NOÉ: FE Y FIDELIDAD





SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “VOLVAMOS A LOS FUNDAMENTOS”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 6:9-22

INTRODUCCIÓN

      Permanecer fiel en medio de una sociedad que aplaude y alaba al mentiroso, al “listo”, al engañador y al que medra  a costa de los demás, es harto difícil. Durante los tiempos de bonanza y prosperidad económica propiciadas por el boom inmobiliario y de las licitaciones de obras públicas, muchos eran los que decían, ya sin tapujos ni vergüenza, que ya que muchos robaban a manos llenas, ellos no iban a ser menos que ellos. Si a la picaresca propia de la mentalidad española le añadimos la oportunidad de ser deshonesto en el manejo de caudales públicos, no podemos pedir al ser humano político que deje de meter sus zarpas en lo que es de todos, porque va en contra de los dictados de un corazón cegado por la ambición, la avaricia y el afán de poder. Si a esto sumamos todo un mundo de violencias, de crímenes escalofriantes, de matanzas crueles y atroces, de conflictos a causa de las ideologías, de aficiones a un club deportivo que se destripan en un visto y no visto, del racismo abierto que apalea sin misericordia a inmigrantes, de bandas callejeras que amedrentan a toda una ciudad, de mercenarios y sicarios que sirven al mejor postor por cuatro perras gordas, el plato caliente de la corrupción y de la perversión está listo para degustarse sin visos de rechazar su sabor amargo y sangriento. La gente suele preguntar, erróneamente a mi entender, que porqué Dios permite que los genocidios y las violaciones sucedan. La cuestión debería reformularse del siguiente modo: ¿Qué clase de criaturas somos los seres humanos para causar y permitir que la maldad en todas sus expresiones suceda?

    Se dice que el siglo XX fue el siglo más violento de la historia. Yo creo que este en el que nos hallamos ahora mismo no parece encontrar freno a la corrupción política, civil, económica, sexual, religiosa y ecológica. Tal vez el ser humano ha logrado avances y progresos en términos científicos y tecnológicos, pero de lo que no cabe duda es que en lo que atañe a la parcela moral y ética, la regresión es cada vez más real y evidente. Abramos un periódico digital o veamos los titulares de un telediario. Macabros y morbosos crímenes se suceden uno tras otro entre juicios a funcionarios de la administración del Estado por cohecho y prevaricación, latrocinio y secuestros incomprensibles, y la locura desatada de personas en eminencia que están a punto de mandar al garete el mundo en el que sobrevivimos. Los cristianos, recogiendo el hilo de lo que sucede a su alrededor, no parece que alberguen muchas esperanzas de que la humanidad en general esté por la labor de cambiar para bien. Todo lo contrario. Sé que hay muchos intentos por reinsertar a delincuentes recurrentes y empedernidos, pero si Cristo no forma parte de la integración futura en la sociedad, nada habrá de cambiar. El ser humano se despeña por el acantilado oscuro de la perdición y la autodestrucción, y las estrategias humanistas por recuperar la presunta bondad inherente al mortal común, son ímprobas.

1.      INTEGRIDAD Y FE DE NOÉ

     Noé tuvo que sobrevivir en medio de una generación tan perversa y que provocaba de tal manera a Dios con su refinamiento del pecado, que estaba a punto de ser aniquilada por completo. La diferencia de criterio entre una humanidad sumida en la oscuridad de sus transgresiones e iniquidades y Noé era algo que el autor bíblico se ocupó de reseñar: “Estas son las generaciones de Noé: Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé. Y engendró Noé tres hijos: a Sem, a Cam y a Jafet. Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra.” (vv. 9-12) Se nos dice en primer lugar, que a diferencia del mundo que lo rodeaba, Noé era un hombre justo. Pedro nos ayuda a comprender esta marca de carácter: “(Dios) no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos.” (2 Pedro 2:5). Ser justo implica obrar según la justicia de Dios, comportarse íntegramente en un entorno en el que esto no era ni atractivo ni práctico. La honestidad de Noé contrastaba notablemente con la deshonestidad de sus congéneres, y su honradez era un oasis en medio del desierto de mentira, robo y falsedad que corrompía la sociedad de sus días. La justicia de Noé era lo suficientemente llamativa como para que Dios se fijase en él en su gracia y misericordia. Su ejemplo de vida brillaba en la negrura de las tinieblas y la depravación, y su testimonio hablaba a gran voz sobre la justicia que Dios demandaba del ser humano.

       Además se nos dice que era perfecto. No se trata de una perfección total y completa, ya que esto haría que su carácter fuese igual al de Dios, sin defectos ni manchas. Noé pecaría como ser mortal que tiende a inclinarse al mal, pero lo que haría de él alguien distinto al resto de sus conciudadanos era su confianza en el perdón que Dios le dispensaba tras el arrepentimiento y la confesión de sus pecados. Se acercaba a la perfección exigida por Dios de tal manera, que halla agrado ante los ojos del Señor. La tierra, por el contrario, estaba plagada de corrupción y pestilencia, de violencia y agresividad, de ira y rencor, de muerte y venganza. No era este el mejor marco en el que desarrollar una existencia plenamente dedicada a cumplir a carta cabal las órdenes de Dios, alguien al que habían olvidado todos los habitantes de la tierra.

       Y en tercer lugar, Noé, al igual que Enoc, su antepasado, del que oiría hablar a sus padres y abuelos, caminaba con Dios. Su vida era una vida de obediencia y acatamiento de la voluntad de Dios, algo que sin duda le granjearía alguna que otra burla por parte de sus vecinos, dado que lo que primaba en la generación adúltera contemporánea a Noé era implicar todo el ser en cometer maldades y delitos sin nombre para sobrevivir. Caminar con Dios suponía tener comunión diaria con Él,  bebiendo de sus palabras, creyendo en sus propósitos y confiando en sus designios. Es precisamente en uno de estos paseos devocionales junto a Dios donde conoce de primera mano lo que Dios tiene preparado para la humanidad perdida en su egocentrismo: “Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra.” (v. 13). El Señor, en confianza, comunica a un espantado, pero comprensivo, Noé que iba a raer de la faz de la tierra a sus criaturas, las cuales estaban colmando el vaso de paciencia con sus obras infames y viles, con sus palabras obscenas y reprobables, y con sus pensamientos tenebrosos y tendentes a infligir dolor a sus iguales. Como diría César al cruzar el río Rubicón para enfrentarse a sus enemigos, “Alea jacta est”, “la suerte está echada.” Nada podría detener el juicio sumario de Dios ni su mano terrible. ¿O sí?

2. EL ARCA DE LA SALVACIÓN

      En consideración a Noé y a toda su familia, Dios derrama de su gracia y compasión sobre su creación encomendándoles una tarea misteriosa, colosal y, hasta cierto punto, asombrosa: la construcción de un gran barco de madera que los salvaría del cataclismo mundial que se avecinaba en el horizonte, la tobah: “Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera. Y de esta manera la harás: de trescientos codos la longitud del arca, de cincuenta codos su anchura, y de treinta codos su altura. Una ventana harás al arca, y la acabarás a un codo de elevación por la parte de arriba; y pondrás la puerta del arca a su lado; y le harás piso bajo, segundo y tercero.” (vv. 14-16). Una tradición judía nos habla de un Noé enfrascado y ocupado en la construcción de este mastodonte flotante, y siendo diana de los sarcasmos, insultos y burlas de sus coetáneos. Levantar en un terreno un astillero en el que ir dando forma a este arca descomunal que tenía 156 metros de longitud, 26 metros de anchura, 20 metros de altura y una capacidad de unos 70000 metros cúbicos, sería un espectáculo digno de ser visto, y seguramente, haciendo un alarde de imaginación, muchos tacharían a Noé y a su familia de hatajo de locos. 

    La madera empleada era el gofer, especie arbórea que se supone es similar al cedro, al ciprés o al pino por sus características resinosas. Debía ser una madera resistente y hasta cierto punto impermeable para salvar las violentas sacudidas de las olas e impedir la entrada del líquido elemento. Para ayudar en esta función, Noé y su familia deberán calafatear con brea, por dentro y por fuera, todo el casco del arca. El calafateo consiste en  introducir entre dos tablas del casco de madera una combinación de estopa de cáñamo embebida en brea a fin de evitar la entrada de agua. Esta tarea garantizaba la estanqueidad del arca, dadas las propiedades impermeabilizantes de la brea, betún o asfalto, kofer en hebreo. La corteza de árboles y arbustos se cortaba para producir incisiones por las que después fluiría la resina. Tras unos años, estos árboles eran talados, cortados en trozos pequeños y almacenados para producir brea con que poder impregnar las juntas de los tablones de madera de gófer. El arca tenía una planta baja con dos alturas más sobre las cuales se abrió una sola ventana acompañada de una puerta por la que dar entrada a sus moradores durante el diluvio universal. Esta magna obra seguramente requeriría de un gran lapso de tiempo, junto con una serie de útiles y materiales que debían costar un buen dinero a Noé.

     El Señor vuelve a reiterar su plan de devastación de todo cuanto viviese sobre la faz de la tierra: “Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá.” (v. 17). Aquí ya anuncia el modo en el que todo ser vivo pasará a la historia y al recuerdo. Empleará el agua para ahogar y golpear a los corrompidos entes vivientes que le han dado la espalda por completo. Los cielos y los abismos subterráneos desencadenarán una inmensa masa de agua que anegará cada milímetro de tierra y que no dejará lugar en seco donde poder guarecerse o protegerse. El juicio acuático de Dios cumplirá a la perfección con su objetivo de dar una nueva oportunidad a la humanidad solamente a través del cauce noánico. 

3. UN PACTO DE SALVACIÓN

     Todos perecerán lamentablemente a causa de sus delirios pecaminosos y de su actitud impenitente, y únicamente Noé y su familia, junto con los animales que Dios ha escogido salvar, sobrevivirán al catastrófico tsunami que se desencadenará a su alrededor. Dios establece una alianza o pacto unilateral con Noé y su descendencia: “Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo. Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra serán. De las aves según su especie, y de las bestias según su especie, de todo reptil de la tierra según su especie, dos de cada especie entrarán contigo, para que tengan vida. Y toma contigo de todo alimento que se come, y almacénalo, y servirá de sustento para ti y para ellos.” (vv. 18-21). Todo estaba planeado y pensado en la mente de Dios. Seres humanos mediante los cuales retomar la repoblación de una tierra deshabitada, animales de todas las variedades y especies con las que refundar la fauna, y alimento suficiente como para aguantar sin penurias ni escaseces durante el tiempo que Dios estimase necesario hasta que su juicio se consumase fehacientemente. La gracia divina, unida a la fe de Noé, hará que la humanidad vuelva a escribir nuevas páginas en el libro de la historia pos diluvial. Este pacto será desarrollado tras su travesía por un mundo asolado por la muerte y el agua torrencial.

      CONCLUSIÓN

      La fidelidad de Noé no se hace esperar. A su justicia, honradez, integridad y fe en Dios, se une una obediencia a prueba de bombas, dado que, hasta donde se nos dice en el texto bíblico, no rechista ni discute las órdenes de Dios por muy desconcertantes que pudiesen parecer en un principio: “Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó.” (v. 22). Todo fue llevado a cabo sin vacilaciones y según el diseño original de Dios, demostrando que su vida estaba totalmente entregada y consagrada a colaborar en el plan de Dios, a pesar de los pesares. ¿Cómo se desataría el juicio radical y letal de Dios? ¿Cómo respondería el mundo ante una muerte tan inminente y terrible? Lo veremos en el próximo estudio bíblico.

    

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