FUTILIDAD FINANCIERA
SERIE DE
SERMONES EN ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”
TEXTO
BÍBLICO: ECLESIASTÉS 2:1-11
INTRODUCCIÓN
¿Quién no ha
soñado alguna vez con ser multimillonario? Recuerdo que ya de niños, cuando nos
juntábamos la cuadrilla del barrio en un descampado de la montaña que se alzaba
junto a nuestros hogares, solíamos detener nuestros juegos, nuestras partidas
de cromos o de béisbol, o nuestras persecuciones taurinas, y nos tumbábamos
entre los altos tallos de la hierba verde que nos circundaba para realizar el
ejercicio imaginario de qué haríamos si nos tocase la lotería o la quiniela.
Cada uno de nosotros compartíamos nuestros deseos y sueños, manifestando con
ellos nuestros objetivos y prioridades en la vida por venir. Unos se comprarían
cochazos, otros adquirirían mansiones en lugares exóticos, otros montarían su
propia empresa, otros se irían a recorrer el mundo sin escatimar en gastos, y
la mayoría hablábamos de ayudar a nuestras familias y amistades sumidas en
alguna que otra crisis financiera. Soñar era gratis, y podías estirar el dinero
ganado a costa del azar hasta límites insospechados. Después de estos momentos
repletos de esperanza infantil y adolescente, despertábamos a la realidad que
se imponía para dejar que el curso de los acontecimientos siguiera adelante.
No sé si alguno de
estos amigos de la infancia llegó a ganar la lotería o la quiniela, porque el
tiempo va separando las sendas de las amistades y las circunstancias personales
dejan atrás relaciones y quereres, pero lo que sí he aprendido a través de la
vida de los grandes magnates, potentados y millonarios del mundo, es que el
dinero no puede comprarlo todo. Puede construir hasta cierto punto una
felicidad aparente, un sucedáneo de la satisfacción y de la alegría, una sombra
de lo que significa vivir plenamente la vida. Sin embargo, al igual que la
existencia humana, el dinero también es niebla, ya que hoy está, y mañana
puedes encontrarte en el albañal más miserable del mundo con los bolsillos
vacíos de posibles y el corazón vacío de esperanzas. La confianza en las
riquezas materiales puede llegar a paliar una serie de preocupaciones vitales,
tales como la comida, el vestido, el techo y la autorrealización vocacional, y
eso nadie puede discutirlo. No obstante, las finanzas crean otro conjunto de
preocupaciones y desazones como son la seguridad, la libertad de movimientos o
la desesperación cuando el dinero mengua a ojos vistas tras una fallida
inversión o una praxis contable de dudosa calificación jurídica y ética.
Podemos comprar muchas cosas con dinero, pero también el dinero se lleva
nuestra paz, nuestro deseo de sencillez y nuestras raíces.
No es poco usual
escuchar acerca de personas que pasaron de la pobreza a la riqueza en un
santiamén, y que no supieron gestionar correctamente sus ganancias, que
depositaron su confianza en contables de nebulosa catadura profesional y moral,
y que al final se volvieron locos de atar al no poder asumir nuevas realidades
que la abundancia material les proponían. La propaganda de loterías y sorteos
varios pintan la riqueza como algo sumamente deseable, que facilita mucho las
cosas en la vida, y que convierte en realidad muchos sueños. Pero la vida real,
aquella que se esconde tras los spots publicitarios, nos habla de problemas con
el fisco, de papeleos tremebundos y agobiantes, de complicaciones con amigos y
familiares que ayer no te daban los buenos días, y que ahora son adictos a tu
persona como fans enfervorecidos de tus mayores virtudes, por no hablar de que
los sueños a menudo se convierten en auténticas pesadillas sobre qué hacer con
el dinero, cómo invertirlo, en qué lugar poder depositarlo para que esté
seguro, o en la contratación de sistemas de vigilancia familiar para que nadie
secuestre al niño o al cónyuge pidiendo rescate. No hace mucho, Sol y yo vimos
una serie sobre el rapto de uno de los nietos de Paul Getty, uno de los más
acaudalados seres humanos de los años setenta, llamada “Trust.” Para el
patriarca de esta saga familiar, el dinero estaba incluso por encima de la
consanguinidad, por lo que el tiempo le retribuyó con una muerte solitaria y
penosa entre fracasos terribles en proyectos faraónicos que solamente querían
expresar el tamaño de su ego y cartera.
1.
EL
HEDONISMO SOLO ES NIEBLA
Salomón también ha
sido reconocido a lo largo de la historia como uno de los monarcas más ricos de
la antigüedad. Pero en su análisis personal de cómo administró esta abundancia
de capital humano, animal, científico y monetario, su conclusión se reduce a
desmentir la idea de que el dinero lo compra todo en esta vida: “Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te
probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí esto también era
vanidad.” (v. 1) En su juventud, al contemplar las innumerables cantidades
de oro, plata y piedras preciosas que iban engrosando su tesoro real, Salomón
decide dar una oportunidad al hedonismo más radical e ilimitado. Creía poder
encontrar la alegría y el gozo en las propiedades, en el dinero y en las
posesiones, cosa que después de milenios sigue siendo algo tan cierto como que
hay noche y día. Disfrutó de todo cuanto tuvo, de todas las sensaciones
placenteras que provee tener a su disposición todo aquello que pudiese comprarse
con dinero, de todas las emociones que provoca en el espíritu del ser humano
poder gastar como manirrotos en lo que se le pase a uno por la cabeza. Allí
creyó Salomón, en primera instancia, hallar la verdadera felicidad y el
auténtico sentido de la vida. Sin embargo, después de tener todo lo que el ser
humano puede adquirir financieramente, llegó a la terrible conclusión de que
todo esto era niebla. El hedonismo económico no logró satisfacer el hambre de
trascendencia de su alma.
Intentó rodearse
de personas alegres y risueñas para aplacar sus tristezas y desengaños, e
incluso compraría la compañía de los mejores humoristas, bufones y
equilibristas del mundo conocido, pero nada de esto le satisfizo: “A la risa dije: Enloqueces; y al placer:
¿De qué sirve esto?” (v. 2) La risa que surgía de la burla, del escarnio y
de la mofa se le antojaba parte de la locura de la humanidad, y la carcajada
fingida que pretendía levantar el ánimo abatido, solo era la pálida imagen del
vacío mental del ser humano. El placer se convirtió en un momento dado en algo
sin valor. Pasó de objetivo y fin, a ser un estorbo, algo vacuo y sin
sustancia, algo que demandaba una cada vez mayor dosis de deleite, sin terminar
de calmar la sed del espíritu humano, sin acabar de llenar el vacío existencial
que todos nosotros tenemos en nuestro interior. ¿De qué servía sentir placer,
si éste se esfumaba como la niebla, y solo dejaba un regusto amargo en la boca
y en el corazón?
En vista de que
nada de todo esto aplacaba su hambre espiritual, Salomón procede a tomar una
determinación de carácter investigativo sociológico y antropológico: “Propuse en mi corazón agasajar mi carne
con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad,
hasta ver cuál fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se
ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida.” (v. 3) No iba a
renunciar al placer que le procuraban las cosas materiales, pero ya no se
abandonaría en manos de la locura, el desenfreno y el frenesí. Ahora iba a
intentar ver la vida de las personas desde una óptica más sagaz, más
circunspecta, más seria. Deja las necedades y las tonterías en un rincón de la
experiencia, ya que en ellas no existe nada útil y enriquecedor. Dejaría a un
lado los enloquecidos divertimentos de la corte para asumir una conciencia
inquisitiva, científica y sapiencial. Quería averiguar en su observación de la
naturaleza, esencia y conducta humanas, qué motivaba a cada mortal para hacer
que su vida mereciese la pena ser vivida. Ocupa un lugar privilegiado entre sus
súbditos para adivinar en sus intenciones e intereses rudimentarios, la meta
que les movía a seguir sobreviviendo, a continuar respirando en un mundo cruel
e injusto.
2. UN
CURRÍCULUM IMPRESIONANTE
A continuación, el
rey Salomón realiza un inventario de aquellas actividades a las que dedicó su
tiempo, sus riquezas y sus empeños, no para vanagloriarse o para auto
ensalzarse delante de nadie, sino para demostrar que por muchas cosas que
atesores en este mundo, por muchos lujos con los que te adornes, y por mucho
afán de reconocimiento que uno tenga, todo se desvanece como niebla ante los
interrogantes que quedan sin contestar en la conciencia: “Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me
hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice
estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles.
Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión
grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en
Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de
provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los
hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y
aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto,
conservé conmigo mi sabiduría.” (vv. 4-9) ¡Menudo currículum tenía Salomón!
¡Cuán grandiosas fueron sus obras! ¡Qué espectaculares fueron sus bienes y
propiedades! Sin duda alguna, con la debida extrapolación temporal, Salomón
sería hoy un jeque árabe que no sabe ya en que emplear su dinero. Todo lo que
hizo lo hizo para su disfrute personal, para intentar satisfacer su hambre
espiritual, y ni siquiera la música, arte del cual es casi imposible carecer y
que alivia y canta los sentimientos del corazón, pudo responder a las
cuestiones existenciales que seguían percutiendo en su cerebro y en su
espíritu. Lo tuvo todo, y todos reconocieron en él a un ser superior y digno de
ser respetado y honrado, y ni esto logró aminorar su ansiedad vital. Conservó
su buen juicio y su discernimiento para ser excelente en todos los campos en
los que centró su atención, pasión y búsqueda, y, no obstante, seguía a oscuras
en lo que al auténtico sentido y propósito de la vida se refería.
Salomón considera
que su equivocación siempre estuvo en que persiguió siempre aquello que deseaba
para sí mismo, para su disfrute, para colmar sus pasiones más profundas y
desenfrenadas. No vaciló en ser testigo de primera mano de todo lo que
acontecía a su alrededor, tanto de aquello que era hermoso y bello como un
atardecer o como la danza de una bailarina al son de una tonada exquisita, como
de aquello que haría estremecer de repugnancia y asco a cualquiera, como la
tortura de un ser humano o el efecto devastador que sobreviene cuando la maldad
vence a la justicia: “No negué a mis
ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque
mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena.” (v.
10) No se prohibió nada a sí mismo. Dio rienda suelta a su curiosidad
morbosa y a su anhelo por mejorar las cosas. Todo aquello que quiso contemplar,
estuvo a su inmediato alcance, y todo aquello que su engañoso corazón quiso
probar en un hedonismo sin parangón, fue catado sin escrúpulos ni pereza.
Supuso que después de haber realizado obras sobresalientes y de haberse
encumbrado por encima del resto de los mortales con sus riquezas incontables,
todo le estaría permitido y el trabajo ciertamente justificaría cada uno de sus
actos, fuesen deplorables o amables. Exprimió cada momento, cada recurso y cada
ocasión para recompensarse a sí mismo con prácticas poco recomendables e
impropias de un siervo de Dios.
3. NUESTRAS
OBRAS EGOÍSTAS SON NIEBLA
Al final, después
de convertirse en un referente universal del hedonismo y de sacarle el jugo a
sus amplias riquezas, Salomón es capaz de recobrar una mirada panorámica más
extensa del alcance de sus actos, sueños y pensamientos: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo
que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y
sin provecho debajo del sol.” (v. 11) Ya vimos que sus proyectos fueron
increíbles y esplendorosos en su factura, y que su ardua labor requirió de años
y años de planificaciones, de recaudaciones y de reconsideraciones. Sin
embargo, todo lo hecho y todo el esfuerzo empleado solo eran niebla. Sus
ambiciones personales fueron una manera inútil de perder el tiempo y las
fuerzas. Sus ansias de reconocimiento solo le granjearon problemas, críticas y
penurias. Nada de lo que hubiese participado en años tenía sentido, ni ayudaba
a encontrar la respuesta a su necesidad espiritual. Solamente hay que mirar a
la historia y al pasado para descubrir que nada o muy poco del reinado de
Salomón ha quedado en pie, en la memoria de las gentes, o en las crónicas
bibliográficas. Era consciente de que sus formidables edificios, servidumbres,
rebaños, músicos y demás cosas, solo eran niebla que se esfuma en el eco de la
historia futura.
CONCLUSIÓN
Nada de lo que
pudiese comprar el dinero, consiguió llenar el vacío de su corazón. Y nada de
lo que nuestra sociedad mercantilizada y consumista quiere inocular en nuestra
espiritualidad, podrá satisfacer nuestra falta de Dios. Tenerlo todo en este
mundo y carecer de Dios supone el mayor desastre que se puede sufrir. Pablo,
hablando con Timoteo, ya hizo referencia al peligro de depositar la confianza
en el dinero: “Pero gran ganancia es la
piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y
sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos
contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y
lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en
destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero,
el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de
muchos dolores.” (1 Timoteo 6:6-10)
El mismo Jesús
nos advierte de la falsa seguridad que algunos creen recibir del materialismo: “Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda
avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes
que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre
rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré,
porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis
graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes;
y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años;
repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a
pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para
sí tesoro, y no es rico para con Dios.” (Lucas 12:15-21) Quien tenga oídos
para oír, que oiga.
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