SOLEDAD DE APÓSTOL
SERIE
DE ESTUDIOS EN 2 TIMOTEO “NO ES FÁCIL”
TEXTO
BÍBLICO: 2 TIMOTEO 4:9-22
INTRODUCCIÓN
La
soledad y el desamparo son situaciones extremas por las que un ser
humano nunca debería pasar. Sentir el peso y el paso de los días
sin tener alguien con quien compartir las vivencias y experiencias,
sin verse acompañado por alguien en el que derramar el flujo de los
pensamientos y las ideas, y sin conversar con una persona que muestre
empatía y comprensión ante tus palabras, es algo terrible e
insoportable. Considerar a todos aquellos que se decían amigos y
compañeros de fatigas, a los que afirmaban estar de nuestra parte
costase lo que costase, a los que aplaudían nuestros logros y nobles
intenciones, a la luz de un estado lamentable de abandono, es algo
muy triste, algo que encoge el corazón y desfigura el rostro. La
verdadera amistad es un asunto muy serio. Y precisamente, en los
momentos trágicos, difíciles y críticos es donde comprobamos, a
veces con sorpresa enorme, otras veces con la sospecha confirmada, de
qué pasta están hechos aquellos que afirman ser nuestros amigos y
consiervos. Cuando todo va de maravilla, todos se suben al carro del
triunfo; cuando las cosas se tuercen y se requiere de compromiso y
sacrificio, muchos se olvidan de lo que prometieron desde la supuesta
fraternidad.
Los
siervos del Señor que pueblan su Palabra no eran precisamente esos
amigueros que tienen en su red social mil y un presuntos amigos. Si
los profetas, los patriarcas o los apóstoles tuviesen Facebook, ya
os digo yo que pocos serían los que se mostrarían abiertamente
adeptos a ellos. Ser voceros de Dios supone, igual que supuso y que
supondrá, la realidad de la soledad y el desamparo. Mientras el
viento sopla a favor, mientras es posible vivir sin sobresaltos ni
amenazas, mientras la felicidad da a luz sonrisas y satisfacciones,
todos somos amigos. Pero cuando es preciso enfatizar valores y
principios morales bíblicos y cristianos de forma pública y
notoria, muchos “amigos” desaparecen, se desvanecen entre excusas
baratas, se esconden en sus caparazones de “a mí no me mires, que
no me quiero meter ni en fregados ni en líos.” Cuando quieres
echar mano de la ayuda y del socorro de aquellos que se volcaron
contigo en la cresta de la ola, si te he visto, no me acuerdo. No
creamos que esto solo pasaba en los tiempos de la persecución de la
iglesia de Cristo en los primeros siglos. Esto sigue sucediendo cada
vez que, desde la convicción y la fe cristiana se eleva la voz en
cuanto a planteamientos inmorales y relativistas en cuanto a
determinados temas sociales y éticos. Por no meterse en camisas de
once varas, es mejor mantener un perfil bajo, callar, no condenar lo
que Dios abomina y no denunciar lo que Dios aborrece.
1.
DESAMPARADO EN LA HORA MÁS DIFÍCIL
Pablo,
el apóstol de los gentiles, se siente abandonado y dejado a su
suerte cuando escribe las últimas líneas de su segunda epístola a
Timoteo. ¡Cuántos pastores y obreros de Dios no se sienten como él
en los instantes más duros de sus ministerios! Menos mal que Pablo
todavía puede comunicarse con su hijo espiritual más querido:
Timoteo. Lo está pasando realmente mal. Encarcelado en una infecta
celda llena de sabandijas, piojos y ratas, sin apenas tener la
posibilidad de ver la luz del sol, temblando de frío a causa de lo
lóbrego y húmedo de su prisión, Pablo está padeciendo lo
indecible. Añadamos a esto la incertidumbre en cuanto a su caso ante
el emperador Nerón y sus lógicos achaques de la edad. ¿No os
volveríais locos? Sin embargo, aún le queda la posibilidad de
comunicarse con el exterior, de hablar desde la pluma y el pergamino
con sus hermanos: “Procura
venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este
mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a
Dalmacia. Sólo Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráelo contigo,
porque me es útil para el ministerio. A Tíquico lo envié a Éfeso.
Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y
los libros, mayormente los pergaminos.” (vv. 9-13)
El
apóstol Pablo necesita calor humano además del calor que le pueda
procurar su capa. Su confianza está puesta en Timoteo, alguien del
que puede fiarse y que encarna a la perfección la amistad y la
intimidad propias de un amigo, de un confidente, de un colega y de un
discípulo. Pablo se barrunta el final de su vida, y no puede por
menos que desear que Timoteo, su hijo espiritual, en el que ha
invertido tanto, venga a visitarlo por última vez. Ha sido
traicionado por tantas personas, ha sido abandonado vilmente por
presuntos hermanos en Cristo, y ha constatado que la fe de algunos
era superficial e inexistente. Entre las personas que lo han
defraudado justo en la hora de la prueba y de la tribulación, se
halla Demas. El antaño colaborador de Pablo junto a Lucas y Epafras
(Colosenses
4:14; Filemón 24),
lo ha dejado tirado como un perro enfermo. La palabra griega para
abandonar sugiere el abandono de alguien necesitado en sus horas más
sombrías. En cuanto ha visto el gran coste que supone seguir a
Cristo, ha decidido desertar.
Tal
vez había pensado que el cristianismo era una causa noble por la que
luchar en los primeros momentos de su colaboración con Pablo, pero
ahora que éste estaba en manos de la justicia romana, había
recapacitado y optado por abjurar de la fe que un día confesó ante
Pablo. Ha amado más el mundo, renunciando a Cristo, valorando que
los contras del cristianismo eran demasiado peligrosos como para
seguir adelante. Como dice el apóstol Juan: “No
améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él, porque nada de lo que hay
en el mundo —los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la
vanagloria de la vida— proviene del Padre, sino del mundo. Y el
mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre.” (1 Juan 2:15) Las
privaciones propias de la vida cristiana han desmantelado las
depravaciones interiores de Demas.
Por
ello, huyendo de Roma, vuelve de nuevo a Tesalónica, tal vez su
hogar, para retomar su vida antes de conocer el evangelio de
salvación. Su cuello y su vida terrenal valían mucho más, a su
entender, que la vida venidera eterna. ¿Conocéis a personas así?
¿Personas que prometían mucho y que se involucraban en la vida de
la iglesia cuando la situación no requería de mucha consagración y
entrega, pero que en cuanto veían las orejas al lobo decidían que
no valía la pena seguir siendo cristianos? ¿Individuos que han
escogido alimentar sus deseos y sueños hedonistas en lugar de sufrir
por Cristo? Son terrenos en los que la semilla del evangelio ha
caído, sí, pero son terrenos pedregosos y con poca profundidad de
arraigo, terrenos en los que los espinos y los abrojos de los asuntos
de este mundo ahogan la incipiente planta que germina.
A
continuación, el apóstol nombra a otros creyentes de los que tiene
un recuerdo especial, y que seguramente Timoteo conocía de otros
encuentros. Tras hablar de la deplorable actitud de Demas, Pablo cita
a Crescente, el cual ha sido enviado a las iglesias en Galacia para
seguir trabajando en su consolidación y formación, y a Tito, el
cual ha sido encomendado bajo la dirección del Espíritu Santo a
tierras dálmatas, a la Ilirium romana, al norte de Macedonia y en la
costa este del mar Adriático. A Tito lo conocemos más, dado que
Pablo le escribe una carta, y su nombre aparece tanto en 2 Corintios
como en Gálatas. Pablo habla de él como de “verdadero
hijo en la común fe.” (Tito 1:4)
Aunque Pablo se siente desvalido en sus prisiones, reconoce que el
único que sigue estando a su lado, contra viento y marea, es Lucas,
el médico amado, aquel que recogió sus viajes misioneros y su
conversión en el libro de Hechos.
Pablo
también alude a Marcos, al que conocemos por su relato evangélico y
por ser oriundo de Jerusalén. Si recordamos, Pablo tuvo sus más y
sus menos con respecto a Marcos. En un momento dado, observa en
Marcos un talante pusilánime y poco consagrado con la obra de
Cristo, y decide prescindir de sus servicios junto con los de
Bernabé. Tal vez, en el espacio temporal en el que está escribiendo
esta carta a Timoteo, Marcos ha logrado transformar esa bisoñez y
esa cobardía en un carácter más consistente y comprometido con la
misión de Dios, y por ello Pablo demanda a Timoteo que lo acompañe
porque tiene tareas que encomendarle dentro del panorama de la
extensión del Reino de los cielos. Tíquico también es otro de los
consiervos de Pablo, y al igual que Tito y Crescente, ha sido
constituido como embajador a la iglesia de Éfeso.
En
cuanto a las condiciones de subsistencia por las que está pasando
Pablo en el calabozo que le ha tocado en suerte, ya dijimos que no
eran las más óptimas. La insalubridad, la oscuridad y la humedad,
por no hablar de la falta de elementos de higiene primordial y de
alimentos en buen estado, hacían de la estancia del apóstol un
auténtico tormento. La capa, aquella que se dejó en Troas, en la
casa iglesia de Carpo, ahora le era más necesaria que nunca. Sabía
que el invierno se acercaba, y la capa era algo más que un atuendo
que se colocase para cubrir sus espaldas en los viajes. Era abrigo y
manta de lana bajo el que guarecerse de las inclemencias del frío, y
en la prisión provisional de Pablo debía hacer una rasca del
quince. Es interesante comprobar también que no solo Pablo tenía
necesidad de cubrir su maltrecho cuerpo, sino que su mente estaba
ahíta de seguir leyendo, investigando, estudiando y escribiendo. De
ahí que solicite a Timoteo que le traiga los libros, posiblemente
algunos rollos que contuvieran la Biblia hebrea, nuestro Antiguo
Testamento, y los pergaminos, de valiosa factura en vitela de
cordero, sobre los que escribir o en los que leer, quizás, copia de
sus anteriores epístolas. Su cerebro requería del alimento
espiritual oportuno para seguir resistiendo y perseverando a pesar de
su confinamiento físico. La lectura nos libera aun cuando estamos
exentos de la libertad corporal.
2.
DESASISTIDO Y ATACADO EN LA HORA CRÍTICA
Demas
había defraudado a Pablo, pero otro personaje, Alejandro el herrero,
le había estado haciendo la vida imposible con su confrontación
directa: “Alejandro
el herrero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a
sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera se ha
opuesto a nuestras palabras. En mi primera defensa ninguno estuvo a
mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado esto en
cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas, para que
por mí fuera cumplida la predicación, y que todos los gentiles
oyeran. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará
de toda obra mala y me preservará para su reino celestial. A él sea
gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (vv. 14-18)
Este
Alejandro, posiblemente artífice de ídolos metálicos, había hecho
todo lo que había estado en su mano para amargar la existencia a
Pablo. No se nos dice en qué consistía este daño, pero seguramente
había sido tremendo. ¿Había acusado a Pablo con un testimonio
falso delante de las autoridades romanas? ¿Se habría erigido en
portavoz de una industria tan floreciente en la sociedad politeísta
como era la de la factura de estatuillas para adorar? Lo cierto es
que Pablo solo tiene palabras de reproche y de pena. El apóstol fía
su suerte a la soberana justicia de Dios. De su mano no vendrá la
venganza, sino que la deja en manos de aquel que un día juzgará a
vivos y a muertos. En la trayectoria ministerial de pastores y
siervos del Señor siempre ha habido personas dispuestas a echar por
tierra su testimonio de vida, enfocadas únicamente a hacer daño sin
ahorrar en esfuerzos, y que, en definitiva, no atacan a las personas
que predican el evangelio, sino que se enfrentan directamente con
Dios. Dejemos que sea Él el que ponga a cada quién en su lugar sin
tomar represalias contra ellos, por mucho que nos encantaría darles
su merecido. Timoteo, cuando llegue a Roma, debe estar alerta, puesto
que si Alejandro tiene ocasión también se cebará en él e
intentará poner palos entre las ruedas cada vez que el evangelio de
Cristo sea proclamado.
La
primera parte del juicio, o prima actio, la cual servía al propósito
de establecer y clarificar los cargos habidos contra el reo, en este
caso, Pablo. Resulta que nadie hubo que pudiese confirmar la
inocencia del apóstol por medio de testimonios y pruebas. Tal vez
por miedo, por coerción o por no meterse en embolados, nadie se
personó para apoyar al apóstol delante del césar. Lucas todavía
no había arribado a Roma por ese tiempo, porque seguramente, si
hubiese estado por allí durante la prima actio, se hubiese
presentado para defender la honorabilidad de Pablo. ¡Qué triste es
tener que constatar que cuando se complican las cosas desde el punto
de vista legal, son pocas las personas que se exponen al escrutinio
público para apoyar al acusado injustamente! Pablo, a diferencia de
Alejandro, perdona desde lo más hondo de su corazón a aquellos que,
por temor a ser mirados con lupa por las instancias judiciales,
prefirieron el silencio y la incomparecencia. El apóstol sabía con
certeza que no es fácil tomar decisiones de vida o muerte, y
curiosamente, tal y como hizo Esteban, el primer mártir de la
iglesia primitiva cristiana, delante de su impasible mirada, pidió
al Señor que no tuviera en cuenta esta clase de actitudes.
Al
final, lo más importante de todo para Pablo era que, aunque los
hombres lo habían dejado solo ante el peligro, Cristo no lo había
desamparado. En esa prima actio tuvo la ocasión de transmitir el
contenido de su predicación, el evangelio de Cristo, a todos los
presentes, todos ellos gentiles. Pablo da la vuelta a la tortilla, y
convierte una encerrona y un foro en el que iba a ser investigado con
pocas garantías de salir indemne, en un escenario en el que el
mensaje de salvación y redención de Dios en Cristo iba a ser
sembrado en los corazones de los asistentes. El Espíritu Santo habló
a través de Pablo y éste sintió el respaldo inequívoco de su
Señor y Salvador. Para Pablo era suficiente. Tras argumentar
sólidamente su caso, Pablo entiende que ha podido salvar la primera
parte de su juicio, y que, en principio, nadie le ha rebatido en su
intervención. La confianza plena de Pablo en que Dios va a
protegerle en cada paso que dé y en que el Señor lo va a guardar
hasta que llegue el tiempo de su partida a la gloria celestial, nos
ayuda a ser resilientes aun en las circunstancias más adversas y en
las tribulaciones más tensas. Su adoración final, con esta breve
doxología tan hermosa, rubrica y confirma que su esperanza y su
razón de vivir y existir está depositada por completo en Cristo, el
Eterno.
3.
SALUDOS AFECTUOSOS PARA LOS QUE SIEMPRE ESTUVIERON AHÍ
Para
concluir esta epístola, Pablo desea que Timoteo comunique a una
serie de personas su afecto más entrañable y tierno: “Saluda
a Prisca y a Aquila y a la casa de Onesíforo. Erasto se quedó en
Corinto, y a Trófimo dejé en Mileto, enfermo. Procura venir antes
del invierno. Eubulo te saluda, y Pudente, Lino, Claudia y todos los
hermanos. El Señor Jesucristo esté con tu espíritu. La gracia sea
con vosotros. Amén.” (vv. 19-22) Su
recuerdo viaja a aquellos intensos instantes en los que compartió
profesión y pasión por Cristo con Prisca, o Priscila, y Aquila, en
su segundo viaje misionero que lo llevó a Corinto. También ofrece
un lugar para la casa de Onesíforo, la cual le ha servido con gran
hospitalidad y afecto; para Erasto, tesorero de la ciudad de Corinto,
y enviado por Pablo a Macedonia junto a Timoteo (Hechos
19:22),
y del que se nos habla en Romanos
16:23;
y para Trófimo, hermano que se estaba restableciendo de alguna clase
de enfermedad en Mileto, y probablemente parte de la comitiva que
llevó en su día la ofrenda de las iglesias de Asia Menor y Europa a
Jerusalén. Todos estos colaboradores se hallaban en la más alta
estima de Pablo, y con su salutación verificamos que éstos eran, de
entre todos sus consiervos, los más apreciados y amados.
Pablo
introduce aquí la urgencia de la visita de Timoteo. El invierno está
a punto de rozar con sus gélidos dedos la región de Roma, y como ya
dijimos anteriormente, el calor humano y el que le pueda procurar su
capote, aminorarán considerablemente su soledad y su desamparo.
Desde Roma, algunos hermanos, posibles líderes de las iglesias
clandestinas que se reunían en la capital del imperio, como Eubulo,
Pudente, Lino, y Claudia, también mandan saludos en nombre de todos.
La obra del Señor seguía adelante a pesar de los pesares, y esto
también sería un elemento motivador para Timoteo y para el resto de
los destinatarios de esta carta. Termina ya Pablo encomendando a
Timoteo a Cristo, y deseando que la gracia de Dios fuese abundante
sobre los que leyesen y escuchasen esta misiva repleta de
instrucción, testimonio, exhortación y realidad pastoral.
CONCLUSIÓN
La
soledad de apóstol es más real de lo que podamos imaginar. En un
entorno social en el que está mal considerado predicar el evangelio
y sus valores, puesto que parece romper con la corrección política
y con determinadas ideologías progresistas, las voces que se
levantan para afirmar la voluntad de Dios expresada en la Biblia en
casos que transgreden los propósitos iniciales y perfectos del Señor
para la creación y para la humanidad, son, a menudo, despreciadas,
abandonadas o desamparadas por el resto de los cristianos.
Seguro
que hay temas secundarios doctrinales en los que no siempre se puede
estar de acuerdo, pero en aquellos que son esenciales, siempre hemos
de estar respaldando la labor de hermanos y hermanas que se juegan el
pellejo por predicar la sana doctrina y por comunicar a este
tenebroso mundo que Cristo es el Señor de la historia y el Salvador
de aquellos que se arrepienten y que necesitan desesperadamente ser
liberados de las ataduras del pecado. No es fácil ser pastor,
predicador o misionero. Pero si confiamos en Cristo, éste nos dará
de su Espíritu para no desmayar ni darnos por vencidos a pesar de
las amenazas y adversidades.
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