DISFRUTAR LA VIDA SEGÚN DIOS




SERIE DE SERMONES EN ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”

TEXTO BÍBLICO: ECLESIASTÉS 2:24-26

INTRODUCCIÓN

      Si tuviésemos que preguntar a un buen número representativo de nuestra sociedad occidental, qué significa disfrutar de la vida, obtendríamos tantas respuestas como individuos componen esa muestra sociológica. En un reciente estudio sobre las actividades que favorecen e identifican una vida disfrutada al máximo en 39 personas, este es el “top ten” que resulta:

1. Casarse en Las Vegas
2. Bucear con tiburones
3. Surfear en Hawai
4. Viajar en un jet privado
5. Salir con una modelo
6. Apostar en Montecarlo
7. Estar de fiesta en un yate de lujo
8. Hacer paracaidismo
9. Escalar el Everest
10. Tener una aventura sexual

     Dado el resultado, podríamos decir sin ambages, que yo mismo soy una persona que no está exprimiendo la vida al máximo para disfrutarla según los parámetros anteriormente enumerados. Claro, si tenemos en cuenta la ética y la moral que subyace en los mandamientos de Dios, es poco probable que contraiga matrimonio con una desconocida en una ciudad creada para el hedonismo más perverso y al día siguiente me divorcie de ella como si cualquier cosa; es prácticamente imposible que sea tan idiota como para sumergirme en un entorno infestado de escualos con dientes afilados como navajas de Albacete, tan loco como para dejar que el mar me sepulte con toneladas de agua salada en una ola de cinco o seis metros en Hawai, o que me tire en paracaídas desde un avión a miles de metros del suelo, o que suba a la cima de una de las cumbres que más personas ha visto morir congeladas, en aludes o en despeñamientos. Por no hablar de que viajar en un jet privado no es que me entusiasme, o salir con una top model para dar envidia al mundo por mi buena suerte no es mi meta en la vida precisamente, o gastarme lo que tengo y lo que no tengo en el blackjack o en la ruleta. Y lo de emborracharme y drogarme en un sarao en alta mar en un yate lujoso, va a ser que no, porque quien busca, encuentra, y tras la resaca nunca sabes qué te vas a encontrar al día siguiente. De lo de tener una aventura sexual al margen del matrimonio ya ni hablamos, porque significaría romper lazos con la fidelidad debida a mi querida y bella esposa, y eso es impensable.

     Si recorremos la mirada por estas actividades, presuntamente necesarias para entender cómo vivir una vida más plena, según determinadas personas encuestadas, y que se ciñen demasiado al pensamiento que mucha gente tiene de pasárselo bien y aprovechar cada momento, lo cierto es que prefiero mantenerme al margen de este tipo de ejercicios, gustos y deseos por la cuenta que me trae. Todo parece interesante, increíble, sumamente deseable, atractivo y sugerente si nos limitamos a la literalidad y a la acción inmediata de este top ten. Pero nadie habla de las consecuencias que estas actividades acompañan en el medio y largo plazo. Nadie habla de problemas con la justicia, de ser carne picada en el océano, de convertirse en un amasijo de huesos y carne destrozados en el fondo marino o en una momia congelada en la ladera del Himalaya, de estamparse por un fallo en el paracaídas en cualquier descampado del mundo, de ser considerado un pervertido, de perderlo todo en juegos de azar, de caer en un coma etílico o en una sobredosis por consumo de estupefacientes en la cubierta de un yate, o de recibir la paliza de un esposo engañado y la carta de divorcio de tu cónyuge cuando te pilla en tu infidelidad. De eso no hablemos, porque si no, se pierde la magia de la aventura, de la adrenalina y del disfrute pleno de la vida.

1.      DIOS NOS REGALA EL DISFRUTE DE LA VIDA

     Salomón, aunque se muestre un tanto pesimista acerca de la vida, no quiere cerrar la puerta a que el ser humano sea feliz. Claro que el hombre y la mujer pueden alcanzar cierto grado de satisfacción en esta dimensión terrenal. Pero esta realización no acabará nunca de ser plena a menos que el corazón humano no esté sintonizado con el de Dios. Las riquezas, el conocimiento y los placeres demostraron no ser suficiente como para llenar el ansia espiritual del rey Salomón. Pero esto no quita que nos quiera dejar un resquicio para disfrutar convenientemente de lo que la vida nos ofrece, del trabajo de nuestras manos y de los anhelos del espíritu: “No hay cosa mejor para el hombre, sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios.” (v. 24) Lo único bueno que tiene vivir, no son las ansias de aventuras, las ambiciones desmedidas, el orgullo sin límites o tener una base de datos en el cerebro que nos permita saberlo todo de todo. Es la sencillez y la humildad. Con todo lo que tuvo, poseyó e hizo Salomón, reconoce que no hacen falta tantas cosas para ser feliz. Comer, beber y trabajar con alegría, ese es su resumen de saber disfrutar la vida. 

      Satisfacer las necesidades básicas de alimento ya nos ofrece la oportunidad de hacer el resto de cosas. Tenemos para comer, lo suficiente como para abastecer nuestro cuerpo de nutrientes, y tenemos para beber, lo bastante como para seguir respirando y gozarnos junto a los demás comensales de una sobremesa fraternal. Sin excesos, ni menguas; sin dar lugar a la glotonería o a la ebriedad; sin despotricar contra Dios porque quisiéramos ponernos las botas de lo que más nos agrada, y sin deslizarnos al distorsionado mundo del alcoholismo, y sin dejar de agradecer a Dios por las bendiciones y la provisión diaria de pan y vino. ¿Acaso no es uno feliz mientras come, mucho o poco, en compañía de su familia y de sus amigos? Mi madre, la cual supo lo que era vivir de la beneficencia en tiempos difíciles y críticos en los años 80, siempre nos animaba mientras comíamos juntos contando historias jocosas y divertidas, provocando la carcajada y la risa mientras degustábamos lo que Cáritas nos daba, e inevitablemente nos decía lo siguiente: “Seremos pobres, pero ¿y lo que nos reímos?” El contentamiento material produce sencillez y humildad en el corazón del ser humano que reconoce en Dios a la fuente de su fortuna, y nos ayuda a saber vivir en cualquier circunstancia con una sonrisa en el rostro y con la confianza de que Dios siempre proveería a sus hijos.

     En cuanto al trabajo, todos conocemos la realidad laboral en la que nos estamos moviendo en estos tiempos tan inciertos para aquellos que tienen empleo, y tan duros para aquellos que lo buscan infructuosamente. No todos los trabajos son fáciles, ni nos provocan al disfrute del desempeño de los mismos, ya que la supervivencia ahora es la máxima prioridad de muchas familias. No todos los empleos son ciertamente agradables, ni con jefes precisamente afables y comprensivos, ni tienen condiciones muy saludables, y económicamente, los sueldos no se equiparan al coste de la vida que se impone en el día a día. Ser feliz o estar contentos en un trabajo ya no es imperativo. Lo importante es trabajar para subsistir. Afortunados son aquellos cuyo empleo se conecta a la perfección con su vocación profesional y con sus sueños. No es sencillo hacer de tripas corazón y querer ver un determinado puesto laboral como una bicoca de la que disfrutar plenamente, cuando éste es prácticamente una actualización de la esclavitud o la explotación. Pero, incluso en ese trabajo en el que desempeñas una función, puedes hallar hasta cierto punto una cuota de felicidad si piensas en el bien que haces a aquellos que dependen de ti, y si contemplas tu situación laboral como si estuvieras trabajando para el Señor y no para los jefazos o los directivos. Ver el trabajo como un regalo de Dios es la mejor manera de aprender a disfrutar la vida según los cánones celestiales, y pensar en que, cuando estemos en su presencia, todos nuestros trabajos pesados y gravosos serán niebla y recuerdo, ha de animarnos a seguir adelante, incluso cuando vemos cómo se conculcan muchos de los derechos de los trabajadores.

2. UNA PREGUNTA CON DOBLE SENTIDO SOBRE EL DISFRUTE DE LA VIDA

      Salomón, para remachar la idea de que lo que el ser humano necesita para valorar y disfrutar correctamente la vida, se hace una pregunta a sí mismo: “Porque ¿quién comerá, y quién se cuidará, mejor que yo?” (v. 25) Esta es una pregunta con trampa. Podemos tomarla desde dos ángulos de vista. El primero puede ser el de que Salomón quiere entender que solo la persona sabe qué es lo que mejor le sienta y conviene. Tú y yo sabemos lo que nos agrada en cuanto al comercio y al bebercio. Si se nos presenta un plato que no nos hace gracia, lo hacemos saber, a menos que seas tan cortés como para tragarte algo que aborreces por pura cortesía. Si una bebida no nos sienta bien, lo ponemos en conocimiento de aquel que nos la presenta, porque ya sabemos cuál es nuestro aguante y nuestro paladar ya está amaestrado para degustar lo que se ajusta a nuestros apetitos. Yo sé lo que me gusta, aunque sepa en el fondo que no me conviene. Yo sé lo que me conviene, dado que, por experiencias pasadas, tengo en cuenta el resultado que determinados alimentos y bebidas han logrado en mi organismo. Si nos atenemos a esta idea, ¿quiénes mejores que nosotros mismos para cuidarnos con mayor esmero y detalle?

    La otra perspectiva que surge de esta cuestión es la de considerarla como un sarcasmo o ironía dada la trayectoria vital de Salomón en cuanto a sus hechos y afanes de disfrute. De alguna manera, Salomón puede estar reconociendo que solo Dios sabe a la perfección cómo cuidarnos y cómo alimentarnos, y que nosotros, pobres e insensatos mortales, no tenemos ni idea de aquello que más nos conviene en cada caso. La respuesta a esta pregunta sería que únicamente Dios puede ofrecernos las herramientas y recursos necesarios para disfrutar de la vida plenamente, regalarnos dadivosamente el alimento y sustento, protegernos de nosotros mismos y nuestras malas decisiones en la vida, y cuidarnos con cariño y firmeza cuando queremos alimentar cada parcela de nuestro ser con cosas dañinas, perniciosas y destructivas. Dios nos conoce de pies a cabeza, mejor incluso que nosotros a nosotros mismos, y en su omnisciencia tiene la capacidad de guiarnos a sacar el mayor partido de nuestra vida desde la simplicidad y la sencillez del corazón, y desde la obediencia a sus mandamientos.

      Fuese lo que fuese, lo que de verdad nos interesa de la propia experiencia vital de Salomón, es que el disfrute material y el cuidado integral de la persona no puede alcanzar la cota más alta sin la intervención, providencia y gracia del Señor. Nuestro cuidado egoísta solo es negligencia y autoindulgencia, autodestrucción y carpe diem. Vivir únicamente para el placer de hoy solo nos llevará al dolor de mañana, y pretender disfrutar del presente sin ataduras ni límites morales, desafortunadamente solo nos provocará amargura, depresión y frustración. Tal vez catemos las mieles que nos proporciona la satisfacción de nuestros deseos más desenfrenados, pero las hieles del resultado de nuestra insensatez nos harán olvidar por completo que una vez fuimos felices durante un instante efímero. Haríamos bien en recordar las palabras de Jesús en el evangelio según Juan, y de este modo encauzar nuestras existencias hacia una vida eterna que ya empieza aquí para aquellos que creen en él: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” (Juan 6:27) Solo Cristo nos puede cuidar y alimentar para vivir plenamente en el presente con la mirada puesta en la eternidad.

3. DOS MANERAS DE ENTENDER EL DISFRUTE DE LA VIDA

      Ante la realidad de que es posible disfrutar de la vida que Dios nos regala, Salomón contrasta dos tipos de personas que, en un principio, desean exprimir cada segundo y cada latido del corazón: “Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.” (v. 26) Por un lado, tenemos a aquella persona que cumple con la voluntad de Dios, agradándole en todo cuanto emprende, y, por otro lado, tenemos al pecador, a aquel que desdeña los designios del Señor y vive solo para sí mismo, incurriendo en rebeldía flagrante ante el cielo. Aquel hombre y aquella mujer que descansa en la gracia de Dios, recibe tres dones primordiales para poder saber encontrar sentido a la vida: sabiduría, ciencia y gozo. El creyente en Dios obtiene de éste sabiduría, esto es, la capacidad de caminar por la senda de la vida sin tropezar, sin apartarse de los mandatos de Dios ni a izquierda ni a derecha, logrando el éxito en cuanto pone su corazón, y preservando su vida de los peligros y amenazas que surgen de la desobediencia y la imprudencia. Además, recibe de lo alto la habilidad de emplear su experiencia vital para discernir cualquier intención del corazón, para discriminar entre el bien y el mal, y para recordar los efectos que el pecado causa en aquellos que se descarrían en pos de sus anhelos marchitos y enfebrecidos. Para dar mayor color a la sabiduría y a la ciencia, el Señor ofrece a sus hijos una alegría inacabable, un espíritu exultante que siempre agradece a Dios las bondades y virtudes benditas de los que son objeto.

     El sendero de los pecadores, sin embargo, es muy distinto. Empeñados en cuestionar la Palabra de Dios, obcecados en sus posiciones egocéntricas, y cegados por los atractivos aparentes que el pecado, el mundo y Satanás ponen delante de sus narices, su sino es trabajar como mulos haciendo y deshaciendo, sembrando y recolectando, amasando fortunas y ahorrando para dar rienda suelta a sus deleites engañosos. No existe sabiduría en ellos, puesto que tropiezan y se tambalean con sus malas decisiones, poniendo en riesgo sus vidas y las de sus familias, exponiéndose a la debilidad y a la muerte de manera continua. La ciencia no es parte de su ecuación existencial, ya que, aunque la experiencia les diga que por ahí no se va, que la misma piedra en la que tropezaron sigue estando en su camino, volverán a caer estrepitosamente y no dudarán en sufrir las mismas dramáticas consecuencias que en el pasado ya padecieron. El gozo huirá de su presencia, y aunque la risa y la alegría que le proporcionan los placeres momentáneos puedan darles un poco de cuartelillo en medio de la miserable vida que han escogido vivir, la pena y la tristeza los acompañarán en el trabajo duro y los desvelos de sus tareas cotidianas. Al final, todo aquello que con tanto esfuerzo se labraron, se desvanecerá como la niebla, y otros se encargarán de disfrutarlo a costa suya. No existe mayor dolor que tener que considerar que uno ha dado todo de sí mismo, que ha invertido cada gota de sudor y sangre en un objetivo en la vida, y que tiene el espinazo partido en dos, y un buen día viene un extraño y advenedizo y se queda con ello. Así es la vida del que no confía en Dios y en su salvación, del pecador que no se arrepiente ni confiesa sus culpas delante de su presencia perdonadora.

CONCLUSIÓN

      ¿Sabes cómo disfrutar de la vida? No hablo de pasar buenos ratos, o de tener una dinámica vital más o menos tranquila y sin sobresaltos, o de vivir aventuras como las del “top ten” de la introducción de este sermón. Hablo de vivir de verdad, de ser llenos del Espíritu Santo, de recibir de Dios sabiduría, discernimiento y alegría a raudales, de contemplar cada día desde la perspectiva de Cristo. Tal vez, materialmente hablando, tienes satisfechas la mayoría de tus necesidades diarias, pero ¿qué me puedes decir de tu alma? ¿Qué puedes decirme de tu vida espiritual? ¿Podrías decir que eres feliz y que cada jornada que amanece tu corazón está lleno del amor y la gracia del Señor? 

       Si no puedes decir que tu vida es satisfactoria, ¿no será que te has alejado de la fuente de la vida, de la alegría, del amor y del perdón de tus pecados? Reconcíliate delante de Cristo en este día, y recupera para ti y para los que viven contigo una visión completamente distinta de lo que significa disfrutar de la vida según Dios.

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