MUERTE INELUDIBLE




SERIE DE SERMONES EN ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”

TEXTO BÍBLICO: ECLESIASTÉS 9:1-10

INTRODUCCIÓN

      El tema de la muerte no es un tema precisamente atractivo o sugerente que se pueda sacar en una conversación cualquiera, a menos, claro está, que uno no esté involucrado en el asunto de forma personal. Nuestra sociedad suele hablar de la muerte en términos irónicos, sarcásticos, intentando quitarle hierro a esta experiencia por la que todos nosotros habremos de pasar tarde o temprano. Sin embargo, a pesar de los tabús que las convenciones sociales occidentales suscitan en torno a cualquier comentario realizado sobre la muerte, la persona que conoce y asume que a través de Cristo la muerte solo es una puerta abierta a disfrutar de una eternidad junto a él, entiende que incluso la muerte debe formar parte de nuestros momentos más simpáticos y distendidos. Por supuesto, nunca debe ocurrírsenos tocar el tema de la muerte de modo frívolo y burlesco cuando el dolor está dejando su huella en el rostro de alguien que ha perdido a un ser querido. Eso no solamente sería de mal gusto y peor educación, sino que provocaría un conflicto de dimensiones insospechadas.

     La muerte siempre ha sido un asunto recurrente en mis años de niñez y adolescencia, sobre todo porque mi padre fue sepulturero durante más de dieciséis años, y este es un trabajo que, no solo te hace reflexionar sobre la última frontera terrenal del ser humano, sino que te aporta una perspectiva más llevadera y asumible de que la muerte ha sido vencida por Cristo en la cruz del Calvario, y que como enemiga derrotada y despojada de su poder, es preciso tratarla en ocasiones desde un enfoque humorístico y afable. Por ello, hoy quisiera contar una anécdota relacionada con la muerte, con el fin de marcar ilustrativamente de qué modo las personas quisieran que nos recordaran tras nuestro deceso. La historia comienza del siguiente modo: 

      “Dos hermanos malvados que se habían enriquecido a base de emplear su dinero para encubrir sus actos depravados, iban a la misma iglesia con la apariencia de ser dos auténticos caballeros cristianos. El anciano pastor de la iglesia no tenía constancia de su maldad. Cuando llegó el momento en el que el pastor debía jubilarse, se contrató a otro pastor que era más sabio e intuitivo que el anterior. Desde el primer momento les vio el plumero a estos dos malvados hermanos sin que éstos se diesen cuenta. El nuevo pastor era un gran predicador y la iglesia creció tanto que el viejo templo quedó pequeño. Se inició una campaña para recoger fondos para un nuevo edificio. De repente, uno de los hermanos murió de un ataque al corazón. El día anterior al funeral, el otro hermano acudió a ver al pastor y le entregó un cheque con el valor de toda la cantidad de dinero necesaria para completar el proyecto de edificación del nuevo templo. El pastor se quedó de piedra.

-          “Solo tengo una condición,” dijo el malvado hermano. “Debe decir a todos los presentes durante el funeral que mi hermano era un santo.”

      “El pastor asintió y se metió el cheque en el bolsillo. Al día siguiente en el funeral, el pastor ofreció un mensaje de salvación a los asistentes. Y entonces comenzó a hablar sobre el difunto hermano malvado: 

      - “Él era una persona malvada,” dijo el pastor. “Solía emplear su dinero para encubrir su depravación. Engañó, estafó y robó. Pero comparado con su hermano… ¡él era un santo!”

1. NUESTRA VIDA BAJO LA INELUDIBLE SOBERANÍA DE DIOS

      Esta anécdota, aparte de hablarnos de la hipocresía que demuestran muchos a la hora de ensalzar y homenajear a quienes fueron seres depravados en vida, nos ayuda a considerar la idea de la inevitabilidad de la mortalidad humana. Voltaire afirmó en una ocasión que “los seres humanos son las únicas criaturas que saben que van a morir.” La muerte forma parte de la dinámica y trayectoria vital de cada ser humano sin importar su edad o condición. Las personas pueden intentar alargar los días de su vida, pero sin excepciones, la última campanada fúnebre llevará el eco de nuestra finitud en este planeta. Salomón tenía esto muy presente, dado que dedica mucho de su tiempo investigando el alcance que la muerte tenía sobre la humanidad, y sus conclusiones al respecto no dejan de ser tan rotundas y veraces como en tiempos pretéritos: “Ciertamente he dado mi corazón a todas estas cosas, para declarar todo esto: que los justos y los sabios, y sus obras, están en la mano de Dios; que sea amor o que sea odio, no lo saben los hombres; todo está delante de ellos.” (v. 1)
 
       Salomón, tras observar cuidadosamente la realidad que le rodeaba, resume en pocas palabras lo poco o nada que el ser humano puede hacer para echarle un pulso a Dios y al orden que Él ha diseñado. La sabiduría y la rectitud del corazón proceden directamente del Señor, y es Él, y solamente Él, el que las ha colocado en el alma humana, dado que son atributos suyos propios, comunicables y esencialmente perfectos. Todo lo que hacen los creyentes en Dios, lo hacen, no en virtud de su capacidad o bondad inherente, sino que son obras que el Señor permite que hagan para gloria suya y beneficio del resto del mundo. Nuestra sociedad está compuesta bien de afectos o de aborrecimientos. O se ama o se odia. Pero es tanta la hipocresía que se demuestran las personas, que solo Dios conoce las intenciones de cada cual. Muchos podrán engatusarnos con una falsa sonrisa que parece señalar la misericordia, y sin embargo, son lobos rapaces disfrazados con el pellejo de una oveja. Podemos engañarnos a nosotros mismos o a los demás, pero Dios, que no puede ser burlado conoce de principio a fin las motivaciones de nuestros actos, si son amables o si son dañinas.

2. LA MUERTE ES INELUDIBLE

      La muerte no hace acepción de personas. No margina ni discrimina a nadie: “Todo acontece de la misma manera a todos; un mismo suceso ocurre al justo y al impío; al bueno, al limpio y al no limpio; al que sacrifica, y al que no sacrifica; como al bueno, así al que peca; al que jura, como al que teme el juramento.” (v. 2) Da igual que seas la persona más generosa, aplicada y filántropa, que seas un cristiano modélico y ejemplar, que tengas la conciencia tranquila y sin remordimientos, que practiques tu fe en comunidad y adores a Dios, que seas más bueno que el pan, y que seas prudente en relación a tus promesas y juramentos: morirás. Del mismo modo, no importa que seas un ateo blasfemo o un pagano redomado, que seas malvado y tu conciencia esté cauterizada por la inmoralidad, que olvides a Dios en tu vida devocional y espiritual, que dediques tu vida a cometer crímenes y delitos sin cuento, o que hagas voto a Dios sin pensar en las consecuencias: también morirás. Nadie puede salvarse por sí mismo de este hecho universal, y nadie puede decidir seguir respirando en este mundo indefinidamente. Todos morimos o moriremos.

3. LO UNIVERSAL DE LA CONDICIÓN PECAMINOSA DEL SER HUMANO

      Unida a lo ineludible de la muerte, Salomón añade algo que también nos une como raza humana mientras el corazón late y la mente está lúcida: “Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol, que un mismo suceso acontece a todos, y también que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de mal y de insensatez en su corazón durante su vida; y después de esto se van a los muertos.” (v. 3) El ser humano es pecador y su existencia se halla contaminada por sus efectos y tiranía. Nadie es perfectamente bueno. Nadie puede decir con absoluta franqueza y rotundidad que nunca ha hecho algo malvado, que nunca ha metido la pata o se ha equivocado, que no ha dado rienda suelta a sus deseos más desaforados y perversos, o que no ha tramado en su mente maneras egoístas de dañar al prójimo. Pablo remacha esta idea de la realidad mortal diciendo: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23), y “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Romanos 3:10-12) Claro, con este panorama, entendemos que Dios acortase los días del ser humano sobre la faz de la tierra en Génesis, porque imaginémonos por un instante qué ocurriría en una sociedad en la que los perversos viviesen durante cientos de años. A veces es un alivio saber que los malvados tienen su fin y que más temprano que tarde fallecen para dejar de cometer sus fechorías y actos deleznables.

4. UNA ESPERANZA EN MEDIO DE LA OSCURIDAD VITAL

     A pesar de lo lúgubre y sombrío de estas declaraciones de Salomón, es posible atisbar en todo este asunto algo de luz y esperanza: “Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto. Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.” (vv. 4-6) Aun cuando la maldad y el pecado condicionan enormemente la felicidad del ser humano, y aun cuando la injusticia y la inmoralidad cunden dentro de nuestra sociedad, la vida no tiene por qué ser una auténtica pérdida de tiempo o un oscuro pozo cenagoso para aquellos que desean obedecer y temer a Dios. La esperanza es que el pecador se arrepienta de sus transgresiones e iniquidades, confiese ante Dios sus crímenes y malas artes, y entregue su vida a servir, seguir y disfrutar de la salvación que solo Dios puede dar y ofrecer. Por esa esperanza estamos aquí tú y yo, porque creemos fervientemente que Dios puede transformar una vida enredada en la podredumbre del pecado para poder vivir en este mundo con alegría, satisfacción y esperanza. Según los cánones de este sistema mundial en el que nos toca vivir, ser cristiano es como ser un perro, un ser inmundo del que huir o al que espantar con amenazas, pero es mejor ser un chucho pulgoso que tiene vida eterna, que un león, emblema de la nobleza y el vigor, que es pasto de los gusanos mientras se corrompe a un lado del camino de esta dimensión terrenal.

     El cristiano sabe que habrá de morir. No se auto engaña pensando que puede conducirse por esta vida como si nunca fuese a fenecer, tapándose los oídos ante las advertencias de la Palabra de Dios, o comportándose como si fuese inmortal en este plano mundanal. Somos conscientes de este acontecimiento universal, y por ello, aprovechamos cada instante para transmitir el amor de Dios, el evangelio de las buenas noticias en Cristo y para ayudar y cuidar de nuestro prójimo. Cuando hayamos fallecido nada más podremos hacer por los que se quedan aquí. No podremos echar la vista atrás para lamentarnos por las cosas que hicimos y no debimos hacer, o por lo que debimos hacer y no hicimos. Cuando la muerte llega, nuestro papel en nuestro contexto familiar, social, eclesial y relacional, ha terminado. El telón se cierra y comenzamos otra etapa en la que nuestra intervención en los asuntos humanos ya no es posible. No podremos ni amar ni odiar a nadie. Las envidias ya no tendrán sentido allí donde vamos. Y con el tiempo incluso seremos olvidados por aquellos que nos despidieron en el funeral que se llevó a cabo en nuestra memoria.

5. CONSEJOS PARA VIVIR BIEN ANTES DE MORIR

      Salomón no nos deja con este regusto agridulce en la boca, y es por eso que desea legarnos una serie de consejos sobre cómo vivir mientras la muerte no hace acto de aparición: “Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios. En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol. Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.” (vv. 7-10) 

      El primer consejo salomónico es que disfrutes de la vida mientras puedas hacerlo, siempre y cuando tus acciones reciban el beneplácito de Dios. Celebra la vida, alégrate con el fruto de tu arduo trabajo diario, da gracias al Señor por su provisión cotidiana, y busca complacer a Dios en todo cuanto hagas. 

    En segundo lugar, procura que tu buena reputación y ejemplo te precedan. Las vestiduras blancas son el símbolo de una conciencia limpia y prudente, y el ungüento es señal de honra y reconocimiento social. Mientras camines por este mundo, no des que hablar a nadie, sé irreprochable y deja que el Espíritu Santo te guíe en cada instante y decisión de tu vida. Imita a Cristo en todo, en palabra, hechos e intenciones, y da testimonio fiel de que su salvación es real en tu dinámica diaria.

    En tercer lugar, sé fiel a tu cónyuge y cultiva el amor con tu esposo o esposa sin dar pie al adulterio y a las relaciones extramatrimoniales. Sabemos que la promiscuidad se está introduciendo astutamente en nuestra manera de ver la vida y las relaciones interpersonales y sentimentales. Poco a poco se ha ido adueñando de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, la idea de que el sexo solo es una actividad recreativa y lúdica más, y que no comporta implicaciones espirituales, emocionales y afectivas. Se predica una sexualidad distorsionada y retorcida con la que determinados grupos pretenden infectar a la ética bíblica y a la moral cristiana. Lo cierto es que cualquier infidelidad conyugal que se cometa, siempre tendrá consecuencias y repercusiones trágicas, dramáticas y dañinas para todos los implicados. Mantente firme en la promesa que diste a tu pareja, y ámala en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, en las buenas y en las malas, porque así serás un modelo claro de lo que Dios instituyó en su Palabra con respecto a la unión de un varón y de una mujer.

    Por último, Salomón nos aconseja que seamos diligentes en todo cuanto tengamos oportunidad de hacer mientras vivamos. A veces caemos en lo que se conoce como procrastinación, actitud muy propia de muchos españoles, la cual consiste en dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. Siempre esperamos al último minuto para llevar a cabo cosas necesarias e imperiosas. El sabio Salomón sabe que la muerte, siempre silenciosa, está al acecho, y que para vivir tranquilo y feliz, lo mejor es ponerse manos a la obra, ayudando al que lo necesita y disfrutando de aquellas cosas que nos realizan personal y espiritualmente. No es sabio dejar para un mañana incierto determinadas cosas que podríamos dejar arregladas y solventadas en el presente. Cuando la muerte te llame para reclamar tu vida terrenal, y seas conducido al Seol, al lugar donde moran los muertos, ya no tendrá sentido hacer nada por los vivos, ni trabajar para merecer el disfrute de nuestras fuerzas, ni investigar sobre lo que ocurre en el mundo intentando desentrañar los enigmas de nuestra existencia, ni enfrascarse en estudios sociológicos. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, y no seas perezoso a la hora de hacer el bien según tus recursos y energías mientras tus pulmones tengan aliento de vida.

CONCLUSIÓN

     Puesto que nadie puede eludir la muerte, haríamos bien en buscar una vida que dure siempre. La única manera de hacer que nuestra vida cuente mientras transitamos como peregrinos por este plano de la existencia, es reconociendo la soberanía de Dios y aceptando por fe su oferta de perdón y redención en Cristo. La vida solo adquiere sabor y sentido cuando la confiamos al Espíritu Santo de Dios, asumiendo que tenemos los días contados, que nuestra huella en la historia será pasajera, y que para dejar constancia de nuestra presencia nuestro testimonio vital debe ser presidido por la obra de santificación del Espíritu Santo, por la imitación de Cristo y por la obediencia y adoración a Dios. Moriremos, pero mientras llega el momento de nuestra despedida terrenal, hagamos que nuestra vida signifique ser sal y luz a aquellos que nos conocen en vida.
     
      

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