¿CERRADO POR VACACIONES?




       Tras un año repleto de esfuerzo, tesón y grandes dosis de trabajo, llega al fin el veranito con su sol radiante, las brisas estivales y las merecidas vacaciones, para el que las tenga, claro está. Los horarios estrictos, la puntualidad inglesa y las cronometradas jornadas laborales y estudiantiles quedan atrás, mientras la gente respira con fruición y deleite un aire que parece más puro y lleno de posibilidades. Los ahorros de meses y meses hincando el lomo o encerrados en despachos lúgubres ahora son puestos a disposición del ocio, el entretenimiento y la diversión. La mente se airea, las ideas fluyen con mayor facilidad, y los cuerpos se desprenden de una capa gris de deberes y obligaciones diarias. 

       Los coches se atiborran de maletas, de gritos infantiles, de quejas del conductor, y de peleas con el GPS. Las gafas de sol y el bronceador sustituyen a los uniformes y a los maquillajes de compromiso. En definitiva, y más allá de algún percance de última hora, todos emigran a latitudes más benévolas con el tiempo, y los que odian el calor sofocante del verano se van al norte, y los que quieren ponerse morenos cual pincho moruno o espeto de playa, se van al sur. Los accesos a lugares turísticos típicos se atascan por un tráfico voraz de llegar lo antes posible a destino, y los comercios y negocios se frotan las manos esperando una gran temporada.

    Esto de las vacaciones es una formidable manera de escapar de la monotonía cotidiana, de los berrinches con el jefe de turno, de las agendas esclavizadoras, del ritmo laborioso que procura el día a día, de las presiones habituales que colman en muchas de las ocasiones, la paciencia del más pintado. Las vacaciones son un gran invento si son pagadas, y lo son menos, si son obligadas por la coyuntura económica y laboral, pero al final, sea que te vayas a Torrevieja, a Bermeo, a A Coruña o al pueblo para reunirte con tus raíces y tradiciones, lo cierto es que las vacaciones no están nada, pero que nada mal. 

      En muchos sentidos, las vacaciones estivales proporcionan el relax y el descanso deseados, y nadie quiere renunciar a ellas. Olvidarse por un tiempo de los deberes de todo tipo, esquivar durante una temporadita las llamadas insistentes del supervisor o del director, y poder leer ese libro que tenías apartado en dos o tres días, son sensaciones impagables que el cansado operario o el fiel estudiante aprecian de un modo inenarrable.

     La palabra “vacaciones”, es un plural latino que proviene del vocablo “vacatio”, y que se relaciona al descanso de una actividad habitual y a la suspensión temporal de las obligaciones. Estas vacaciones que hoy día pueden saborear un mar de personas en España y en otros muchos países del mundo, son un derecho conquistado por los trabajadores desde principios del siglo XX, y favorece, según los expertos, la productividad laboral, la higiene mental y la revigorización corporal del trabajador. 

       En su sencillez, las vacaciones tal vez aporten tales beneficios, aunque con la consiguiente aparición del turismo y del desarrollo de un sector de servicios propiamente vacacional, a veces este tiempo de asueto se puede convertir en una tortura china para el bolsillo y la economía familiar, y de ahí que desde no hace mucho se hable del estrés post-vacacional, aquel que escenifica tanto el impacto del cambio de dinámica, como el saber que tienes que seguir pagando las vacaciones a plazos.

      Como hemos dicho, las vacaciones son una maravilla, y sin embargo, en aquello que nos atañe como creyentes en Cristo, parece ser que también mucha gente aspira a ejercitar el escapismo eclesial o la huída espiritual en cuanto ven en lontananza los primeros destellos de las vacaciones. A veces, en mi humilde experiencia como cristiano, he contemplado meditabundo cómo existen comunidades de fe que prácticamente cierran por vacaciones, ya que la congregación queda en cuadro en los calurosos meses veraniegos. Esto puede pasar, por supuesto, porque los miembros que se van de vacaciones viajan a otros lugares de la geografía española y europea, y esto es de lo más lícito. Todos merecen sus vacaciones, y los templos pueden quedar desangelados, y determinados servicios cúlticos tienden a ser suspendidos hasta bien entrado septiembre. 

       La cuestión es si los que nos vamos de vacaciones lo hacemos pensando también en suspender temporalmente nuestra espiritualidad y nuestra comunión diaria con el Señor. ¿No hay personas que justifican su ausencia de cualquier asistencia a una iglesia cristiana evangélica durante sus vacaciones, estén donde estén, porque ahora es el momento de velar por sus propios asuntos? ¿No existen congregaciones que como ven que su pastor o pastora, o algunos de sus diáconos, se marchan para encontrar solaz en un entorno distinto al eclesial, se sumen en un estado de letargo realmente preocupante?

      He decidido acuñar un nuevo término, salvando el respeto que me merece el vocabulario castellano, que puede ayudarnos en estos meses tórridos de verano para no perder de vista un hecho palmario que todos conocemos, y es que Dios no se va nunca de vacaciones. Esperemos que nunca lo haga, porque al primer milisegundo de que pudiese ocurrir esto, dejaríamos de existir. La palabra novedosa que aporto es la de “vacacciones.” La razón de este atropello léxico es la de elaborar un plan devocional y espiritual práctico y activo mediante el cual no nos escaqueemos de nuestro deber y nuestra obligación, y añadiría placer y privilegio, que es no dejar de congregarnos con otros hermanos, y no bajar la guardia en nuestra disciplina de estudio y reflexión bíblica. 

       La lista de “vacacciones” para un verano y unas vacaciones inteligentes y sensatas en el plano espiritual, es la siguiente:

-          Planifica tus vacaciones teniendo en cuenta siempre un tiempo diario que pasar con Dios, y no olvides tu biblia al hacer el equipaje.

-          Consulta antes de viajar a otro lugar si en esa localidad o en otras ciudades aledañas existe una comunidad de fe evangélica con la que puedas congregarte junto con tu familia al menos los domingos.

-          Cada pocos días ponte en contacto con algún hermano de tu iglesia que no se haya ido de vacaciones para estar al día de la actualidad de lo que ocurre en tu congregación, a fin de estar siempre preparado para orar por las necesidades que vayan surgiendo, y para comunicar tus peticiones más inmediatas a tus hermanos.

-          Entre sol y sombra, aprovecha para reflexionar sobre la creación de Dios donde te encuentres, y déjate asombrar por cada paisaje, amanecer o atardecer que Él te prepara cada día.

-          No descuides tu testimonio personal pensando que como estás en las antípodas de tu localidad, puedes comportarte como no lo harías allí.


-          Aprovecha cualquier ocasión en la que charles con personas que acabas de conocer para manifestar tu carácter cristiano y tu fe en Cristo.

-          Disfruta de las cosas buenas que trae el verano, pero sin abusar demasiado de ellas.


-          Echa una mano al que lo necesite y no te escudes en que cada palo aguante su vela, ya que una acción de servicio misericordioso solo te reportará una mayor satisfacción y dará más sabor a las vacaciones.

-          Desconéctate de las redes sociales y de los móviles, intenta hacerte pocos selfies, y empápate de cultura, tradición y relaciones sociales reales.

    Estas son mis propuestas de “vacacciones” para cada creyente, aunque seguro que podréis encontrar e idear otras muy buenas y enriquecedoras. Si tenéis vacaciones, mi deseo es que las exprimáis al máximo sabiendo que Dios siempre nos acompaña vayamos donde vayamos. Pero nunca colguéis en vuestra vida devocional el cartel de “Cerrado por vacaciones”, puesto que os perderéis bendiciones inmensas de parte del Señor y el disfrute de este tiempo necesario ya no será el mismo.

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