MASHAL
SERIE
DE SERMONES SOBRE MATEO 13 “PARABOLÉ”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 13:10-17; 34-35
INTRODUCCIÓN
¿Habéis
escuchado alguna vez la expresión “tienes
más cuento que Calleja”?
Esta frase que normalmente se dirigía a una persona que no cesa de
inventar historias y excusas para justificar sus acciones, se debe a
uno de los mayores editores de historias para niños de España a
finales del s. XIX. Su nieto cuenta que, para su abuelo, los cuentos
eran juguetes instructivos y divertidos para que los niños
aprendieran pasándoselo bien. El hijo del fundador de esta editorial
resume el impacto que tuvieron estos cuentos: “Los
niños, a la salida de la escuela, lo primero que hacían eran ir con
su "perrilla" a comprar los cuentos de Calleja a la tienda
de ultramarinos que hubiese más cerca. Aquellos ultramarinos que
olían tan ricamente a cosas de ultramar, cacao y canela, y allí
vendían junto al chocolate de la merienda, las lindas historias de
"Barba Azul" y de "El Gato con Botas"”
Yo tuve algún que otro escarceo con estos cuentos que aún podían
encontrarse en puestos de mercadillo en los que se cambiaban novelas
de Corín Tellado, novelas del oeste americano de Estefanía, y de
tebeos infantiles, hace ya mucho tiempo. Junto a los cuentos de
Calleja, también me hicieron pasar momentos muy entretenidos e
instructivos las fábulas de Esopo y de Samaniego.
No
cabe duda de que, a través de historias breves y con moraleja, se
inculcaron valores y virtudes morales ciertamente de calado en muchos
chavales de los tres primeros cuartos del siglo XX. Hoy día la cosa
ha cambiado. Pocas son las publicaciones que se dirigen al niño que
contengan un valor aproximado al que tuvieron estos cuentos
aleccionadores. Con los dibujos animados, las series de televisión y
las películas de animación, el descubrimiento de realidades
fantásticas preñadas de contenidos didácticos van desapareciendo
para dar mayor relieve al entretenimiento y al divertimento, en
detrimento de la pedagogía y la enseñanza. Además, dado el
relativismo moral en el que nos hallamos inmersos, ha llevado a
determinados lobbies a un revisionismo histórico bastante espurio y
absurdo de las narraciones de nuestra niñez y adolescencia para
adecuarlas a una corrección política parcial. Yo sigo quedándome
con aquellos cuentos y fábulas que dejan una moraleja final desde la
cual poder construir una sabiduría sencilla, pero efectiva.
1.
EL FILTRO ESPIRITUAL DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS
Jesús
también sabía que la única manera de conocer quiénes estaban
interesados en su evangelio de gracia y perdón, era a través del
cedazo de las parábolas. Por medio de narraciones simples y ceñidas
a la realidad cotidiana de la sociedad de su época, a las
tradiciones y costumbres religiosas de su tiempo, Jesús podía
reconocer a aquellos que no le escuchaban únicamente para recibir su
milagro, sino que lo hacían para intentar desentrañar los
enigmáticos mensajes espirituales que eran predicados en segundo
plano. Los discípulos de Jesús intuían y percibían verdades
espirituales tras cada historia contada, aunque no acababan de
entender el porqué de contar historietas en lugar de llamar al pan,
pan y al vino, vino. ¿No sería mejor desafiar abiertamente la
autoridad de los líderes religiosos con argumentos de peso, con una
confrontación directa entre la lucidez de Jesús y la hipocresía
farisaica? ¿Para qué andarse por las ramas con escuetas narrativas,
si Jesús podía elaborar un discurso rotundo, claro y revolucionario
que aplastase cualquier afirmación de sus contrincantes? De ahí la
pregunta que le hacen a Jesús tras escuchar la parábola de los
terrenos y la siembra: “Entonces,
acercándose los discípulos, le preguntaron: —¿Por qué les
hablas por parábolas?” (v. 10)
En
un encuentro más íntimo con sus seguidores más adictos, Jesús
desea que éstos comprendan el objetivo y el propósito de emplear la
técnica de la parábola: “Él,
respondiendo, les dijo: —Porque a vosotros os es dado saber los
misterios del reino de los cielos, pero a ellos no les es dado, pues
a cualquiera que tiene, se le dará y tendrá más; pero al que no
tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por
parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden.”
(vv. 11-13)
Ha pasado el tiempo desde que Jesús inició su ministerio terrenal.
Aparte de sus discípulos y colaboradores más estrechos, muchas
personas han comenzado a seguirle por mil razones y motivos
distintos. Unos lo harían sinceramente, con el anhelo profundo de
conocer mejor sus enseñanzas y su evangelio de salvación. Otros lo
harían presos de la ilusión de empezar una revolución social y
religiosa que derribase el sistema inoperante de ese tiempo. Otros lo
harían para huir de sus miserias y del hambre. Otros lo harían para
hallar el punto débil de la doctrina de Jesús y así comunicar a
los líderes religiosos cualquier blasfemia o herejía en la que
pudiese incurrir el maestro de Nazaret. Y otros lo harían motivados
por la necesidad de recibir un espectacular y maravilloso milagro en
sus vidas. Podríamos decir que no todos los que se acoplaban al
camino de Jesús lo hacían por las razones correctas.
Jesús
ha visto algo especial y diferente en el corazón de sus doce
seguidores principales. Advierte en ellos una capacidad espiritual
dada por Dios que les provee de la iluminación interior necesaria
para intuir en cada una de sus parábolas una verdad clara y práctica
que proviene de los cielos. El Señor les ha infundido del don de
discernir entre líneas de cada historia una lección magistral que
habla del Reino de los cielos, o una enseñanza hermosa sobre la
naturaleza de este reino y sobre la esencia del evangelio de Cristo.
Aquello que es un misterio para aquellos que no estén en lo que
están, sino que sus corazones están orientados hacia cuestiones
materialistas u oportunistas que les impiden desentrañar los arcanos
del mensaje de amor de Jesús. De ahí que, en una muestra de
perspicacia económica y financiera, Jesús se refiera a dos clases
de personas en relación a sus parábolas: aquellos que sinceramente
desean alcanzar la salvación desde el aprendizaje y el discipulado
espiritual, los cuales seguirán creciendo en la fe, madurando hasta
ser como Jesús; y aquellos que, mostrándose indiferentes en cuanto
a las buenas noticias de salvación, solamente aspiran a recibir
bendiciones y provechos sin importarles la implicación y el
compromiso con el Reino de los cielos. Las cosas no han cambiado
mucho desde entonces, ¿verdad?
Por
supuesto, Jesús entiende las parábolas como un método de hacer
asequibles verdades espirituales que, explicadas con la frialdad y la
contundencia de una conferencia científica o filosófica, no harían
mella en la atención de las multitudes. Contando con que la mayoría
de personas que acudían a ver a Jesús eran personas humildes, de
baja extracción social y de entornos prácticamente marginales, uno
no podía pensar que, hablando en términos técnicos, las personas
iban a mostrar alguna clase de interés. Para eso ya tenían a los
escribas y a los maestros de la ley, especialistas en enmarañar
teológicamente cualquier asunto que se quisiera transmitir al
pueblo. Jesús opta por hablar en parábolas para despertar
inquietudes en sus oyentes, para desafiarlos a resolver los acertijos
propuestos, y para enseñarles al fin el significado precioso y
práctico de sus historias. La idea era que, si la gente que se
arremolinaba alrededor de Jesús no había sido capaz aún de
reconocerle como el Mesías esperado, tras cientos y cientos de
acciones portentosas y sobrenaturales, y no habían captado la
oportunidad que tenían de ser salvos de sus pecados después de
cientos y cientos de predicaciones basadas en la ley y los profetas,
los que de verdad querían conocerle y saber cómo llegar a ser
salvos, llegarían a distinguir en los símiles ilustrativos de las
parábolas, un camino hacia su redención por medio de Jesús.
2.
UNA HUMANIDAD CIEGA Y SORDA
Jesús
tiene interés en que sus discípulos más cercanos entiendan que, el
hecho de hablar por parábolas, en hebreo mashal,
obedece a una serie de profecías previas, todas ellas dadas para
respaldar su estrategia de revelación de las realidades y verdades
del Reino de los cielos. La primera de estas profecías, la cual
puede hallarse en Isaías 6:9-10, reza del siguiente modo: “De
manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: “De
oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis,
porque el corazón de este pueblo se ha entorpecido, y con los oídos
oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los
ojos, ni oigan con los oídos, ni con el corazón entiendan, ni se
conviertan y yo los sane.”” (vv. 14-15) Recogiendo
el panorama de un pueblo judío irresponsable e impermeable a las
advertencias proféticas de los voceros de Dios, Jesús lo aplica al
estado de cosas en el que se hallan muchas de las personas que han
tenido la oportunidad de escuchar a alguien mayor que Isaías y que
cualquier otro profeta habido sobre la faz de la tierra.
Básicamente,
el ministerio de Jesús se componía de palabras y de acciones, de
predicación y enseñanza, y de milagros y hechos milagrosos. Jesús
fue de aldea en aldea proclamando el año agradable del Señor, el
perdón de pecados, el arrepentimiento y la confesión, la
reconciliación con Dios y su amor incomparable. ¿El resultado?
Recordemos Corazín, Betsaida, Nazaret o Capernaúm, por ejemplo.
Pueblos enteros en los que las palabras de Jesús no causaron un
impacto reseñable en forma de conversiones. Jesús regó Judea y
Galilea con innumerables muestras de su poder sanador, restaurador y
exorcizador, y ¿cuántas almas se entregaron genuinamente a su
señorío y salvación? Una vez recibieron su milagro, si te he
visto, no me acuerdo. Jesús no es que estuviera arrasando con sus
discursos y con sus actos salutíferos. ¿Todos tenían dos
pabellones auditivos para escuchar a Jesús? Hasta donde sabemos era
así, pero no todo el que tiene oídos sabe comprender y asimilar las
verdades comunicadas. ¿Todos tenían dos globos oculares con los que
poder ejercitar el don de la vista? Por supuesto, pero esto no
significaba que los emplearan para percibir, esto es, para valorar
críticamente lo que acontecía delante de sus narices.
La
razón de que ni vista ni oído fuesen capaces de hacer acopio de las
verdades espirituales del reino celestial, tenía que ver con los
corazones de cada persona. Si en el alma no hay voluntad para querer
saber, el resto del cuerpo no se predispone para beber del
conocimiento que se despliega ante los sentidos. Si no existe hambre
de Dios, y la mente solamente pugna por confiar únicamente en sus
propias posibilidades, en la conveniencia egoísta o en el
materialismo oportunista, ¿cómo han de responder ojos y oídos? La
torpeza del corazón entorpece a su vez el movimiento y dirección
del resto de miembros del cuerpo. Del mismo modo que el que tropieza
lo hace por puro despiste o atolondramiento, así ocurre con nuestros
corazones. Cuando pensamos más en lo que creemos que nos conviene
que en lo que Dios nos dice que nos conviene, el tropezón aparece
para darnos de bruces con la obstinada y terca realidad.
El
endurecimiento de oído evita que escuchemos con nitidez cualquier
cosa que se nos quiera compartir verbalmente, y si endurecemos
voluntariamente nuestra manera de escuchar la doctrina de Cristo,
solamente escucharemos aquello que beneficie a nuestra conveniencia
carnal. Y si cerramos los ojos para no querer ver lo que es bien
visible, por miedo, por cobardía o por pensar que, si así hacemos
que el problema real de nuestra pecaminosidad desaparezca, entonces
no nos quedará más remedio que caer por el desfiladero de la
ignorancia escogida y de la ceguera elegida. Parece que, en este
retrato de la realidad de los tiempos de Jesús, podemos encuadrar
con demasiada fidelidad nuestro mundo actual de ciegos y sordos
espirituales.
3.
LA FELICIDAD DE LOS OJOS QUE VEN Y DE LOS OÍDOS QUE OYEN
Considerando
este aterrador y dramático panorama de todas las sociedades de la
historia de la humanidad, Jesús elogia a aquellos que no deciden
cerrar el corazón a cal y canto al hermoso y perfecto evangelio de
salvación. En este caso son sus discípulos los que reciben la
bendición de estar siempre en disposición de seguir aprendiendo de
las incalculables riquezas pedagógicas del Reino de los cielos:
“Pero
bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque
oyen. De cierto os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo
que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.” (vv.
16-17)
Seguro
que, en algún momento, al conocer a alguien que tiene problemas
serios de vista o de oído, le has dedicado una oración de gratitud
al Señor por poder contemplar la belleza de su creación sin trabas,
y por poder escuchar los dulces sonidos y las voces de cuantos te
rodean. Sin embargo, no es esto de lo que está hablando aquí Jesús.
Él está hablando sobre la felicidad que inunda al ser humano que,
cuando ve la manera en la que obra Dios en cada situación y
circunstancia, y que cuando comprende a la perfección que es lo que
él quiere comunicarnos a nuestro espíritu, reconocen a Cristo como
el centro de su adoración y devoción.
Muchos
hombres y mujeres de Dios que vivieron en los tiempos del Antiguo
Testamento la esperanza de que se manifestase a la humanidad para
salvarla de sus pecados, aquellos profetas que iluminaron con sus
profecías y oráculos el futuro de un reino definitivo de Dios y el
gobierno universal del Mesías, aquellos a los que les hubiese
gustado poder ver cara a cara a Dios en Cristo, aquellos que
perecieron con toda su fe puesta en que Dios vencería de una vez por
todas a Satanás al encarnarse y humanarse, vieron el cumplimiento de
sus expectativas desde la presencia de Dios en los cielos. Jesús
ahora está desarrollando su trabajo redentor en medio del mundo, y
solo contadas personas tienen el discernimiento suficiente como para
asombrarse al ver y al escuchar a Jesús. Tienen un privilegio
supremo e increíble a su alcance, y solo los que saben ver y
escuchar auténticamente pueden saborear y disfrutar de esta
magnífica experiencia junto a Jesús. ¿Qué no daríamos nosotros
por haber podido caminar, comer, conversar u orar junto al Señor?
Aunque no podemos quejarnos al respecto, porque Cristo ahora vive en
nosotros y su Espíritu nos enseña y nos guía, y porque no hay día
en el que no percibamos fuertemente el aroma de su obra en nosotros y
a través de nosotros.
4.
LAS PARÁBOLAS DEL REINO DE LOS CIELOS
Jesús,
más adelante, después de contar unas cuantas parábolas más,
vuelve a referirse a la necesidad de acudir al potencial espiritual
de las historias: “Todo
esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les
hablaba, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: «Abriré en
parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación
del mundo.»” (vv. 34-35) En
esta ocasión, Jesús acude al Salmo 78:2 para remachar la idea que
él tiene en mente a la hora de comunicar verdades espirituales a las
multitudes. Jesús, al emplear este salmo, se autoproclama el Mesías,
aquel que ha sido ungido por el Espíritu de Dios para traer salud y
libertad a los necesitados espirituales. De nuevo, el misterio es
parte de lo que se esconde en cada parábola, en cada narración. Es
un enigma que solo Cristo puede descubrir, puesto que es una verdad
oscura en tiempos del Antiguo Testamento, que ahora es alumbrada por
la luz del Salvador. Es un acertijo que hace pensar, que reta a los
prejuicios y a las ideas preconcebidas, que rompe esquemas y moldes
mentales, que activa la capacidad reflexiva del ser humano. Cada
parábola es un ejemplo más de la insondable profundidad de los
dictados divinos, del reinado celestial que se aproxima y del gran
valor de las decisiones que toma todo mortal en la encrucijada del
fin de los tiempos.
Jesús,
aplicando este salmo sobre su propia existencia, nos lleva a entender
que él mismo es Dios, ya que estas verdades misteriosas sobre el
Reino de los cielos provienen, no de una novedad recién acuñada por
Dios, ni de una concepción revolucionaria de recorrido breve. Desde
antes de la fundación del mundo, el Dios Trino, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, coligieron en compartir con la humanidad el
conocimiento de lo divino y de lo humano. Dios, al encarnarse en
Cristo, quiso voluntariamente revelar a los mortales quién era, cómo
era y cuáles eran sus propósitos y planes para todo el cosmos.
Expresar estas revelaciones sin el filtro de las parábolas hubiese
sido demasiado para cualquier mente humana. Por ello, Jesús adopta
forma de cuentacuentos que persigue iluminar e inspirar en aquellos
que escuchan sus parábolas y símiles, la necesidad de ahondar y
meditar en la grandeza de Dios y en su anhelo de recrear lo que se
había echado a perder a causa del pecado. Del mismo modo en que Dios
se rebaja hasta ser de carne y hueso, Jesús rebaja su discurso al
nivel comprensivo de personas sencillas, sinceras y atentas. ¡Este
debería ser el sueño y modelo de cada predicador que intenta
transmitir las buenas nuevas de salvación en Cristo!
CONCLUSIÓN
Una
vez conocidas las intenciones sabias y preciosas de Jesús a la hora
de comunicar su mensaje de arrepentimiento y perdón al mundo, es
hora de leer y escudriñar cada una de las parábolas conocidas como
parábolas del Reino de los cielos, sabiendo que tras cada historia
existe todo un mundo espiritual que hemos de comprender, hacer
nuestro en las acciones diarias, y compartir con personas que de
verdad ansían conocer a Cristo. Es el momento de ir, domingo a
domingo, adentrándonos en la dimensión espiritual de cada cuadro
ilustrativo que Jesús dejó para la posteridad en este evangelio
según Mateo.
Abre
tus ojos y pon colirio en ellos para ver a Cristo obrando en cada
historia. Quítate la cera de los oídos y escucha con atención y
concentración las verdades que de ella podemos extraer. Y no dejes
que tu corazón sea entorpecido por el ruido de fondo de nuestro
mundo, de tal manera que cuando el Señor vuelva por segunda vez, no
tenga que decirte que tienes más cuento que Calleja.
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