DISTINTO EN MI CARÁCTER: MANSEDUMBRE TOTAL
SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL
MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 5:5
“Bienaventurados los mansos, porque
ellos recibirán la tierra por heredad.”
INTRODUCCIÓN
La situación que resulta de confundir
mansedumbre con candidez e inocencia bobalicona siempre ha estado presente en
muchas de las conversaciones relativas al carácter del creyente. La
interpretación errónea que se ha llevado a cabo del concepto de mansedumbre ha
derivado más hacia una vertiente poco virtuosa del término, ya que en la
mayoría de los casos en los que se emplea este vocablo, se hace con ánimo
despectivo. Un manso es, desde el punto de vista de la sociedad actual, aquella
persona que se deja llevar por otros, que es ridiculizado por su ignorancia de
los intereses ajenos que se aprovechan de su buena voluntad, y que en lo
relativo a las relaciones sentimentales es un pagafantas, un cornudo o un
individuo servil y manipulable. Se identifica a la persona mansa con ese toro
enorme y de color claro que se saca de los chiqueros para conducir al resto de
la manada a los toriles, que no se revuelve ni embiste, sino que obedece ciegamente
a las órdenes del patrón taurino. Nada más lejos de la realidad virtuosa que
Jesús nos propone en las Bienaventuranzas.
¿Cómo hay que entender la figura del manso
desde la perspectiva del discipulado y de la formación del carácter del
creyente? La mansedumbre no es ni más, ni menos, que “la docilidad y suavidad
que se muestra en el carácter o se manifiesta en el trato” para con los demás.
Esto no quiere decir que seamos peleles en manos de otros, ni que dejemos que
abusen de nuestra buena fe, o que permitamos que nos mangoneen al antojo de
cualquiera. Aunque el carácter es dócil y suave, esto no quiere decir que
seamos tontos de capirote o que debamos obligarnos a nosotros mismos a
tragarnos los timos y pretensiones de los demás. Ya lo dijo el mismo Jesús: “He aquí, yo os envío como a ovejas en
medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como
palomas.” (Mateo 10:16) Hemos de ser humildes y sencillos en el trato con
los demás seres humanos, pero nunca renunciando a nuestra capacidad de
raciocinio y a nuestro discernimiento de las intenciones, casi siempre
aprovechadas, de todo el que se cruce por nuestro camino.
En esta práctica de la mansedumbre, no
debemos olvidar que también se refiere a nuestro trato con Dios. Ser manso,
desde la óptica cristiana, supone estar a disposición del Señor sin poner pegas
o inventar excusas. Cuando nos mostramos humildes ante Dios, recibimos una
promesa que se encuentra arraigada en el Antiguo Testamento, concretamente en
el Salmo 37:11: “Pero los mansos
heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz.” Esto habla
claramente de una herencia que habrá de concretarse en la vindicación
definitiva del creyente por parte de Dios. En vista de que la mansedumbre
procura la felicidad plena en aquel que la ejerce con la cautela y sensibilidad
oportunas, veamos de qué manera esta nueva faceta del discípulo de Cristo se
puede poner en acción.
A. EL MANSO TOTAL OBEDECE LA VOLUNTAD DE DIOS
“Buscad al Señor todos los humildes
de la tierra, los que pusisteis por obra su juicio; buscad justicia, buscad
mansedumbre; quizá seréis guardados en el día del enojo del Señor.” (Sofonías
2:3)
La verdadera mansedumbre, tal y como
colegimos de este texto bíblico tan prometedor, reside en una búsqueda constante
de justicia y obediencia a Dios. Lo contrario sería alzarse como alguien que no
necesita nada del Señor y que se regocija en la injusticia que se perpetra en
este mundo. El orgullo y la mansedumbre son completamente opuestos. El manso se
propone en su corazón someterse voluntariamente a la voluntad de Dios en
Cristo, y pone por obra aquellas cosas que el Señor le ha encomendado que haga
o diga. No vale escudarse en los logros personales, en el autobombo, en los
merecimientos particulares o en justificaciones peregrinas. Si Dios nos
comisiona para realizar su obra de la forma que Él estima conveniente, como
mansos hijos suyos, no hemos de rechistar o formular excusas inútiles. El manso
obedece, y lo hace principalmente porque se sabe seguro en los designios
divinos.
En esa búsqueda diaria por ser más y más
como Cristo, hemos de interiorizar y asumir su ejemplo durante su ministerio
terrenal. Nunca le dijo al Señor que no a nada. Tal vez en la tristeza de sus
últimos momentos en Getsemaní, antes de ser prendido por las autoridades
judías, algunos podrían entrever un instante de debilidad, pero si somos
sinceros en la lectura de ese episodio, veremos que la voluntad del Padre se
anteponía plenamente a los deseos de Jesús, ya que esta era la única forma de
redimir al mundo. En esa vindicación que promete Dios para con los mansos de
este mundo, para con los humildes y sencillos, para con los “pequeños” de esta
tierra, debemos añadir que Dios contemplará nuestra mansedumbre y en su
misericordia eterna, seremos librados del juicio final y de la condenación.
B. EL MANSO TOTAL PARTICIPA DEL PERDÓN
“Vestíos, pues, como escogidos de
Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad,
de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó,
así también hacedlo vosotros.” (Colosenses 3:12-13)
El discípulo de Cristo entiende que su
trayectoria espiritual está conectada e influida por la espiritualidad
comunitaria. El escogido de Dios sabe que su crecimiento y madurez espiritual,
su búsqueda de justicia y felicidad, y su anhelo por ser como Cristo, depende
en gran manera de la vida en comunidad. La mansedumbre no se circunscribe únicamente
a la obediencia dócil de los mandatos de Dios, sino que tiene también su efecto
en las relaciones con los demás, y principalmente, con los hermanos de la fe.
Pablo apela en estas líneas que escribe a los colosenses a que la mansedumbre,
junto con otras virtudes que están estrechamente ligadas a ella, han de ser un
vestido, un atuendo que ponerse, un estilo de vida que fraguar y templar cuando
estamos conviviendo con personas. De ahí que el apóstol quiera exhortar a todo
creyente a que nos pongamos en el lugar del prójimo antes de elaborar juicios
de valor sobre ellos, a que tratemos a los demás como superiores a nosotros
mismos, a que seamos suaves y sencillos cuando se trata de ayudarlos, y a que
mostremos longanimidad y paciencia cuando los errores y meteduras de pata se
suceden dentro del seno de la iglesia. La mansedumbre se convierte de este modo
en un ungüento balsámico que propicia, en unión con las demás virtudes
reseñadas, el perdón entre los hermanos y el restablecimiento de relaciones
rotas o en vía de ruptura.
De nuevo, el ejemplo de Cristo es
fundamental. Cuando él mismo podía haber pronunciado juicios y condenas contra
sus enemigos y aquellos que lo llevaron a la picota de la cruz, Jesús siempre
supo perdonar desde su mansedumbre y humildad. Y démonos cuenta de que solo él
tenía la autoridad y la potestad de haber escupido maldiciones y sentencias
terribles cuando fue capturado, exhibido ignominiosamente, apedreado y escupido
por las calles de Jerusalén, y clavado como un malhechor en el madero destinado
a los criminales. Sin embargo, mostró esa mansedumbre total perdonando a sus
detractores y demostrando así lo que se dijo en su entrada triunfal en
Jerusalén: “Decid a la hija de Sion: He
aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino,
hijo de animal de carga.” (Mateo 21:5). Sin una mala palabra, sin una serie
de invectivas y amenazas a la muchedumbre que lo juzgaba y condenaba, Jesús se
convirtió así en el paradigma de la mansedumbre más absoluta y que nosotros
hemos de recoger para imitarle en ese perdón paciente tan esclarecedor.
C. EL MANSO TOTAL HUYE SABIAMENTE DEL CONFLICTO
“¿Quién es sabio y entendido entre
vosotros? Muestre por su buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si
tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis
contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino
terrenal, animal, diabólica.” (Santiago 3:13-15)
Otra característica que adorna al manso
de corazón y que facilita su felicidad en este mundo es huir del conflicto con
sabiduría y entendimiento. En una época de la historia en la que aparentemente
la tolerancia y el pluralismo son entronizados por la sociedad y la política
como virtudes que enriquecen, nos damos cuenta de que esto solo es una
hipócrita manera de seguir manipulando al ser humano. El sabio o entendido
desde la visión cristiana, es aquel que no quiere entrar en polémicas
infértiles, en discusiones violentas, en enrocamientos obstinados y en batallas
insanas por imponer criterios personales. El discípulo de Cristo manso y
sencillo debe huir de estos episodios que en nada edifican y que provocan más
mal que bien. Es mejor conducirse con mansedumbre que aportar mil y un
argumentos con los que golpear al contrincante hasta humillarlo y ningunearlo.
La mansedumbre se demuestra con la práctica diaria del ejemplo de Cristo.
Siempre fueron otros los que buscaban calentarle la boca, pugnando por hacerle
hablar y en el proceso, hacerle caer en alguna falta u opinión blasfema. Ser
sabios y mansos como Jesús implicaba escuchar con respeto, y acudir a la ayuda
del Espíritu Santo para edificar y construir, y no acceder a la sabiduría
popular y terrenal, que lo que solo hace es fomentar el odio, el desprecio y la
división.
Santiago compara esta manera de ser mansa
y dócil con aquellos que son controlados por impulsos envidiosos y celosos en
la defensa de sus argumentos. La gente casi nunca busca consensos, coherencia,
unidad y diálogo. No hay más que encender la televisión y ver una tertulia
política o ideológica. Gritos, alusiones procaces, insultos, faltas de respeto,
ironías lacónicas, voceríos interminables, son el pan de cada día en estos
programas, supuestamente de debate. Y no quiero hablar de las armas arrojadizas
que se vierten en las redes sociales y que conculcan completamente el derecho a
la libertad de expresión, de conciencia y de creencia. La mansedumbre es
diametralmente opuesta a la búsqueda de problemas, al camorrismo ideológico y a
incitar la idea de que cuanto más se grita o exclama, más razón se tiene. El
manso de espíritu deberá encontrar aquellos puntos en los que se pueda hablar
con calma, respeto y comprensión, y evitará en la medida de lo posible
enconadas discusiones que marean más que benefician. Ser mansos y entendidos
supone saber discernir cuándo hablar y cuándo callar. El Señor ha de darnos
cantidades ingentes de esta mansedumbre por medio del Espíritu Santo para
eludir vanos enfrentamientos con aquellos que emplean la sabiduría terrenal, animal
y diabólica.
CONCLUSIÓN
Ser mansos no va a ser fácil en los
tiempos que corren, y por eso, tal como vimos, Jesús nos advirtió de ello. El
discípulo que busca distinguirse por su carácter similar al de Cristo, ha de
hacer un esfuerzo mayúsculo por manifestar para con Dios y con los demás un
espíritu sencillo, dócil, humilde y obediente. Tú serás feliz y los demás
también. Servicio a Dios, perdón al hermano y huida del conflicto son los
elementos que harán de nuestra existencia una balsa de aceite y todos podrán
ver la diferencia que hay entre un soberbio que no perdona a nadie y que busca
líos, y un hijo de Dios que persigue vivir por encima de la norma.
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