GEMELOS Y CONTRINCANTES
SERIE
DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “JACOB, EL SUPLANTADOR”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 25:19-26
INTRODUCCIÓN
En
los propósitos divinos que podemos ver desplegados en las Escrituras
hallamos que no siempre el orden divino se corresponde con el orden
de la gracia. La Biblia está llena de personajes que rompen todos
los esquemas lógicos y tradicionales para erigirse en los escogidos
de Dios. Individuos impensables se convierten en instrumentos en
manos de Dios. Lo esperable salta por los aires con cada decisión
divina, y lo aparentemente inoperante se transforma en decisivo
dentro del cauce del plan de salvación de Dios. Sucedió con Judá,
con José, con Moisés, con Samuel, con David, con un buen puñado de
profetas, y así hasta los apóstoles que el mismo Jesús apartó
especialmente para constituir su iglesia. Y a pesar de que muchos de
los escogidos del Señor tienen claros problemas de todo tipo y
caracteres difíciles, éstos llegan a cumplir totalmente cada parte
de lo que Dios había estado planificando desde antes de la creación
del mundo. Dios tiene la capacidad de ver más lejos que nosotros y
la posibilidad de observar el máximo potencial de aquellos a los que
escoge. El Señor no elige al buen tuntún, sino que sabe lo que se
hace cuando recurre a personas que nadie en su sano juicio quisiera
emplear para realizar grandes hazañas o para ser líderes
extraordinarios.
En
esta nueva serie de estudios sobre la vida de Isaac y Jacob, las
cuales se extienden desde el capítulo 25 al 36 de Génesis,
comprenderemos esta verdad de una manera bastante curiosa y
sorprendente. Los giros inesperados se sucederán una y otra vez en
tramas y narrativas repletas de humanidad, de peleas por el poder y
de situaciones que solamente se dan en circunstancias de
supervivencia. Jacob será el protagonista, ya incluso desde su
existencia en el vientre materno, de esta preciosa historia, toda
ella llena de enseñanzas, ejemplos y promesas de Dios. Será una
vida tortuosa, de altibajos, de claros y oscuros, de confianza en el
Señor y de mentiras al prójimo. Se trata de una aventura oriental
plagada de usos y costumbres ancestrales que pondrán a prueba el
amor, la fidelidad y la fe de cada uno de los miembros del elenco de
Génesis. Podremos vernos a nosotros mismos reflejados en actuaciones
y en actitudes de la vida real y contemporánea, y esto nos dará qué
pensar en cada una de las historias que componen la vida y obras de
Isaac y Jacob.
1.
ESTERILIDAD
Dejamos
atrás el tiempo en el que, tras contraer nupcias Isaac con Rebeca,
Abraham fallece para reunirse con Sara y con sus antepasados. Ahora
Isaac es el cabeza de familia, y junto con Rebeca deberá construir
su propia familia: “Éstos
son los descendientes de Isaac hijo de Abraham: Abraham engendró a
Isaac. Isaac tenía cuarenta años cuando tomó por mujer a Rebeca,
hija de Betuel, arameo de Padan-aram, hermana de Labán, arameo.”
(vv. 19-20)
Sus hermanos de padre habían sido reubicados en otros territorios y
zonas geográficas para que Isaac pudiese ejercer de jefe de clan con
absoluta libertad y sin la amenaza de que pudiese serle usurpada su
posición. Isaac amaba profundamente a Rebeca, y viceversa. Todo
pintaba de maravilla para que la alegría, la prosperidad y la paz
diesen a luz a nuevos componentes del campamento.
Sin
embargo, no todo iba a ser un camino de rosas. De igual manera que
había sucedido con su madre Sara, Rebeca tampoco podía darle
descendencia a Isaac. El tiempo va pasando, y la posibilidad de
engendrar hijos va disminuyendo con cada año que pasa. Algo que
diferencia a Isaac y a Rebeca de Abraham y Sara, es que, aunque
tienen el deseo intenso de tener hijos, no se desesperan buscando que
una concubina tenga relaciones sexuales con Isaac, y así dar inicio
a su estirpe. Seguramente, Isaac había aprendido a considerar todos
los problemas y crisis que trajo la idea de “ayudar” a Dios en el
cumplimiento de la promesa de una descendencia innumerable.
Recordaría las trifulcas entre Sara y Agar, entre él mismo y su
hermano Ismael, y pensaría con buen tino y grandes dosis de fe, que
Dios estaba al volante de la “Operación Nacimiento.” Su modus
operandi, por tanto, residía en no cesar de orar al Señor para
recibir el milagro de la concepción: “Isaac
oró a Jehová por su mujer, Rebeca, que era estéril; lo aceptó
Jehová, y Rebeca concibió.” (v. 21)
La intercesión constante de Isaac dio sus frutos, y la esterilidad
de Rebeca dio paso a la vida intrauterina. Al fin, una sonrisa de
gozo se dibujó en los rostros del matrimonio. Dios, a su debido
tiempo, contesta la oración ferviente de su siervo Isaac.
2.
LUCHA FRATRICIDA
Solo
era cuestión de tiempo que Isaac y Rebeca pudiesen por fin conocer a
su retoño. No obstante, sabiendo que un embarazo no siempre es
placentero y tranquilo, Rebeca comienza a padecer y sufrir a causa de
éste. Sin ecografías ni técnicas tomográficas, Rebeca entiende y
siente que en su seno hay más de un vástago: “Pero
como los hijos luchaban dentro de ella, Rebeca pensó: «Si es así,
¿para qué vivo yo?» Y fue a consultar a Jehová.” (v. 22)
Este versículo es como el tráiler de una película. Ya desde el
principio de la vida, existe un campo de batalla delimitado por el
útero de Rebeca en el que sus dos hijos se pasan los días
golpeándose y fajándose. Una cosa son las pataditas que los nonatos
dan dentro del líquido amniótico de forma inconsciente, y otra es
que dos seres humanos que no han visto la luz del sol estén peleando
a brazo partido antes de nacer. Tal era el conflicto interno que
Rebeca tenía dentro de sí que su salud se veía seriamente
perjudicada. El regocijo por portar en su vientre el futuro de la
familia se había convertido en quejas, en lágrimas y en
desesperación. ¿Por qué no dejaban ya de combatir en sus entrañas?
Esto no era lo que se podía esperar de un embarazo de gemelos.
Ya
harta de tanto movimiento y violencia, Rebeca decide consultar a Dios
sobre la razón de esta tesitura. En oración, Rebeca recibe una
revelación profética de parte del Señor sobre el destino que
aguardará a estos dos gemelos que pugnan por vencerse el uno al
otro: “Y
Jehová le respondió: «Dos naciones hay en tu seno, dos pueblos
divididos desde tus entrañas. Un pueblo será más fuerte que el
otro pueblo, y el mayor servirá al menor.»” (v. 23)
La razón de la lucha de estos dos gemelos es formidable y
sobrecogedor, además de asombroso. Cada gemelo será un gran pueblo,
pero en lugar de recibirse mutuamente como hermanos, se enfrentarán
de forma terrible hasta el punto de odiarse a muerte. Sabemos por la
historia de Israel que Edom, el pueblo originado por Esaú, no le
pondrá facilidades a Israel, nación cuya raíz es Jacob. En
permanentes escaramuzas, ambos pueblos constatarán con sus
respectivas trayectorias esta profecía inicial aun sin ser nada.
Lo
que nos llama la atención es el hecho de que el mayor se verá
sometido por el menor. Lo normal hubiera sido que el menor fuese el
servidor del mayor, pero, como ya dijimos al principio, la gracia no
conoce órdenes naturales que valgan. Ya iremos viendo de qué manera
va completándose este oráculo divino, todo ello encaminado a que
los designios del Señor se vayan concretando con el paso del tiempo.
Para Isaac tal vez esto no fuese una sorpresa, dado que él mismo,
menor que su hermano Ismael, había recibido la misma consideración
de parte de Dios.
A
propósito de esta elección divina, el apóstol Pablo contribuye a
un conocimiento más profundo de esta coyuntura desde su epístola a
los romanos: “Pero
no sólo esto, pues también Rebeca concibió de un solo hombre, de
Isaac nuestro padre. No habían aún nacido, ni habían hecho aún ni
bien ni mal (para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciera, no por las obras sino por el que llama), cuando Dios le
dijo a Rebeca: «El mayor servirá al menor.» Como está escrito: «A
Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.» ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay
injusticia en Dios? ¡De ninguna manera!, pues a Moisés dice:
«Tendré misericordia del que yo tenga misericordia y me compadeceré
del que yo me compadezca.» Así que no depende del que quiere, ni
del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” (Romanos
9:10-16)
La soberanía y la gracia de Dios son las que dictaminan quién ha de
ser escogido para ser depositario del plan salvífico divino, y no
las capacidades, las obras, el deseo de la persona o las habilidades
físicas. Dios, en su soberanía plena, decide escoger y amar a
Jacob, y desechar a Esaú, y nadie puede decirle a Dios que debería
tomar otra clase de dictámenes basándose en lo natural, lo lógico
o lo normalizado.
3.
UNA NATIVIDAD CONFUSA
Llegó
el día tan ansiado para todos, especialmente para Rebeca, cansada ya
de tanta brega en su seno: “Cuando
se cumplieron sus días para dar a luz, había gemelos en su vientre.
El primero salió rubio; era todo velludo como una pelliza, y le
pusieron por nombre Esaú.” (vv. 24-25)
Las comadronas prepararon todo para ayudar a la parturienta en los
esfuerzos de su preñez, sabiendo de las dificultades que entrañaba
un parto de gemelos. El primero de los gemelos fue asomando su
cabeza, dejando al descubierto su cabello rubio tirando a pelirrojo.
Lo primero que sorprendió a todos era que estaba recubierto de una
buena mata de vello corporal. Era un peludo ejemplar de ser humano.
Para compararlo con una pelliza, esto es, una prenda de abrigo hecha
o forrada de pieles finas, podemos imaginarnos cómo sería de
velludo. Al ver su aspecto, sus padres le pusieron por nombre Esaú,
que significa “rojo.”
Pero
he aquí, que cuando estaban a punto de sacar a Esaú del vientre
materno, notaron las comadronas una resistencia bastante extraña que
les impedía extraer al primogénito con facilidad. Estirando con un
poco más de energía, se encontraron con que el segundo gemelo
estaba aferrado con una fuerza increíble al talón de Esaú:
“Después
salió su hermano, trabada su mano al talón de Esaú, y le pusieron
por nombre Jacob. Isaac tenía sesenta años de edad cuando ella los
dio a luz.” (v. 26) Como
si estuviese tirando de su hermano para intentar arrebatarle el
primer lugar a la hora de nacer, la mano hecha garfio de Jacob no
soltaba su presa. Esta circunstancia parecía estar confirmando al
mundo que las cosas no iban a ser muy cordiales entre ambos hermanos.
El nombre que fue adjudicado al segundo gemelo en nacer habla a las
claras de su actitud con respecto a su hermano Esaú, puesto que
Jacob significa “el que toma del talón”, o “suplantador.”
Con el transcurso de la historia de estos dos hermanos, comprobaremos
hasta qué punto este detalle de sus nacimientos afectaría a sus
vidas futuras.
Si
queremos saber cuánto tiempo estuvo Isaac rogando al Señor para que
su esposa Rebeca concibiese descendencia, aquí lo tenemos. Es la
friolera cifra de treinta años. Treinta años en los que nunca faltó
su fe en Dios y en los que la sensatez primó por encima de la
desesperación. Con setenta años, ni Isaac ni Rebeca eran unos
mozalbetes, pero sí recibieron, más allá de las circunstancias que
rodearon el parto, el regalo más grande que unos padres pueden
desear de Dios. Ahora todo estaba encaminado a seguir creciendo y
multiplicando el legado y linaje de Abraham. Sin embargo, el nubarrón
distante de los problemas caseros no dejaría de acercarse a este
hogar con el paso de los años.
CONCLUSIÓN
Huelga
decir que el hombre propone, y que Dios dispone. Esta realidad
espiritual ya es posible atisbarla desde la temprana vida de Jacob y
de Esaú. Dos vidas que inician su andadura sobre la faz de la
tierra, pero que son tan distintas la una de la otra como el día de
la noche. Son gemelos, sí, pero muy diferentes en carácter,
personalidad, metas y ambiciones, ya lo veremos. Y Dios establece
desde su parecer de gracia y sabiduría que será Jacob el escogido
para seguir construyendo era tras era la senda que desembocará en
Jesús, nuestro Señor y Salvador.
No
te pierdas por el camino de las aventuras y desventuras de Isaac,
Rebeca, Jacob y Esaú, porque promete enormes sorpresas, maravillosas
promesas de Dios, y feroces luchas entre hermanos.
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