FORTALECIDOS POR EL PODER DE DIOS
SERIE DE
SERMONES “VALIOSÍSIMOS: HALLANDO NUESTRO VALOR EN DIOS”
TEXTO
BÍBLICO: EFESIOS 3:14-21
INTRODUCCIÓN
Siempre
hubo en mi infancia una historia que quedó grabada en mi memoria. El cuento de
los tres cerditos y el lobo, archiconocida fábula con moraleja, hacía mis
delicias mientras aprendía que la construcción del carácter es fundamental para
enfrentar los momentos críticos de la vida. Aprendí que con paja o madera el
lobo podía derribar mi refugio, y que sin sabiduría, cemento y ladrillos lo
pasaría mal cuando el lobo soplase y soplase sin cesar. Esta historia, unida a
la parábola de los dos cimientos que me contó mi maestra de Escuela Dominical,
me hizo pensar en el hecho de que la fortaleza de carácter solamente provenía
de Dios. Si quería ser fuerte en la vida, debía cimentar mis convicciones y
valores en Jesús, ejemplo perfecto de alguien que encara las tempestades de la
vida con entereza, fe y fortaleza espiritual.
Jesús nos
mostró que la única manera de comprobar el grado de fortaleza personal se
encuentra en las pruebas y dificultades de la vida. Si todo te va de fábula, si
todo es un camino de rosas y la vida te sonríe, la fortaleza no es necesaria.
Pero si las tormentas de la vida, las duras condiciones que las circunstancias
te imponen y las adversidades se lanzan hacia tu yugular, entonces sí que
podrás saber si la fortaleza interior es capaz de capear el temporal y vencer
las vicisitudes del día a día. En las crisis podemos apreciar el valor de la
constancia y la perseverancia, pero no así en los días de vino y rosas. Por
eso, dado que debemos convivir, no en un edénico paraíso, sino en una jungla de
cristal y asfalto, estar preparados para resistir los embates que han de
asaltarnos tras cada esquina de nuestras existencias, es sumamente importante.
En el valor que Dios nos confiere como hijos de Dios, no encontramos la
fortaleza espiritual y anímica en nuestra propia capacidad, sino que la
hallamos en Cristo y en el Espíritu Santo, y esa es la diferencia que existe en
comparación con la débil y pasajera fortaleza que el mundo ofrece.
El
apóstol Pablo nos ofrece en el pasaje que hoy nos ocupa una oración, no solo
dirigida a favor de los cristianos de Éfeso, sino también a favor de todos los
creyentes de la historia de la humanidad. Partiendo de la base de una plegaria
fervorosa y humilde, en la que las rodillas se doblan para manifestar que la
soberanía de Dios es absoluta y que todo depende de su voluntad suprema, Pablo
pide en el nombre de Cristo que la iglesia de todos los tiempos reciba
fortaleza y longanimidad en medio de tiempos difíciles de persecución, odio e
incomprensión religiosa: “Por esta causa
doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma
nombre toda familia en los cielos y en la tierra.” (vv. 14-15). En momentos
críticos como los que estaban pasando los discípulos de Cristo, la oración se
convierte en el mejor vehículo para solicitar de Dios su poder y su sostén. A
lo largo de la historia hemos podido constatar de qué modo la iglesia de Cristo
ha sido zarandeada y maltratada por todas las instancias religiosas y
políticas, y nuestra época no es una excepción. Al igual que el apóstol, no
hemos de cesar en nuestra intercesión fortalecedora a favor de hermanos y
hermanas que están padeciendo por la causa de Cristo en todas las latitudes de
este mundo.
A.
FORTALEZA ESPIRITUAL SEGÚN EL PODER DE DIOS
¿Qué pide Pablo a Dios que podamos
necesitar nosotros hoy? “Para que os dé,
conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el
hombre interior por su Espíritu.” (v. 16) La respuesta es ser fortalecidos
espiritualmente, en nuestro interior. No habla de darnos fuerzas suficientes
como para enfrentarnos violentamente contra nuestros enemigos y acosadores.
Habla de fortalecer nuestro carácter, nuestro temperamento, nuestra mente,
nuestras decisiones y nuestra fe. Nuestro ser espiritual debe adquirir la
dureza del diamante y la consistencia de la roca para aguantar los envites de
nuestros adversarios, puesto que desde el espíritu es que podemos moldear
nuestro aspecto exterior y no al revés. Con férrea determinación podemos
lanzarnos al mundo para librar las batallas que nos toque luchar. Esta
fortaleza que no tiene parte con nuestra fragilidad y debilidad propia es
poderosa porque surge de las riquezas gloriosas de Dios, las cuales son
inabarcables e insondables. De ahí que sepamos claramente que “no nos dejará ser tentados más de lo que
podamos resistir, sino que Dios dará también juntamente con la tentación la salida,
para que podamos soportar.” (1 Corintios 10:13). El poder de Dios supera
con creces cualquier obstáculo para la fe y vence sin problemas cualquier
impedimento que se nos presente en la vida. Además Pablo no quiere que nos
olvidemos del Espíritu Santo, el cual moldea y forja nuestro carácter cristiano
desde ese poder que también le pertenece por ser Dios mismo. El Espíritu Santo,
en su obra santificadora, nos cincela en los instantes de crisis para saber
afrontarlos del mismo modo que Jesús los afrontó durante su vida y ministerio
terrenal.
B.
FORTALEZA ESPIRITUAL CRISTOCÉNTRICA
¿Cuál es
el propósito que persigue el apóstol Pablo para pedir fortaleza según el poder
de Dios para nosotros? “Para que habite
Cristo por la fe en vuestros corazones.” (v. 17) La expresión que se
refiere a la habitación de Cristo es la manera de saber que no estamos solos,
si Cristo vive en nosotros y a través de nosotros. La manera de saber si Cristo
mora en nuestro ser interior es analizar nuestros hechos, palabras y pensamientos.
El Espíritu Santo, al fortalecer nuestras convicciones y fe en Cristo, logra
que nuestro estilo de vida se identifique con el modelo de Jesús en todos los
sentidos. El centro de nuestra existencia debe ser Cristo y solo Cristo, y el
mentor que nos guía a acomodar nuestras emociones, pensamientos y carácter es
el Espíritu de vida que nos conduce a toda verdad. Esta es la meta de todo
creyente, dejar de vivir egocéntricamente para vivir cristocéntricamente,
mostrando a nuestros enemigos y circunstancias adversas que no estamos
abandonados a nuestra suerte, sino que Cristo es nuestra vida, fortaleza y
poder.
C.
FORTALEZA ESPIRITUAL ARRAIGADA EN EL AMOR DE CRISTO
Una vez
Cristo se convierte en nuestro objetivo y meta, en nuestro amigo y defensor,
seremos capaces de reconocer lo valiosos que somos a los ojos de Dios en
términos de amor y gracia: “A fin de
que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender
con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la
altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento.” (vv.
17-19) La imagen que nos propone el apóstol es doble con respecto al amor
que debe fundar nuestra estima de lo mucho que nos ama Dios y nuestros lazos
afectivos con nuestros hermanos en Cristo. Arraigarse es enraizarse, aferrarse
con fuerza a la tierra inamovible del amor de Dios para resistir los vientos
huracanados de la tentación y la prueba que puedan sobrevenirnos. Cimentarse es
lograr estabilidad y resistencia en el terreno rocoso del amor de Cristo en el
que edificamos quiénes somos y qué creemos. Considerando el amor puro y santo,
el amor agape que ama a pesar de los pesares y que se entrega sin esperar nada
a cambio, como la raíz y el cimiento de nuestras vidas y de nuestra comunidad
de fe tendremos la privilegiada oportunidad de comprender espiritualmente el
alcance incalculable del amor de Dios por nosotros. Con nuestra mente enraizada
y cimentada en las cosas de este mundo, las cuales pasan y se derrumban más temprano
que tarde, no podemos entender el sacrificio de Cristo en la cruz, y mucho
menos podremos ser fortalecidos ante las crisis que nos acogotan. Sin embargo,
al dejarnos ser fortalecidos y guiados por el poder del Espíritu Santo día tras
día, tendremos la aptitud maravillosa de desentrañar lo valiosísimos que somos
para Dios al entregar lo más preciado que tenía, su Hijo, para salvarnos y
perdonar nuestros pecados. Y aun así, hasta que no veamos cara a cara a nuestro
redentor no llegaremos a calibrar completamente la enormidad de ese amor tan
precioso e inmerecido.
Conocer
las dimensiones del amor de Cristo es conocer las dimensiones de la cruz. En la
cruz encontramos nuestro valor, el precio de nuestro ser, la tasación más alta
que podamos recibir de nadie. En la sangre derramada de Cristo a nuestro favor,
en la justificación que logramos al serle imputados todos nuestros delitos y
pecados, en el perdón inmerecido que recibimos de Dios en el nombre de su Hijo,
y en el sufrimiento y llaga de su castigo injusto, somos valiosísimos para
Dios. Asumir que la muerte de Cristo en la cruz es nuestra fortaleza en virtud
de su complementariedad con la resurrección de Jesús que da nueva vida, nos
llena de Dios cada día: “Para que seáis
llenos de toda la plenitud de Dios.” (v. 19) Saber que Dios nos ama y nos
valora inmensamente nos da fuerzas renovadas para batallar y lidiar con las
dificultades de la vida, ya que su amor y gracia nos acompañan y mitigan
nuestro pesimismo y aflicción.
CONCLUSIÓN
El
apóstol Pablo termina su oración y su deseo de fortalecimiento de la iglesia de
todas las épocas, con una doxología, una manifestación de adoración y de
confianza en que Dios cumplirá su promesa de sacar de sus riquezas en gloria
esa fortaleza poderosa para nosotros. Y no solo eso, el Señor aun nos dará más de lo que pidamos o
imaginemos: “Y a Aquel que es poderoso
para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia
en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.” (vv. 20-21). El apóstol de los
gentiles quiere insuflar de ánimo, aliento y confianza a los creyentes que
padecen y sufren crisis, problemas, pruebas y tentaciones. Si tú estás pasando
por este tipo de adversidades, agradece el valor inconmensurable que Dios te da
en Cristo, y acógete a la fortaleza poderosa que encontramos dentro de nosotros
en virtud de la obra del Espíritu Santo.
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