ONÉSIMO



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE FILEMÓN 

TEXTO BÍBLICO: FILEMÓN 1:8-25 

INTRODUCCIÓN 

      Restaurar lazos de confianza rotos no es una tarea sencilla. Volver a reconciliarse con aquella persona que te ha traicionado no es fácil. Recuperar la fe en alguien que te ha defraudado de forma insidiosa no es una empresa instantánea e inmediata. Hacer resurgir en uno la necesidad de recuperar una amistad truncada por la decepción no es cuestión de una reflexión superficial y simplista. Cuando alguien quebranta la lealtad, no podemos esperar que el agraviado, automáticamente, vaya al domicilio del que lo ha herido, y le ruegue que todo vuelva a ser como era antes. Deberíamos aspirar a esa perfección que nos marca el carácter de Cristo, pero nuestra humanidad damnificada, al menos en primera instancia, no responde con propósitos positivos o una perspectiva de que aquí no ha pasado nada, y pelillos a la mar. Todos aquellos que hemos padecido en carne propia los abusos perpetrados por personas en las que pusimos toda nuestra fe, sabemos de la dificultad que entraña volver a salvar el abismo que ha dejado en nuestra memoria y en nuestro corazón la desconfianza. 

     Pongamos que, tal vez, estemos interesados en reconciliarnos con la persona que nos hizo la vida un yogur desde la confianza habida. Ha pasado el tiempo, vemos las cosas desde la frialdad de la distancia cronológica de los hechos, y pensamos que, quizás, valga la pena volver a retomar la relación. Sin embargo, existe dentro de nosotros la idea de que la otra persona debería disculparse y pedir perdón. Solo a través de este trámite esperamos a que algún día toque la puerta de nuestros hogares, con un ramo de flores, un regalito o una compensación en forma de buen vino o de repostería. El problema es que podemos esperar sentados. Tenemos buena predisposición al perdón y a la restauración de la amistad, pero simplemente lo fiamos todo a que el destino o el azar nos hagan compartir el mismo espacio-tiempo para resolver la ruptura sentimental y emocional. Así pasan los años, se enfrían los ánimos y la memoria, y se pierde la maravillosa oportunidad de restañar las heridas abiertas y de reiniciar un vínculo hermoso y bendito. 

      Filemón se halla en esta tesitura, salvando las distancias lógicas de cultura y época. Uno de sus sirvientes, tal vez, su mayordomo, alguien en el que confiaba ciegamente la administración de sus bienes y propiedades, lo ha decepcionado enormemente. Como consecuencia de sus actos, Onésimo, que así se llama este siervo, huye despavorido del hogar de Filemón, temiendo las repercusiones de sus deleznables actos. Sin embargo, fijémonos lo pequeño que es el mundo, Onésimo acaba conociendo a Pablo en uno de sus viajes misioneros a Roma, y se convierte, entregando su vida al servicio de Cristo junto al apóstol de los gentiles. Conociendo Pablo los entresijos de la historia de Onésimo, y conectándolos con una de las personas que más admiraba el apóstol, el cual era Filemón, decide que debe interceder en beneficio de Onésimo, a fin de que la reconciliación entre ambos sea un ejemplo ilustrativo del poder del perdón entre aquellos que aman y siguen al Señor. 

1. UN RUEGO VOLUNTARIO 

     Ya vimos en el anterior estudio que Pablo intenta preparar el camino de esta reconciliación fraternal, apelando al amor tan grande que Filemón siente hacia Dios, hacia el prójimo y hacia la propia persona del apóstol. Ahora viene la petición paulina: Por eso, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, prefiero rogártelo apelando a tu amor, siendo yo, Pablo, ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo. Te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil. Te lo envío de nuevo. Tú, pues, recíbelo como a mí mismo.” (vv. 8-12) 

      Pablo comienza su ruego a Filemón de forma sabia y estratégica. El apóstol siente que tiene la autoridad suficiente como para ordenar a Filemón que haga lo que le mande. Podría tirar de galones, de favores pasados o de la prerrogativa apostólica para forzar que Filemón cumpliera a rajatabla con sus instrucciones. La libertad en Cristo, esto es, la confianza mutua en el Salvador y Señor de sus vidas, la cual otorga un marco de respeto, amor y fe en los lazos que unen al apóstol con Filemón, sería argumento más que suficiente para sugerir que Filemón debía, sin quejas ni preguntas, consumar la voluntad de Pablo. Sin embargo, el apóstol opta por suplicar a su buen amigo y colaborador Filemón que, en base a su amor, ya descrito en los versículos anteriores, le haga el favorazo de acoger con gracia y espíritu comprensivo su plegaria. Además, Pablo añade a este amor la idea de que ya es un anciano en condiciones realmente lamentables, encarcelado en las lúgubres mazmorras de Roma. Filemón no tiene más remedio que apiadarse de su estado adverso, y darle la alegría de una recomposición fraternal, aun en medio de sus circunstancias carcelarias. 

     El ruego de Pablo es que Filemón haga borrón y cuenta nueva con Onésimo. No sabemos si Filemón dio un respingo pintado de amargura al leer o escuchar este nombre. No sabemos si un rictus de desconcierto y vacilación apareció en la boca del destinatario de la carta. No sabemos si le tembló el pulso y su corazón se puso a mil por hora. La petición no era fácil de asimilar, incluso a pesar de que fuese Pablo el que lo pusiese en este trance. Como dijimos, no tenemos un detalle concreto acerca de la clase de hechos que promovieron la fuga de Onésimo lejos de la casa de Filemón. Pero cuando uno pone tierra de por medio con otra persona, la cosa no parece haber sido una minucia, algo trivial o una tontería sin importancia. Algo de dimensiones extremadamente sensibles había detonado la relación entre estos hombres.  

      No obstante, y así es la providencia divina, resulta que justo cuando Pablo estaba cautivo en los calabozos romanos, Onésimo se convirtió de forma asombrosa en hijo espiritual del apóstol y discípulo de Cristo. Pablo no quiere quitarle hierro al asunto que propició el problema de la desconfianza de Filemón hacia Onésimo, y por ello no duda en decir que Onésimo, antes de conocer a Cristo como su Señor y Salvador, era un zote, un bueno para nada, una persona de la que no era posible sacar nada en claro. Ahora las cosas han cambiado para bien. Onésimo se ha transformado en un consiervo sumamente útil para la misión de Pablo, y, por ende, en el futuro también lo será para la iglesia en Colosas, lugar en el que Filemón desarrollaba su ministerio. Pablo tiene en mente enviarlo de vuelta a esta iglesia, a fin de que apoye y respalde a Filemón en todo aquello que tiene que ver con la marcha de la comunidad de fe afincada allí. Filemón debe recibirlo, ya no como un siervo, sino como un hermano, como un condiscípulo, como un colaborador eficiente en la extensión de la obra misionera. 

2. UNA VALÍA INMENSA 

       Filemón debe ver la más que probable llegada de Onésimo como un privilegio y una magnífica oportunidad: “Yo quisiera retenerlo conmigo, para que en lugar tuyo me sirviera en mis prisiones por causa del evangelio. Pero nada quise hacer sin tu consentimiento, para que tu favor no fuera forzado, sino voluntario. Quizá se apartó de ti por algún tiempo para que lo recibas para siempre, no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado, mayormente para mí, pero cuánto más para ti, tanto en la carne como en el Señor.” (vv. 13-16)  

      Pablo, con el objetivo de resaltar la valía de Onésimo, muestra a Filemón que a él le encantaría tenerlo allí a su lado, ayudando al apóstol en su encierro, asistiéndole en todo cuanto pudiese necesitar en Roma. Incluso llega al punto de compararlo con Filemón. Pablo echa de menos ese amor tan reconocible de su buen amigo Filemón, y comprueba esta misma clase de afecto fraternal en Onésimo. Pablo está confinado en las húmedas y oscuras celdas de Roma, y ha podido observar de qué forma tan solícita ha actuado Onésimo en su cuidado. El apóstol de los gentiles vuelve a incidir en la idea de que, cualquier decisión que tome Filemón con respecto a Onésimo, ha de estar fundamentada en la voluntariedad. Pablo no desea coaccionar o coartar la voluntad libre de Filemón. Debe acoger a Onésimo de buen grado, sin manifestar cualquier signo de disconformidad. De nuevo, Pablo apela a que Dios escribe recto en renglones torcidos, a que posiblemente había sido designio de Dios el hecho de que consagrase su vida a la misión cristiana tras su huida, y que ahora se convirtiese en la pieza necesaria para completar el puzle del ministerio pastoral o educativo de la iglesia colosense. 

     Onésimo, tal y como dijimos previamente, no retornaría a Colosas como lo que fue antes de marcharse de allí. En este instante, tiene otro estatus distinto. En virtud de la hermandad que surge de formar parte de un mismo cuerpo cuya cabeza es Cristo, Onésimo no puede recuperar su lugar en la servidumbre del hogar de Filemón. Si volviese para ser esclavo de Filemón, se vería mermada la clase de relación y trabajo que Pablo espera que desarrollen en el marco de la obra del Señor. Serán hermanos en Cristo, sustentándose mutuamente tanto en lo espiritual como en lo material. Si Onésimo se ha convertido en un hermano especialmente importante para Pablo, qué menos que también lo sea para Filemón. Se cierra el círculo, y Onésimo será para Filemón alguien en el que volver a confiar aun a pesar de lo que hubiese ocurrido en el pasado. ¿Cómo reaccionaría Filemón a esta propuesta paulina? 

3. PAGANDO DEUDAS AJENAS 

     Pablo, previendo todos los escenarios mentales de su hermano Filemón, se adelanta a ellos para dar solución a cada uno de los interrogantes que éste pudiera albergar en su fuero interno: “Así que, si me tienes por compañero, recíbelo como a mí mismo. Y si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta. Yo, Pablo, lo escribo de mi mano: yo lo pagaré (por no decirte que aun tú mismo te me debes también). Sí, hermano, tenga yo algún provecho de ti en el Señor, conforta mi corazón en el Señor. Te he escrito confiando en tu obediencia, sabiendo que harás aun más de lo que te digo. Prepárame también alojamiento, porque espero que por vuestras oraciones os seré concedido.” (vv. 17-22) 

      Pablo emplea su ascendiente fraternal sobre Filemón para ablandar su corazón. Pablo sabía que no iba a ser coser y cantar hacer recapacitar a su compañero de fatigas. Por ello, el apóstol le dice a Filemón que, si le ama, que ame a Onésimo del mismo modo en que lo estima a él. Es una forma de decir que, si no ama a Onésimo, estará decepcionándolo y defraudándolo, sobre todo en aquello que se refiere al amor tan misericordioso por el que es conocida la figura de Filemón. No podemos decir que Pablo no juega bien sus cartas y que su estrategia abarca todos los flecos del asunto en sí. Aún añade Pablo algo más que pueda transmutar el dolor de la traición de Onésimo en una actitud proclive a perdonarlo y recibirlo como hermano. El apóstol propone a Filemón, hombre de posibles y con un más que pudiente estilo de vida, que si cree que Onésimo debe devolver aquello de lo que se apropió indebidamente, que se lo apunte en su cuenta, y que cuando se vuelvan a ver cara a cara, le entregará el dinero necesario para saldar las deudas contraídas por su antiguo siervo. 

     Pablo remacha esta última proposición con su firma. De puño y letra confirma que avalará a Onésimo en todos los sentidos: en el espiritual y en el crematístico. Es curioso comprobar que, a continuación, Pablo pone entre paréntesis un pensamiento de contrapeso. Si Pablo ha de pagar la deuda de Onésimo, lo hará, pero recuerda a Filemón que, en otros tiempos Pablo le hizo grandes favores, en lo espiritual, y que si se pone en plan “favor con favor se paga,” tal vez Filemón no debería reclamar nada al apóstol y a Onésimo. Pablo también sabía que Filemón era un prohombre acaudalado, y que su posible rencor hacia Onésimo no tenía tanto que ver con la cantidad hurtada, sino con la decepción y la vesania cometida. Pablo había sido de enorme bendición a la vida de Filemón, y el apóstol confiaba en que éste respondería afirmativamente a su petición. Si Filemón consentía en restablecer la relación rota con Onésimo, sería un bálsamo espiritual que confortaría el corazón de Pablo. Y es que, no hay mayor consuelo que comprobar que dos personas que habían quebrado sus lazos afectivos, ahora son hermanos que se vuelven a respetar, amar y considerar.  

    Tal es la fe que Pablo tiene en Filemón, y sobre todo en su amor y en la calidad de su obediencia, que no duda en expresar su admiración. Sabe que Filemón va a contestar su súplica con creces. No será cuestión de un cambio de esquema mental radical e instantáneo, pero sí será un acto meditado y analizado en el que el amor resurgirá de las cenizas de una relación resquebrajada. Para culminar su discurso reconciliador, Pablo anuncia a Filemón que tiene planes para ir a visitarle. No sabe todavía cuando, pero irá a verificar que esta carta ha penetrado en su espíritu, y que la fraternidad perdida entre Filemón y Onésimo ha vuelto a recomponerse gracias al amor de Cristo que los une. Ruega que los hermanos de la iglesia en Colosas oren con el objetivo de que pronto Pablo pueda estar de nuevo entre ellos. Pablo da un buen intervalo de tiempo a Filemón para que el ruego apostólico se concrete en la realidad. 

4. DESPEDIDA Y CIERRE 

     Para concluir esta epístola pastoral, Pablo manda saludos a Filemón de parte de hermanos que éste bien conoce y con los que ha trabajado codo con codo en la misión de Cristo: “Te saludan Epafras, mi compañero de prisiones por Cristo Jesús, Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén.” (vv. 23-25) 

      En esta lista de colaboradores paulinos, ya conocimos a la figura de Epafras, el cual está compartiendo celda con Pablo a causa de su labor divulgativa del evangelio de Cristo, y aparecen nombres como Marcos, el Juan Marcos que hallamos bastante timorato en las cuestiones de la misión, y que es enviado por Pablo a Jerusalén dada su poca utilidad en los momentos narrados en Hechos 13:13: “Habiendo zarpado de Pafos, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia; pero Juan, apartándose de ellos, volvió a Jerusalén.” Al parecer, con el tiempo Juan Marcos se convierte en un colaborador imprescindible para Pablo. Marcos es mencionado también en 1 Pedro 5:13, como hijo espiritual de Pedro, y del que se cree pudo haber recogido los relatos petrinos para elaborar su evangelio: “La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan.” 

    También tenemos en esta enumeración de despedidas a Aristarco, el macedonio natural de Tesalónica. De este colaborador hallamos las siguientes alusiones en el alboroto de Éfeso (Hechos 19:29); en el viaje de Pablo a Asia (Hechos 20:4); en el viaje por mar a Roma junto a Pablo; y en su encarcelamiento (Colosenses 4:10). De Demas, sabemos que en el instante en el que fue escrita esta misiva a Filemón, era un fiel colaborador de Pablo, aunque según los registros de 2 Timoteo 4:10, las cosas se torcieron con él: “Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica.” Por fin, Lucas es el médico que compiló el evangelio que lleva su nombre y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Sin su fervor investigador hubiéramos perdido de vista las narraciones de la vida de Jesús, así como el recuento de la expansión y progreso de la fe cristiana en el mundo conocido. Lucas es siempre reconocido positivamente por Pablo: “Os saluda Lucas, el médico amado.” (Colosenses 4:14)  

     La fórmula que cierra esta carta era la acostumbrada según el estilo paulino, y busca fundamentalmente que la gracia, el don inmerecido de la salvación mediante la fe, asentado en la muerte vicaria de Cristo, sea un recordatorio constante en la vida de todos aquellos que leen y escuchan la epístola, y especialmente en la vida de Filemón. El “amén” final obedece al deseo de que todo lo expresado en la carta sea una realidad maravillosa y consumada. 

CONCLUSIÓN 

     Aunque la palabra “perdón” no surja de forma explícita, no cuesta mucho pensar e imaginar que en la mente de Pablo estaba el anhelo profundo de que el amor cubriese la multitud de pecados que había cometido Onésimo contra Filemón, y que, en correlación con el perdón de Cristo en la cruz del Calvario, disfrutado por aquellos que confiesan su nombre, los maltrechos vínculos entre estos dos hombres fuesen reintegrados a aquellos tiempos en los que la confianza mutua era el adorno de lo que se espera entre dos personas que trabajan juntas.  

       No sabemos a ciencia cierta si Filemón hizo honor a su proverbial amor y recibió cordialmente a Onésimo, pero hemos de intuir que sí fue así, dado que, si así no fuera, el hecho de que fuese escogida como parte del canon del Nuevo Testamento no habría tenido sentido. El perdón es posible incluso en las peores de las decepciones, y más aún si este perdón procede de un corazón sometido bajo la soberanía de Cristo.

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