SU PALABRA PROTEGE
SERIE DE
ESTUDIOS SOBRE EL SALMO 119 “DIJO DIOS: EL RITMO DE LA PALABRA DE DIOS”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 119:89-96
INTRODUCCIÓN
Aunque
no se perciba a veces con la contundencia necesaria, lo cierto es que el hecho
de servir al Dios de la Palabra con pasión y consagración supone tener enfrente
a muchos enemigos. Dar el paso para convertirnos en discípulos de Cristo, en la
mayoría de los casos, implica que personas de carne y hueso, tendencias
culturales y religiosas y el mismísimo Satanás se opongan a nuestro nuevo
nacimiento. El salmista, a través de sus palabras y experiencias, pretende
advertirnos contra estos adversarios y desea que usemos la Palabra de Dios como
un medio de protección contra ellos. En esta oración que surge del corazón
asediado por todo un ejército de opositores, podemos encontrarnos reflejados,
ya que en mayor o menor medida todos hemos o habremos de sufrir el ataque
directo de distintos enemigos acérrimos de nuestra fe en Cristo.
A. LA
PALABRA NOS PROTEGE CON SU INMUTABILIDAD
“Para
siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos. De generación en
generación es tu fidelidad; tú afirmaste la tierra, y subsiste. Por tu
ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, pues todas ellas te sirven.”
(vv. 89-96)
Uno de
los enemigos con los que vamos a tener que lidiar es con una generación de
hombres y mujeres que van a lo suyo y que no dudarán en traicionarte una y otra
vez. La mentira, o post-verdad, como hoy la llaman, se ha convertido con el
paso del tiempo en un derecho más que en algo condenable. La desilusión que
surge de confiar en la intemperancia del ser humano es actualmente algo con lo
que deberíamos contar antes de entregar cándidamente nuestra confianza. Sin
embargo, la traición humana, que tanto daño hace, es efímera. Tal vez en
nuestra bondad y generosidad, obra del Espíritu Santo en nosotros, tendremos
que tragarnos más de un sapo de estos. Pero como dijo Pablo, no hemos de
cansarnos de hacer el bien a pesar de las decepciones que padecemos, sino que,
como también dijo Jesús, hemos de aprender a ser mansos como palomas, y astutos
como serpientes.
A pesar
de las malas experiencias cosechadas al querer dar y no recibir más que
ingratitud, lo que sabemos por el salmista es que nuestra protección en esos
casos reside en la eternidad, inmutabilidad y firmeza de su Palabra. La palabra
del ser humano, la cual tiene cada vez menor validez a la hora de prometer
algo, es voluble y caprichosa, mientras que la Palabra de Dios es y será
siempre la misma. No cambia ni por las circunstancias ni por intereses ocultos.
Dios dice y se cumple a pesar incluso de nuestra infidelidad a la hora de
responder en obediencia a su ley. La historia y las generaciones han
contemplado de qué manera tan cabal y exacta sus promesas han sido certezas. La
persistencia de la Palabra de Dios es la que sigue sustentando el mundo, la que
se alza sobre el sistema de falsedades que la humanidad construye, la que
ilumina con la verdad cada aspecto de la creación de Dios. Toda la creación
sirve a los propósitos de Dios por más que muchos quieran desviar el curso del
plan de salvación del Señor. Nuestra protección, pues, es saber que Dios es más
veraz, confiable y poderoso que nuestros enemigos traicioneros. La Palabra de
Dios es ese compendio grandioso de cómo Dios nos protege como parte fundamental
de su cuidado amoroso. No te desalientes por las traiciones humanas, y gózate
en un Dios que nunca cambia, que nunca deja de amarnos, y que tarde o temprano
juzgará las dañinas acciones de los seres humanos para con su prójimo.
B. LA
PALABRA NOS PROTEGE CON SU PODER VIVIFICADOR
“Si tu ley
no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido. Nunca jamás me
olvidaré de tus mandamientos, porque con ellos me has vivificado. Tuyo soy yo,
sálvame, porque he buscado tus mandamientos.” (vv. 92-94)
Otro de
los enemigos que más nos atacan es el sufrimiento y el dolor. Como seres humanos
sujetos a la fragilidad de nuestro cuerpo y a la debilidad de nuestro corazón,
todos nos vemos afectados por distintos grados de padecimientos y penas.
Aquellos que no tienen a Dios en sus vidas, recurren a psiquiatras, a los
consejos de los seres humanos o a sustancias adictivas para evadirse del dolor.
Sin embargo, aunque por un instante pudiera desvanecerse esa sensación de
amargura en el cuerpo y en el alma, ésta vuelve a aparecer más punzante y más
desquiciante. Incluso cuando el sufrimiento sume a la persona en un pozo sin
fondo del que no puede salir, llega a plantearse la solución definitiva de
suicidarse y de caer en el sopor de la muerte. Las aflicciones son parte de
nuestra batalla diaria por vivir vidas felices y llenas de sentido, pero hay que
saber asumirlas como una experiencia que puede hacernos crecer y madurar
espiritualmente.
La
medicina que el salmista propone para proteger nuestro cuerpo, nuestras
emociones y nuestro espíritu es el de apelar al poder vivificador de Dios. Si
la Palabra de Dios no hubiese aconsejado, consolado y alentado su corazón, sabe
que se hubiera quedado atascado en el lodo cenagoso de su dolor. Si las
promesas preciosas de cuidado amoroso, de gracia y de misericordia no hubiesen
aparecido en su mente como un recordatorio de que el sufrimiento cesará el día
en el que el Señor nos recoja para enjugar nuestras lágrimas, el padecimiento
lo hubiera llevado a la tumba con total seguridad. El testimonio del salmista
es uno entre los muchos que existen que hablan de cómo el Señor tendió su mano
sanadora y restauradora sobre vidas rotas, y de cómo fueron vivificados
derrotando la autoridad de la aflicción y el dolor. Pero este dolor solo puede
desaparecer si el Dios de la Palabra nos hace suyos y nos salva de nuestra
pecaminosa manera de vivir. En la confesión y arrepentimiento de nuestros
pecados es donde se ancla la promesa de un renacimiento espiritual y de una
superación del sufrimiento físico. Buscar los mandamientos de Dios supone el
primer paso para recibir de nuestro Padre celestial la protección debida contra
los embates de las crisis, las adversidades y el quebranto.
C. LA
PALABRA NOS PROTEGE CON UNA VISIÓN CLARA DE LA REALIDAD
“Los impíos
me han aguardado para destruirme; mas yo consideraré tus testimonios. A toda
perfección he visto fin; amplio sobremanera es tu mandamiento.” (vv. 95-96)
Muchas veces
vemos la vida desde una perspectiva sombría y pesimista. Nos encontramos con
pérfidos enemigos que traman maldades contra nosotros, y nos parecen tan
invencibles que nos venimos abajo. Los consideramos inalcanzables,
todopoderosos y tremendamente dañinos, y eso hace que nuestra fe se tambalee
por causa del daño que pudieran hacernos con su poderío e influencias. Somos
como esos diez espías que deben traer un informe detallado de los enemigos a
los que hay que conquistar en Canaan, y que al hacerlo solo damos cuenta de lo
pequeños e insignificantes que somos ante los gigantescos hijos de Anac. Nos
vemos indefensos si apelamos únicamente a nuestros recursos y fuerzas. No
obstante, la Palabra de Dios y el Dios de la Palabra nos ayudan a ver las cosas
con la claridad debida. En vez de ver muros impenetrables, hemos de contemplar
murallas que se derrumbarán por el poder de Dios. En vez de meternos en el
caparazón de nuestra pequeñez, hemos de recordar quién es grande de verdad.
Los
adversarios no deben ser los que nos dicten qué hemos de hacer o dónde hemos de
escondernos. Los adversarios son precisamente lo que necesitamos para poder
constatar que Dios nos protege y nos guarda de sus asechanzas. Ejemplos de cómo
el Señor venció a ejércitos imponentes con solamente la potencia de su brazo,
los encontramos en su Palabra para ayudarnos a acrecentar nuestra fe cuando el
enemigo pretenda llevarnos por delante. En vez de devolver mal por mal a
nuestros oponentes, hemos de confiar en que la justicia de Dios se encargará de
ellos más temprano que tarde. En vez de considerar que el adversario tiene más
fuerzas y es más poderoso que nosotros, entendamos que todo lo que este mundo
tiene por perfecto, majestuoso y grandioso, tendrá su fin. Tras el juicio
sumario de Dios, nadie podrá mantenerse en pie y los enemigos de la fe serán
condenados por toda la eternidad. La Palabra de Dios nos protege de ver con
ojos incrédulos lo que nos rodea, inclusive nuestros enemigos.
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