NUESTRAS HERMANAS
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 2:9-15
INTRODUCCIÓN
El género de los
miembros que componen la iglesia tiene un papel sumamente importante. A pesar
de que el entendimiento del rol que deben asumir tanto varones como mujeres
dentro de la comunidad de fe es ciertamente un tema en ocasiones polémico y
bastante controvertido, no cabe duda de que uno de los valores fundamentales
que enriquecen, engrandecen y dignifican el cuerpo de Cristo, es la labor y
ejemplo de las mujeres cristianas. No podemos hablar de iglesia sin hablar de
nuestras hermanas en la fe. No podemos concebir la idea de familia espiritual
sin la presencia, obra e inspiración que innumerables féminas han aportado a la
iglesia. Aunque sabemos que en cada congregación o denominación se asigna un
rol, bien sea restrictivo, sumiso, igualitario o de liderazgo, a la figura
femenina, haremos bien en respetar lo que en cada iglesia se haga o se predique
acerca de la mujer, aun cuando no estemos de acuerdo con esa visión. Las
mujeres que forman parte de la membresía de la iglesia son altamente valiosas,
con dones espirituales cruciales para la buena marcha de la comunidad de fe y
su experiencia y testimonio son necesarios para que el evangelio siga
extendiéndose en nuestra sociedad.
A lo largo de la
historia la mujer y su espacio en la sociedad han ido cambiando. De la
consideración de la mujer como una propiedad más, pasando por la esclavitud,
por el sometimiento brutal, por la segregación en los actos religiosos y
públicos, por los intentos de adquirir derechos y privilegios en la
participación política y social, por la apertura de cátedras y universidades
para que pudiesen desarrollar su inteligencia y talentos, por la reivindicación
de un igualitarismo, hasta incluso la tendencia actual de sobrepasar desde el
feminismo radical la figura masculina, la mujer ha tenido que soportar siglos
de incomprensión, de desprecio y de burlas. En los tiempos en los que Pablo
escribe esta carta a Timoteo, la mujer no pasa de ser un adorno más para los
más adinerados, una sirvienta multitarea a todo tiempo y un objeto más con el
que traficar y comerciar. Pocas son las mujeres que, como Lidia, pueden aspirar
a ser modelos cívicos, laborales y empresariales. La gran mayoría de mujeres se
sometían al arbitrio de sus esposos, no poseían el derecho al sufragio y su voz
era silenciada sistemáticamente como fuentes y testigos de dudosa veracidad.
Por eso, al
entender el contexto en el que Pablo envía estas instrucciones por vía postal a
su hijo espiritual, también comprenderemos algunas de las estipulaciones que el
apóstol aporta en cuanto al marco de la adoración y culto públicos. Si al leer
y estudiar estos versículos referentes a la mujer en la iglesia has sacado tus
propias conclusiones, y éstas son opuestas a las de otro de tus hermanos o
hermanas, nunca cometas el error de dogmatizar y de caer en el legalismo más
fanático. Con prudencia, discernimiento y toneladas de amor por la iglesia de
Cristo, estos temas no habrán de provocar disensiones, divisiones y cismas en
el seno del rebaño de Dios.
1.
HERMANAS
ESTÉTICAMENTE MODESTAS
Pablo retoma el
asunto de los cultos públicos tras hablar de la oración y la adoración
requerida por la membresía de la iglesia. Y como parte visible de estos
instantes comunitarios, la mujer hace acto de aparición. Si los hombres deben
orar al Señor con manos limpias y santas, ahora las mujeres efesias han de
apercibirse de determinadas conductas estéticas que son contrarias al
evangelio: “Asimismo que las mujeres se
atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni
oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a
mujeres que profesan piedad.” (vv. 9-10)
¿Qué estaba
ocurriendo con la vestimenta de las mujeres en los cultos de adoración de la
iglesia primitiva radicada en Éfeso? Al parecer algunas mujeres con cierta
calidad de vida y capacidad adquisitiva que asistían al lugar de culto se
ataviaban simplemente para llamar la atención, para provocar alguna que otra
envidia entre sus competidoras, para atraer la mirada de todos los presentes y
para desviar la concentración tanto de creyentes como de simpatizantes. Sus
atuendos eran de todo menos sobrios, sencillos o prácticos. Su ropa (gr. katastolé) era indecorosa, y
atendía únicamente a propósitos cosméticos y superficiales, todo lo contrario
de lo que significa participar de la adoración espiritual a Dios en comunidad.
En lugar de ser
recatadas, controlando sus ansias de fama y reconocimiento estético, de
comportarse modesta (gr. aidos) y
pudorosamente (gr. sofrosines), con
el sentido común y la pureza mental como medidores de aquello que es correcto y
digno de una mujer cristiana, y de prepararse para acudir al encuentro de los
demás creyentes desde la humildad y la discreción, algunas mujeres se vestían
como si fuesen de gala a una fiesta social, como si tuviesen que demostrar al
mundo su presunción y fondo de armario, o como si a Dios le interesara más el
envoltorio que el interior de la persona. ¿No habéis sido testigos de
auténticas competiciones en algunas iglesias por ver quién es la más arreglada,
la más guapa o la más estrafalaria?
Por lo que
vemos, en Éfeso existía un verdadero problema con este tipo de actitudes
infantiles y vanagloriosas, puesto que de algún modo se trastocaba el orden y
la atención a lo largo de la reunión de los santos. Esto pasaba con las
mujeres, pero ¿no ocurre en nuestros tiempos que incluso los varones se visten
de maneras muy poco apropiadas a la reverencia y honra debida a Dios cuando
comparecen en las reuniones de la iglesia? Los tiempos cambian, aunque no mude
el deseo humano, sin importar el género, de destacar, de deslumbrar y de
distraer a los demás.
Pero no todo se
circunscribía a los trajes exageradamente elegantes o los vestidos
extravagantemente recargados y lujosos, sino que los peinados que se hacían
eran escandalosamente ostentosos. Según las fuentes del primer siglo, existía
una auténtica industria del peinado, las trenzas y las extensiones capilares, y
la altura, recargamiento y adorno de estos tocados simbolizaban, al igual que
los vestidos, la clase socio-económica de aquellas mujeres que los llevaban.
Algunos de estos peinados podían suponer el valor de dos mil días de salario de
un jornalero, unos dos mil denarios, así que imaginémonos a esclavas
paupérrimas con aspecto sencillo uniéndose a mujeres con tocados monumentales y
sujetos por peinetas de oro y perlas preciosas, y vestidos lujosos de colores
llamativos y espectaculares. Seguramente los comentarios, los rumores y los
murmullos llenarían el aire de la estancia, complicando la dirección y orden
del culto de adoración, a la vez que se provocaría la inevitable comparación y
el clasismo existente entre hermanos de la misma congregación. No me extraña
que Pablo tuviese que tocar este tema, ya que Timoteo sería precisamente uno de
los damnificados de este ambiente muy poco inspirador y respetuoso.
El ornamento y la
estética que Pablo demanda de esta clase de mujeres debe provenir del corazón y
no de la paleta de afeites y cosméticos, del alma y no de los brazaletes de oro
y plata, de las acciones propias del cristiano y no de los ungüentos y perfumes
con que embadurnaban sus cuerpos. Las buenas obras que son el resultado de
ejercitar la fe en Cristo, la atención a los necesitados demostrando el mismo
carácter del Señor para con el prójimo y la oportuna reverencia en el momento
de la adoración pública como parte de la iglesia, son las cosas que Dios valora
por encima de todo. Sin quitarle importancia al estilo de vestimenta con el que
asistamos a las reuniones eclesiales, sin caer en el adanismo y la falta de
higiene y esmero estético, y sin ser seducidos por las modas y las tendencias,
algunas bastante absurdas, el creyente, sea hombre o sea mujer, debe
presentarse dignamente delante de Dios, en cuerpo y espíritu, en adorno
exterior y en sentido común interior. Como decía un poeta llamado Pope: “No seas la primera en probar lo novedoso,
ni la última en abandonar lo que es añoso.”
Si una hermana ha
profesado (gr. epangelo), es decir,
ha anunciado públicamente delante de Dios y de la humanidad, que es hija del
Altísimo, debe comportarse y vivir de acuerdo a esta profesión, en todos y cada
uno de los aspectos de su vida. La coherencia entre fe y práctica, entre
discipulado y estética, ha de marcar su conducta fuera y dentro de la iglesia,
y con mayor interés en los cultos públicos. Solo desde esta coherencia es
posible ejercitar la piedad (gr.
theosebeia), la reverencia honrosa a Dios. Estos versículos nos recuerdan 1 Pedro 3:3-4: “Vuestro atavío no sea el
externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino
el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de grande estima delante de Dios.”
2.
HERMANAS
PEDAGÓGICAMENTE SUJETAS
Después de dejar
clara su postura acerca de la actitud e imagen con la que se debe asistir a las
reuniones de la iglesia, Pablo habla ahora sobre la dinámica del culto y el
papel que debe asumir la mujer. Recordemos siempre el contexto histórico y las
características particulares de la iglesia de Éfeso para valorar este
controvertido texto bíblico: “La mujer
aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar,
ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.” (vv. 11-12) Si
nos atenemos a lo que los cronistas e historiadores de la época dicen en cuanto
al ámbito del magisterio o pedagogía (gr.
didaskalein), la mujer no tenía cabida en éste. Lo normal era que el
maestro fuese varón, algo que compartían el judaísmo, la filosofía clásica y el
paganismo. Si una mujer tuviese la intención de convertirse en maestra, ante
los ojos de la sociedad y de la religión, ésta no tenía ningún tipo de
credibilidad, capacidad o autoridad.
La mujer debía
someterse a la enseñanza de los pedagogos masculinos sin que ésta pudiese
ostentar tal cargo, al menos a título público. Con esto en mente, y
colocándonos en las sandalias de los hombres y mujeres del primer siglo después
de Cristo, no era sorprendente que esto también ocurriese dentro de la dinámica
pública de la iglesia. El texto, si lo leemos desde nuestras propias
convicciones y opiniones de cuál debería ser el lugar de la mujer en el
apartado pedagógico, y que en muchos casos obedecen a una mejor comprensión del
potencial y las habilidades femeninas, a muchos pudieran parecer, en el mejor
de los casos, un ejemplo de desigualdad de género, y en el peor, una
manifestación misógina por parte de Pablo.
Alejémonos por un
instante de nuestros prejuicios y tópicos personales, de las influencias con
que la cultura y la sociedad nos bombardea, y no queramos reescribir lo que
Pablo dijo con conocimiento de causa. Podemos preguntarnos si estas palabras
obedecen o no a un mandato normativo para la iglesia de todas las épocas,
lugares y culturas. Podemos incluir en nuestra meditación si esto tenía que ver
con el caso concreto y particular de la iglesia en Éfeso, y si existían mujeres
que se habían arrogado determinadas prerrogativas educativas en el seno de la
comunidad de fe efesia llevándolas hasta límites insospechados. Podemos debatir
sobre el papel de la mujer dentro del contexto de la adoración pública. Pero lo
que no podemos hacer es contextualizar y actualizar un texto de tal manera que
se acople y adapte a nuestras preferencias personales.
Pablo ordena que
la mujer escuche en silencio las lecciones que brotan de la enseñanza
apostólica. No la margina de esta actividad educativa y edificante, ni la
aparta en un lugar ad hoc dentro del local en el que se reúne la iglesia para
que reciba otra clase de aprendizaje. Tanto varones como mujeres participan de
este ministerio nuclear de la iglesia. Lo que ocurre, es que, como ya dijimos
anteriormente, la concurrencia escucharía con mayor atención a un depositario
del evangelio de Cristo, todavía no puesto por escrito como una sola colección
de documentos testimoniales, por su condición de varón. Y seguramente, en la
intimidad del hogar, la mujer podría dialogar, preguntar y reflexionar junto a
su familia sobre lo expuesto en el culto público.
La sujeción (gr. hipotage) de la que Pablo habla
aquí no implica necesariamente la nulificación de la mujer o una apreciación
menor de su condición de cristiana e hija de Dios. La sujeción a la que se hace
referencia aquí y en otros lugares del Nuevo Testamento, tiene que ver con el
amor, con la comprensión y con el respeto mutuo. Tanto el varón como la mujer
deben ser conscientes de su igualdad ante Cristo en virtud de su obra
redentora. Actitudes reprochables y denigrantes como aquellas que tapan la boca
de una mujer sin aportar argumentos de peso, son impensables en las relaciones
intraeclesiales. Del mismo modo, arrogancias y presuntuosas ínfulas por parte
de mujeres que, invocando el principio del igualitarismo, pervierten el
evangelio presentado ajustándolo a un feminismo radical y exento de
misericordia y sentido común, deben evitarse en la congregación de los santos.
La mujer se sujeta a la enseñanza dada y a aquel que la transmite fielmente a
causa del clima de amor fraternal, estima entrañable y ejemplar humildad, del
mismo modo que, sabiendo que no todos los varones conocen el evangelio con
profundidad ni son maestros, y, por lo tanto, se les demanda esa misma clase de
sujeción a la autoridad apostólica del que predica.
En estas mismas
circunstancias de enseñanza pública, Pablo, a título personal, seguramente con
la dilatada experiencia eclesial que tenía sobre el asunto, de su lado, tiene
como norma habitual y particular no dejar que la mujer enseñe o que se erija en
líder sobre la iglesia en términos despóticos y soberbios. Tal vez Pablo sabía
algo que nosotros no sabemos o conocemos ahora sobre la iglesia en Éfeso, o
tenía constancia de alguna clase de problemática relativa a determinadas
maestras en otros lares, o simplemente es una manera propia de gestionar la
iglesia. La mujer, en el culto público, tenía que escuchar atentamente y en
silencio, guardando todas las lecciones dadas en su corazón, y permitir que el
Espíritu Santo la moldease e hiciese madurar en la fe.
Sabemos que las
ansias que algunos de los miembros, tanto femeninos como masculinos, tenían en
cuanto a lograr cuotas de poder e influencia en la iglesia efesia, eran una
realidad. Pablo corta por lo sano, no con ánimo misógino o con rencor contra
las mujeres, como algunos quisieran ver en estos versículos, sino con la idea
de evitar mayores crisis dentro de la comunidad de fe. El dominio (gr. auzentein) de una mujer sobre un
varón no estaba bien visto en una sociedad patriarcal y ampliamente machista,
y, por lo tanto, con el matiz de una nueva humanidad en Cristo, la mujer debía
buscar su lugar en la escucha pública silenciosa (gr. hesichia) y en el sometimiento a los líderes que Dios escogía
para su iglesia.
3.
HERMANAS
PEDAGÓGICAMENTE INTEGRADAS
Pablo, con el fin
de remachar este mandato de sujeción, opta por retrotraerse al Génesis, y así
justificar su postura en cuanto a la enseñanza dentro de la iglesia y el rol de
la mujer cristiana en ella: “Porque Adán
fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer,
siendo engañada, incurrió en transgresión.” (vv. 13-14) El apóstol parece
inferir de su argumento que el tema de la educación cristiana pública es una
cuestión normativa porque emana de una realidad relacionada con la creación del
ser humano en dos géneros. Ordinalmente, Adán es creado en primer lugar, y luego
Eva es creada de la costilla del varón como ayuda idónea de éste. Eva aparece
en escena a causa de la soledad del varón y de la necesidad de auxilio y
relación con otros especímenes de su misma condición. ¿Esto es suficiente como
para apoyar el sometimiento y el silencio de la mujer en el aprendizaje
doctrinal de la iglesia? Algunos propondrían un discurso de complementariedad,
otros de igualdad, dado que en Cristo ya no existe el distingo del género. Pero
para Pablo este texto bíblico de Génesis da la clave para respaldar su
planteamiento en cuanto a la mujer en la iglesia.
Además, le
acompaña la idea de que Eva fue engañada por Satanás, y que el varón solo fue
engañado por el amor que profesaba a su estimada Eva, pero no por el maligno.
¿Es una insinuación de la debilidad de carácter de la mujer? Esta es una
interpretación puntual que podrían hacer algunos si quisieran excusar su
machismo. Sin embargo, somos conscientes de que la experiencia y la historia
nos demuestran que el varón también está sujeto, al igual que la mujer, a la
tentación y al engaño, venga de quien venga éste. En definitiva, para el
apóstol esta argumentación tenía sentido, y de ahí que signifique la clase de
comportamiento que la mujer debe seguir en determinados instantes del culto de
adoración a Dios.
Por último, Pablo
no quiere que la mujer se quede con el regusto amargo de ser una segundona, o
un ser humano de calificación inferior, tras sus palabras duras y rotundas
basadas en Génesis: “Pero se salvará
engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia.”
(v. 15) ¿Se trata de una exaltación de la maternidad femenina? ¿Pablo se
está contradiciendo a sí mismo cuando en otros lugares habla de la salvación
por gracia mediante la fe en Jesucristo, y no de la salvación por obras? Ni una
cosa ni otra. Es posible entrever aquí una apuesta paulina por una educación
maternal de los hijos en el hogar cristiano. Si no fuese así, surgirían una
serie de preguntas un tanto inquietantes: ¿Y qué ocurre con las solteras? ¿Y
con las estériles? ¿Qué pasa con aquellas que eligen no tener descendencia?
Pablo no se
refiere al hecho de ser madres como el único aspecto que realiza y satisface a
la mujer. Lo que el apóstol parece querer decir es que las madres pueden ser
maestras en su hogar, en lo privado, enseñando a sus hijos e hijas aquello que
previamente ha aprendido ella en la sesión eclesial comunitaria. Y esto no les
garantiza la salvación (gr. sozo),
claro está. No somos redimidos a causa de nuestras buenas acciones como educar
a nuestros retoños. Simplemente, educamos a nuestras familias en el seno del
hogar desde la permanencia en la fe, el amor y la transformación espiritual
gradual que opera el Espíritu Santo en nosotros, todo esto demostrado activamente
de forma modesta y humilde, sin estridencias de ningún tipo, tanto en el caso
de las mujeres como en el de los varones.
CONCLUSIÓN
Nuestros tiempos
han ido cambiando, la visión de la mujer y de su valor intrínseco ha sido
ampliamente transformada y la iglesia ha ido actualizándose de acuerdo a nuevos
conceptos, nuevas miradas de los efectos del evangelio en el ser humano, y
renovadas maneras de entender la iglesia. Dentro del mundo bautista hay formas
de entender el papel de la mujer dentro de la iglesia de lo más variopintas y
plurales. La tendencia bautista española habla de que la mujer, en tanto en
cuanto, es hija de Dios, hermana nuestra, colaboradora en el ministerio del
evangelio y poseedora de dones que el Espíritu Santo le ha dado en su gracia,
con una capacidad intelectual y emocional considerable, puede y debe enseñar
con humildad en la iglesia, puede y debe comportarse dignamente y sin impudicia
en las reuniones públicas, y puede y debe vestirse más con ornatos espirituales
que con ropas estrambóticas y que exceden aquello que es virtuoso, discreto y
modesto.
Nosotros siempre
respetaremos a aquel hermano o hermana que piense distinto, y jamás de los
jamases, convertiremos este tema en arma arrojadiza, en reproche o en causa de
conflictos y disputas. La mujer es imprescindible para entender la iglesia, la
edificación de los creyentes y la extensión del Reino de los cielos.
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