INFIDELIDAD INMUNDA


SERIE DE SERMONES SOBRE HAGEO “THINK”
TEXTO BÍBLICO: HAGEO 2:10-19
INTRODUCCIÓN
Hay personas a las que no les importa de dónde provenga el dinero, con tal de poder disfrutar de éste. Los fondos recibidos pueden llegar de orígenes de dudosa caladura moral, puede que sean el producto de delitos y crímenes abyectos, o el resultado de actividades fraudulentas, y muchas personas se tapan los ojos y los oídos, se ponen una pinza en las narices, y a emplear ese dinero en operaciones legítimas. El blanqueo de capitales es una de las más recurrentes acciones que existen hoy en día. Recursos monetarios procedentes del tráfico de estupefacientes, de trata de personas, de malversaciones de caudales públicos, de mordidas ilegales, se blanquean al sol de negocios aparentemente solventes, legales y ajustados a derecho. Este tipo de artimañas las llevan a cabo partidos políticos, entidades religiosas y asociaciones sin ánimo de lucro, pensando que, con no conocer la procedencia del dinero, ya deja de apestar a sangre y a lágrimas. Millones de conciencias cauterizadas siguen moviendo ingentes cantidades de dinero desde las oscuridades de la sociedad hacia la luminosidad de las altas esferas.
En una ocasión tuve la oportunidad de ver una serie de televisión en la que unos narcos “ofrendaban” del dinero que les sobraba, a un sacerdote católico. Con la excusa de que un dinero mal habido podía llegar a hacer un gran bien en manos de personas preocupadas por el bienestar de los más necesitados, este vicario no tenía escrúpulos en recibirlo y en administrarlo a conveniencia. Lo mismo sucedía con grandes capos de los cárteles más peligrosos e influyentes de Colombia. El archiconocido y televisivo Pablo Escobar, uno de los seres más sanguinarios y crueles de la historia, construía viviendas sociales en Medellín con el dinero logrado a costa de la muerte de miles y miles de personas a lo largo y ancho de América. No importaba de dónde aparecía el dinero necesario para ello, siempre que el bienestar social de los menesterosos fuese cubierto. ¿Cómo no iban los más humildes a idolatrar a alguien que les regalaba un techo bajo el que cobijarse? ¿Qué les importaba si Pablo Escobar atentaba contra otras personas, si podían vivir holgadamente a costa del precio del derramamiento de la sangre de otros que no fuesen ellos? La paz de la conciencia no se paga con obras filantrópicas que tapen otras realmente deleznables.
Podríamos decir que este dinero de sangre era un dinero inmundo, ya que, ensuciado y contaminado por la muerte del prójimo, no podría nunca ser lavado de su hedor letal, por muchos padrenuestros y avemarías que se dijesen en favor de los delincuentes que lo lograban. La iglesia sigue siendo, en muchos de los casos, y más allá de las denominaciones y confesiones concretas, uno de los espacios que más y mejor lavan el dinero de negocios inmorales y truculentos. Con la justificación de donativos y ofrendas, las arcas de algunas instituciones religiosas se han llenado hasta los topes, todo bajo la pretendida intención de mejorar la vida de los marginados de la sociedad. No todo vale. Y menos vale en lo que a la comunidad de fe se refiere, y en lo que a la adoración y diezmos se refiere. Es preciso pensar si realmente vale la pena realizar este tipo de actividades limpiadoras, dado que Dios es omnisciente y observa con precisión incalculable el motivo de todas las cosas que suceden en el mundo, y en la congregación de los santos de manera específica.
1. LEYES SOBRE LA IMPUREZA
Judá, tras su regreso a casa después de décadas de exilio babilónico, debe pensar también, de forma seria y profunda, el porqué de sus acciones religiosas. ¿Se trata de cumplir el expediente cubriendo los mínimos exigibles, sin un interés sincero por dignificar el nombre de Dios? ¿O más bien se ha de procurar ser excelentes tanto en los hechos como en las intenciones a la hora de exaltar y servir al Señor? He ahí una realidad que Dios percibe como peligrosa y dañina. ¿Se puede obedecer y glorificar a Dios de cualquier manera?
El tiempo pasa mientras los líderes de Judá intentan hacer acopio de los materiales y fondos necesarios para comenzar a poner las primeras piedras del templo de Jerusalén. Concretamente, unos dos meses después de la última voz profética alentadora de parte de Hageo: A los veinticuatro días del noveno mes, en el segundo año de Darío, llegó esta palabra de Jehová por medio del profeta Hageo: «Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Pregunta ahora a los sacerdotes acerca de la Ley, y diles: Si alguno lleva carne santificada en la falda de su ropa, y con el vuelo de ella toca el pan o la vianda, el vino o el aceite, o cualquier otra comida, ¿será santificada?» Los sacerdotes respondieron diciendo que no. Entonces Hageo continuó: «Si uno que está impuro por haber tocado un cadáver, toca alguna cosa de éstas, ¿quedará ella inmunda?» Los sacerdotes respondieron: «Inmunda quedará.»” (vv. 10-13)
Antes de entrar en materia e ir directamente al grano, Dios interpela al sacerdocio que va a entrar a formar parte de la plantilla que gestionará la adoración en el futuro templo. Es un examen sorpresa del que salen triunfantes, cosa que agrada a Dios en un sentido, puesto que, al menos, la ley sigue estando fresca en sus mentes y corazones. La primera pregunta que Dios les hace tiene que ver con las leyes de pureza e impureza recogidas en el Pentateuco, en la Torá. El Señor se refiere a las ofrendas conocidas en hebreo como “selamim”, esto es, ofrendas de acción de gracias, a causa del cumplimiento de un voto determinado, o simplemente traídas sin más voluntad que la de adorar a Dios. A través de estas ofrendas votivas y de gratitud se pretendía la ayuda divina en relación a la fecundidad y fertilidad de sus tierras y de su familia. Como vemos, la ofrenda puede constar de diferentes elementos comestibles, y cuando se ofrecen son consagrados y dedicados a Dios. Desde el instante en el que son encomendados a Dios, estos alimentos son santificados, y, por lo tanto, aunque un leve roce de las vestiduras los tocase un poco, algo que nosotros calificaríamos de mínima importancia, ya serían considerados inmundos o contaminados por algo que no está santificado. Esto nos demuestra que la santidad no es comunicable indirectamente, pero que la inmundicia sí puede transmitirse de forma indirecta.
La segunda pregunta tiene que ver con las leyes de la inmundicia de los seres humanos que hallamos en el libro de Números: “El que toque un cadáver de cualquier persona, quedará impuro siete días. Al tercer día se purificará con aquella agua, y al séptimo día será limpio. Si al tercer día no se purifica, no será limpio al séptimo día. Todo aquel que toque un cadáver de cualquier persona, y no se purifique, contamina el tabernáculo de Jehová. Esa persona será eliminada de Israel, por cuanto el agua de la purificación no fue rociada sobre él: impuro quedará, y su impureza permanecerá sobre él.” (Números 19:11-13) El Señor vuelve a recalcar la idea de que la impureza es producto de la transgresión de la ley, y que esta impureza separa negativamente a la persona para la adoración y devoción comunitaria. Primero hay que purificarse de la inmundicia, y después volver a retomar la dinámica de la religión. A esta cuestión, los sacerdotes contestan adecuadamente delante de todo el pueblo. Pero, ¿qué tenía todo esto que ver con Judá y con la reconstrucción del Templo?
2. CORAZONES Y MANOS INMUNDAS
Dios conoce mejor que nadie qué se cuece en cada casa, qué clase de espíritu acompaña a cada acción, y qué se puede esperar de un pueblo que, tras llegar del destierro, se ocupó principalmente de satisfacer sus deseos egoístas e individualistas: “Hageo respondió: «Así es este pueblo y esta gente que está delante de mí, dice Jehová; asimismo es toda la obra de sus manos: todo lo que aquí ofrecen es inmundo. Ahora, pues, meditad en vuestro corazón desde este día en adelante, antes que pongan piedra sobre piedra en el templo de Jehová.” (vv. 14-15) La contundencia de Dios no se hace esperar. Está bien que todos estén dispuestos a trabajar en la edificación del Templo, que se haya logrado reunir todo el material para preparar la cimentación de este gran proyecto, pero Dios percibe que falla algo en la mente y en los corazones de aquellos que van a dar inicio a esta empresa. No basta con que sean diestros en el labrado de las piedras, que sepan elaborar auténticas obras de arte en el ornato del Templo, que exhiban capacidades encomiables para la arquitectura y el tratamiento de metales y piedras preciosas. Hay algo que no carbura y que debe ser solventado antes de ponerse en marcha.
El Señor, a través de la voz clara y estentórea de Hageo, señala sin lugar a equívocos, la auténtica condición y estado de la naturaleza de los habitantes de Judá y Jerusalén. Todo lo que vayan a hacer de ahora en adelante está impregnado de la toxicidad de la impureza y de la infidelidad. Hageo apela a su aptitud crítica, a su potencial uso racional del autoexamen. El Señor demanda de su pueblo nada más y nada menos que la excelencia. Con las manos y el alma ennegrecidas por el pecado, no pueden participar de un trabajo santo como era el de erigir un santuario central para Dios. Deben recapacitar sobre porqué van a levantar el Templo, con qué actitud van a desarrollar su labor, con qué talante van a dedicar todo su esfuerzo y habilidad a Dios. Cada piedra que se va a emplear en el cimiento del Templo ha de ser, por fuerza de la santidad de Dios, santificada, y si las manos pecadoras de los trabajadores las tocan, dejarán de ser lo que deben ser y no servirán a los propósitos de Dios. De ahí que el Señor sea directo y exprese por medio de Hageo la importancia de la limpieza del corazón antes de embarcarse en una misión dirigida por Él.
El pueblo y sus dirigentes han de meditar en sus caminos, y valorar la reverencia y el respeto que deben tributar a Dios antes de comenzar todo el despliegue de artesanos y maestros ingenieros. Todos los que van a cooperar en la construcción del Templo han de asumir su responsabilidad y deben comprender la seriedad de lo que están a punto de crear. Cada detalle tiene su motivo y su dirección, y, por tanto, todos y cada uno de los que colaborarán en la refundación del Templo deben estar completamente comprometidos con la santidad de Dios. El pensamiento comunitario ha de unificar criterios y actitudes, para que, desde la unanimidad todo pueda servir para la honra y gloria de Dios. Lo mismo se puede aplicar a cualquier misión que Dios nos encomiende. La santidad de Dios demanda excelencia y el más alto grado de perfección moral y espiritual a la hora de llevar a cabo nuestra colaboración en su obra. Con el corazón sucio y polvoriento no podemos honrar a Dios, y, por tanto, hemos de reflexionar sobre nuestra necesidad de ser purificados por la sangre de Cristo antes de iniciar cualquier actividad eclesial que busque santificar el nombre de Dios.
3. CORAZONES INMUNDOS, MEDIOCRIDAD DE VIDA
Con esto en mente, el Señor les recuerda que la razón de su prácticamente inexistente bienestar y de vivir vidas mediocres e infértiles, es precisamente el haber priorizado sus necesidades por encima de la adoración a su persona. Si desde que llegaron a habitar de nuevo Judá y Jerusalén, han estado en modo supervivencia, es a causa de su infidelidad y de su inmundicia espiritual: “Antes que sucedieran estas cosas, venían al montón de veinte efas, y sólo había diez; venían al lagar para sacar cincuenta cántaros, y sólo había veinte. Os herí con un viento sofocante, con tizoncillo y con granizo en toda la obra de vuestras manos, pero no os convertisteis a mí, dice Jehová. Meditad, pues, en vuestro corazón, desde este día en adelante, desde el día veinticuatro del noveno mes, desde el día que se echó el cimiento del templo de Jehová; meditad, pues, en vuestro corazón.” (vv. 16-18)
Antes de ser apercibidos proféticamente por Hageo, los judaítas se dedicaban a sus cosas, desentendiéndose de la parcela teológica, y comprobando cómo sus cosechas y sus vendimias eran miserables. El que es o ha sido agricultor, sabe perfectamente lo que puede dar de sí un terreno sembrado y una viña plantada. Cuando el máximo potencial del terreno cultivado no se concreta tras el trabajo duro y la inversión realizada, el agricultor no puede por menos que lamentarse de su suerte. El Señor indica la mengua de los alimentos y productos básicos para vivir vidas más o menos confortables. El dueño de las tierras podía tener la esperanza o expectativa de verse favorecido por una buena cosecha, pero comprobamos que lo espiritual se conectaba indefectiblemente con lo material. La prosperidad y la bendición de Dios estaba inextricablemente entrelazada con una conducta santa y dedicada a la adoración del Señor. Dios es el dador del shalom, del bienestar holístico de la persona individual, de la familia y de la sociedad. Por lo visto, el estado de cosas era bastante grave, y por ello, nada que se planificase obtenía el fruto deseado.
A causa de la infidelidad humana para con Dios, el pueblo se hallaba quebrantado y desconcertado. En ocasiones concretas, el Señor emplea las catástrofes e inclemencias naturales para advertir a sus hijos de que no están en su sano juicio al querer confiar únicamente en el materialismo y el hedonismo individualista. Ante esta interpretación de la acción divina, lejos de nosotros el querer ver la mano de Dios donde no está. Ni todos los cataclismos son enviados por Dios para dar una cruel lección a los mortales, ni todos los desastres ecológicos proceden de la vara del Señor. Solamente en ocasiones que el Señor revela en su Palabra acontecen este tipo de episodios, aunque también un trágico acontecimiento pueda acercarnos más a Dios sin que éste tenga que provocarlo. En definitiva, la idea es que la malnutrición y las desafortunadas condiciones en las que vive Judá son el resultado de no haber puesto como centro de sus existencias a Dios, el proveedor abundante por antonomasia. El siroco abrasador de cosechas, el hongo parásito de los cereales conocido como tizoncillo, y las granizadas devastadoras habían causado estragos terribles en las cosechas, todo ello para que el pueblo reaccionase y reconociese al fin quién estaba al control de la naturaleza y del bienestar humano.
Si deciden cambiar de parecer en cuanto a Dios, si se arrepienten de sus pecados y se dejan purificar por el Señor, y si imprimen en sus almas un deseo ferviente por reconsiderar sus prioridades desde la óptica del Altísimo, todo cambiará. De nuevo, el Señor les propone que piensen y mediten sobre sus caminos de ahora en adelante. ¿Deseáis seguir arrastrándoos por el fango de la miseria sin pena ni gloria? Continuad adornando vuestras viviendas, mientras la morada del tres veces Santo está sin empezar. ¿Queréis salir de esta espiral de maldición y dramática mediocridad? Dejad que Dios lave concienzudamente vuestros corazones y dedicad vuestro tiempo y fuerzas a la construcción excelente de la casa del Señor. Todo comienza en nuestra voluntad y en nuestro anhelo por agradar a Dios y por dejar que sea Él el que se encargue de nuestra felicidad y shalom. Si somos fieles, habrá bendición y pan en la mesa sin que falte un solo día de nuestras vidas. Si, por el contrario, optamos por desvincularnos de Dios y poner nuestra fe en el dinero que hemos ensuciado con nuestras manos, atengámonos a las consecuencias funestas que nos aguardan.
CONCLUSIÓN
El Señor, amplio en misericordias y bondades, confía en que el pueblo pensará y se dará cuenta de la consagración debida a su persona. Por ello, ya anticipa, fuera de lo estacionalmente establecido, lo que va a ser su vida a partir de ahora: “¿No está aún el grano en el granero? Ni la vid, ni la higuera, ni el granado, ni el árbol de olivo ha florecido todavía; pero desde este día, yo os bendeciré.” (v. 19) Dios promete que, a pesar de que aún no es temporada de cosechas, ya que hablamos del 18 de diciembre del 520 a. C., su mano provisoria les brindará todo lo necesario para disfrutar satisfactoriamente de cada uno de los días en los que se involucren apasionadamente en la construcción del Templo. El Señor es poderoso para traspasar las reglas naturales de la realidad, y hacer milagros desde su amplísima providencia.
Pensemos, por tanto, a la luz de este oráculo divino de Hageo, en cómo hacemos las cosas: ¿para Dios o para nosotros? Despojémonos, pues, de nuestro individualismo, y seamos fieles a Dios, suplicándole que nos purifique espiritualmente para acometer con renovados bríos y energías su obra y misión.

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