FALSOS MAESTROS
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 6:3-10
INTRODUCCIÓN
Muchos de los
problemas que se han sucedido a lo largo del tiempo como consecuencia de
situaciones críticas provocadas desde el interior de la comunidad de fe, han
logrado, en muchos casos, dividir la unanimidad espiritual y fraternal de las
iglesias. Y esos percances no son precisamente accidentales o producto de la
casualidad. En muchas ocasiones, el clima de desavenencias y de controversias
ha venido a proceder del deseo que Satanás tiene por destruir la comunión
eclesial, unido al interés personal de algún que otro individuo pendenciero,
soberbio y liante. Conocemos, bien en carne propia, o bien de ecos de otras
iglesias hermanas, de episodios tristemente lamentables y amargos en los que
uno o varios supuestos líderes, profetas, apóstoles o pastores, han impuesto su
discurso subjetivo y experiencialista sobre el mensaje objetivo, sencillo y
puro del evangelio de Cristo. Voces atractivas acompañadas de gestos
grandilocuentes y de un falso intelectualismo sofista, han logrado arrobar a
algunas ovejas del redil de la iglesia local, y las ha enfrentado con el resto
de los creyentes, provocando irremediablemente el cisma y el resquebrajamiento
de la unidad de la congregación, además de una mengua en los ahorros de algunos
miembros engañados y estafados.
Cuando a la
persecución externa se le unía el error doctrinal interno, el caos apetecido
por nuestro más acérrimo adversario se desata, logrando que los lazos antaño
fuertes y entrañables, se conviertan en barreras hostiles y en justificaciones
baratas que no se sostienen a la luz de las Escrituras y de lo que Dios había
establecido como iglesia. Personajes falaces, mentirosos, tergiversadores de la
verdad y distorsionadores de la autenticidad revelatoria siempre ha habido.
Todavía se pasean por nuestras iglesias como lobos rapaces, investigando y
buscando a esos tiernos corderitos en la fe a los que embaucar con sus
presuntas revelaciones personales, con sus enseñanzas torcidas y teñidas de un
positivismo realmente peligroso, y con sus sugerentes métodos de proselitismo y
captación de incautos. Cuando la sana doctrina no es enseñada convenientemente,
cuando la predicación deja de ser bíblica para atender a las opiniones y
corrientes de pensamiento humanas, y cuando se descuida el ejercicio de un discipulado
progresivo y dinámico, el caldo de cultivo donde proliferan y prosperan estos
gérmenes de lo espiritual y lo religioso, está en su punto.
A. FALSOS
MAESTROS Y LIANTES PROFESIONALES
Pablo debió
haberse topado con bastantes individuos de esta calaña. En muchas ocasiones
tuvo que defenderse de sus ataques enrabietados, y no dudó en lo más mínimo en
desnudar las intenciones abyectas que acompañaban a sus estrategias ponzoñosas.
Al parecer en la iglesia que actualmente pastoreaba Timoteo, en Éfeso, se
estaba padeciendo esta pestilente y contaminante presencia de los falsos
maestros y profetas. Por ello, Pablo, con gran experiencia en el campo de cómo
tratar a esta clase de charlatanes y mercachifles de lo religioso, dedica unas
líneas de su epístola para instruir a su querido consiervo al respecto. En el
caso de que los falsos maestros hiciesen acto de aparición entre las filas
cristianas, Timoteo debía permanecer atento a sus jugarretas y técnicas
maliciosas: “Si alguno enseña otra cosa,
y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la
doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira
acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias,
pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de
entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de
ganancia; apártate de los tales.” (vv. 3-6)
Cuando Pablo
habla de personas que enseñan otra cosa, emplea una palabra griega compuesta
que sugiere la enseñanza de ideas extrañas completamente alejadas de lo que es
puro (gr. heterodidaskalei). Los
sinvergüenzas de turno que se introducen subrepticiamente en la dinámica
pedagógica de la iglesia no se ajustan totalmente a la doctrina clara y prístina
del evangelio de Cristo (gr. higianusin
lógois). Sus lecciones pueden sonar parecidas al evangelio de gracia, pero
no son exactamente iguales a la revelación apostólica. Emplean trucos que
combinan la verdad y la mentira, la demagogia y la pseudoespiritualidad, y así,
embarullan la mente de sus oyentes. No son capaces de sujetarse a las palabras
dichas por Jesús durante su ministerio terrenal, las cuales han sido recogidas
por sus discípulos más íntimos, los doce apóstoles. No se aviene a predicar y
enseñar la verdad, porque, sin duda alguna, no es de su gusto y conveniencia,
ya que les retrataría al instante ante el resto de la iglesia. No les viene
bien, a tenor de sus auténticas motivaciones, tener que exponer el completo
consejo de Dios en Cristo. No aceptan la doctrina que provoca santidad de vida (gr. eusebeian), puesto que sus actos
seguramente desdirían cualquier mensaje que pudiesen comunicar al pueblo de
Dios.
Estos falsos
promotores de un evangelio trastocado encima se lo creen demasiado y menudos
humos se gastan (gr. tetífotai). Son
hábiles a la hora de refutar a aquellos que vacilan en recibir sus enseñanzas,
y apelan altivamente a confirmar su altura moral y espiritual, cuando sus
acciones los desenmascaran. Parlotean sin cesar, añadiendo palabras sin sentido
a sus debates y discursos, mareando al personal, retorciendo la verdad, y
sumiendo a su auditorio en un cacao mental considerable. Su actividad
pedagógica es tan delirante que se mete en todos los charcos y berenjenales
para confundir, empalagar y persuadir a sus oyentes. Les encanta el morbo y se
obsesionan hasta el desmayo por liarla parda a diestra y siniestra. Su carencia
de escrúpulos les lleva a involucrarse en todo tipo de peleas, discusiones e
intrascendentes debates. La verborrea suelta que los caracteriza simplemente
sirve como cortina de humo para ocultar sus verdaderos objetivos, todos ellos
relacionados con el ansia de riquezas y de notoriedad. A causa de sus
especulaciones y repelentes elucubraciones, el fruto de su maldad y de su
ausencia de amor cristiano se concretan en envidias relacionadas con si el uno
es más espiritual que el otro y viceversa, en trifulcas vehementes y aún
violentas, en insultos (gr. blasfemiai) y
exabruptos acusadores que destruyen la armonía fraternal, en una atmósfera de
suspicacia poco o nada edificante en la que la confianza mutua propia de
cristianos ha perdido la batalla, en peleas estúpidas y sin sentido en las que
lo que se hace patente es que las cabezas ni piensan ni controlan aquello que dicen,
y en conflictos internos que no llevan a ningún sitio, dejando entrever la
razón que lleva a algunos de estos falsarios a promoverlos, es la cuestión
crematística o económica. Sus mentiras y su falta de sentido común solo tienen
una meta: llenarse las bolsas de cuantas monedas puedan robar a aquellos que
caen en sus redes. Abusan de la buena fe de los demás para sacar una buena
tajada de ellos. De estos malandrines y de su ejemplo, Pablo aconseja a
Timoteo, que hay que mantenerse a kilómetros de su radio de acción, echándolos
sin dilación de la comunidad de fe efesia, so pena de ver su iglesia, ya
problemática de por sí, convertida en un caos realmente insostenible.
B. FALSOS
MAESTROS AMBICIOSOS Y CODICIOSOS
Imaginémonos,
que si ya en el primer siglo de la iglesia de Cristo ya había esta caterva de
falsos maestros pululando por las iglesias y ávidos de ganancias deshonestas,
¿qué no habrá ahora por ahí en iglesias grandes y pequeñas? Los aprovechados
siempre han existido y esta es una realidad ante la cual la iglesia debe
mostrarse vigilante. Pablo invita a Timoteo y a todos los que leerán y
escucharán esta carta, a que valoren en su correcta medida lo que de verdad
importa, ya que aunque el dinero es goloso sin importar de dónde lo saquemos, no
ofrece protección contra el infierno: “Pero
gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos
traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento
y abrigo, estemos contentos con esto.” (vv. 6-8) En vez de estar por ahí
expoliando a los miembros de la iglesia para seguir aumentando el peso de su
tesoro material, el que forma parte de la congregación de Cristo debe más bien
proyectar su atención a la santidad y al contentamiento, esa virtud tan poco
cultivada hoy día que encuentra siempre el equilibrio bajo la provisión de
Dios, y no de acuerdo a los deseos de nuestros ojos y de nuestra carne. Lo
mejor es ser santo, piadoso y demostrar ejemplarmente la obra santificadora del
Espíritu Santo, y contentarse con lo que Dios va dando en cada ocasión, que
mentir como bellacos para robarles el dinero a personas que de buena fe y sin
conocimiento entregan ese dinero, pensando que lo hacen como para el Señor.
Pablo se remonta
a los tiempos de Job para dejar una cosa que está más clara que la sopa de un
asilo: desnudos vinimos al mundo, y desnudos lo dejaremos. Nadie que esté
medianamente bien de la sesera piensa que cuando muera podrá llevarse consigo
todo cuanto ha amasado en este plano terrenal. Y si no, que se lo digan a los
faraones de Egipto y a los saqueadores de tumbas que se ponían las botas
arrebatando de ellas todo cuanto de valor hubiese. Me consta que hay personas
que quieren ser las más ricas del cementerio, pero esto, como decía Salomón,
solo es vanidad de vanidades. Hoy podrás tal vez disfrutar del dinero
defraudado y rapiñado a personas inocentes, pero ese dinero nunca podrá comprar
el veredicto favorable que te franquee la puerta al cielo. Si tenemos lo
básico, lo esencial para vivir, comida, ropa y cobijo, ya podemos darnos con un
canto en los dientes. Lo fundamental en la vida no es ser un avaricioso o un
ambicioso ser humano, sino un ser humano que reconoce la mano provisoria de
Dios en su día a día, y que sabe apreciar lo que se le entrega con acción de
gracias. Pablo está dando la oportunidad a los granujas que soliviantan la paz
y la tranquilidad de la iglesia con sus ideas peregrinas y torticeras, a que
cambien de parecer y de verdad busquen la piedad y una conducta digna del
evangelio de Cristo. El contentamiento (gr.
autarkeías) que expone aquí Pablo tiene que ver con la autosuficiencia que
uno disfruta con el beneplácito y la ayuda inestimable de Dios.
C. LOS
FALSOS MAESTROS Y LA PASTA GANSA
Y es que el
dinero como ídolo central de la vida de una persona que hace todo lo posible y
lo imposible por lograrlo a costa de quien sea, no da la felicidad, sino todo
lo contrario: “Porque los que quieren
enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas,
que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los
males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la
fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” (vv. 9-10) Aquellos que se
emperran en seguir codiciando el vil metal mientras malmeten en la congregación
de los santos son unos perfectos insensatos. El afán desmedido por el dinero
siempre lleva aparejada una gran serie de tentaciones y de trampas. A menudo el
dinero nos ha apartado de nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos,
nos ha metido en camisas de once varas por querer vivir por encima de nuestras
posibilidades, nos ha envenenado el alma al hacer de él la medida de todas las
cosas. La codicia es un pozo sin fondo que siempre quiere más y más. Cuanto más
dinero se tenga, más se quiere. Y si una persona se introduce en este ciclo
continuo de la codicia, deja de vivir tranquilo y sosegado, para vivir ansioso
y dependiendo de lo que señala el extracto de la cuenta bancaria. Las tonterías
y estupideces que llega a hacer la gente por dinero es un retrato lamentable de
la negrura del alma. Al final, queriendo encontrar la felicidad y la
satisfacción en el dinero, lo único que hallas es pura destrucción (gr. olezron) de lo que se debería
apreciar de verdad y que merece la pena, y un billete vip para el infierno (gr. apoleian).
Pablo habría
contemplado con tristeza la vida y los derroteros de personas que incluso
trabajaron codo con codo junto a él para levantar iglesias, pero que al final
se decantaron por una vida más materialista y cómoda. Fijémonos en que Pablo no
otorga al dinero una esencia moral negativa, sino que subraya la idea de que lo
malo no es tener dinero, sino dejar que sea el dinero el que se apodere por
completo de la vida de una persona. ¿Has conocido a alguien que era humilde o
pobre como una rata, y que, en un golpe del azar, ha conseguido ingentes
cantidades de efectivo, y que, de repente, ya no es Martín “el Tirao,” sino que
ahora es Don Martín? El amor, la obsesión y el ansia viva por el dinero (gr. filargiria), literalmente el amor
a la plata, suponen en muchos casos una
transformación no precisamente positiva en el comportamiento y talante de las
personas. Todos los problemas y adversidades, si lo pensamos y lo analizamos
bien, tienen que ver con la pasta gansa. Y esta pasta gansa,
desafortunadamente, es capaz de hacer que el tren de una persona creyente
descarrile y deje de dedicar tiempo a Dios y a sus hermanos, abandonando lo que
de verdad importa por sufrir padecimientos a causa de la volatilidad monetaria
y de los caprichos económicos. Recordemos que el bolsillo también es un ámbito
en el que hemos de forjar una mayordomía saludable y coherente con la fe que
hemos puesto en Cristo, nuestro Señor y Salvador.
CONCLUSIÓN
Como hemos visto,
el dinero lleva a determinadas personas que vienen de afuera a aprovecharse sin
miramientos ni remordimientos de los miembros de la iglesia. Y también hemos
constatado que, hermanos y hermanas que parecían trabajar y servir en la
iglesia, también se podían abandonar al dulzón olor del dinero, dejando de
congregarse con sus hermanos en Cristo, e involucrándose en pitotes del quince.
Por un lado, nuestra labor es la de señalar e invitar a los falsos maestros a
que abandonen nuestra iglesia si no deponen de sus interesadas perspectivas de
negocio. Por otro, como hijos de Dios hemos de cultivar y ejercitar un espíritu
de contentamiento y de gratitud al Señor por sus dones y provisiones. Y por
otro lado, es nuestra obligación enseñar a los miembros de la congregación que
el dinero es provisión de Dios para ser administrada convenientemente para la
gloria de su nombre, para sostén de la familia carnal, para disfrute sano y
equilibrado de las cosas buenas de la vida, y para auxilio de los más
necesitados.
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