cambio. No existe mayor satisfacción dentro de la vida en
comunidad de la iglesia, que ayudar y socorrer económica o materialmente a
aquellos de nuestros hermanos que están pasando por una mala racha o que se han
visto inmersos en una crisis financiera.
4.
LOS
HERMANOS ADINERADOS DEBEN CONSIDERAR SUS RIQUEZAS EN TÉRMINOS DE ETERNIDAD
Pablo aboga por
motivar a estos hermanos adinerados a que modifiquen sus aspiraciones
orgullosas y sus intereses clasistas, para abrazar una vida en la que lo eterno
supera con creces lo momentáneo que nos puede ofrecer el dinero: “Atesorando para sí buen fundamento para lo
por venir, que echen mano de la vida eterna.” (v. 19) Acumular
avariciosamente (gr. apozesauriosontas) ganancias
en un banco, en una caja fuerte, en un cofre o debajo de una “rajola,” es a todas luces
anticristiano. Ser un mezquino y más agarrado que un chotis, cuando tienes
conciencia de las necesidades por las que pasan tantos hermanos y hermanas en
la congregación, es algo que Dios detesta profundamente. Guardar cantidades
indecentes de dinero de forma codiciosa, viendo que un hijo o una hija de Dios
está en un grave riesgo de exclusión social, es absolutamente horrendo. Lo que
debe amasar y acumular, y que reportará réditos eternos e increíblemente
maravillosos, son esas benevolentes obras en respuesta o como fruto de la fe en
Cristo. Ese es el fundamento óptimo y excelente (gr. zemélion kalón) al que debe aspirar todo hermano acaudalado:
el cimiento de una vida que se da por los demás y que cuida de sus iguales en
tiempos de dificultades y adversidades económicas. Al fin y al cabo, cuando
muramos y seamos llamados a comparecer en el Tribunal de Cristo, se demandarán
cuentas de lo que hicimos con lo que Él nos dio mientras vivíamos sobre la faz
de la tierra. Y el empleo del dinero será una de estas cosas de las que se nos
pedirá razón. Si has auxiliado y servido con tu dinero o demás recursos a un
hermano que realmente necesitaba urgentemente que le echases un cable, Cristo
lo tendrá en consideración a la hora de entregar sus recompensas y galardones
permanentes y eternos. ¿Quién no quiere ser honrado por nuestro Señor y
Salvador Jesucristo en aquella hora al haber arrimado el hombro y el bolsillo
cuando realmente hacía falta?
CONCLUSIÓN
La vida es
demasiado corta como para no entender y comprender que todo lo que tenemos y
somos proviene y es del Señor. Si el amor fraternal no se demuestra invirtiendo
de lo que Dios nos da en vidas que lo están pasando fatal económica y
financieramente, algo está fallando. Las ofrendas que se entregan cada domingo
no son solamente para hacer frente al pago de los servicios necesarios de
nuestro templo, o para sostener al pastor, sino que también sirven para ayudar
humildemente a quienes sufren necesidades dentro de nuestro marco de
convivencia material y espiritual que es nuestra iglesia. Defenestremos el
clasismo entre nosotros. Sé generoso, ráscate el bolsillo y sé parte de la
solución de la pobreza entre tus familiares en la fe, principalmente porque
Cristo te está viendo y tendrá en cuenta tu participación en la paliación de la
miseria dentro de nuestra comunidad de fe cuando comparezcas delante de su
tribunal celestial.
Comentarios
Publicar un comentario