CLAMAD SIN CESAR
DEVOCIONAL
REUNIÓN DE ORACIÓN IGLESIAS BAUTISTAS DE LA RIBERA ALTA
TEXTO
BÍBLICO: SALMOS 138:3
“El día que
clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma.”
Cuando se
desgarran las entrañas, la oración surge con la naturalidad propia de un gemido
inarticulado, pero comprensible para Dios. Cuando una llamada rompe la
tranquilidad de una noche para recibir una noticia turbadora y llena de
cristales rotos, el corazón da un vuelco sobre sí mismo para exhalar esa
plegaria agonizante que atraviesa cualquier espacio que exista entre el
afligido y el Señor. Cuando los planes aparentemente bien engarzados y
minuciosamente detallados se convierten en cenizas que se lleva el viento del
infortunio, ahí se levanta el clamor sombrío, pero veraz de un ruego
desesperado que busca una respuesta a tanto dolor. Cuando un obstáculo
inamovible impide que nuestra vida siga adelante en esa búsqueda de la
felicidad y de la sonrisa, entonces la voz débil y exhausta recoge las últimas
fuerzas que quedan en el alma para entregarse a una oración derramada y
explosiva que el oído de Dios recoge con absoluta solicitud.
Estos momentos son
parte de nuestros días, de nuestros años, de nuestras dinámicas vitales, del
tiempo de nuestra edad. Como seres humanos que comprendemos el alcance de
nuestra duración en la tierra, sabemos, que aunque queramos enmascarar esos
instantes, el sufrimiento, el dolor y la tribulación se ceban inmisericordes
con nosotros. Los días duros y cuesta arriba no dejan de acompañarnos durante
el recorrido vital que realizamos sobre la faz de esta tierra. Somos peregrinos
y caminantes, teniendo que lidiar con problemas, crisis, enfermedades y
pérdidas de todo tipo. Nadie puede sustraerse a esta realidad, por mucho que se
afane en perseguir amaneceres radiantes y despejados en esto que llamamos
existencia. ¿Cuántas veces no hemos suspirado por estar gustando ya las
bendiciones y glorias de nuestra patria celestial? ¿En cuántos momentos oscuros
y terribles no hemos puesto nuestra mirada en lo que está por venir para dejar
de padecer de una vez? Sin embargo, aquí estamos, recorriendo la senda de la
vida con sus luces y con sus sombras, y en ese tránsito momentáneo, degustando
a nuestro pesar las mieles y las hieles de lo que nos depara el nuevo día.
Ante tal panorama
funesto y lóbrego, cualquier ser humano que ha decidido dar la espalda a Dios,
suele acabar en toda suerte de depresiones, enfermedades mentales, ansiedades
descomunales, e incluso anhelando con el suicidio a lo que éste presume será el
fin de todo. El mortal que niega a Cristo y rechaza su mano de salvación y
perdón, considera la vida como una montaña que debe escalar a su pesar y que
nunca termina de ascender, todo esto entre trabajos, penalidades y sinsabores.
No obstante, no es esta la perspectiva del creyente, de aquel que fía su vida y
su destino a Dios, de aquel que sabe a ciencia cierta que aunque el sufrimiento
lo acose, su auxilio está a una oración de distancia. Y es que la oración del
justo, esa plegaria que con fe se expresa en el día del clamor, entre lágrimas
y esperanzas, posee la magnífica e interesante cualidad de desarrollar en aquel
que la practica, un músculo espiritual que le permite contemplar la adversidad
desde la óptica de Dios, y no desde la visión negativa de la carne. El clamor
de esta oración, que no es esa oración sencilla del día a día en el que todo
marcha a las mil maravillas, que no es ese ruego intercesor que brota de un
corazón agradecido por las bondades del Señor, sino que es el producto
deslavazado e inefable de un alma que se trunca en mil pedazos, es un clamor
que aspira a llegar con nitidez y soltura delante de la presencia divina.
Clamar no es murmurar o recitar una oración, no es parte del proceso devocional
diario en el que nos presentamos ante Dios y sus misericordias. Clamar es
aullar de dolor con el único pensamiento claro de que solo el Señor de los
cielos puede solventar su situación crítica.
Muchos estamos en
esa tesitura. Lo digamos o no en voz alta, todos tenemos nuestros momentos
bajos, nuestros instantes anímicos débiles, nuestros ratos de fragilidad y
necesidad. Somos pueblo de Dios, sí, pero un pueblo que no obvia el hecho de
seguir dependiendo de su poder y de su sanidad. Hoy también es día de clamor,
es día en el que el corazón debe salirse del pecho para expresar con palabras
nuestro fervor y nuestra pasión delante de nuestro Señor, es una jornada en la
que todo lo que lastra nuestra vida espiritual debe ser entregado delante del
Altísimo. Somos peregrinos y extranjeros en esta tierra, pero esto no quita que
sigamos clamando delante de nuestro Rey para que nuestros caminos sean
allanados, nuestras sendas sean desbloqueadas, nuestros sueños encauzados en su
voluntad, y nuestros propósitos encaminados en su sabiduría eterna. Clama en
este día, hermano y hermana, no dejes nada dentro de ti, y sobre todo, no te
avergüences de tu finitud y debilidad, porque por su gracia, Dios convierte tus
talones de Aquiles en musculosas fortalezas para seguir adelante en la batalla
de la fe.
Lo más
maravilloso de esos días de clamor, es que nuestro Padre responde, contesta y
nos escucha. En medio del temblor que se adueña de nuestras almas a causa de
las malas rachas y de las señales evidentes de nuestra mortalidad, Dios se
apiada de cada uno de nosotros, de todos sus hijos. Nada hará que esto cambie.
Nadie podrá arrebatarnos de su cobijo y protección. Su respuesta a nuestro
clamor es fiel, ofreciéndonos justo aquello que más nos conviene, esa ayuda
oportuna que necesitamos y que da como fruto alabanzas y gratitud a su nombre.
Su respuesta es sencilla y sabia, poderosa y calmante, esperanzadora y rotunda.
Su voz se escucha potente como un eco formidable que nos envuelve en su gracia,
en su compasión y en su piedad. Y no existe un límite de oportunidades o un
cupo de ocasiones en las que nuestro clamor surta el efecto deseado en el amor
justo de Dios. Siempre estará, como estuvo y está, para colmar nuestras carencias,
para suavizar nuestro dolor y para remediar nuestras crisis.
La oración del que
clama de todo corazón y cuya alma es sincera para con Dios, nos otorga la
bendición del fortalecimiento, de la fuerza y del vigor espiritual. Dios tiene
a bien bendecirnos con una energía de ánimo tal que podemos vencer al temor y
al miedo que nos provocan nuestras circunstancias. Nos regala la capacidad de
huir de la temeridad y de mostrarnos firmes en las dificultades, habilitándonos
para mantenernos constantes en la búsqueda del bien. Nos hace aptos para
resistir la tentación de tirar la toalla, de olvidarnos de sus beneficios del
pasado o de maldecir su nombre a causa de nuestra desdicha, así como de superar
los obstáculos, afrontar las pruebas y las dificultades, y mostrar audacia para
reafirmar y confesar nuestra fe en Cristo en las peores de las situaciones. La
oración musculosa que proviene del clamor sentido y profundo del alma del
cristiano, provee de la imprescindible fuerza mental y emocional que es
menester para soportar el dolor o la desgracia, para tomar el toro por los
cuernos y enfrentarnos a lo que el mañana ha de proponernos. La plegaria
clamorosa de la iglesia de Cristo permite que un vigor y una viveza en las
acciones se apodere de cada miembro que la compone, apelando a las fuerzas
inconsumibles y omnipotentes de nuestro Padre celestial.
Con este proceso
de clamor-respuesta-fortaleza espiritual, nuestro peregrinaje es más cómodo,
más firme y más seguro. Sufrimientos tendremos, veremos perecer la esperanza de
muchos en las cosas terrenales, experimentaremos quebrantos y luchas,
sentiremos en nuestra piel la punzada y el escozor de las traiciones, los
insultos y las burlas, pero nunca podrán arrebatarnos la certeza de que Dios
camina a nuestro lado para responder a nuestro clamor estremecedor y
balbuceante. Un año más se extiende ante nosotros, hermanos y hermanas, y por
lo tanto, mi deseo es que llenemos cada día de este nuevo ejercicio anual de
oraciones y clamores, porque a buen seguro, la respuesta oportuna y conveniente
de Dios convertirá nuestras crisis y problemas en hitos que marcan nuestra
senda a la eternidad gloriosa en los cielos.
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