NOÉ: DESCANSO Y CONSUELO DE DIOS
SERIE DE
ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “VOLVIENDO A LOS FUNDAMENTOS”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 5:28-6:8
INTRODUCCIÓN
La semana pasada
mi esposa y yo estuvimos viendo una película bastante curiosa, interesante y
muy simbólica que nos dejaba desconcertados con cada fotograma que aparecía
delante de nuestros ojos. Esta película se titula “¡Madre!”, y para aquel que no sabe de qué va la trama, o que
piensa que es una especie de película que mezcla cierto terror psicológico con
apariciones inesperadas y magistrales de actores de renombre, queda al final de
la misma rascándose la cabeza. El film cuenta la historia de un escritor y su
esposa que viven en la soledad de un bosque. En esa paz y tranquilidad de la
pareja irrumpen una serie de personajes a más misterioso cada uno de ellos para
enrarecer el ambiente que se respira en una casa que parece tener su propio
corazón. Con el paso de la historia, la esposa asombrada y anonadada por la
hospitalidad demasiado desprendida del escritor, contempla incrédula como una
muchedumbre se apodera de su hogar sin miramientos ni disculpas. Al fin, la
esposa comunica al escritor que va a dar a luz, y éste echa fuera a toda la
multitud caótica y negligente de su casa.
Cuando nace el
bebé, de nuevo se suceden escenas a cual más delirantes de conflictos, peleas,
destrucción, violencia, guerras, fanatismo religioso, hasta desembocar en el
descuartizamiento y reparto caníbal de los despojos de ese recién nacido. La
madre hastiada de tanto dolor, muerte y sufrimiento, es vapuleada y golpeada
hasta la saciedad. Como resultado de este maltrato inhumano, prende fuego a
toda la casa, destruyendo todo a su alrededor. Cuando parece que la película ha
terminado de manera trágica y dantesca, aparece el escritor incólume y de una
pieza saliendo de entre las llamas, llevando en sus brazos a la esposa viva,
pero prácticamente carbonizada. Para rematar el tremendo padecimiento de esta
mujer, el escritor arranca con sus propias manos el corazón palpitante de su
pecho, para dar comienzo a una nueva realidad que en forma de bucle parece que
tendrá parecido fin que la anterior.
En el preciso
instante en el que la película termina, mi esposa y yo nos quedamos mirándonos
a la espera de saber qué ha pasado en realidad y si existía un atisbo de
simbolismo en cada personaje e instante de la trama. Leyendo un poco algún
comentario del propio director de la película, Darren Aronofsky, resulta que el
escritor es una imagen de Dios, que su esposa es la Madre Tierra, y que todos
los demás personajes intrusos que agresivamente se apoderan de la casa de la
Creación, son los seres humanos, seres depravados, egoístas, avariciosos,
esquilmadores y crueles, que Dios acoge en su creación, pero que en vez de
reconocerla como su hogar, la destruyen, la explotan, la abusan y la convierten
en mil pedazos. Y esto por no hablar de que el hijo del escritor y de la Madre
Tierra no es ni más ni menos que el Mesías, Jesús, desmembrado y repartido
entre seres antropófagos de intenciones perversas y abyectas. Esta película me
hizo pensar precisamente en la situación social en la que aparece la figura de
Noé y en las razones que llevan a que la raza humana sea raída de la faz de la
tierra. Es también curioso que este mismo director, años antes, dirigiese la
película “Noé”, una interpretación
muy sui generis de la historia del diluvio universal y del personaje de Noé,
alguien desquiciado, proabortista y psicópata.
1.
NOÉ:
DESCANSO Y REPOSO DE DIOS
El autor de
Génesis, después de haber desgranado las generaciones setitas que pueblan el
mundo en compañía de otras genealogías cainitas, pone su lupa sobre la figura
de Noé: “Vivió Lamec ciento ochenta y
dos años, y engendró un hijo; y llamó su nombre Noé, diciendo: Este nos
aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa de la
tierra que Jehová maldijo. Y vivió Lamec, después que engendró a Noé,
quinientos noventa y cinco años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los
días de Lamec setecientos setenta y siete años; y murió. Y siendo Noé de
quinientos años, engendró a Sem, a Cam y a Jafet.” (5:28-32). No sabemos
con exactitud cuál era el ánimo o la intención de Lamec el setita a la hora de
poner nombre a su retoño. No tenemos certeza de si se trataba de un nombre con
tintes irónicos y sarcásticos, o si este nombre era una profecía en sí mismo.
Por de pronto, ya vemos que el papel tradicional de dar nombre al hijo ha pasado
de la madre al padre, algo que nos habla del creciente control del varón sobre
la voluntad de la mujer. Noé significa “consuelo” o “descanso”, y en este
sentido podríamos imaginarnos a Lamec después de una larga jornada de labor
contemplando el rostro apacible de su hijo, y esperando que el futuro trajese
mejores perspectivas a una maldición tan terrible como era la que Dios había
echado sobre la tierra a causa del pecado de sus ancestros.
En esa esperanza,
Lamec muere del mismo modo que lo han hecho todos sus antepasados, y Noé toma
el testigo de continuar la estirpe setita. Como ya vimos en el estudio
anterior, notemos que los nombres dados a los cabezas de familia que
encontramos en esta genealogía tenían que ver con actividades y oficios. Sin embargo,
Noé es el primero de este linaje que recibe un nombre contra todo pronóstico,
un nombre que significa todo lo contrario de lo que querían señalar los nombres
de sus ancestros. Su porvenir al parecer estaba ligado a una tarea especial, a
un propósito específico que cambiaría por completo el devenir de la historia
desde el temor y la obediencia a Dios. También es de remarcar que a diferencia
de sus antecesores, los hijos de Noé son citados por su nombre, sin importar el
momento de su nacimiento. Sin duda, es preciso que sea así para preparar el
tapiz futuro de una nueva humanidad tras el diluvio universal.
2.
UN PANORAMA
HUMANO DEVASTADOR
Antes de que
Moisés, autor de Génesis, entre a desarrollar la historia personal y propia de
Noé, el autor cree necesario ubicar a éste dentro de un marco histórico y
social muy concreto y con una serie de características realmente
significativas. Nada de lo que hará Noé tendrá sentido si primero no
comprobamos su contexto antropológico más inmediato: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la
faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las
hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre
todas. Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre,
porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años. Había
gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los
hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron
los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.” (6:1-4). Este
pasaje en concreto es uno de esos pasajes que suelen ser interpretados de mil
maneras y de mil formas sin lograr alcanzar un significado que aúne pareceres y
que provoque al consenso. Aquí simplemente quisiera exponer dos de estas
interpretaciones, dejando muy claro que cualquiera que sea el sentido de esta
oscura sección de Génesis, no debe ni obsesionar nuestras mentes ni llevarnos a
elaborar doctrinas o dogmas que desaten disputas y debates demasiado
encendidos.
La primera de las
interpretaciones que considero más equilibradas es la que afirma que los hijos
de Dios son los seres humanos pertenecientes a la rama setita, a aquella que
adora a Yahweh, y que las hijas de los hombres son descendientes femeninos de
la rama cainita. La unión entre el politeísmo y el monoteísmo da como fruto a
seres humanos de talla militar, política y civil formidable. La otra
interpretación es más preternatural, y sugiere que los hijos de Dios eran
entidades angélicas caídas, demonios y diablos que habían respaldado a Satanás
en su intento de auparse al trono de Dios, y que habían sido desterrados del
cielo para habitar entre los seres humanos, los cuales, al parecer, tenían
hijas de gran belleza y hermosura, y que fueron deseadas por estos entes
diabólicos. De su unión antinatural, aparecieron los gigantes y seres humanos
de enorme fortaleza y temido poder, los cuales sojuzgaron violentamente a los
demás mortales, con el añadido de una longevidad rayana en la inmortalidad. Se
insinúa que al ser los seres demoniacos, seres asexuados (Lucas 20:34-36), poseerían el cuerpo de varones para consumar
estas uniones blasfemas y depravadas. Sea cual sea la interpretación correcta,
lo cierto es que de los nefilim, o caídos, se vuelve a hablar en Números 13:33 para referirse a personas
de estatura y porte elevados que habitaban en Canaán: “También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y
éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a
ellos.”
Ante este
panorama que se antoja duro y difícil para la humanidad, y de manera especial
para los adoradores de Dios, el Señor tiene que tomar una medida drástica:
acortar los días de vida del ser humano para que el pecado y la depravación no
mancharan ni contaminaran cada pedazo de su creación, y para que ningún tirano
viviese lo suficiente como para amargar la existencia a generaciones y
generaciones de mortales, todos ellos sometidos bajo la bota opresora y esclavizadora
de éstos. Dios no iba a estar peleando con seres prácticamente invulnerables y
resistentes al deterioro físico, y para ello rebaja la edad de todo ser humano
a 120 años. De los valientes y colosos que poblaron el mundo en tiempos de Noé
nada se sabe, al menos desde las Escrituras. Tal vez en alguna crónica externa
a la Biblia de tiempos inmemoriales pudiesen hallarse datos de su existencia y
de su pretendida cuasi-divinidad, pero todo se limita a conjeturas y
disquisiciones que no llevan a ninguna parte.
3.
EL CORAZÓN
ROTO DE DIOS
El mundo se
estaba convirtiendo en un pozo cenagoso en el que el pecado impregnaba cada
situación, cada intención y cada movimiento humano. La paciencia de Dios es
proverbial y extensa en gran manera, pero cómo debió ver el cuadro de la
humanidad, que ésta dio paso al juicio: “Y
vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el
mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en
su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que
he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del
cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho.” (vv. 5-7) El pecado había
llegado hasta tal límite que Dios tuvo que tomar cartas en el asunto. La maldad
era practicada con tanta maestría, con tanta inquina, con tanto esmero y
fruición, y con tanta frecuencia, que el Señor debe tomar una determinación
desde el amor y la justicia que le caracterizan. ¿Sería fácil para un padre ver
en qué se convierte el hijo de su crianza? ¿Es de lamentar comprobar como los
seres humanos que has engendrado se dedican a cometer fechorías, a avergonzarte,
a humillarte, y a perpetrar crímenes sin parangón? Pensemos en ello cada vez
que leamos este texto. El amor de un padre es inmenso y su paciencia es casi
inagotable, pero cuando uno de sus hijos cae, recae y vuelve a recaer en su
empeño por deshonrar su memoria, en destruir la vida de los demás y en
corromperse a ojos vista, la justicia debe hacer acto de aparición en escena.
Dios no
permanece impasible e insensible ante la horripilante visión de su creación más
preciada siendo asesinada, robada, ninguneada, explotada, esclavizada y
torturada. No puede retirarse a las alturas de los cielos para taparse los ojos
y no ver cómo el ser humano se autodestruye y se convierte en todo lo contrario
de lo que Él quiso que fuera. Dios no es un desinteresado observador de la
escena humana. Su corazón de gloria sufre y llora por cada ser humano que se
pudre día a día en manos del pecado y la más obscena de las depravaciones. Su
espíritu conoce cada pensamiento, cada intención, cada idea y cada motivación
de sus criaturas, y no puede por menos que lamentarse y ponerse manos a la
obra. La depravación total adquiere aquí su verdadero y más amplio significado.
Todos los seres humanos, todos ellos pecan, hacen pecar a los demás, lo hacen
todo el tiempo y en toda circunstancia. Como decía Lord Byron, “los seres humanos son fugaces en el amor y
tenaces en el delito.”
Cada cosa que
creaban estaba destinada a dañar e infligir dolor a su semejante. Cada objeto
inventado tenía como propósito principal herir y doblegar al prójimo. No
existía el remordimiento, ni el arrepentimiento, ni la culpa, ni los
escrúpulos. Era un mundo lleno de mal, el caldo de cultivo ideal en el que
encontrar a Satanás a sus anchas, y en el que hallarlo muerto de la risa,
burlándose de Dios y de su corona de la creación echada a perder. No cabe duda
de que Pablo, al escribir su carta a los Romanos, prestó atención a este pasaje
del Antiguo Testamento, ya que habla en ella sobre la depravación total
espiritual: “Como está escrito: No hay
justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se
desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno.” (Romanos 3:10-12); la depravación total en las palabras: “Sepulcro abierto es su garganta; con su
lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena
de maldición y de amargura.” (vv. 13-14); y la depravación total práctica: “Sus pies se apresuran para derramar
sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de
paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos.” (vv. 15-18).
La expresión que
algunos detractores de Dios y de la Biblia usan para menospreciar a Dios y
tacharlo de dios menor, falible y limitado es la que se refiere al arrepentimiento
de Dios. ¿Dios se arrepiente porque aquello que presumía era perfecto le ha
salido mal? ¿Es que Dios no es tan perfecto dado su equivocación al confiar en
el libre albedrío del ser humano? ¿Arrepentirse no significa en cierto modo
reconocer su error? En primer lugar, es menester recuperar una de las reglas
básicas de la hermenéutica sobre la atribución de sentimientos, acciones o
partes del cuerpo humano a Dios, o antropomorfización. Para lograr una mejor
asimilación de una acción divina, la cual supera cualquier intento humano por
analizarla plenamente y comprenderla en su alcance completo, los escritores
bíblicos emplean expresiones propias del ser humano. Cuando se dice que Dios se
arrepintió, no habla de un cambio de parecer al darse cuenta de que el tiro le
ha salido por la culata, sino de una manifestación emocional y sentimental
divina que mezcla ira con amargura ante el panorama tan siniestro que le ofrece
la humanidad. En segundo lugar, Dios es perfecto, omnisciente, presciente y previsor,
por lo que el hecho de que el ser humano se dé a vivir peligrosamente caminando
en pos de su ruina moral y física, no es algo que pille por sorpresa al Señor
del Universo, eterno y sabio: “Además,
el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es
hombre para que se arrepienta.” (1 Samuel 15:29).
Este
“arrepentimiento” debe plasmarse en una serie de medidas radicales y justas que
procuren el descanso de la tierra y la erradicación del carácter perverso de la
humanidad. Para ello, Dios idea un juicio sumario en el que han de perecer
todos los seres humanos y todos los animales. Lo de los seres humanos, a tenor
de lo que considera Dios al ver la trayectoria decepcionante y decadente que
llevan, es entendible; pero, ¿por qué los animales han de perecer también?
Probablemente tenía que ver con el hecho de que la maldad del ser humano era
tan increíblemente contaminante, que hasta los animales habían sido criados y
adiestrados en el mal. No debe sorprendernos, dado que en la actualidad muchos
animales domésticos son empleados para intimidar, amenazar, devorar y cazar al
propio ser humano. El pecado más negro que el betún había conseguido alterar el
propósito original para el que fueron formados los animales en sus distintas
categorías y especies. Dios iba a ejecutar su ira y desilusión, y nadie iba a
impedírselo, ya que al parecer nadie, o casi nadie, como veremos en el próximo
estudio, estaban por la labor de obedecer a Dios, de buscar su amor y perdón, o
de rescatar de su memoria la fuente y origen de sus existencias terrenales.
CONCLUSIÓN
No obstante, una
chispa de esperanza, de descanso y de consuelo de Dios aparece en medio de
tanta tiniebla y tanto dolor: “Pero Noé
halló gracia ante los ojos de Jehová.” (v. 8). La gracia de Dios se
manifiesta en un solo hombre y por lo tanto, no todo está perdido para la raza
humana. La misericordia del Señor se personifica en Noé y en su misión y
predicación en un mundo hostil, sordo y ciego. Como más tarde se ocuparía el
apóstol Pablo en enseñarnos, la gracia de Dios no dependió de las obras de la
humanidad violenta y agresiva, sino de la fe de un solo hombre y de una sola
familia: “Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras,
para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9). ¿Destruirá Dios toda su
creación a causa del pecado? ¿O existe alguna posibilidad, aunque sea ínfima,
de que la gracia triunfe sobre la maldad? Lo veremos en el próximo estudio
bíblico.
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