SERIE DE SERMONES SOBRE HABACUC “AVIVA TU OBRA” 

TEXTO BÍBLICO: HABACUC 1 

INTRODUCCIÓN 

      En el desarrollo de nuestra fe como creyentes en Cristo siempre han aparecido incógnitas, interrogantes y dudas sobre el modus operandi de nuestro Dios. Sobre todo, en la etapa inicial de nuestra vida junto al Señor, hemos albergado alguna que otra pregunta sobre temas teológicos y espirituales que nos han sumido en luchas, en conflictos internos y en perplejidades varias. Lo cierto es que, a pesar de que el cimiento es bastante claro en términos doctrinales, siempre hay alguna cuestión que nos cuesta encajar dentro del entendimiento que tenemos sobre los atributos de Dios y la manera en la que obra en la realidad terrenal.  

      ¿Quién no se ha preguntado alguna vez, rompiéndose la cabeza, por qué hay tanta maldad en el mundo, desatada e impune? ¿Por qué Dios no actúa de forma rápida y contundente en la dimensión mundial para cambiar aquello que trastorna la convivencia humana? ¿Por qué los terremotos, los cataclismos de todo tipo, las catástrofes naturales y demás calamidades se ceban principalmente con los débiles, los humildes y los pobres? ¿Por qué hay tanta injusticia en este mundo? ¿Por qué se salen con la suya los poderosos e influyentes, mientras que los sectores deprimidos de la sociedad pagan los platos rotos de la corrupción política? ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro?  

     Está en nuestro ADN humano formular esta clase de interrogantes a Dios, a su Palabra o a aquellos que están más avezados en la interpretación de las Escrituras. Queremos saber el porqué de todo, y especialmente de lo que atañe al dolor, el sufrimiento y la muerte. Aunque sabemos que Dios es soberano, que hace lo que hace con un propósito sabio y necesario, y que cuida de los suyos, no se nos escapa que, a menudo, los cristianos también pasan por malos tragos y por crisis de aúpa. ¿Cómo casar la justicia de Dios con la injusticia humana? ¿Cómo encajar el amor de Dios por sus criaturas con las desdichas que se abaten sobre ellas? ¿Cómo entender la santidad de Dios desde una visión dramática de la experiencia humana?  

      Siempre he creído que el hijo de Dios debe preguntarse y preguntar a Dios sobre temas que se escapan a una lectura superficial de la realidad. Dios nos entregó el don del raciocinio, no para dudar de sus acciones y planes, sino para recibir del Espíritu Santo el oportuno discernimiento que nos aproxime a las motivaciones y sazones de Dios. Cuando un cristiano no dialoga con el Señor, confiándole sus dudas y sus interrogantes en oración, y cree que nada puede sorprenderle o hacer tambalear sus creencias, es que no ha entendido completamente lo que significa tener una relación íntima y profunda con Dios. 

1. EL PROFETA PREGUNTÓN 

     Si leéis Habacuc, podréis confirmar este extremo. A lo largo de sus líneas podemos comprobar que se trata de un toma y daca, de un diálogo sincero, e incluso crudo y áspero, entre el profeta y Dios. Habacuc, aun siendo un siervo de Dios, portador del oráculo divino al reino de Judá, tiene preguntas directas que hacer al Señor. Habacuc pretende reconciliar su teología de la soberanía de Dios con las acciones, aparentemente incongruentes e incoherentes, del Señor. Existe una serie de luchas y de perplejidades en su fuero interno, y desea que Dios lo saque de dudas, que le explique cómo hallar certezas en un panorama social y espiritual realmente lamentable. Para comprender el marco histórico en el que se hallaba el profeta Habacuc, es preciso saber que fue testigo del declive definitivo del Imperio Asirio, y de la ascensión en la hegemonía geopolítica del Imperio Babilónico, también conocido como Caldea. Posiblemente, este conjunto de manifestaciones proféticas fuesen escritas entre la derrota del ejército egipcio por parte de Babilonia en la batalla de Carquemis (605 a. C.) y la primera captura del Jerusalén a manos del rey Nabucodonosor (597 a. C.) 

      Este libro profético que consta de tres capítulos comienza con una escueta presentación: Profecía que el profeta Habacuc recibió en una visión.” (v. 1) Habacuc, profeta cuya etimología aún permanece en la oscuridad, ha sido escogido por el Señor para transmitir un mensaje de advertencia, de pronóstico y de anuncio de cuáles son los caminos que Dios va a emplear para sanear la podrida sociedad judaíta. En una visión especial, Habacuc va a participar de una conversación en la que se entremezclan todo tipo de sensaciones y emociones, especialmente las del desconcierto, la de la frustración y la del asombro. Una vez se autentifican todas las palabras que a continuación serán escritas para la lectura de sus contemporáneos y para el estudio de todas las edades históricas hasta el día de hoy, Habacuc será el que hable en primer lugar: “¿Hasta cuándo, Jehová, gritaré sin que tú escuches, y clamaré a causa de la violencia sin que tú salves? ¿Por qué me haces ver iniquidad y haces que vea tanta maldad? Ante mí sólo hay destrucción y violencia; pleito y contienda se levantan. Por eso la Ley se debilita y el juicio no se ajusta a la verdad; el impío asedia al justo, y así se tuerce la justicia.” (vv. 2-4) 

      La primera pregunta que Habacuc dirige a Dios está preñada de frustración y agonía. Desde que la bombilla se encendió en su mente y surgió la pregunta en su conciencia, ha estado arrodillado ante Dios, perseverando en la oración y en la súplica. Ha pasado mucho tiempo desde que comenzó a inquirir en las motivaciones de Dios, en el papel que éste cumple en el orden de la realidad terrenal, y comienza a desgañitarse día tras día esperando una contestación que resuelva sus peticiones. Mientras tanto, el contexto social sigue estando contaminado con la violencia, con la agresividad sin control de los habitantes de Judá y Jerusalén, con toda clase de acciones malvadas y perversas contra los más humildes. Ante su mirada indignada y dolida siguen perpetrándose crímenes abyectos que inundan su ser con una ira y una rabia inusitadas. Su mundo necesita ser redimido, salvado y restaurado. Su mundo necesita de la intervención de Dios, de su inmediato poder y de su instantánea injerencia. La iniquidad se adueña de todos los ámbitos de la vida social, y la maldad campa a sus anchas sin que nadie ose denunciarla. Las disputas, los pleitos, los conflictos y las agresiones se suceden con total impunidad. Nadie mueve un músculo por intentar cambiar este estado lamentable de cosas. 

     El profeta se enerva al considerar de qué manera tan honda se ha aceptado lo malo como algo normalizado. El pan de cada día es tener que ser testigo de excepción de lo bajo que ha caído el ser humano, de cómo la violencia se ha apoderado de cada resolución de problemas, de cómo los instintos más salvajes de sus ciudadanos encuentran un espacio inmejorable para desarrollarlos en sus más depravadas expresiones. Y así pasa, que cuando una sociedad se aleja de Dios y de los principios morales más básicos que se arraigan en la Ley del Señor, todo colapsa y el caos se convierte en lo más natural y corriente. Los efectos corrosivos de la depravación no se hacen esperar. Los que cometen las fechorías más deleznables son aquellos que promueven el debilitamiento de la Ley de Dios, erradicando de sus existencias el único medio que hay para desenmascararlos y para desnudar sus malas artes y prácticas. Los jueces se unen a esta fiesta del despropósito y de la injusticia corrupta, dictaminando sus sentencias desde el mejor postor, y desde sus propias predilecciones concupiscentes. El que aborrece a Dios acogota al que lo ama utilizando todos los medios a su alcance, y la justicia beneficia únicamente a aquellos que pueden torcer el brazo de los funcionarios judiciales con prebendas, sobornos y chantajes.  

      Lo más triste de todo esto, y lo más asombroso a la vez, es que Habacuc está retratando de forma prácticamente exacta nuestra sociedad. Creo que no somos tan inocentes como para pensar que en la actualidad no pasen este tipo de cosas. Hay millares de testimonios de personas que tratan de seguir los pasos de Cristo en su estilo de vida, y que se ven estremecidos ante la corrupción tan extendida que hay en el marco del poder judicial, que se retuercen de indignación cuando contemplan cómo los poderosos y adinerados se llevan el gato al agua cuando se trata de denunciar sus pillajes, mentiras y manipulaciones. La violencia se está apoderando de las calles con mayor frecuencia, cambiando la manifestación pacífica y respetuosa, por multitudes enojadas, violentas y agresivas que solo buscan la destrucción de lo público, de lo que no es suyo y de la pluralidad ideológica y confesional que hay en nuestras sociedades.  

     También nosotros, junto a Habacuc, nos quedamos pasmados del modo en el que nuestros congéneres solventan su frustración, su mal humor o sus apetitos contra natura. Vemos la televisión, leemos un diario o nos metemos en internet, y no nos quedan fuerzas para intentar asimilar cómo es posible que Dios no actúe lo antes posible para defender a los justos y humildes de la tierra. Todo se nos antoja paradójico e incomprensible desde nuestra óptica mortal y subjetiva. 

2. LA AMENAZA BABILÓNICA 

      Después de que Dios haya escuchado con atención durante un tiempo que a Habacuc le ha parecido eterno, y tras estimar que es el momento de contestar a las preguntas del profeta, declara con contundencia y detalle cuáles serán sus siguientes pasos para solucionar el problema que se le propone: “Mirad entre las naciones, ved y asombraos, porque haré una obra en vuestros días, que, aun cuando se os contara, no la creeríais. Porque yo levanto a los caldeos, nación cruel y presurosa, que camina por la anchura de la tierra para poseer las moradas ajenas. Formidable es y terrible; de ella misma proceden su justicia y su dignidad. Sus caballos son más ligeros que leopardos, más feroces que lobos nocturnos, y sus jinetes se multiplicarán. Vienen de lejos sus jinetes, vuelan como águilas que se apresuran a devorar. Toda ella acude a la violencia; el terror va delante de ella, y recoge cautivos como arena. Se mofa de los reyes, y de los príncipes hace burla; se ríe de las fortalezas, levanta terraplenes y las toma. Luego pasa como el huracán, y peca porque hace de su fuerza su dios.” (vv. 5-11) 

     Los planes de Dios para purgar a su pueblo y salvar a aquellos que claman día y noche por su salvación y protección, hacen que los ojos de Habacuc se abran como platos. Al escuchar lo que tiene reservado el Señor para Judá y Jerusalén, se queda patidifuso. Esperaba otra clase de actuación, más ajustada a su teología del pecado y la salvación. Sin embargo, el Señor anuncia su inaudita voluntad de solventar el problema moral y espiritual de Judá recurriendo a un imperio que está en la cumbre en esos momentos: Babilonia. Dios, como dueño de la historia, va a escoger como instrumento corrector y disciplinario al Imperio Babilónico. Y para hacer notar a los lectores y oyentes de este oráculo profético, y a Habacuc mismo, que no habla por hablar, Dios describe con minuciosidad y dramatismo cómo son los caldeos o babilonios. No hay más que echar un vistazo a las características de este pujante pueblo oriental para darse cuenta de que la que se le viene encima a Judá es terrible.  

    Los babilonios eran un pueblo que no tenía miramientos a la hora de invadir y conquistar cualquier territorio que se pusiese a su alcance. Si tenía que pasar a espada a los que se interponían en su camino, no les temblaría el pulso. El ansia de esta incipiente nación era la de expandir sus límites y fronteras, sus campañas militares eran rápidas como el relámpago y su eficacia bélica era reconocida por los reinos que se hallaban ya bajo su dominio. Su despliegue en la batalla era impresionante, causando en sus oponentes un temor tremendo que abría de par en par sus filas. Su justicia y dignidad son respaldadas por el filo de sus espadas y lanzas, por el poderío marcial y por las historias que sus sometidos contaban acerca de su potencia. Su ejército ecuestre era lo mejorcito de aquella época: caballos veloces, temerarios y decididos; jinetes de todas las partes del imperio se reunían como un solo hombre para convertirse en carroñeros y depredadores; y soldados violentos y fieros, de los que se narran épicos relatos de su arrojo y valentía ciega, los cuales hacen prisioneros a millares, todos ellos con la misión de servir con sus vidas a los conquistadores.  

     El rey de Babilonia no teme absolutamente a nadie. No siente miedo de aquellos reyes y príncipes que antaño eran considerados grandes guerreros y dirigentes. Todo lo contrario. Se ríe en sus caras, se burla estentóreamente de ellos, se mofa de lo insignificantes que son en comparación con el poder militar que administra. No se arredra en cuanto ve una ciudad amurallada, tal vez reconocida internacionalmente como inexpugnable. Tiene sus medios para asediarla y rendirla en tiempo récord. Para ello, indica a sus generales y zapadores que caven trincheras y levanten terraplenes en torno a la ciudad rodeada, de tal manera que puedan llevar hasta sus mismísimas puertas y murallas todos los artefactos de asalto necesarios para abrir brechas por las que colarse e invadir su interior. Jerusalén tuvo que sufrir en sus propias carnes este tipo de estrategias bélicas hasta que no tuvo más que claudicar ante Nabucodonosor. Una vez la ciudad que se resistía a caer se abre ante el ímpetu feroz de los babilonios, el saqueo, las violaciones y las matanzas serían horribles y dantescas. El dios al que sirven es el dios de sus fuerzas y de su poderío, transgrediendo la ley de Dios e instaurando un régimen idolátrico politeísta y militar. 

     Al igual que la amenaza de Babilonia, Dios también usa determinadas circunstancias adversas para llamar la atención del ser humano. No somos lo suficientemente sabios como para conocer de qué maneras misteriosas obra el Señor. Por ello, con la prudencia que acompaña a esta verdad, nos damos cuenta de que situaciones como la que hemos pasado acerca del Covid-19, también pueden ayudar a las personas a concienciarse sobre sus malos caminos, sobre cómo solucionar su vacío existencial y su negrura cardíaca, y sobre cómo acudir a Dios en medio de las tinieblas del dolor y el sufrimiento. Ya en la desescalada hemos visto eslóganes publicitarios en los que se nos recuerda que había cosas que habíamos dado por supuestas, que hacíamos cosas que no eran correctas, y que los planes que tan cuidadosamente elaboramos pueden ser derribados en un solo instante. Otra cosa será si, alcanzando esta chispa de iluminación espiritual, seremos capaces de cambiar y buscar al Señor, o si la cabra tirará al monte. Yo me decanto por esta última deriva. Los momentos críticos pueden ser usados por Dios para cambiar dinámicas autodestructivas, para valorar a Cristo como Señor y Salvador de sus vidas, para ser perdonados y acogidos por Dios a fin de hacer borrón y cuenta nueva en nuestra “nueva normalidad.” 

3. ¿POR QUÉ ASÍ? 

     Todavía turbado y boquiabierto ante las intenciones de Dios, Habacuc recoge todo lo que le ha sido dado en esta visión profética para preguntar de nuevo a su Creador sobre si no estará siendo demasiado drástico e incoherente con este planteamiento disciplinador: “¿No eres tú desde el principio, Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos. Jehová, para juicio lo pusiste; y tú, Roca, lo estableciste para castigar. Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué, pues, ves a los criminales y callas cuando destruye el impío al que es más justo que él? Tratas a los hombres como a peces del mar, como a reptiles que no tienen dueño. A todos los pesca con anzuelo, los recoge con su red, los junta en sus mallas; por lo cual se alegra y se regocija. Por eso ofrece sacrificios a su red y quema incienso a sus mallas, porque gracias a ellas su porción es abundante y sabrosa su comida. ¿Vaciará sin cesar su red y seguirá aniquilando sin piedad a las naciones?» (vv. 12-17) 

     La cuestión que Habacuc plantea a Dios se inicia con una alusión a la cualidad eterna de éste. Dios ha sido siempre y siempre será. Desde siempre ha sido Señor del universo, Dios de su pueblo y tres veces santo. Si esto es así, cosa que no duda Habacuc, su profeta, ¿por qué elige a un pueblo pagano, pecador hasta la médula, malvado y perverso, para juzgar a su pueblo? ¿No hay otra manera de amonestar y apelar al cambio de corazón de Judá? Habacuc no entiende que, siendo Dios santísimo, tenga que ver con un imperio impío y tremendamente pecador. ¿No estaría contradiciéndose a sí mismo al utilizar a los caldeos para rescatar a su remanente?  

       Otra certidumbre aparece en su diálogo con Dios: aquellos que han guardado el nombre del Señor en un estado social depravado y descompuesto, serán librados de la muerte cuando Babilonia toque la puerta de Jerusalén. Reconoce que Judá necesita ser juzgado y castigado, que ha de entrar en razón para arrepentirse sinceramente de sus múltiples pecados, para solicitar el perdón del Señor y recuperar su devoción hacia Dios. Pero, ¿tiene que ser dejando que los caldeos invadan Judá y Jerusalén? ¿No está siendo Dios demasiado duro con ellos? Habacuc no comprende que, siendo Dios santísimo se mezcle con esta marea humana que solo respira violencia y ambición. ¿Por qué no es Dios mismo, con su propia mano, sin emplear la fuerza de otros pueblos, el que tome cartas en el asunto? ¿No es mejor que Dios fulmine desde los cielos a los criminales cada vez que van a llevar a cabo un delito? ¿No sería más apropiado que el Señor aniquilase al que se rebela contra él justo antes de que se precipite con aviesas intenciones sobre el menesteroso hijo de Dios? Yo creo que a todos nos encantaría que los delincuentes que buscan destruir a los cristianos fueran barridos de la faz de la tierra entre llamas y viento sobrenaturales. Nuestra indignación nos lo pide. Pero el problema es que, tal vez nosotros seamos los siguientes, puesto que el baremo de santidad de Dios nos hace a todos culpables, y, por ende, candidatos a ser fulminados del mismo modo. 

     La siguiente cuestión de Habacuc, empleando una retahíla de metáforas marinas, es la de que, si Dios va a consumar su juicio contra Judá por medio de los babilonios, hasta cuándo durará tamaña humillación y vergüenza. Los que van a ser conquistados por Babilonia son contados como peces indefensos que no hacen más que engrosar las filas de esclavos y siervos que van a ser trasladados a los confines de otras tierras. El rey caldeo se vanagloria de la gran cantidad de presos y vasallos que van aumentando la población de su imperio y a los que se les asignarán trabajos y labores de manutención y producción de víveres para sus desbocados ejércitos. Intentarán integrar a los deportados en sus prácticas religiosas idolátricas, y si no, leamos la historia de Daniel y sus compañeros para constatarlo. ¿Cuándo terminará el tiempo de la deportación? ¿En qué momento Judá podrá volver a habitar la ciudad de Jerusalén? ¿Será algo indefinido? El temor se instala en el corazón del profeta y simplemente desea que Dios le ofrezca una esperanza que calme su acelerado pulso, y que le permita asimilar las revelaciones divinas que se suceden sin desmayo. Esta es también nuestra zozobra cuando las cosas se tuercen y la desgracia se abate sobre toda nuestra sociedad: ¿Hasta cuándo? 

CONCLUSIÓN 

      Dios contestará a esta pregunta de manera inmediata al profeta. Del mismo modo, Dios también responde a nuestras incógnitas y vacilaciones. No de la manera en la que lo hizo con los profetas, pero sí a través de las Escrituras, las cuales nos ponen en antecedentes sobre lo que puede suceder si la inmoralidad y la violencia se transforman en maneras válidas de vivir y convivir. Dios sigue juzgando a las naciones, y también sigue juzgando a nuestra nación, una nación cada vez más secularizada y contraria a Dios. ¿De qué manera lo hará? He ahí el misterio de la soberanía del Señor y la claridad de ideas que solo el Espíritu Santo puede dar a nuestra limitada y finita sesera. 

     Como dijo Isaías en una ocasión sobre cómo alcanzar a conocer la mente de Dios: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos», dice Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos, más que vuestros pensamientos.” (Isaías 55:8-9)  

      Preguntemos a Dios siempre, pero no esperemos respuestas que se acomoden a lo que nos gustaría que se hiciese, sino más bien ciñámonos a la voluntad perfecta y buena de nuestro Padre celestial.

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