NACIDOS CON UN PROPÓSITO



 

TEXTO BÍBLICO: JEREMÍAS 1:4-10

INTRODUCCIÓN

 
      En la vida llega un punto en el que solemos preguntarnos a nosotros mismos el para qué de nuestra existencia. ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Hacia dónde debo encauzar mi futuro? ¿Soy útil a la sociedad? ¿Qué propósito cumplo en el orden de todas las cosas? Estas cuestiones a menudo reciben una respuesta muy vaga, prácticamente nula, ya que según a quién preguntemos acerca de estos interrogantes existenciales, hallaremos mil y una contestaciones, de las cuales muchas estarán enfrentadas entre sí. La persona que no cree en Dios muchas veces opta por obviar la pregunta y se centra en los asuntos del ahora. Si se le interroga acerca del propósito de su vida, seguramente encogerá los hombros y resignado, se limitará a decirnos que vive para trabajar, mantener a su familia, disfrutar de las cosas buenas de la vida y al final de sus días esperar la nada tras el telón de la muerte. La mayoría de la gente hoy día vive por inercia, siguiendo los dictados de las modas pasajeras y cambiantes, sin cuestionarse si se puede vivir y no simplemente existir. Se aferran a las tradiciones, a las costumbres y a lo que se les inculca desde los medios de comunicación, y se dejan llevar por la corriente, viviendo vidas mediocres, grises y sin entusiasmo.

       Para el creyente en Cristo esto no debe suceder, puesto que ser discípulo de Jesús implica reconocer en lo más profundo de su ser esa chispa de eternidad que Dios puso con un propósito perfecto y con sentido. Si miramos para nuestros adentros, si preguntamos al Espíritu Santo que mora en nosotros, y si inquirimos en las Escrituras, revelación de Dios que ilumina nuestra esencia con sabiduría de lo alto, no nos quedará más remedio que confesar que Dios ha establecido un propósito y una meta para nuestras vidas. No estamos aquí por casualidad, no somos producto del azar, ni nuestro ser ha sido creado para la finitud y la aniquilación tras la muerte. Precisamente, en vista de que a causa de nuestro pecado, nuestras horas y minutos están contados sobre la faz de la tierra, entendemos que nuestra trayectoria vital no es un sueño, tal como decía Calderón de la Barca, sino que es una realidad dirigida por un propósito ulterior divino que hace que estemos realizados en esta dimensión terrenal.
Jeremías aprendió esta realidad espiritual en el preciso momento en el que fue llamado en su juventud para cumplir los propósitos que Dios, ya antes de nacer, había ideado para él. Al igual que Jeremías, nosotros también hemos de asumir e interiorizar esta idea, la idea de que no pasamos fugazmente por la vida, sin pena ni gloria, sino que Dios nos ha escogido desde antes de la fundación del mundo para encomendarnos una misión enriquecedora, bendita y bienaventurada.

A. DIOS TIENE UN PROPÓSITO PARA TU VIDA

“Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: «Antes que te formara en el vientre, te conocí y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones.»” (vv. 4-5)

 
       En este llamamiento particular que Dios realiza para con Jeremías, podemos distinguir tres aspectos que lo dignifican y revalorizan. Dios se dirige directamente a Jeremías, sin intermediarios, para comunicarle una noticia que dará la vuelta por completo a su mundo apacible, tranquilo y monótono. Cuando Dios habla, el corazón escucha, y Jeremías no iba a ser una excepción. Es curioso cómo Jeremías reconoce que es Dios el que le habla. No son imaginaciones suyas, ni es un mal sueño después de una mala digestión. Cuando escucha la voz de Dios, sabe automáticamente que debe permanecer expectante ante la encomienda de una tarea muy especial y concreta. Las primeras palabras que pronuncia el Señor son palabras dirigidas a avalar el propósito para el que ha escogido a Jeremías. Y el primer aspecto que da empaque a este llamamiento reside en el conocimiento que Dios tiene de la vida de Jeremías. Dios lo conoce desde antes de su concepción, es decir, lo conoce completamente en todos los sentidos. Sabe cuáles son sus pensamientos, sus emociones, sus esperanzas, sus sueños y sus actos. Nada puede escaparse al escrutador conocimiento de Dios, y por lo tanto, el Señor sabe que Jeremías es la persona perfecta para recibir una vocación profética. Lo mismo puede decirse de nosotros hoy. Si Dios nos ha llamado a servirle en alguna área de trabajo específico, es porque conoce quiénes somos y el potencial que tenemos para desarrollarlo satisfactoriamente.

      El segundo aspecto que dignifica el llamamiento de Jeremías es su santificación. En ese conocimiento que Dios tiene de él, lo aparta y consagra para cumplir los propósitos que desde siempre ha determinado que son los oportunos. El Señor no solo nos conoce, sino que nos estima de manera tan especial y maravillosa, que desea que participemos activamente como colaboradores y representantes suyos aquí en la tierra. El hecho de santificarnos supone un altísimo privilegio y un inmenso placer, ya que pasamos de ser donnadies a ser personas útiles, preciosas y con un interés por bendecir a todos a los que hemos de ministrar. El tercer aspecto que da forma y sentido al propósito de Dios para la vida de Jeremías, es la concreción del propósito en forma de misión y proyecto profético. Jeremías iba a pasar de ser una persona sin aspiraciones de calado significativo en la vida, a ser uno de los mayores profetas de la historia de la salvación. Su vida y obra iban a ser recordadas, leídas y consideradas a la luz de la inspiración divina, en todas las naciones del mundo, como de hecho así ha sido. Tal vez no marcase una gran diferencia durante su vida, e incluso pasase por malos tragos como verse lanzado en un pozo cenagoso, pero con el paso del tiempo fue aclamado como uno de los más importantes y relevantes profetas del Antiguo Testamento. Si miramos a Jeremías, podemos vernos a nosotros mismos. Ese espíritu profético que desciende sobre Jeremías, es el mismo que hoy nosotros, como hijos de Dios, hemos de seguir desarrollando a través de nuestras palabras y testimonio personal como parte del propósito de todo creyente en Cristo.

B. DIOS CUIDA DE QUE ESE PROPÓSITO SE CUMPLA

“Yo dije: «¡Ah, ah, Señor Jehová! ¡Yo no sé hablar, porque soy un muchacho!» Me dijo Jehová: «No digas: “Soy un muchacho”, porque a todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte dice Jehová.»” (vv. 6-8)

 
      Ante tamaña revelación de Dios, Jeremías, del mismo modo que muchos de nosotros hubiésemos hecho ante semejante misión y propósito, queda absolutamente desbordado. La tarea que propone Dios es descomunal, titánica, fuera de lo que él entiende que son sus habilidades y fortaleza. Jeremías se reconoce a sí mismo como incapaz de poder abordar este llamamiento, y apela a su inmadurez para tratar de eludir su responsabilidad y meta en la vida. No se encuentra capacitado, dada su juventud, para enfrentarse a un mundo hostil, lleno de injusticia y mentira, palpitante de necesidad y de maldad. De repente, todo su mundo queda completamente hecho añicos al considerar que lo que Dios le pide es abrumador y que está erizado de peligros y amenazas para su integridad física. No cree ser la persona indicada, porque no tiene facilidad de comunicación ni experiencia en transmitir el mensaje rotundo y directo de Dios a una sociedad contraria a éste.

      Sin embargo, su excusa es desplazada por el conocimiento que de él tiene Dios, y por ello lo anima y asegura su potencial capacidad profética remachando de nuevo que será obediente a su voz y que hará justamente lo que se le demanda. Esta afirmación viene acompañada de una promesa de protección y de liberación cuando las cosas se pongan feas para el profeta. Jeremías no ha de atemorizarse a causa de las violencias de la gente, ni debe arredrarse ante la impasibilidad de sus coetáneos. Dios estará con él en cada paso de su camino hasta completar su propósito de pregonar a los hombres su oráculo. A nosotros también nos sucede lo mismo que a Jeremías. Dios nos llama a hacer su voluntad y a llevar a término sus propósitos de salvación y de predicación del evangelio, y no obstante, nos mostramos acobardados ante lo que puedan pensar de nosotros, ante las burlas e insultos de quienes nos consideran patéticos, y ante las posibles amenazas de quienes odian la verdad de Cristo. Esto no debe ser así. El Espíritu de Dios siempre está junto a nosotros, e incluso nos dará argumentos suficientes como para seguir adelante con el propósito precioso de compartir el evangelio de vida con nuestra sociedad: “Pero cuando os trajeren para entregaros, no os preocupéis por lo que habéis de decir, ni lo penséis, sino lo que os fuere dado en aquella hora, eso hablad; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo.” (Marcos 13:11); ver también Lucas 12:11-12.

C. DIOS NOS LLAMA A SER SUS EMBAJADORES EN ESTE MUNDO COMO PARTE FUNDAMENTAL DE SU PROPÓSITO PARA CON NOSOTROS

“Extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: «He puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y destruir, para arruinar y derribar, para edificar y plantar.»” (vv. 9-10)

 
      Sabiendo que Dios nos llama a cumplir un propósito glorioso y especial, y teniendo asumido que Él nos ayudará a cumplirlo a pesar de los pesares, ahora es que comienza el camino de servicio y obediencia de Jeremías. Se deja vaciar por sus propios criterios de lo que está bien o mal, de sus prejuicios, de sus traumas y falta de seguridad en sí mismo, para llenarse de Dios, de su ley, de su amor, de su verdad y del reconocimiento de que todo lo puede estando el Señor junto a él. El toque de Dios infunde en el ser de Jeremías la autoridad necesaria para desarrollar su ministerio profético sin más excusas ni justificaciones de incapacidad o inmadurez. Una vez las palabras de Dios están en la boca de Jeremías, solo queda obedecer sin cortapisas al consejo que el Señor quiere dar a conocer en medio de un pueblo entregado a la depravación, la mentira y la marginación social. Todo cuanto brote de los labios de Jeremías vendrá avalado en la coherencia de su conducta, y el todo resultante habrá de representar eficaz y claramente las intenciones que Dios alberga para su pueblo escogido.

       En ese propósito profético, Jeremías recibe la autoridad inequívoca de Dios para hablar sin tapujos ni medias tintas sobre lo que Dios tiene en mente en relación al adulterio espiritual que abunda en todas las instancias de la sociedad a la que es enviado. Las potestades y gobiernos no podrán comprar la palabra de Jeremías, del mismo modo que se hacía con determinados profetas profesionales que se dedicaban a profetizar paz y bienestar, cuando la tormenta perfecta estaba a punto de hundir a la nación en la miseria. La verdad prevalecería y el pregón de juicio y denuncia de las fechorías cometidas no dejaría de hacer oír su voz. En el proceso de cumplimiento del propósito profético, la verdad de Dios arrancaría tradiciones paganas, destruiría prejuicios, arruinaría la obra perversa de los religiosos y dignatarios de Judá, y derribaría la altivez y soberbia de los ricos sobre los pobres. Solo de ese modo Jeremías podrá edificar y plantar en las mentes y conciencias de sus compatriotas que debían volverse de sus malas artes y prácticas, que debían arrepentirse en confesión sincera ante Dios por su pecado terrible de idolatría, y que debían posar su mirada en el perdón y la misericordia de Dios si no querían sufrir la peor de las suertes, el desarraigo de sus raíces e identidad.

CONCLUSIÓN


      Cuando predicamos y transmitimos la verdad a este sistema social tan refractario como es el que nos toca vivir, cuando somos profetas allí donde vamos y estamos, y cuando hacemos esto para la gloria de Dios y la salvación de nuestros convecinos, padeceremos críticas, malas caras y desdenes incontables. La verdad ha sido reducida a una relativa manera de verla, y por lo tanto, a la hora de cumplir nuestro cometido profético, muchos despotricarán contra nuestra “intolerante” manera de tratar asuntos como el aborto, la transexualidad, la homosexualidad, la eutanasia o la ética situacional. Si Dios habla a través de nosotros, y si el Espíritu Santo nos da las palabras justas y necesarias para defender nuestro derecho a creer y proclamar el evangelio de vida y redención, estaremos cumpliendo el propósito que Dios ha proyectado desde siempre para nosotros y viviremos satisfechos al formar parte de su equipo de bendición. Nada habrá de estorbarnos, ni nadie habrá de amilanarnos. Dios está con nosotros para completar su obra en nosotros hasta el fin: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 1:6)

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